En patera o en cayuco. Por el Estrecho de Gibraltar o por el Atlántico hasta las Canarias. Desde Mauritania, Senegal, Camerún, Marruecos, Sierra Leona. Miles de africanos tratan de llegar a las costas españolas dejando atrás sus vidas, sus miserias. El efecto llamada de la ley de extranjería, dicen algunos. Más bien es el efecto llamada del hambre, de las guerras, del sida, de la falta de presente y de futuro.
En Europa, la preocupación por la llegada masiva de inmigrantes se centra casi siempre en nuestra falta de servicios para atenderlos, en los problemas que originan cuando llegan a nuestra tierra dorada. El gobierno canario no tiene capacidad para atender a los subsaharianos que arrivan a sus costas en los últimos meses y reclama que Madrid se implique. España no puede hacer nada para atenderlos de forma digna y pide ayudas a la UE. Pero nadie se plantea la pregunta de por qué tantos miles de personas abandonan sus países arriesgándolo todo.
Hace unas semanas escuché por fin algo que me pareció coherente por parte de la vicepresidenta De la Vega: “el problema de la inmigración hay que solucionarlo en los países de origen”. Y creí, de verdad, que por fin los países desarrollados iban a empezar a asumir responsabilidades con el continente africano, al que desde hace siglos hemos expoliado y masacrado. Por eso, cuando leo ahora que la Guardia Civil española patrullará las costas de Senegal para evitar la salida de cayucos, la ilusión se me viene abajo. Si la solución está en la Benemérita, andamos listos.
Pero claro, en las turísticas playas canarias aparecen barcos llenos de negritos deshidratados, y a pocos kilómetros de los lujosos centros dietéticos de la Costa del Sol, a los que nuestros ricos van a ponerse a plan, llegan cientos de inmigrantes al borde de la desnutrición. Y eso jode. Patrullemos.