El Estado de Salud de Fidel Castro se ha convertido en uno de esos secretos que todo el mundo cree conocer. “Está en las últimas”, dicen los disidentes desde Miami, mientras el gobierno norteamericano se prepara para apoyar una hipotética transición a esa democracia capitalista que tanto gusta imponer desde Washington. “La próxima semana volverá a estar al mando”, aseguran en La Habana los fieles cubanos que aún ven en el Comandante a un ser casi sobrenatural.
Aquí en España, cada vez que la salud de Castro se pone en duda, se escucha aquello de: “hay que ir a Cuba antes de que muera Fidel”. Existe el convencimiento de que sin Fidel la isla ya no será lo mismo, de que el poder de los vecinos del Norte acabará con el último bastión del comunismo cuando desaparezca del escenario el actor protagonista. Es la vieja creencia de que la historia la construyen los líderes y no los pueblos. Eso está por ver.
Desde luego, es llamativo comprobar el simbolismo que el régimen castrista encierra para varias generaciones de progres españoles. Aquellos que eran unos niños cuando Castro y el Che tomaron La Habana, que maduraron creyendo que en España la Revolución también era posible, que celebraron la muerte de nuestro Caudillo como si se tratara de una victoria. Quienes se dejaron arrastrar por los vientos de esperanza que soplaban desde Cuba y han ido dilapidando sus sueños, sus añoranzas y sus viejos ideales día tras día, año tras año.
Todavía a veces, mientras limpian el Audi o esperan la cuenta del restaurante, se sorprenden a sí mismos tarareando una canción de Silvio Rodríguez o de Pablo Milanés. Es entonces cuando más les pica en la conciencia la memoria de aquéllos que fueron y ya casi nunca recuerdan. “Hay que ir a Cuba antes de que muera Fidel”.