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A quien ya comprendió la realidad, le es insoportable habitar la fantasía

Realidades

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En la realidad que vivimos siempre hay alumnos aventajados que enseguida comprenden las lecciones, y los hay que tienen problemas para asimilar lo que la vida les enseña. Los primeros suelen ser siempre pocos, porque lo bueno no entiende de mayorías ni de reduccionismos simplicistas por el estilo, pues lo exquisito es raro y escaso. Lo otro, lo malo, lo torpe, lo burdo, es vulgar —de vulgo—, ordinario no solamente por sí, sino porque hay una serie de personajes —opinadores se les llama— que siguen anclados en el mismo asunto, ya superado, dale que dale a la hebra, arrastrando en su simpleza a esa mayoría absurda que teniendo medios para comprender por sí mismos, prefieren delegar en otros «sus» verdades y convicciones.

Pongamos el caso de una clase cualquiera en la que algunos alumnos, pocos, ya están por terminar la carrera mientras que otros, la mayoría, está todavía haciendo palotes. El tiempo que han permanecido en clase ha sido el mismo, pero quienes atendieron y se esforzaron por asimilar las lecciones del maestro, no tienen ni que considerar siquiera cómo se suma o cuál es el sujeto de una oración, entretanto para los que perdieron el tiempo (tiempo es información), la simple suma o las partes de la oración es un problema sin solución. No es cuestión de inteligencia en absoluto, sino de aplicación. Y, claro, los alumnos no se entienden entre sí, y los burros suelen nombrar a sus compañeros aventajados como elitistas.

Para los susceptibles, ya les digo que esto no es un símil de los planes descabellados del señor Wert y toda su maniquea parafernalia segregacionista. Esto va de realidades y de ilusiones —o ignorancia—, de cómo viviendo todos en la misma aparente realidad no nos podemos comprender porque vivimos, efectivamente, en realidades diferentes. Para algunos, nos parece absurdo este permanente debate sobre PP o PSOE, simplemente porque ya hemos comprendido que ambos están podridos hasta la médula y que más y mejor se comportan como bandas o partidas que como partidos. Para nosotros, los que pensamos así, ya está todo dicho, hecho y demostrado, y no hay nada más que añadir, mientras que quienes consideramos alumnos poco aplicados siguen un día y otro rebozando una y otra vez la misma croqueta. Y, cuando además, después de todo lo visto y vivido en los últimos decenios, los hay que piensan votarlos —aunque sean sus madres—, francamente, no les podemos comprender. ¿Cómo descender por la línea evolutiva para enseñarle a hacer integrales a un homo afarensis?...

Y lo mismo que con esto, sucede con todo lo demás. De sobra está demostrado lo del 23F y quién lo armó, lo del 11S y quién se lio la manta a la cabeza, lo del 11M y qué Gladio se blandió, lo de Iraq, lo de Irán, lo de Afganistán, lo de Bilderberg y muchos otros asuntos, y, cuando uno se asoma a las noticias, le cuesta asumir que todavía los «sabios» opinadores continúen hablando de todas estos temas como si las mentiras oficiales fueran verdades incuestionables. ¿Habitamos planos distintos de realidad?..., y la respuesta es sí, efectivamente.

El señor Bárcenas, tan traído y llevado como el fútbol o en su tiempo el Lute para entretener al personal, no es ni más ni menos que alguien que ha sido pillado in flagranti, pero que en nada se diferencia de cualquier político que haya hecho sus buenos dineros y no haya sido pillado con las manos en la masa... todavía. No en vano fue un político de ese infumable gaviotero el que dijo: «Me he metido en política para forrarme.» La pregunta, claro, es ¿es que acaso alguien cree que esto se hace por devoción altruista?... Y si lo cree, pues allá él, pero en la primera lección ya dejó bien clarito el profe de la vida que corrupción y política son sinónimos absolutos. Los que estuvimos atentos, pasamos por completo de los predicados de estos sujetos que solamente buscan complementos, circunstanciales o no, para forrarse el hígado a costa de los gobernados.

Uno le da un vistazo a un diario, y puede llegar a quedarse perplejo ante la reiteración machacona de lo mismo: que si PP o PSOE; que si qué bueno Obama (con o sin Guantánamos o guerras inventadas); que si qué injusto el 11S, 11M, 23F; que si la NASA dice; que si qué mala que es Siria; que si Europa recomienda… ¡Ja, Europa! Ha reventado Grecia, Irlanda, Portugal y España (y los que vendrán) con recetas que solamente han amiseriado cientos de millones de ciudadanos y descuartizado sus países, y todavía los torpes de la clase hablan de ella como un aliado o como algo deseable, y no como un enemigo a ser batido en toda regla. Incluso les han robado sus países, les han dado una marca (como al ganado), «Marca España» por ejemplo, y, en vez de agarrar por las patas a los políticos que los vendieron y reventarlos contra una esquina cualquiera, les aplauden… ¡y les votan! Pero, por el amor del cielo, ¿cómo vamos a entendernos?... Ni pensamos igual, ni somos parecidos, ni siquiera hablamos el mismo idioma. Es más, probablemente, después de tanto tiempo sin entendernos, es probable que ya seamos tácitamente distintas especies.

Naturalmente, quienes hemos ido pasando de curso, no comprendemos al pelotón de los torpes, y, aunque algunos hemos intentado de muchos modos darles una mano y mostrarles con mucha arte didáctica evidencias para que comprendieran, la paciencia se colma, entendemos también que no somos Jesucristo, y no nos queda otro que decirles: «Disfrutad vuestra ignorancia, hijos. Me rindo.» A quien quiere seguir rebuznando, en vano es enseñarle solfeo.

La realidad se sustenta en lo evolucionado del cerebro de cada cual para comprender el mundo que le rodea. En vano es tratar de enseñarle electrónica a una hormiga, o fútil es cualquier intento de enseñarle a leer a un besugo. No se puede, y lo hemos comprendido. Por eso hay algunos que, sin elitismo alguno, decimos que no escribimos para todo el mundo, no por desprecio de los menos adelantados, sino sencillamente porque no pueden comprendernos ni por asomo, y les advertimos previamente de que no pierdan su precioso tiempo en intentar lo imposible: al cielo se sube andando. En sus rudimentarios instrumentos faltan teclas para interpretar ciertas sinfonías. De alguna forma, es como si la especie se hubiera dividido hace ya algún tiempo entre los que caminan mirando a lo alto y los que todavía orientan su cabeza al suelo. A lo mejor les sucede como a la criatura esa de los versos de Machado y su simple felicidad del... elemental, quién sabe.

El caso es que no hay caso. Los que aprovechamos el tiempo, miramos cómo dan vivas a los reyes o se creen que sus Marcas son patrias, que sus políticos son buenos o que los corruptos santos, que las guerras pueden ser justas y los estados policiales seguros, que la cultura es paja encuadernada y la música ruido machacón, y los comprendemos con hondísimo pesar y una inextinguible tristeza, sabiendo que han quedado atrás y que no podemos hacer nada por ellos, pero que no tenemos otra que seguir nuestro camino. El alumno que no se esfuerza por comprender, después de todo, para nada precisa de ningún maestro, sino, mejor, de un buen arriero.

Realidades

A quien ya comprendió la realidad, le es insoportable habitar la fantasía
Ángel Ruiz Cediel
viernes, 28 de junio de 2013, 12:04 h (CET)
En la realidad que vivimos siempre hay alumnos aventajados que enseguida comprenden las lecciones, y los hay que tienen problemas para asimilar lo que la vida les enseña. Los primeros suelen ser siempre pocos, porque lo bueno no entiende de mayorías ni de reduccionismos simplicistas por el estilo, pues lo exquisito es raro y escaso. Lo otro, lo malo, lo torpe, lo burdo, es vulgar —de vulgo—, ordinario no solamente por sí, sino porque hay una serie de personajes —opinadores se les llama— que siguen anclados en el mismo asunto, ya superado, dale que dale a la hebra, arrastrando en su simpleza a esa mayoría absurda que teniendo medios para comprender por sí mismos, prefieren delegar en otros «sus» verdades y convicciones.

Pongamos el caso de una clase cualquiera en la que algunos alumnos, pocos, ya están por terminar la carrera mientras que otros, la mayoría, está todavía haciendo palotes. El tiempo que han permanecido en clase ha sido el mismo, pero quienes atendieron y se esforzaron por asimilar las lecciones del maestro, no tienen ni que considerar siquiera cómo se suma o cuál es el sujeto de una oración, entretanto para los que perdieron el tiempo (tiempo es información), la simple suma o las partes de la oración es un problema sin solución. No es cuestión de inteligencia en absoluto, sino de aplicación. Y, claro, los alumnos no se entienden entre sí, y los burros suelen nombrar a sus compañeros aventajados como elitistas.

Para los susceptibles, ya les digo que esto no es un símil de los planes descabellados del señor Wert y toda su maniquea parafernalia segregacionista. Esto va de realidades y de ilusiones —o ignorancia—, de cómo viviendo todos en la misma aparente realidad no nos podemos comprender porque vivimos, efectivamente, en realidades diferentes. Para algunos, nos parece absurdo este permanente debate sobre PP o PSOE, simplemente porque ya hemos comprendido que ambos están podridos hasta la médula y que más y mejor se comportan como bandas o partidas que como partidos. Para nosotros, los que pensamos así, ya está todo dicho, hecho y demostrado, y no hay nada más que añadir, mientras que quienes consideramos alumnos poco aplicados siguen un día y otro rebozando una y otra vez la misma croqueta. Y, cuando además, después de todo lo visto y vivido en los últimos decenios, los hay que piensan votarlos —aunque sean sus madres—, francamente, no les podemos comprender. ¿Cómo descender por la línea evolutiva para enseñarle a hacer integrales a un homo afarensis?...

Y lo mismo que con esto, sucede con todo lo demás. De sobra está demostrado lo del 23F y quién lo armó, lo del 11S y quién se lio la manta a la cabeza, lo del 11M y qué Gladio se blandió, lo de Iraq, lo de Irán, lo de Afganistán, lo de Bilderberg y muchos otros asuntos, y, cuando uno se asoma a las noticias, le cuesta asumir que todavía los «sabios» opinadores continúen hablando de todas estos temas como si las mentiras oficiales fueran verdades incuestionables. ¿Habitamos planos distintos de realidad?..., y la respuesta es sí, efectivamente.

El señor Bárcenas, tan traído y llevado como el fútbol o en su tiempo el Lute para entretener al personal, no es ni más ni menos que alguien que ha sido pillado in flagranti, pero que en nada se diferencia de cualquier político que haya hecho sus buenos dineros y no haya sido pillado con las manos en la masa... todavía. No en vano fue un político de ese infumable gaviotero el que dijo: «Me he metido en política para forrarme.» La pregunta, claro, es ¿es que acaso alguien cree que esto se hace por devoción altruista?... Y si lo cree, pues allá él, pero en la primera lección ya dejó bien clarito el profe de la vida que corrupción y política son sinónimos absolutos. Los que estuvimos atentos, pasamos por completo de los predicados de estos sujetos que solamente buscan complementos, circunstanciales o no, para forrarse el hígado a costa de los gobernados.

Uno le da un vistazo a un diario, y puede llegar a quedarse perplejo ante la reiteración machacona de lo mismo: que si PP o PSOE; que si qué bueno Obama (con o sin Guantánamos o guerras inventadas); que si qué injusto el 11S, 11M, 23F; que si la NASA dice; que si qué mala que es Siria; que si Europa recomienda… ¡Ja, Europa! Ha reventado Grecia, Irlanda, Portugal y España (y los que vendrán) con recetas que solamente han amiseriado cientos de millones de ciudadanos y descuartizado sus países, y todavía los torpes de la clase hablan de ella como un aliado o como algo deseable, y no como un enemigo a ser batido en toda regla. Incluso les han robado sus países, les han dado una marca (como al ganado), «Marca España» por ejemplo, y, en vez de agarrar por las patas a los políticos que los vendieron y reventarlos contra una esquina cualquiera, les aplauden… ¡y les votan! Pero, por el amor del cielo, ¿cómo vamos a entendernos?... Ni pensamos igual, ni somos parecidos, ni siquiera hablamos el mismo idioma. Es más, probablemente, después de tanto tiempo sin entendernos, es probable que ya seamos tácitamente distintas especies.

Naturalmente, quienes hemos ido pasando de curso, no comprendemos al pelotón de los torpes, y, aunque algunos hemos intentado de muchos modos darles una mano y mostrarles con mucha arte didáctica evidencias para que comprendieran, la paciencia se colma, entendemos también que no somos Jesucristo, y no nos queda otro que decirles: «Disfrutad vuestra ignorancia, hijos. Me rindo.» A quien quiere seguir rebuznando, en vano es enseñarle solfeo.

La realidad se sustenta en lo evolucionado del cerebro de cada cual para comprender el mundo que le rodea. En vano es tratar de enseñarle electrónica a una hormiga, o fútil es cualquier intento de enseñarle a leer a un besugo. No se puede, y lo hemos comprendido. Por eso hay algunos que, sin elitismo alguno, decimos que no escribimos para todo el mundo, no por desprecio de los menos adelantados, sino sencillamente porque no pueden comprendernos ni por asomo, y les advertimos previamente de que no pierdan su precioso tiempo en intentar lo imposible: al cielo se sube andando. En sus rudimentarios instrumentos faltan teclas para interpretar ciertas sinfonías. De alguna forma, es como si la especie se hubiera dividido hace ya algún tiempo entre los que caminan mirando a lo alto y los que todavía orientan su cabeza al suelo. A lo mejor les sucede como a la criatura esa de los versos de Machado y su simple felicidad del... elemental, quién sabe.

El caso es que no hay caso. Los que aprovechamos el tiempo, miramos cómo dan vivas a los reyes o se creen que sus Marcas son patrias, que sus políticos son buenos o que los corruptos santos, que las guerras pueden ser justas y los estados policiales seguros, que la cultura es paja encuadernada y la música ruido machacón, y los comprendemos con hondísimo pesar y una inextinguible tristeza, sabiendo que han quedado atrás y que no podemos hacer nada por ellos, pero que no tenemos otra que seguir nuestro camino. El alumno que no se esfuerza por comprender, después de todo, para nada precisa de ningún maestro, sino, mejor, de un buen arriero.

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