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El número de ricos crece, mientras llegamos a un punto de no retorno social

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En la próxima edición del DRAE -Diccionario de la Real Academia Española-,, prevista para el año 2014, se incluirán palos flamencos que, hasta este momento, permanecían en el anonimato. Al menos desde la consideración y tratamiento de su definición como vocablo. La iniciativa ha sido impulsada por el filólogo, escritor e investigador Antonio Rodríguez Almodóvar. El autor de Cuentos al amor de la lumbre, -compendio de oralidad, entretenimiento y sapiencia popular, didáctica del aprendizaje vital para los niños a través de los cuentos y memoria viva del riquísimo acervo andaluz- reveló las carencias del manual que, definitivamente, satisfará y completará en su nueva edición. Otra cuestión será que facilite a los neófitos de este mundo, a través de una abreviada síntesis definitoria, la arcana raíz de su insondable misterio y credo. Gabriel García Márquez describía en Cien años de soledad la génesis de Macondo: “El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”. Nombrar es considerar la existencia de lo que nuestras palabras designan. Lo hacemos de este mundo. Toma cuerpo y materia.

En el debate social actual existe una recreación y reelaboración del lenguaje como testaferro del pensamiento. No existe una actitud hipócrita al uso. Es el manejo discriminatorio y torticero de las palabras con las que salvaguardar el tabú de lo innombrable. No es una cuestión de eufemismos. La afasia ha sobrepasado con creces ese primer estadio. El inconsciente político parece encontrarse en un estado de no retorno. La supremacía de lo inconfesable es la tiranía del lenguaje, que ejercitan para, como diría en otro tiempo el hoy presidente del gobierno, “llamar al pan pan y al vino vino” cuando de lo que se trata es de masticar y beber para conocer sustancia y naturaleza: llamar a las cosas por su nombre, nombrarlas. El poeta sueco Tomas Tranströmer licita al lenguaje para que hable, para que no contenga la pureza que detenta y la desparrame con la medida básica que en sí mismo contiene. Es de tan abrumadora sencillez que no contiene fisuras: “Clara como la sal es / el agua que golpea las cabezas de todos / los verdaderos refugiados”. Definen a sus poemas como plegarias laicas. En su poesía hay motivos de reencuentro con la intimidad, con la dimensión humana que permanece en silencio. El autor de El gran enigma, hace expreso canto de “Dejar su disfraz de yo” y el lenguaje fluye sin personalismo. Es un viaje a la transparencia. Como el que exigen los manifestantes brasileños que apontocan sobre los carteles extendidos en el suelo, mientras vociferan o cantan, botellas de agua mineral como simbólico basamento sobre el que erigir los principios. La nítida claridad de un recipiente conteniendo el vital elemento, para evidenciar la opacidad de la política.

El número de ricos crece. Eso es lo que se deduce de un informe de la Fundación La Caixa. En el que señala que éstos han aumentado en un 5,4 por ciento en el último año. Y precisa las condiciones para alcanzar este status: poseer activos financieros por valor de un millón de dólares. Sin contar la primera vivienda y consumibles. Empecemos por los principios. Séneca, desde su ética estoica, afirmaba que “pobre es el que quiere más”. Este “torero de la virtud”, como lo definió Nietzsche, tendría entre nosotros un ingente trabajo de modernidad y actualización. Se armaría de inflexible paciencia para no sentirse abrumado por la amoralidad que impregna el poder. Su suicidio partió de una orden imperial y tajante de Nerón, al que obedeció fatalmente.

En la contemporaneidad, “la muerte cívica”, entendiendo ésta como fin del ideario rector de derechos y deberes, es expresión del fracaso en el que nos encontramos. Lo curioso es que la tesis que manifestó, antes de ser encarcelado, el expresidente de los empresarios para, según él, solucionar los avatares de este país, es afín a las directrices que orienta actualmente al gobierno. A saber: trabajar más y cobrar menos. La coyuntura, repiten hasta el hartazgo, lo reclama. Cabe preguntarse sobre la dignidad. Entonces, antes que el diccionario institucional defina, lo que con tanta hondura analítica expresara en su obra El flamenco como expresión y liberación, el catedrático de Lengua Española e investigador, Antonio Carrillo Alonso, me recreo en la copla que es memoria y aliento del saber y sentir popular:”Yo no tengo ná de ná, / que salga a cazá ladrones / el que tiene que guardá”.

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El número de ricos crece, mientras llegamos a un punto de no retorno social
Pedro Luis Ibáñez Lérida
viernes, 28 de junio de 2013, 07:45 h (CET)
En la próxima edición del DRAE -Diccionario de la Real Academia Española-,, prevista para el año 2014, se incluirán palos flamencos que, hasta este momento, permanecían en el anonimato. Al menos desde la consideración y tratamiento de su definición como vocablo. La iniciativa ha sido impulsada por el filólogo, escritor e investigador Antonio Rodríguez Almodóvar. El autor de Cuentos al amor de la lumbre, -compendio de oralidad, entretenimiento y sapiencia popular, didáctica del aprendizaje vital para los niños a través de los cuentos y memoria viva del riquísimo acervo andaluz- reveló las carencias del manual que, definitivamente, satisfará y completará en su nueva edición. Otra cuestión será que facilite a los neófitos de este mundo, a través de una abreviada síntesis definitoria, la arcana raíz de su insondable misterio y credo. Gabriel García Márquez describía en Cien años de soledad la génesis de Macondo: “El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”. Nombrar es considerar la existencia de lo que nuestras palabras designan. Lo hacemos de este mundo. Toma cuerpo y materia.

En el debate social actual existe una recreación y reelaboración del lenguaje como testaferro del pensamiento. No existe una actitud hipócrita al uso. Es el manejo discriminatorio y torticero de las palabras con las que salvaguardar el tabú de lo innombrable. No es una cuestión de eufemismos. La afasia ha sobrepasado con creces ese primer estadio. El inconsciente político parece encontrarse en un estado de no retorno. La supremacía de lo inconfesable es la tiranía del lenguaje, que ejercitan para, como diría en otro tiempo el hoy presidente del gobierno, “llamar al pan pan y al vino vino” cuando de lo que se trata es de masticar y beber para conocer sustancia y naturaleza: llamar a las cosas por su nombre, nombrarlas. El poeta sueco Tomas Tranströmer licita al lenguaje para que hable, para que no contenga la pureza que detenta y la desparrame con la medida básica que en sí mismo contiene. Es de tan abrumadora sencillez que no contiene fisuras: “Clara como la sal es / el agua que golpea las cabezas de todos / los verdaderos refugiados”. Definen a sus poemas como plegarias laicas. En su poesía hay motivos de reencuentro con la intimidad, con la dimensión humana que permanece en silencio. El autor de El gran enigma, hace expreso canto de “Dejar su disfraz de yo” y el lenguaje fluye sin personalismo. Es un viaje a la transparencia. Como el que exigen los manifestantes brasileños que apontocan sobre los carteles extendidos en el suelo, mientras vociferan o cantan, botellas de agua mineral como simbólico basamento sobre el que erigir los principios. La nítida claridad de un recipiente conteniendo el vital elemento, para evidenciar la opacidad de la política.

El número de ricos crece. Eso es lo que se deduce de un informe de la Fundación La Caixa. En el que señala que éstos han aumentado en un 5,4 por ciento en el último año. Y precisa las condiciones para alcanzar este status: poseer activos financieros por valor de un millón de dólares. Sin contar la primera vivienda y consumibles. Empecemos por los principios. Séneca, desde su ética estoica, afirmaba que “pobre es el que quiere más”. Este “torero de la virtud”, como lo definió Nietzsche, tendría entre nosotros un ingente trabajo de modernidad y actualización. Se armaría de inflexible paciencia para no sentirse abrumado por la amoralidad que impregna el poder. Su suicidio partió de una orden imperial y tajante de Nerón, al que obedeció fatalmente.

En la contemporaneidad, “la muerte cívica”, entendiendo ésta como fin del ideario rector de derechos y deberes, es expresión del fracaso en el que nos encontramos. Lo curioso es que la tesis que manifestó, antes de ser encarcelado, el expresidente de los empresarios para, según él, solucionar los avatares de este país, es afín a las directrices que orienta actualmente al gobierno. A saber: trabajar más y cobrar menos. La coyuntura, repiten hasta el hartazgo, lo reclama. Cabe preguntarse sobre la dignidad. Entonces, antes que el diccionario institucional defina, lo que con tanta hondura analítica expresara en su obra El flamenco como expresión y liberación, el catedrático de Lengua Española e investigador, Antonio Carrillo Alonso, me recreo en la copla que es memoria y aliento del saber y sentir popular:”Yo no tengo ná de ná, / que salga a cazá ladrones / el que tiene que guardá”.

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