La última invasión de la península ibérica de que se tenía noticia histórica comenzó el año 711, cuando fueron llamados pueblos que habitaban el Mogreb – el norte de África del Atlántico hasta Argelia-, y ayudados a desembarcar por visigodos que los requerían como aliados en su lucha contra el Rey de turno. Entonces, eran “puestos de trabajo”, también, lo que se les ofrecía, sólo que para propinar mandobles de alfanje en las luchas internas de los dueños de la península.
Resulta innecesario, pero conveniente, recordar que múltiples razas centroeuropeas, genéricamente englobadas como “godos”, habían invadido este geográfico fin de Europa, e impuesto su hegemonía sobre los hondos vestigios de la colonización romana, que, a su vez, se había instalado sobre los anteriores pobladores, el conglomerado de “celtíberos” fruto de la mezcla entre celtas, iberos, y los múltiples pueblos autóctonos, que, a su vez, vaya usted a saber por donde habían venido a coincidir sobre este mismo solar, que, con el tiempo, llegó a ser Reino de España hasta su más reciente historia. El pueblo judío que llegó, también, a partir del momento en que el Imperio Romano lo desalojara de Palestina, lo hace paulatinamente, pero a final del siglo XVI, se impuso la expulsión a todo el que no hubiera aceptado los modos y costumbres de la época.
Por todos esos motivos, si un pueblo ha resultado, y ha de resultar, inmune al racismo, a la intolerancia de la pureza de sangre, es el español. Los cromosomas que, actualmente, la población trasmite a sus hijos resultan fenotipos (genotipo +ambiente) de las “mil” razas que, sucesivamente, se fueron implantando en el mismo territorio y a lo largo de los siglos.
La más reciente invasión, no acompañada de trifulcas y rifirrafes, es la que se ha dado a conocer con el Censo de población en enero de 2006. España agrupa a 44,39 millones de habitantes, de los cuales, 3, 88 son de origen “extranjero”; esto es, el 8,7% del censo es nuevo en esta plaza también llamada la vieja “piel de toro”. Esta nueva penetración, como bien se sabe, tiene origen, en buena parte, en el centro de la Europa convaleciente del totalitarismo marxista que la aherrojó al término de la Segunda guerra mundial. El resto, es un paisanaje “de ida y vuelta”, consecuencia de la emigración española al Nuevo continente y de su mezcla con la población preexistente.
El caso es que, en su mayor parte, como ocurre con todas las migraciones, se asentará y echará raíces en el solar celtibérico, visigótico, judeo y morisco... Pasarán los siglos inexorablemente, como la invasión árabe que estuvo asentada oficialmente setecientos años, y la consecuencia será una nueva incorporación al fenotipo –genotipo + ambiente-, y un nuevo gentío injertado con estas aportaciones, poblará la península.
Los sencillos tiempos a que se refirió García Lorca, de, “aquí pasó lo de siempre, murieron cuatro romanos y cinco cartagineses”, pasaron; ahora, las cosas son más complicadas para que tanta población de múltiple y diverso origen, logre entenderse y vivir en paz y concordia. Es alentador que los nuevos residentes vengan a por un sencillo “puesto de trabajo”, no para utilizar sus machetes de cortar la caña. No se va a peor, a pesar de que algunos tengan puesto el dedo en el timbre de alarma.
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