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Etiquetas | Democracia | Reflexión | Sistema político
“Esta necesidad, debe nacer de aquello que se encuentra en el centro mismo de la organización de la política democrática: el poder”

La Democracia replanteada ¿Cómo lo hacemos?

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La democracia es, ante todo, una forma de organización social, una de tantas. Pero también es la más legítima y necesaria a la hora de plantear los desafíos y de convalidar logros. En efecto, el rasgo sustantivo, en cuanto contenido y calidad, es lo que define a nuestra democracia hoy. En este sentido, no puede ser ajeno a nadie el rol del ciudadano. Incluso el actual rol del ciudadano. Pareciera un planteo lógico, casi subsumido al sentido común. Pero es de destacar que actualmente algunos roles nuevos surgen, no tan positivamente, y otros se diluyen, también en aspectos negativos, es el caso del fanatismo radical.

Esto principalmente se debe a que la Democracia no es estática, no es algo de laboratorio – aunque haya iluminados y concepciones que la vean así para la convalidación de intereses -. La democracia es constituida y reconstruida históricamente. Es por ello que cada sociedad, según sus propias características y posibilidades se organiza a su manera. En el caso de nuestra región, con grandes diferencias entre países, tiene características particulares que le son propias, que han definido sus procesos políticos. En nuestra región, quizás como en ninguna otra parte, la construcción de la democracia ha sido un constante replanteo, entre lo largo y lo complejo, las idas y vueltas, las perversiones y las conquistas, los avances y falencias. A pesar de cierto “pendulismo”, a pesar de muchas conquistas, nuestra Democracia en américa latina es fuerte. Pero el planteo de fondo, a esta fortaleza, es si en realidad no podríamos advertir un vació que la debilita, rasgos que la desdibujan y roles nuevos de los que no somos conscientes – no lo es la dirigencia – y podrían ayudarnos a fortalecer la Democracia.

Podríamos empezar diciendo que la historia en nuestra democracia ha sido aleccionadora. Con deficiencia y deudas, sobre todo hacia dentro, las elecciones son una práctica irrenunciable, la ciudadanía se ha ampliado y fortalecido, y la sociedad toda, consciente de problemas y deudas, quiere resolver todo dentro de las reglas del juego democrático. Esto, produce que el debate ya no sea por la democracia al estilo griego heredado (tener presentes las concepciones filosóficas e históricas es necesario) sino porqué tipo de democracia queremos. El desafío es enfrentar el modo de pensar y diseñar la democracia a la altura de los cambios.

Las instituciones democráticas que hemos solidificado en el pasado son aquellas que fueron pensadas y concebidas hace un poco más de 200 años, pero que responden a los efectos, a los valores e incluso avances tecnológicos de esa época. Esa tecnología ha cambiado sustancialmente y desde luego su contenido. Sobre todo si tenemos en cuenta los cambios de hace unos 20 años, con el impacto de internet, la red y el acortamiento de tiempos y distancia.

Paradójicamente, el sistema político ha quedado desincronizado de los tiempos en que hoy la democracia necesita de replanteos. Mientras que nuevos avances y tecnologías nos permiten un empoderamiento ciudadano sin precedentes, el sistema político pretende o se ha quedado en la idea de concebir a los ciudadanos como simple receptores de un monologo.

Hoy la democracia esta replanteada en un sistema político que tiene reminiscencias de viejas formas de representación (liderazgos fuertes y carismáticos por ejemplo) y ciudadanos con nuevas capacidades y posibilidades de representarse a sí mismos. Si estas ideas chocaran y se agrandara una diferencia en cuanto concepción, el choque sería inmenso, resultando formas de Estado y de la sociedad totalmente distanciadas y vaciadas. Uno de los principales aspectos de las instituciones políticas de la Democracia es la legitimidad, y en ello, los partidos políticos, como eslabón importante de la Democracia replanteada, son – deberían ser – los encargados de mediar no solo propuestas cargadas de retoricas sino mediar la confianza en la sociedad. Confiamos en que los partidos y los candidatos agregan nuestras demandas y las elevan a la dirigencia gobernante; confiamos en las instituciones ligadas al mercado lo suficiente para intercambiar bienes y servicios; confiamos en la protección de las leyes y entregamos la seguridad y la justicia al monopolio de la fuerza. Sin embargo, vemos que las instituciones democráticas gozan de menos legitimidad que las privadas, y los partidos políticos se encuentran en lo último de la lista, a veces sin ser opción. En todo caso, ¿cómo nos replanteamos replantear la confianza?

Si algunos modelos tradicionales de organización de la democracia han perdido gran parte de su legitimidad, ante todo de su capacidad para responder a las demandas, necesitamos empezar a pensar, a diseñar confianza en la Democracia, una vez más, sin relegar funciones al mercado, a la ortodoxia económica. Esta necesidad, debe nacer de aquello que se encuentra en el centro mismo de la organización de la política democrática: el poder.

Las instituciones democráticas distribuyen poder. Si la confianza en las instituciones democráticas vigentes es cada vez menor, y el rol del ciudadano aparece descontextualizado y funcional nada más cuando hay elecciones, y por lo tanto la legitimidad es cada vez más cuestionada pero convalidada por fuerzas antidemocráticas, a menos que logremos articular una alternativa, nos enfrentaremos a un replanteo vacío del verdadero poder, que es democrático, pero que será ocupado rápidamente por alternativas de facto, radicalizadas o de fuerte tinte discursivo fascista.
Si la democracia es un espacio vivo, en constante transformación, significa que no tenemos porque aceptar pasivamente las imposiciones y mucho menos el vaciamiento de la calidad de vida democrática (salud, educación, ascendencia y movilidad social, justicia social). Nuestra Democracia es un bien colectivo que no puede relegarnos a su conformación y definición. No es un proceso fácil y ligero, pero estamos en un momento del replanteo de la democracia donde muchas innovaciones nos hacen debatir necesariamente, que nos distraigan, que nos utilicen, que nos sometan al juego maniqueo de los intereses, depende de nosotros y de nuestro ejercicio del tecnos y demos al amparo de una ciudadanía con muchas más capacidades que las de hace 20 años nada más. 

La Democracia replanteada ¿Cómo lo hacemos?

“Esta necesidad, debe nacer de aquello que se encuentra en el centro mismo de la organización de la política democrática: el poder”
Cristian Iván Da Silva
lunes, 2 de septiembre de 2019, 10:20 h (CET)

La democracia es, ante todo, una forma de organización social, una de tantas. Pero también es la más legítima y necesaria a la hora de plantear los desafíos y de convalidar logros. En efecto, el rasgo sustantivo, en cuanto contenido y calidad, es lo que define a nuestra democracia hoy. En este sentido, no puede ser ajeno a nadie el rol del ciudadano. Incluso el actual rol del ciudadano. Pareciera un planteo lógico, casi subsumido al sentido común. Pero es de destacar que actualmente algunos roles nuevos surgen, no tan positivamente, y otros se diluyen, también en aspectos negativos, es el caso del fanatismo radical.

Esto principalmente se debe a que la Democracia no es estática, no es algo de laboratorio – aunque haya iluminados y concepciones que la vean así para la convalidación de intereses -. La democracia es constituida y reconstruida históricamente. Es por ello que cada sociedad, según sus propias características y posibilidades se organiza a su manera. En el caso de nuestra región, con grandes diferencias entre países, tiene características particulares que le son propias, que han definido sus procesos políticos. En nuestra región, quizás como en ninguna otra parte, la construcción de la democracia ha sido un constante replanteo, entre lo largo y lo complejo, las idas y vueltas, las perversiones y las conquistas, los avances y falencias. A pesar de cierto “pendulismo”, a pesar de muchas conquistas, nuestra Democracia en américa latina es fuerte. Pero el planteo de fondo, a esta fortaleza, es si en realidad no podríamos advertir un vació que la debilita, rasgos que la desdibujan y roles nuevos de los que no somos conscientes – no lo es la dirigencia – y podrían ayudarnos a fortalecer la Democracia.

Podríamos empezar diciendo que la historia en nuestra democracia ha sido aleccionadora. Con deficiencia y deudas, sobre todo hacia dentro, las elecciones son una práctica irrenunciable, la ciudadanía se ha ampliado y fortalecido, y la sociedad toda, consciente de problemas y deudas, quiere resolver todo dentro de las reglas del juego democrático. Esto, produce que el debate ya no sea por la democracia al estilo griego heredado (tener presentes las concepciones filosóficas e históricas es necesario) sino porqué tipo de democracia queremos. El desafío es enfrentar el modo de pensar y diseñar la democracia a la altura de los cambios.

Las instituciones democráticas que hemos solidificado en el pasado son aquellas que fueron pensadas y concebidas hace un poco más de 200 años, pero que responden a los efectos, a los valores e incluso avances tecnológicos de esa época. Esa tecnología ha cambiado sustancialmente y desde luego su contenido. Sobre todo si tenemos en cuenta los cambios de hace unos 20 años, con el impacto de internet, la red y el acortamiento de tiempos y distancia.

Paradójicamente, el sistema político ha quedado desincronizado de los tiempos en que hoy la democracia necesita de replanteos. Mientras que nuevos avances y tecnologías nos permiten un empoderamiento ciudadano sin precedentes, el sistema político pretende o se ha quedado en la idea de concebir a los ciudadanos como simple receptores de un monologo.

Hoy la democracia esta replanteada en un sistema político que tiene reminiscencias de viejas formas de representación (liderazgos fuertes y carismáticos por ejemplo) y ciudadanos con nuevas capacidades y posibilidades de representarse a sí mismos. Si estas ideas chocaran y se agrandara una diferencia en cuanto concepción, el choque sería inmenso, resultando formas de Estado y de la sociedad totalmente distanciadas y vaciadas. Uno de los principales aspectos de las instituciones políticas de la Democracia es la legitimidad, y en ello, los partidos políticos, como eslabón importante de la Democracia replanteada, son – deberían ser – los encargados de mediar no solo propuestas cargadas de retoricas sino mediar la confianza en la sociedad. Confiamos en que los partidos y los candidatos agregan nuestras demandas y las elevan a la dirigencia gobernante; confiamos en las instituciones ligadas al mercado lo suficiente para intercambiar bienes y servicios; confiamos en la protección de las leyes y entregamos la seguridad y la justicia al monopolio de la fuerza. Sin embargo, vemos que las instituciones democráticas gozan de menos legitimidad que las privadas, y los partidos políticos se encuentran en lo último de la lista, a veces sin ser opción. En todo caso, ¿cómo nos replanteamos replantear la confianza?

Si algunos modelos tradicionales de organización de la democracia han perdido gran parte de su legitimidad, ante todo de su capacidad para responder a las demandas, necesitamos empezar a pensar, a diseñar confianza en la Democracia, una vez más, sin relegar funciones al mercado, a la ortodoxia económica. Esta necesidad, debe nacer de aquello que se encuentra en el centro mismo de la organización de la política democrática: el poder.

Las instituciones democráticas distribuyen poder. Si la confianza en las instituciones democráticas vigentes es cada vez menor, y el rol del ciudadano aparece descontextualizado y funcional nada más cuando hay elecciones, y por lo tanto la legitimidad es cada vez más cuestionada pero convalidada por fuerzas antidemocráticas, a menos que logremos articular una alternativa, nos enfrentaremos a un replanteo vacío del verdadero poder, que es democrático, pero que será ocupado rápidamente por alternativas de facto, radicalizadas o de fuerte tinte discursivo fascista.
Si la democracia es un espacio vivo, en constante transformación, significa que no tenemos porque aceptar pasivamente las imposiciones y mucho menos el vaciamiento de la calidad de vida democrática (salud, educación, ascendencia y movilidad social, justicia social). Nuestra Democracia es un bien colectivo que no puede relegarnos a su conformación y definición. No es un proceso fácil y ligero, pero estamos en un momento del replanteo de la democracia donde muchas innovaciones nos hacen debatir necesariamente, que nos distraigan, que nos utilicen, que nos sometan al juego maniqueo de los intereses, depende de nosotros y de nuestro ejercicio del tecnos y demos al amparo de una ciudadanía con muchas más capacidades que las de hace 20 años nada más. 

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