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Descansa, mi amor,
por todos los que no lo pueden hacer.
Y luego juega a construir mundos,
por todos los que no lo pueden hacer.
Busca el oro de cada instante,
por todos los que no lo pueden hacer.
Siente el Sol en tu sangre,
por todos los que no lo pueden hacer.
Mira al caballo libre,
por todos los que no lo pueden hacer.
Tan calmado, en su valle,
por todos los que no lo pueden hacer.
Cierra ojos, ve ríos,
por todos los que no lo pueden hacer.
Olisquea la rosa,
por todos los que no lo pueden hacer.
Escucha hondo a lo eterno,
por todos los que no lo pueden hacer.
Y ahora entona este canto,
por todos los que no lo pueden hacer.
Lo grande en lo pequeño,
por todos los que no lo pueden hacer.
Desde el gorrión canta el mar,
por todos los que no lo pueden hacer.
Esta noche bailamos
por todos los que no lo pueden hacer.
Mira bien dónde pisas,
por todos los que no lo pueden hacer.
Hablarán los caminos,
por todos los que no lo pueden hacer.
Sé feliz, sé sonrisa,
por todas las que no lo pueden hacer.
Las montañas te miran,
por todas las que no lo pueden hacer.
Enséñanos tus ojos,
por todas las que no lo pueden hacer.
Tus marcas de guerra vivas,
por todas las que no lo pueden hacer.
Abriremos las puertas,
por todas las que no lo pueden hacer.
Soneto dedicado a la Hermandad del Cristo de los Estudiantes de Córdoba que ha logrado esta imagen, tan cabal como conmovedora, que nos acerca, más aún, al Cristo Vivo del Sagrario.
A pocos días de que comience la Semana Santa, en donde se vive con especial devoción en lugares tan emblemáticos como Sevilla, cae en nuestras manos una característica novela negra del escritor Fran Ortega. Los hijos de justo comienza con el capellán de la Macarena degollado en la Basílica, en donde, además, no hay rastro de la imagen de la virgen.
Te he mirado Señor, como otras veces, pero hoy tu rostro está más afligido. Sé que ahora te sientes muy herido por agravios que tu no te mereces.
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