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Una novela de Aurora Varela

Capítulo 16: Fue a la Junta de Condominios del edificio. Parte II

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Novela fácil de leer, escrito en lenguaje coloquial venezolano y con temática del país. Lleno de caminos por transitar, es la historia de una mujer sencilla, que demostró ser bárbara.

Los del diecisiete, unos argentinos que tenían un perro de tamaño mediano, de pelo blanco con motas negras, al que llamaban Pinky y que era muy querido por Alejandra.

Los del veinte, otros portugueses que amaban a Portugal. Tenían muebles que traían desde allí, de gran calidad y muy dibujados. Estaban muy orgullosos de demostrar lo que en su país se producía, a la par que hermosísimos encajes y puntillas para cortinas, camas, sillas, almohadas, cojines, ropa, y tantas otras cosas.

Esos eran los vecinos de Caracas entre los que Alejandra creció.

Gente de todas las razas y costumbres viviendo en un mismo edificio de veinticinco plantas.

Gente que se encontraba en la calle, en el ascensor, en el estacionamiento.

Gente, en alguna de la cual, sabía, podía confiar plenamente, a pleno pulmón.

Gente que llamaba a su puerta cuando había robos de carros en el garaje.

Más de una vez faltó la radio del carro del padre de Alejandra, que por cierto le encantaban los carros.

Tenía tres, un chevrolet de color verde manzana y dos chevi novas de color beige y que eran idénticos. Uno de los chevi novas el padre de Alejandra decía que era de su amadísima esposa y el otro, que era de él. Alejandra se sentía cómoda en esos carros.

Eran amplios con buenas radios, automáticos. A ella le gustaban los carros así, sin la palanquita de las marchas. Ella disfrutaba cuando tres personas podían ir holgadamente en la parte de atrás, pudiendo mover brazos y piernas. Tenía unos sofás muy bien forrados y su madre le había hecho unos cojines con unos perritos bordados.

Parecían carros de lujo. No envidiaba Alejandra los mercedes ni los roll royce. En esos carros fue Alejandra toda su vida al colegio llevada por sus padres. Desde esos carros contempló el paisaje caraqueño día a día. Desde esos carros repasó una y otra vez la lección del colegio de la que le harían el examen al día siguiente. Desde esos carros regresaba del colegio con su gatito acostado en el sillón delantero. En esos carros, oyó cantar a su padre en más de mil canciones mientras comía el pan que comprara en la panadería. En esos carros se podía hasta jugar a las cartas. En esos carros se podía dormir como en una cama. Era una nube de recuerdos para ella, y cada vez que su padre vendía uno para comprar otro, ella lo pasaba realmente mal. En una ocasión su padre tuvo en casa un carro de marca Ford de color crema que era aún mayor que los otros. Era un carro del año de la pera, pero muy útil. Alejandra amaba ir en ellos. Su padre también tuviera un jeep y un volkswagen. Y otros tantos coches que ya no recordaba.

…Su padre se reía mucho cuando el viejo que vendía en la papelería de la mezanina del edificio le pedía la mano de su esposa como si fuera la de su hija. Un día se lo aclaró y el hombre no hacía más que pedirle disculpas y más disculpas, le contó que creía que era su hijita y no su mujer. Lo cierto es que a su padre no le gustaba que la pretendiese ese vendedor. Le gustó poner fin a ese asunto, pero sin embargo, cuando estaba solo se reía de los sucesos. En los bajos había también una cafetería donde el padre de Alejandra iba a tomar café y unos cachitos de jamón y queso. También había un sitio, en donde, además, vendían bebidas alcohólicas. Dando la vuelta en la esquina había un abastos. Allí iba Alejandra a hacer alguna compra. Cuando iba recibía más de un piropo de sus compatriotas venezolanos. Tantos, que incluso llegaba a molestarse con ellos. Por eso en algunas ocasiones no quería ni ir. Cruzando la calle había una plaza. En ella más de una vez un pájaro picara en la cabeza de su padre. Le conocía y debía tenerle manía.

En ese parque más de una vez su padre se juntó a hablar con los amigos.

Su madre le veía desde la ventana para ver que estaba bien, que estaba vivo y que nadie le hubiera disparado. Es Venezuela, sin más.

Cuando no le veía, estaba preocupada y más si era tarde y tardaba, no por serle infiel, no resulta en Venezuela engañar a la pareja, pues va y te sacan lo que tienes y luego te matan. Podía pasar, las probabilidades eran del 80%.

Si tardaba era realmente una mala señal. Las faldas para un hombre en Venezuela salen caras. Se ama el dinero, lo que se puede robar, no al hombre, no al macho. Mi padre lo sabía, por eso era fiel a mi madre, por eso, y por vocación... por amor. Porque era su media naranja. Para ser fiel hay que vivir en un país de terroristas sin ser como ellos, entonces eso viene solo… no poder salir por las noches, tener que medir siempre las palabras, no poder confiar en nadie... eso hace que te centres solamente en tu casa, en los tuyos. Pero lo bonito es ser fiel por vocación, como mi padre, no por obligación.

Pero como castigo para un diablo, el que lo sea en Venezuela, sin saber el terreno que pisa, morirá robado y asesinado de la misma forma que han matado.

Por eso se encuentran por allí, aún almas puras, de esas que no conocen el pecado demasiado, más que en su justa medida de devolver lo recibido y bien pagada te vas no al paraíso. Hay que cuidarse, defenderse y devolverlas.

De esas que no hay en todos los lados hay esas almas aún por ahí rodando, de esas que son el futuro en estas tierras de basura porque basura son los humanos todos.





Capítulo 16: Fue a la Junta de Condominios del edificio. Parte II

Una novela de Aurora Varela
Aurora Peregrina Varela Rodriguez
jueves, 27 de junio de 2019, 09:22 h (CET)

Novela fácil de leer, escrito en lenguaje coloquial venezolano y con temática del país. Lleno de caminos por transitar, es la historia de una mujer sencilla, que demostró ser bárbara.

Los del diecisiete, unos argentinos que tenían un perro de tamaño mediano, de pelo blanco con motas negras, al que llamaban Pinky y que era muy querido por Alejandra.

Los del veinte, otros portugueses que amaban a Portugal. Tenían muebles que traían desde allí, de gran calidad y muy dibujados. Estaban muy orgullosos de demostrar lo que en su país se producía, a la par que hermosísimos encajes y puntillas para cortinas, camas, sillas, almohadas, cojines, ropa, y tantas otras cosas.

Esos eran los vecinos de Caracas entre los que Alejandra creció.

Gente de todas las razas y costumbres viviendo en un mismo edificio de veinticinco plantas.

Gente que se encontraba en la calle, en el ascensor, en el estacionamiento.

Gente, en alguna de la cual, sabía, podía confiar plenamente, a pleno pulmón.

Gente que llamaba a su puerta cuando había robos de carros en el garaje.

Más de una vez faltó la radio del carro del padre de Alejandra, que por cierto le encantaban los carros.

Tenía tres, un chevrolet de color verde manzana y dos chevi novas de color beige y que eran idénticos. Uno de los chevi novas el padre de Alejandra decía que era de su amadísima esposa y el otro, que era de él. Alejandra se sentía cómoda en esos carros.

Eran amplios con buenas radios, automáticos. A ella le gustaban los carros así, sin la palanquita de las marchas. Ella disfrutaba cuando tres personas podían ir holgadamente en la parte de atrás, pudiendo mover brazos y piernas. Tenía unos sofás muy bien forrados y su madre le había hecho unos cojines con unos perritos bordados.

Parecían carros de lujo. No envidiaba Alejandra los mercedes ni los roll royce. En esos carros fue Alejandra toda su vida al colegio llevada por sus padres. Desde esos carros contempló el paisaje caraqueño día a día. Desde esos carros repasó una y otra vez la lección del colegio de la que le harían el examen al día siguiente. Desde esos carros regresaba del colegio con su gatito acostado en el sillón delantero. En esos carros, oyó cantar a su padre en más de mil canciones mientras comía el pan que comprara en la panadería. En esos carros se podía hasta jugar a las cartas. En esos carros se podía dormir como en una cama. Era una nube de recuerdos para ella, y cada vez que su padre vendía uno para comprar otro, ella lo pasaba realmente mal. En una ocasión su padre tuvo en casa un carro de marca Ford de color crema que era aún mayor que los otros. Era un carro del año de la pera, pero muy útil. Alejandra amaba ir en ellos. Su padre también tuviera un jeep y un volkswagen. Y otros tantos coches que ya no recordaba.

…Su padre se reía mucho cuando el viejo que vendía en la papelería de la mezanina del edificio le pedía la mano de su esposa como si fuera la de su hija. Un día se lo aclaró y el hombre no hacía más que pedirle disculpas y más disculpas, le contó que creía que era su hijita y no su mujer. Lo cierto es que a su padre no le gustaba que la pretendiese ese vendedor. Le gustó poner fin a ese asunto, pero sin embargo, cuando estaba solo se reía de los sucesos. En los bajos había también una cafetería donde el padre de Alejandra iba a tomar café y unos cachitos de jamón y queso. También había un sitio, en donde, además, vendían bebidas alcohólicas. Dando la vuelta en la esquina había un abastos. Allí iba Alejandra a hacer alguna compra. Cuando iba recibía más de un piropo de sus compatriotas venezolanos. Tantos, que incluso llegaba a molestarse con ellos. Por eso en algunas ocasiones no quería ni ir. Cruzando la calle había una plaza. En ella más de una vez un pájaro picara en la cabeza de su padre. Le conocía y debía tenerle manía.

En ese parque más de una vez su padre se juntó a hablar con los amigos.

Su madre le veía desde la ventana para ver que estaba bien, que estaba vivo y que nadie le hubiera disparado. Es Venezuela, sin más.

Cuando no le veía, estaba preocupada y más si era tarde y tardaba, no por serle infiel, no resulta en Venezuela engañar a la pareja, pues va y te sacan lo que tienes y luego te matan. Podía pasar, las probabilidades eran del 80%.

Si tardaba era realmente una mala señal. Las faldas para un hombre en Venezuela salen caras. Se ama el dinero, lo que se puede robar, no al hombre, no al macho. Mi padre lo sabía, por eso era fiel a mi madre, por eso, y por vocación... por amor. Porque era su media naranja. Para ser fiel hay que vivir en un país de terroristas sin ser como ellos, entonces eso viene solo… no poder salir por las noches, tener que medir siempre las palabras, no poder confiar en nadie... eso hace que te centres solamente en tu casa, en los tuyos. Pero lo bonito es ser fiel por vocación, como mi padre, no por obligación.

Pero como castigo para un diablo, el que lo sea en Venezuela, sin saber el terreno que pisa, morirá robado y asesinado de la misma forma que han matado.

Por eso se encuentran por allí, aún almas puras, de esas que no conocen el pecado demasiado, más que en su justa medida de devolver lo recibido y bien pagada te vas no al paraíso. Hay que cuidarse, defenderse y devolverlas.

De esas que no hay en todos los lados hay esas almas aún por ahí rodando, de esas que son el futuro en estas tierras de basura porque basura son los humanos todos.





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