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Marcos Méndez

'El arco', de Kim Ki-duk

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Hay algo muy interesante en el cine que fabrica el coreano Kim Ki-duk, algo fascinante, abstracto. Sus historias -como esta, la relación entre una joven y el anciano patrón que la cuida en el minúsculo espacio de un barco pesquero- son pequeñas, acorde con ese decorado por el que se mueven sus personajes, desnudas de giros argumentales que puedan distraer al espectador de un núcleo principal de invidiable solidez. En todas las películas de Kim Ki-duk que conozco (por orden cronológico: La Isla, Primavera, verano, otoño, invierno... y primavera, Samaritan Girl, Hierro 3 y El arco) se revela esta conciencia por una narración exenta de elementos disuasorios, y sin embargo la "estética" de estas cinco películas puede ser cualquier cosa menos aséptica.

En El arco el tono escogido es el mismo, los recursos estilísticos muy similares e incluso algunos componentes del drama se parecen a sus trabajos pretéritos, pero su modo de hacer cine, el silencio y la belleza que pueblan sus obras, provoca que en un mundo tan incontinente como el nuestro estos ingredientes sean recibidos como agua de mayo. También El arco está llena de símbolos -el propio arco, las flechas y la diana, las banderas que ondean en el mástil, el vestuario de los dos protagonistas, el walkman que trae el universitario...-, algunos más reconocibles y otros crípticos -me resulta imposible acceder a las motivaciones que llevan a una determinada mise en scène en muchos momentos de esta película-, pero todos de indudable atrevimiento.

En los momentos finales, poco antes de la boda, el viejo marinero amarra el barco en el que zarpa su joven protegida al cuello, en un intento de suicidio no demasiado ortodoxo. Poco a poco vemos cómo le va faltando el aire, mientras la joven se aleja. No hacen falta brusquedades sonoras ni travellings salvajes para filmar esta escena de suspense: únicamente los estertores del viejo a punto de morir asfixiado, el ruido del motor del barco que intenta alejarse y, más tarde, el tableteo de los pasos apresurados de la chica. Es esta escena la que mejor define una película tan fácil de ver como El arco, aunque a muchos les pueda parecer somnolienta.

Por otro lado, las cuestiones éticas que nos plantea El arco recuerdan a las desarrolladas por ciertos escritores hispanoamericanos que describen sus sentimientos sin prejuicios y sin miedo. Kim Ki-duk no es de los que reprueban una conducta -por muy horrorosa que nos pueda parecer-, sino de los que escuchan lo que sus personajes tienen que decir. Y lo fabuloso de todo esto es que en sus películas nadie dice nada con los labios, por eso todas sus obras son tan cálidas, tan sumamente acogedoras, y tan diferentes a todo lo que solemos ver.

'El arco', de Kim Ki-duk

Marcos Méndez
Marcos Méndez
lunes, 22 de mayo de 2006, 11:59 h (CET)
Hay algo muy interesante en el cine que fabrica el coreano Kim Ki-duk, algo fascinante, abstracto. Sus historias -como esta, la relación entre una joven y el anciano patrón que la cuida en el minúsculo espacio de un barco pesquero- son pequeñas, acorde con ese decorado por el que se mueven sus personajes, desnudas de giros argumentales que puedan distraer al espectador de un núcleo principal de invidiable solidez. En todas las películas de Kim Ki-duk que conozco (por orden cronológico: La Isla, Primavera, verano, otoño, invierno... y primavera, Samaritan Girl, Hierro 3 y El arco) se revela esta conciencia por una narración exenta de elementos disuasorios, y sin embargo la "estética" de estas cinco películas puede ser cualquier cosa menos aséptica.

En El arco el tono escogido es el mismo, los recursos estilísticos muy similares e incluso algunos componentes del drama se parecen a sus trabajos pretéritos, pero su modo de hacer cine, el silencio y la belleza que pueblan sus obras, provoca que en un mundo tan incontinente como el nuestro estos ingredientes sean recibidos como agua de mayo. También El arco está llena de símbolos -el propio arco, las flechas y la diana, las banderas que ondean en el mástil, el vestuario de los dos protagonistas, el walkman que trae el universitario...-, algunos más reconocibles y otros crípticos -me resulta imposible acceder a las motivaciones que llevan a una determinada mise en scène en muchos momentos de esta película-, pero todos de indudable atrevimiento.

En los momentos finales, poco antes de la boda, el viejo marinero amarra el barco en el que zarpa su joven protegida al cuello, en un intento de suicidio no demasiado ortodoxo. Poco a poco vemos cómo le va faltando el aire, mientras la joven se aleja. No hacen falta brusquedades sonoras ni travellings salvajes para filmar esta escena de suspense: únicamente los estertores del viejo a punto de morir asfixiado, el ruido del motor del barco que intenta alejarse y, más tarde, el tableteo de los pasos apresurados de la chica. Es esta escena la que mejor define una película tan fácil de ver como El arco, aunque a muchos les pueda parecer somnolienta.

Por otro lado, las cuestiones éticas que nos plantea El arco recuerdan a las desarrolladas por ciertos escritores hispanoamericanos que describen sus sentimientos sin prejuicios y sin miedo. Kim Ki-duk no es de los que reprueban una conducta -por muy horrorosa que nos pueda parecer-, sino de los que escuchan lo que sus personajes tienen que decir. Y lo fabuloso de todo esto es que en sus películas nadie dice nada con los labios, por eso todas sus obras son tan cálidas, tan sumamente acogedoras, y tan diferentes a todo lo que solemos ver.

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