Si la ciudadanía de España -el pueblo, la gente-, no fuera diferente a la de los primeros treinta años del siglo pasado, se diría que se desliza, de nuevo, hacia un enfrentamiento civil. Los que de modo inconsciente, o canallescamente, lo están favoreciendo, tienen en contra de su objetivo esa gran distancia en contra. Es decir, que, se han leído la historia del país, sólo que a medias. Se han quedado con los protagonistas y circunstancias más tópicas de la Guerra Civil. La “Spanish Civil War, 1936-39”, está de sobras argumentada y estudiada, ya que, no en vano dio lugar a mayor número de publicaciones que toda la Segunda Guerra Mundial. Quienes han hecho el esfuerzo de documentarse, en un momento dado, han sentido el hastío que provoca la contemplación de una gran “plasta”, infinitamente mayor que la que dejan las vacas en su cansino caminar por los riscos de la Sierra que se contempla desde la tronera de esta columna.
Por esto, pasar página, cerrar las tapas, y guardarla en un rincón de la biblioteca, de no fácil acceso, es un gesto inevitable para seguir observando el ajetreado acontecer de las gentes de este rincón del planeta venido en llamarse Península Ibérica, poblada por españoles, portugueses, y gibraltareños. De tal modo han cambiado “los tiempos” en menos de un siglo, que a la humilde y devaluada peseta se la llevó el viento para poner en los bolsillos un “euro” fuerte, lozano, y cotizado un veinte por ciento más que el dólar. Las decisiones de trascendencia económica –la que más afecta-, se toman en Bruselas, no en Madrid, junto al resto de los efectos de estar integrados en la Unión Europea (25 países, y 500 millones de habitantes). Aún con todo, estas diferencias se quedan cortas ante el propicio cambio experimentado por la sociedad española a ras del suelo. Un médico no necesita preguntar al paciente si tiene dinero para comprar el medicamento que le prescriba, como en “¡Adiós cordera!”, la novela realista de “Clarín” (recordado por “La regenta”), que actúa a modo notarial del subdesarrollo español de comienzos del siglo XX.
Por mantener sólo este ejemplo, ningún residente en el país –español o inmigrante-, padece, hoy día, sin tener acceso a lo necesario para atender la salud, según las peculiaridades de la Seguridad Social, eso sí. Y sería prolijo extenderse en las comparaciones, siempre a favor, que el desarrollismo y la integración europea de fin de siglo introdujeron en el país. Aquellas duras realidades jugaron un papel decisivo en la explosión del 36, y, afortunadamente, ya no existen. Por eso se equivocan los que hablan del “guerracivilismo” actualmente creciente. La yesca es peligrosa si está junto a la pólvora seca, si no, se consume... Afortunadamente, la calle de la que se ha apropiado la derecha conservadora del país con sus “manifestaciones”, ya no es disputada por la izquierda que, también, tiene cosas que conservar, cosa que tampoco sucedía entonces.
Las “victimas” de la actual democracia son para “todos” motivo de digna memoria y respeto, y, que, a diferencia de los “caídos” del franquismo, tan sólo lo eran de una parte. Los criminales y aprovechados en beneficio propio, siempre han existido en este país, sin que hayan sido capaces de desencadenar una guerra civil. La “yesca”, otra vez se queda sin pólvora. La política ruin y de baja ralea, canalla, capaz por su interés de enfrentar españoles, no tiene en cuenta su equivocación. Todos los españoles tienen abuelos. Por este camino no prosperará; tendría que dejar el guante blanco y la poltrona, y “echarse al monte” para conseguir sus fines, y, para eso, carece de redaños.
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