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Ekain Rico

Terminator Schwarzenegger

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Si ya la pena de muerte es aberrante por sí sola, existen supuestos en los que lo depravado de la misma se hace mucho más visible. Este es el caso del recién ajusticiado ─por cierto, curiosa palabra─ Stanley Tookie Williams.

En teoría, el Derecho Penal Internacional defiende la tesis de que las penas impuestas por los delitos cometidos, deben tener una finalidad de reinserción del reo. Sin embargo, ya se sabe, EEUU no ha sido nunca muy amiga del ámbito internacional, mucho más si ello significa ceder un poquito de esa soberanía que, sin reparo alguno, extiende hasta otros países a través de guerras que sólo buscan petróleo.

Y es que, los mismos que se erigen en pretendidos defensores de los valores más puros de la democracia, no han sabido dejar pasar ni una sola oportunidad para demostrar sus escasas afinidades con los Derechos Humanos.

Tookie Williams, además de haber negado siempre los asesinatos que se le imputaron, aprovechó su tiempo en la cárcel para hacer algo a lo que otros, desde las altas esferas del poder norteamericano, no han dedicado ni un solo segundo en sus honorables vidas políticas.

Nueve son los libros que este hombre dedicó en contra de la violencia callejera, a modo de penitencia autoimpuesta por un turbulento pasado que culminaría con la fundación de la banda de los Crips de Los Ángeles.

Nadie pretende negar lo evidente. Tookie Williams no fue ningún santo en su juventud, pero ¿acaso lo fue quien hoy reside en la Casa Blanca? ¿Es que no es lícito reclamar el derecho a redimirse?

Pero la discusión va más allá. Quién tiene la legitimidad para decidir sobre la vida o muerte de otra persona. El hecho de que la muerte de alguien se dicte desde un juzgado, no hace sino ocultar un mismo fin bajo un eufemismo judicial socialmente menos contestado.

Para más inri, a quién tocaba decidir en última instancia sobre la muerte del reo Williams. Ni más ni menos que al gobernador Schwarzenegger quien, para no ser demasiado duros, diremos que ha llegado a la política de la mano de su liderazgo indiscutible en lo que se refiere al mundo del cine violento que, lejos de infundir valores cívicos, promueve el callejerismo contra el que Tookie Williams luchó.

Cosas veredes, amigo Sancho.

Terminator Schwarzenegger

Ekain Rico
Álvaro Peña
jueves, 15 de diciembre de 2005, 23:58 h (CET)
Si ya la pena de muerte es aberrante por sí sola, existen supuestos en los que lo depravado de la misma se hace mucho más visible. Este es el caso del recién ajusticiado ─por cierto, curiosa palabra─ Stanley Tookie Williams.

En teoría, el Derecho Penal Internacional defiende la tesis de que las penas impuestas por los delitos cometidos, deben tener una finalidad de reinserción del reo. Sin embargo, ya se sabe, EEUU no ha sido nunca muy amiga del ámbito internacional, mucho más si ello significa ceder un poquito de esa soberanía que, sin reparo alguno, extiende hasta otros países a través de guerras que sólo buscan petróleo.

Y es que, los mismos que se erigen en pretendidos defensores de los valores más puros de la democracia, no han sabido dejar pasar ni una sola oportunidad para demostrar sus escasas afinidades con los Derechos Humanos.

Tookie Williams, además de haber negado siempre los asesinatos que se le imputaron, aprovechó su tiempo en la cárcel para hacer algo a lo que otros, desde las altas esferas del poder norteamericano, no han dedicado ni un solo segundo en sus honorables vidas políticas.

Nueve son los libros que este hombre dedicó en contra de la violencia callejera, a modo de penitencia autoimpuesta por un turbulento pasado que culminaría con la fundación de la banda de los Crips de Los Ángeles.

Nadie pretende negar lo evidente. Tookie Williams no fue ningún santo en su juventud, pero ¿acaso lo fue quien hoy reside en la Casa Blanca? ¿Es que no es lícito reclamar el derecho a redimirse?

Pero la discusión va más allá. Quién tiene la legitimidad para decidir sobre la vida o muerte de otra persona. El hecho de que la muerte de alguien se dicte desde un juzgado, no hace sino ocultar un mismo fin bajo un eufemismo judicial socialmente menos contestado.

Para más inri, a quién tocaba decidir en última instancia sobre la muerte del reo Williams. Ni más ni menos que al gobernador Schwarzenegger quien, para no ser demasiado duros, diremos que ha llegado a la política de la mano de su liderazgo indiscutible en lo que se refiere al mundo del cine violento que, lejos de infundir valores cívicos, promueve el callejerismo contra el que Tookie Williams luchó.

Cosas veredes, amigo Sancho.

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