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La imagen que se me aparece de un tiempo a esta parte, cuando se marcha una parte de la cultura popular que he mamado desde que tengo uso de razón, es la de un par de tramoyistas que aparecen por el escenario para llevarse algo de él. Dos maniquís, un bafle, un perchero, un póster dedicado, no importa muy bien lo que sea. El hueco que queda es como el de cualquier cosa que no valoramos demasiado mientras creemos que está en su sitio.
En épocas de incertidumbre, pese a no ser incertidumbres graves que afecten a la salud, porque eso ya es de coger el pánico y salir corriendo, hay una maldición que afecta a los programadores profesionales, no hablo de programadores informáticos que esos tienen una o más de una maldición en los virus ídem.
Ahora dicen que comienza el concurso de ideas. La primera que les propongo: cambiarle el nombre. Por su forma, estructura y colorido actual, yo le pondría la Plaza del Caldo con Pimentón. Es un nombre sugerente, distinto, colorido y evocador. Para los nostálgicos del ligoteo caldoso, es un homenaje y recuerdo ideal. Para los nuevos progres, una denominación llena de “rojerío socarrón valenciano”.
Desapareció y nunca se volvió a saber de él», cuenta Alejandro Gilberdi. La policía lo buscó insistentemente. Preguntaba a cualquiera que pudiera saber supiera algo y, así, fue calando una imagen diferente de RaX. «Cayó del pedestal en que el superhéroe tiene que estar», resume Gilberdi. «Simplemente, dejó de serlo. Ya no tenía sentido que siguiera existiendo». Finalmente, no detuvieron a nadie. No dieron con él.
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