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Víctor Corcoba
Algo más que palabras
Víctor Corcoba
El mayor peligro que nos acecha es haber perdido la capacidad de amar, y supeditarlo todo al interés mundano

De un tiempo a esta parte, se están viniendo abajo tantos sueños, que todo parece desmoronarse y encenderse en mil conflictos anacrónicos, dejándonos en un verdadero caos. Tanto es así, que estamos más solos y divididos que nunca, acompañados por diversas ideologías, creando nuevas formas endiosadas existenciales, de pérdida del sentido natural y social, bajo una supuesta ración de intereses egoístas.

Ahí están nuestras propias facultades, dispuestas a ponerse en acción o en movimiento, con la razón que todo lo esclarece y domina, también con el coraje y el ánimo suficiente para actuar

El tiempo no es sino el área entre nuestras presencias. La faena no es fácil. Tenemos que recambiar posturas para entendernos, también restablecer modos y manera de vivir para poder cohabitar en comunión. Ciertamente, nada se consigue sin trabajo; y, en este mundo que estamos reconstruyendo entre todos cada aurora, tenemos que hacer espacio para la concordia.

Los ambientes naturales o sociales entre los que nos movemos, están altamente polarizados, lo que deteriora la familiaridad en el trato entre análogos

En un tiempo de tantas dificultades, en el que vivimos encerrados en nuestros propios intereses, tenemos que movilizarnos para el cambio. Noviembre puede ser un buen mes de inicio. Lo que debe estar claro, es que no podemos continuar enemistados con aquello de lo que formamos parte, el mundo.

Hemos barrido el orden en todo. Este panorama es desolador y confuso. El desgaste de los valores universales comienza a amortajarse en las propias familias

El mundo tiene que empezar a reconstruirse, comenzando por abatir los diversos conflictos con clemencia y espíritu democrático, que es lo que objetivamente nos hace forjar una nueva unidad entre pueblos y culturas diversas. Esta noble visión de entendimiento, sustentada en los derechos humanos y en las libertades fundamentales, nos predispone a sentirnos parte de ese hogar común, del que todos hablamos, pero poco hacemos por llevarlo a buen término.

Somos pura contradicción. Cada día estamos más alejados entre sí, invertimos más dinero en armamento militar que en programas de cooperación y recursos internacionales, y esto nos cerca el ánimo soñador y nos acerca a la muerte sensible, hasta volvernos piedras y muros intransitables.

Hay una mancha en nuestra percepción colectiva, que hemos de clarificar cada cual consigo mismo, a fin de alcanzar el sentido de responsabilidad que pesa sobre la humanidad. Nadie puede hoy en el mundo ignorar el volcán de sufrimientos que se desparraman por los rincones vivientes. El acceso a nuestra propia subsistencia es cada vez más preocupante.

La serenidad nos llama a la puerta del corazón. Tenemos que aprender a no malgastar la energía, que nos hace renacer cada día. Este instante, quizá sea el intervalo justo, para desenredar todos los nudos que nos ahogan. El gozo no radica tanto en lo que se ha vivido, sino en lo que se ha meditado como un acto de rescate y de liberación personal. En efecto, más allá de la vida presente, está el entusiasmo por rehacerse y hacer camino, por enternecernos y ser poesía.

Cuesta concebir, después del camino recorrido hasta ahora, que no tengamos aún aprendida la lección de relaciones y vínculos. Para ningún ser humano es saludable esta atmósfera tenebrosa, con su ciclo de venganzas y de derramamiento de sangre. Sea como fuere, hemos de tener claro, que no podemos continuar en conflicto permanente.

Coexistimos como seres en tránsito y en comunión por la vida; una historia que hay que valorizar, porque la memoria nos hace volver a lo que fuimos y somos. Jamás debemos olvidar este pasaje vivencial de ventanas abiertas; es menester envolvernos de nuestras raíces, reflexionar sobre ellas con el corazón y la mente.

Nada se entiende sin amor, será el modo de abrazar la paz y de resplandecer armónicamente de manera auténtica, cuestión más que requerida en estos tiempos de confusión y simulación permanente. Parece que nos hubiésemos globalizado para martirizarnos entre sí, en lugar de hermanarnos, de engrandecernos como familia y generar moradas con un símbolo de esperanza.

La gran causa de la paz entre los pueblos ha perdido energía y, con urgencia, debemos injertar dosis de entendimiento en el corazón de todos los humanos. En efecto, tan importante como el pan diario es trabajar por calmar las bravuras y garantizar que lo que se ha alcanzado hasta el momento, continúe bajo el paraguas del sosiego y resulte sostenible en nuestros propios interiores.

El mundo ha sido creado, no para despedazarse de inmoralidades, sino para ser recreado por los ojos humanos. Es un escándalo que continúen las contiendas más vivas que nunca, comenzando por las propias familias, que abandonan a sus progenitores. De igual modo, también es una indecencia, que millones de personas coexistan en la extrema pobreza.

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