MADRID, 29 (OTR/PRESS) Quisiera uno creer que las cosas vuelven a su cauce normal. Que, al fin, el lÃder de la oposición (porque todavÃa lo es) y el presidente del Gobierno encuentran ese minuto de oro para hablar de cosas que afectan muy seriamente al futuro de la nación, y me refiero ahora en concreto a la amenaza independentista planteada por la Generalitat de Catalunya. "Cuando tengas un minuto, hablamos", dicen que le hizo llegar Rajoy a Pedro Sánchez. Y ahora, nos comunican que el renacido lÃder del PSOE ha telefoneado al jefe del Gobierno para expresarle su apoyo ante el desafÃo de Puigdemont y compañÃa. Por fin se lo toman, según parece, medianamente en serio, y es lo menos que podrÃamos pedirles: hay que responder al desplante, hay que atajar la amenaza de ruptura de la nación, nada menos.
Entre las muchas anomalÃas que registra la democracia española se encuentra ese aislamiento absoluto entre quien gobierna y quien ejerce la oposición. Y no me refiero, claro está, a la efÃmera próxima moción de censura que Podemos, parece que inevitablemente, allá ellos, presentará contra Rajoy. Hablo ahora del PSOE, ese partido sin rumbo que ahora debe encontrar lo que antes llamábamos 'un sentido a su vida'. Instalarse en el 'no, no y no', en el 'enviaremos a Rajoy a la oposición' y en una vÃa de ocurrencias en solitario para confrontarlas con los problemas, ya no tiene el menor sentido: hemos visto cómo eso (no) funciona. Y las amenazas que nos llegan a los españoles exigen una nueva conducta: no cabe sino la colaboración en muchos terrenos entre las dos principales fuerzas de la nación.
Bienvenida sea la llamada pidiendo un minuto de su tiempo (manda narices) al próximo nuevo/viejo secretario general del PSOE. Bienvenido sea el telefonazo de Sánchez a La Moncloa, a donde esperemos que vaya pronto, enterrando el hacha de guerra. Me consta que Sánchez, en quien no aprecio finas dotes de analista de la coyuntura polÃtica, está encantado con su victoria en las urnas socialistas: piensa que tenÃa razón en su estrategia. Y uno tiende a pensar que no, no la tenÃa. Ganó porque no nos dejaron votar a los no militantes, que otra cosa hubiera sido si el PSOE hubiera hecho como los socialistas franceses con sus primarias: a mÃ, que reconozco ocasionalmente haber votado socialista, me hubiera gustado poder intervenir en la no elección de Sánchez, aunque hubiera sido tapándome la nariz a la hora de votar a otro/a candidato/a.
Pero no perderé la oportunidad, mientras pueda hacerlo, de expresar lo que pienso en esta hora que yo me atrevo a llamar como de aflicción de la patria. No me bastan ni con las proclamas patrióticas de Rajoy ni con los silencios -increÃble que aún no haya dado una conferencia de prensa abierta y prolongada, para que podamos preguntarle qué piensa hacer con nuestras vidas- del 'nuevo' Sánchez. Ni con los alejamientos equidistantes de Rivera. Y menos con las salidas de pata de banco de Iglesias. Ha llegado la hora de plantar cara, negociando, a los vientos de locura que nos llegan desde una Cataluña que se ha pasado claramente de frenada.
Hay soluciones, hay mucho que pactar, muchÃsimo de lo que hablar. Rajoy y Sánchez tienen que encontrar ese minuto, o más bien muchos minutos, para olvidar el pasado que les separa tanto y dialogar sobre un presente conjunto. Y sobre un futuro que nos pertenece a quienes en ellos hemos depositado nuestra representación. No podemos tolerar que sus malas relaciones personales nos pongan de nuevo al borde del abismo.
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