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Tomás

Cuentos de sor Consuelo
Manuel del Pino
lunes, 16 de octubre de 2017, 07:49 h (CET)
Tomás era un niño de apariencia normal, pero arrastraba fracaso escolar, problemas de relación con los demás, ansiedad y depresión. El psiquiatra le mandó pastillas que le dejaban apático. Se pasaba el día dibujando monigotes. A veces, los compañeros se burlaban de él en el instituto de los Maristas y se largaba a casa enfadado.

La psicoterapia no hizo desaparecer el mundo, ni su vida cotidiana; no estaba surtiendo efecto. Si Tomás no tenía cuidado, se pelearía todos los días con compañeros, hasta con profesores y volvería a casa a reventar de disgustos.

El caso llegó a oídos de sor Consuelo. Ese otoño había retiro espiritual en el convento María Auxiliadora y la monjita encargó a Tomás el dibujo de los carteles.

─Jamás lo conseguiré ─dijo Tomás─. No sirvo para nada.

─Ya lo creo que sirves ─repuso sor Consuelo─. Pregúntale a Dios.

Tomás comenzó a rezar en la capilla del convento y la iglesia de San Pablo. Esa fue su mejor terapia en el futuro. Poco a poco, a través de su relación con Jesús, adquirió más confianza en sí mismo, y gracias a sus charlas con sor Consuelo.

Dibujó preciosos carteles para el retiro espiritual de ese otoño. Al acabar el bachillerato, su vida cambió. Estudió diseño gráfico y encontró trabajo enseguida.

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En los días en que el mundo aún se estremecía con los últimos suspiros del realismo mágico, llegó a mis manos un manuscrito que parecía escrito no con tinta, sino con el polvo de alas de mariposas azules. 'Mariposa de alas azules', de María Beatriz Muñoz Ruiz, es un poemario que navega entre la sombra y la luz, entre el grito ahogado y el susurro que cura, como un río subterráneo de emociones que fluye bajo la piel del lector.

Agarrarla, además, con la mano recuerdo que constituía aproximadamente la excelsitud. Supe de excelsitudes sin incluir manos, cómo no. Eso mucho antes. Y atado.

Vagamente recordó que la hora marcaba algunos minutos de retraso. Se contempló en el espejo y de soslayo continuaba observando el reloj que había sobre la mesa de noche. Seguidamente se dedicó a la tarea que tenía entre manos. Al severo estilo del momento como trazado por una fugaz ráfaga de viento que entraba por la ventana que da al patio, daba lugar a una expresión del rostro.

 
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