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Escribir algo es fácil, que alguien se emocione puede ser muy complicado

Brahms en mayúsculas

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Brahms en mayúsculas, sinfónica, concert

En el mundo de la música, por tanto, no sólo es necesario poseer una gran técnica, sino tener la capacidad de emocionar y de transmitir. Esto es lo que ocurrió el pasado sábado en el último concierto de la Sinfónica del Vallès en el Palau de la Música de Barcelona, con dos partes muy desigualadas entre sí. La primera, todo un reto para cualquier pianista que se precie, el Concierto para piano y orquesta nº 1 de Frank Liszt. Daniil Tsvetkov, ganador del Concurso Ricard Viñes 2010, no estuvo a la altura. La técnica era correcta, pero no supo transmitir de modo alguno el Liszt más íntimo y de transparente luminosidad, como tampoco supo conectar con la Orquesta Sinfónica del Vallès, lo cual llevó consigo cierto sopor e indiferencia entre el público.

No menos acertada, pero acaso un poco más expresiva que su compañero, estuvo la vallisoletana Beatriz Blanco con las variaciones sobre un tema rococó de Tchaikovski. Si bien en algunos momentos supo demostrar ciertas dotes de elegancia, ligereza y virtuosismo, falló en la definición. Con todo, demostró que tiene un gran futuro por delante, que domina el instrumento y que exhibe un ejercicio de sensibilidad muy notable.

Lo mejor del concierto vino tras el descanso con la interpretación por parte de la Sinfónica del Vallès de la sinfonía nº 1 de Johannes Brahms. No sólo por la electrizante dirección de un Rubén Gimeno en estado de gracia. ¡Qué forma de reivindicar ese Brahms romántico y ese sinfonismo germánico! Sino también por una notable calibración en la progresión armónica, por una magnífica arquitectura con la que puso todos los matices de Brahms y, principalmente, por la fuerza que logró transmitir a la orquesta y que hizo brillar, sobre todo, a la cuerda. Brahms en mayúsculas.

Brahms en mayúsculas

Escribir algo es fácil, que alguien se emocione puede ser muy complicado
Javier Montilla
miércoles, 4 de abril de 2012, 07:38 h (CET)

Brahms en mayúsculas, sinfónica, concert

En el mundo de la música, por tanto, no sólo es necesario poseer una gran técnica, sino tener la capacidad de emocionar y de transmitir. Esto es lo que ocurrió el pasado sábado en el último concierto de la Sinfónica del Vallès en el Palau de la Música de Barcelona, con dos partes muy desigualadas entre sí. La primera, todo un reto para cualquier pianista que se precie, el Concierto para piano y orquesta nº 1 de Frank Liszt. Daniil Tsvetkov, ganador del Concurso Ricard Viñes 2010, no estuvo a la altura. La técnica era correcta, pero no supo transmitir de modo alguno el Liszt más íntimo y de transparente luminosidad, como tampoco supo conectar con la Orquesta Sinfónica del Vallès, lo cual llevó consigo cierto sopor e indiferencia entre el público.

No menos acertada, pero acaso un poco más expresiva que su compañero, estuvo la vallisoletana Beatriz Blanco con las variaciones sobre un tema rococó de Tchaikovski. Si bien en algunos momentos supo demostrar ciertas dotes de elegancia, ligereza y virtuosismo, falló en la definición. Con todo, demostró que tiene un gran futuro por delante, que domina el instrumento y que exhibe un ejercicio de sensibilidad muy notable.

Lo mejor del concierto vino tras el descanso con la interpretación por parte de la Sinfónica del Vallès de la sinfonía nº 1 de Johannes Brahms. No sólo por la electrizante dirección de un Rubén Gimeno en estado de gracia. ¡Qué forma de reivindicar ese Brahms romántico y ese sinfonismo germánico! Sino también por una notable calibración en la progresión armónica, por una magnífica arquitectura con la que puso todos los matices de Brahms y, principalmente, por la fuerza que logró transmitir a la orquesta y que hizo brillar, sobre todo, a la cuerda. Brahms en mayúsculas.

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