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Muy a menudo los almanaques incorporaron en su contraportada un recortable, representando la conocida escena del nacimiento de Jesús en un pesebre, es decir, lo que vulgarmente denominamos belén. Se dice que el primer belén fue erigido con seres vivos por San Francisco en una cueva de la montaña de Greccio, lugar próximo a Asís. Corría la Nochebuena del año 1223. Desde allí se expandió la costumbre a diversas regiones de Italia, alcanzando gran florecimiento en la corte de Nápoles. Carlos III, que allí regía, al ser coronado rey de España, importó esta costumbre a nuestro país.
Gracias a la Edición Coleccionista de TBO antes citada, coordinada y dirigida por el periodista, guionista y también divulgador de tebeos, Antoni Guiral, que comprende los almanaques editados por la publicación barcelonesa entre los años 1949 y 1983, podemos recuperar esta tradición navideña, tan enraizada entonces. Por supuesto, nada podemos saber de los extraordinarios publicados entre 1917, fecha en la que apareció el primer almanaque de TBO (56 páginas, 60 céntimos), y 1948, pero podemos suponer que probablemente también contendrían estos recortables, especialmente tras finalizar la Guerra Civil cuando el fervor religioso, de un modo u otro, alcanzó cotas tan elevadas en España.
Ricard Opisso Sala (Tarragona 1880-Barcelona 1966) fue un republicano convencido que dibujó belenes en los años 1957, 1958, 1959, 1960, 1961, 1962, 1963, 1975, 1982 y 1983, estos tres últimos sin duda se trataba de reposiciones de trabajos suyos anteriores, ya que el ilustrador tarraconense había fallecido en 1966. Lo curioso del trabajo de Opisso es que jamás repitió figuras en sus nacimientos. En unos, se centraba en la escena tradicional y en otros, concedía mayor relieve a los personajes “de reparto”, pero siempre sin duplicidades. Por ejemplo, en el año 1975 su trabajo se circunscribió única y exclusivamente en los Reyes Magos y su séquito y en 1983 concibió los personajes de la Virgen, el Niño, San José, la mula y el buey en grandes dimensiones, sin más aditamentos ni elementos auxiliares.
La única contribución a los belenes de Antoni Utrillo (Barcelona, 1867-1944) se produjo en el año 1970. Evidentemente se trataba de un trabajo recuperado ya que, al igual que ocurrió con Opisso, por la fecha de su fallecimiento resulta imposible pensar que pudo dibujar un belén ad hoc para el almanaque de dicho año.
Por su parte, Juan Bernet Toledano (Barcelona 1924-2009) diseñó en 1971 un belén laberíntico, en el que los pastores habían de descubrir el camino exacto para acceder al portal y adorar al Niño. No era un recortable, se trataba simplemente de una página con clara vocación de pasatiempo navideño. Una variante de este modelo laberíntico, se publicó en 1980 dentro del almanaque humorístico, consistente en un tablero de juego donde los jugadores, utilizando un dado y saliendo desde sus respectivos puntos de partida, pugnaban por llegar los primeros al pesebre con la ayuda de la suerte. Este trabajo no puede ser atribuido a ningún dibujante en concreto, es más bien una “obra de la redacción”, que incluía dibujos de varios autores, dejados caer sin más sobre la lámina.
El último autor de la lista, Josep Serra i Massana (Barcelona 1896-1980), dibujó un belén para el almanaque del año 1980, dentro del más puro estilo tradicional, que recordaba a alguno de los modelos ideados en su día por Opisso.
Antes de concluir este escrito, creo conveniente añadir una información accesoria. Y es que ignoro hasta qué punto los recuadros formativos y divulgativos, que publicó TBO a lo largo de todo su periplo, tenían verdadero fundamento histórico o científico. Pero lo que sí sé es que este artículo, que aquí termina, en el proceso de documentación ha bebido única y exclusivamente de esas fuentes, las de la propia revista barcelonesa. Realmente, TBO fue una publicación especial, muy especial. Y, sin duda, también muy querida. Al menos para quien esto firma.
El hombre ocupa el área ocre de la pista. La mujer, el área aceituna. El hombre, debajo de una mesa liviana. Cerca y silencioso, un enanito disfrazado de enanito de jardín. El haz del “buscador”, quieto, lo ilumina. Se enloquece. Se pasea por el área ocre. Se detiene en el hombre: Romeo, el italiano. Habrán de imaginárselo: candor.
Resulta admirable encontrarse con un libro que guarda sus raíces en la investigación académica y en la fusión de las pasiones por la tradición oral y la ilustración. La cantidad de datos, citas, reflexiones minuciosas, relatos, trazos y nombres aparecen de una manera tan acertada, que en conjunto configuran ese terreno seguro donde entregarnos confiadamente a la lectura.
En el finísimo camino del hilo casi invisible / la araña desafíala terca gravedad y la engañosa distancia, / el hierro se desgastacon el frotar de la ventana, / casi una imperceptible sinfonía endulza el ambiente / cuando el viento transitaentre las grietas de la madera, / al mismo tiempo, / dos enamorados entregan su saliva el uno al otro / como si fueran enfermos recibiendo una transfusión.
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