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Entrevista a Cristina López Schlichting

"Cuando surgió la Transición, el cambio sociocultural estaba ya consumado"

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Cristina López Schlichting (Madrid, 1965) es una periodista española con una larga carrera en los medios. Actualmente dirige Fin de Semana en Cadena COPE, escribe dos columnas en La Razón y es contertulia en RTVE y 13 TV. Ha trabajado en las redacciones de ABC y El Mundo y colaborado con Antena 3, Telecinco, Telemadrid, Cuatro e Intereconomía. Es autora de los libros ‘Políticamente incorrecta’ y ‘Yo viví en un harén’. ‘Los días modernos’ es su primera novela’.

Cristina López Schlichting pasó por Valencia para presentar ‘Los días modernos’, su primera novela, editada por Plaza&Janés, con la que la periodista madrileña debuta en el terreno de la ficción. ‘Los días modernos’ es un libro lleno de humor, nostalgia y emoción, el conmovedor relato de una niña próxima a cumplir los diez años, gracias al cual conoceremos cómo se crecía en la España de los años setenta y abriremos la ventana al tiempo de la Transición. En total más de trescientas páginas para narrar el despertar a la vida adulta de una niña y de un país.

¿Qué significa la escritura para Cristina López Schlichting?
Para mí ha sido el descubrimiento de un placer a mitad de la vida. A lo largo de la existencia, los placeres y las experiencias de iniciación son muy pocas: el primer beso, el primer hijo… Escribir ha sido una de ellas y ha constituido una sorpresa extraordinaria para mí.

Eres periodista, columnista, tertuliana, directora de programas de radio… ¿Qué buscas en la ficción que no encuentras en el periodismo?
Para un periodista esta cuestión resulta fácil de explicar. En un reportaje tú utilizas la técnica de presentación de personajes, los diálogos y los ambientes, pero en la ficción a todo esto le añades algo nuevo: la arquitectura del relato, la creación de los protagonistas y su psicología, de tal manera que con estas herramientas has de enganchar al lector. Esos mecanismos, esa ingeniería literaria, son novedosos para mí, los desconocía por completo.

Hace poco un autor opinaba que ser escritor procediendo de un medio periodístico, en concreto la televisión, se había convertido en una categoría propia, ¿tú crees que esto es bueno o malo?
A mí eso me parece mediopensionista. Me refiero a que lo mismo da que seas portero y escribas, torero y escribas o presentador de televisión y escribas. La gente de la generación EGB, que es la que retrata la novela, la de los que nacimos en el lapso de los años sesenta y setenta, heredamos de nuestros padres, algunos de ellos analfabetos o pobres que no podían comprarse un libro, un respeto tremendo hacia la cultura. Somos la última generación de lectores generalizados en formato papel y todos escondemos un criptonovelista, algo que creo que es bueno, porque refleja nuestra devoción por la cultura y por los libros.

Pero no podemos negar que trabajar en la televisión supone una ventaja a la hora de publicar.
Bueno, lo que sucede es que la actividad escritora requiere una expresión comercial. Si escribes, pero no eres capaz de vender, da igual que seas un escritor excelso porque no vas a ninguna parte. Los autores han de colocar su obra en el mercado y para eso recurren a todos los rudimentos que tienen a su alcance y el que trabaja en un medio televisivo dispone de un resorte al que puede acudir para vender. Pero si sus siguientes títulos no entretienen al lector, su trayectoria no se sostendrá, porque el libro es un objeto de placer, que cuesta dinero, y si no vale, si no engancha, ese escritor no podrá perseverar en su oficio.

Como escritora, ¿te preocupa más la forma que el fondo o, por el contrario, la peripecia te interesa más que el propio lenguaje?
La forma me ha preocupado mucho en el sentido de que el periodista maneja la lengua habitualmente y la respeta mucho. Al escribir la novela he sentido miedo y pudor, incluso vergüenza al dar el texto a imprenta. Conozco perfectamente en qué plano literario se encuentra el libro y qué puntuación le daría yo, porque en esto de la ficción seré una neófita, pero me considero una gran lectora y sé cuál es su nivel. Y hay algo que tengo claro: el argumento ha de atrapar al lector, que no debe sufrir mientras lee. Las novelas deben leerse con placer y no estoy de acuerdo con quienes piensan que leer es una ascesis con mucho sufrimiento. Como decía Cela, el planteamiento, nudo y desenlace ha de funcionar y todo lo demás me parece un fraude.

¿Cuál fue la primera imagen o la primera frase que dio origen a la ‘Los días modernos’?
En los años setenta, en mi barrio se decía que había muerto «el Chuchi» y resultaba que «el Chuchi» era Winston Churchill, ni más ni menos. Esa era la España real de entonces, la que hablaba inglés a su aire, de tal manera que Gary Cooper era Gary Cooper, y no Gary Cuper, y la muñeca Nancy era la Nancy, no la Nansi. La gente sabía que existía un mundo exterior, se interesaba por lo que ocurría fuera y aquella forma de pronunciar las palabras inglesas me dio a entender que ahí había un filón literario y me indujo a escribir la novela.

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¿La novela va dirigida a personas menores de cuarenta años o a cualquier tipo de lectores?
Esto es como decir que una persona no puede entender el siglo XIX, porque no estuvo allí para ver cómo era. La idea es que mis hijos puedan entender cómo fue nuestra infancia. Somos la primera generación cuyos padres pudieron hacer regalos a sus hijos y generarles con ello una gran capacidad de imaginar. Pero todo ha cambiado mucho. Por ejemplo, en los setenta la comida natural, la mediterránea, se consideraba como algo ordinario y lo que privaba entre nosotros era la Pantera Rosa o el Tigretón. Y en otro orden de cosas nos gustaban las faldas de tergal o los chándales de tactel. Lo que durante aquellos años era ultramoderno, ahora resulta pasado de modo.

¿Ha habido interés por tu parte en contar la Historia de España de aquellos años?
Sí, la época es una de las protagonistas del libro, es un valor añadido o, al menos, un escenario interesante. Cuando alguien como Hemingway nos acerca al mundo de la pesca o del boxeo, nos revela un panorama que nos atrae y que brinda la oportunidad a las jóvenes generaciones de visitar un tiempo que desconocen. Pero esto no es más que una pequeña parte de la novela.

¿El lector puede encontrar también un análisis político de aquel momento?
Sí, lo que ocurre es que trato la Transición más desde el punto de vista sociocultural. El aspecto político lo abordo muy de soslayo porque no era el objetivo. La protagonista, Amelia, tiene diez años y representa una generación para la que Franco significaba poco más que un cromo. Reflexionando una vez concluida la escritura, me di cuenta de que Franco sobrevivió al franquismo. En sus últimos cinco años, él era poco más que una momia y la estructura que sostenía al régimen se fue desmoronando desde 1959, momento en que llegaron los norteamericanos a nuestro país. Por todo ello, cuando surgió la Transición, el cambio sociocultural estaba ya consumado.

Por tanto, según cuentas, la niña pertenece a una generación distinta.
Exacto. Amelia es el retrato de una generación que hereda el deseo de pasar página de los abuelos y la capacidad de trabajar y tirar hacia delante de los padres. Es una niña que no está envenenada ni por el rencor, ni por el revanchismo, ni por la memoria histórica, y su generación tiene mucho que decir, ya que es la que ahora está construyendo España.

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A Amelia su padre le contaba cosas como un adulto, ¿tu padre hacía lo mismo contigo?
Mi padre hacía cosas muy conmovedoras que no salen en el libro. Por ejemplo, me recitaba poemas de Rubén Darío o se ponía a ver las estrellas conmigo y me hablaba del universo. Es un hombre muy peculiar, digo es porque afortunadamente todavía vive, que me inculcó el hambre por la lectura. Más de una vez me castigaron en el colegio por leer demasiado o por hacerlo debajo de la manta con una luz encendida. Leer es un placer y una tentación irresistible para mí.

La escritura de una novela siempre le aporta algo al escritor, ¿qué poso te ha dejado a ti ‘Los años modernos’?
Ha sido un proceso muy enriquecedor, que me ha enseñado modos distintos de mecanizar y procesar la realidad. En verdad, ahora mi cabeza funciona de otra manera y constantemente veo nuevas posibilidades literarias en cualquier lugar, lo que constituye un aspecto muy novedoso para mí. Antes me había dedicado a estudiar las ideas políticas y los fenómenos sociales, pero no había vigilado las emociones. Descubrir esta parte de mi personalidad me resulta muy divertido.

La última por hoy, Cristina, ¿perseverarás en tu carrera literaria?
Amelia ha hecho de las suyas y ha pergeñado ya otra nueva trama, que veremos si llega al papel porque me rondan un par de historias más por mi cabeza. Desde luego yo estoy muy empeñada en aprender y en registrar la realidad con un enfoque distinto al periodístico.

"Cuando surgió la Transición, el cambio sociocultural estaba ya consumado"

Entrevista a Cristina López Schlichting
Herme Cerezo
lunes, 3 de julio de 2017, 00:00 h (CET)



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Cristina López Schlichting (Madrid, 1965) es una periodista española con una larga carrera en los medios. Actualmente dirige Fin de Semana en Cadena COPE, escribe dos columnas en La Razón y es contertulia en RTVE y 13 TV. Ha trabajado en las redacciones de ABC y El Mundo y colaborado con Antena 3, Telecinco, Telemadrid, Cuatro e Intereconomía. Es autora de los libros ‘Políticamente incorrecta’ y ‘Yo viví en un harén’. ‘Los días modernos’ es su primera novela’.

Cristina López Schlichting pasó por Valencia para presentar ‘Los días modernos’, su primera novela, editada por Plaza&Janés, con la que la periodista madrileña debuta en el terreno de la ficción. ‘Los días modernos’ es un libro lleno de humor, nostalgia y emoción, el conmovedor relato de una niña próxima a cumplir los diez años, gracias al cual conoceremos cómo se crecía en la España de los años setenta y abriremos la ventana al tiempo de la Transición. En total más de trescientas páginas para narrar el despertar a la vida adulta de una niña y de un país.

¿Qué significa la escritura para Cristina López Schlichting?
Para mí ha sido el descubrimiento de un placer a mitad de la vida. A lo largo de la existencia, los placeres y las experiencias de iniciación son muy pocas: el primer beso, el primer hijo… Escribir ha sido una de ellas y ha constituido una sorpresa extraordinaria para mí.

Eres periodista, columnista, tertuliana, directora de programas de radio… ¿Qué buscas en la ficción que no encuentras en el periodismo?
Para un periodista esta cuestión resulta fácil de explicar. En un reportaje tú utilizas la técnica de presentación de personajes, los diálogos y los ambientes, pero en la ficción a todo esto le añades algo nuevo: la arquitectura del relato, la creación de los protagonistas y su psicología, de tal manera que con estas herramientas has de enganchar al lector. Esos mecanismos, esa ingeniería literaria, son novedosos para mí, los desconocía por completo.

Hace poco un autor opinaba que ser escritor procediendo de un medio periodístico, en concreto la televisión, se había convertido en una categoría propia, ¿tú crees que esto es bueno o malo?
A mí eso me parece mediopensionista. Me refiero a que lo mismo da que seas portero y escribas, torero y escribas o presentador de televisión y escribas. La gente de la generación EGB, que es la que retrata la novela, la de los que nacimos en el lapso de los años sesenta y setenta, heredamos de nuestros padres, algunos de ellos analfabetos o pobres que no podían comprarse un libro, un respeto tremendo hacia la cultura. Somos la última generación de lectores generalizados en formato papel y todos escondemos un criptonovelista, algo que creo que es bueno, porque refleja nuestra devoción por la cultura y por los libros.

Pero no podemos negar que trabajar en la televisión supone una ventaja a la hora de publicar.
Bueno, lo que sucede es que la actividad escritora requiere una expresión comercial. Si escribes, pero no eres capaz de vender, da igual que seas un escritor excelso porque no vas a ninguna parte. Los autores han de colocar su obra en el mercado y para eso recurren a todos los rudimentos que tienen a su alcance y el que trabaja en un medio televisivo dispone de un resorte al que puede acudir para vender. Pero si sus siguientes títulos no entretienen al lector, su trayectoria no se sostendrá, porque el libro es un objeto de placer, que cuesta dinero, y si no vale, si no engancha, ese escritor no podrá perseverar en su oficio.

Como escritora, ¿te preocupa más la forma que el fondo o, por el contrario, la peripecia te interesa más que el propio lenguaje?
La forma me ha preocupado mucho en el sentido de que el periodista maneja la lengua habitualmente y la respeta mucho. Al escribir la novela he sentido miedo y pudor, incluso vergüenza al dar el texto a imprenta. Conozco perfectamente en qué plano literario se encuentra el libro y qué puntuación le daría yo, porque en esto de la ficción seré una neófita, pero me considero una gran lectora y sé cuál es su nivel. Y hay algo que tengo claro: el argumento ha de atrapar al lector, que no debe sufrir mientras lee. Las novelas deben leerse con placer y no estoy de acuerdo con quienes piensan que leer es una ascesis con mucho sufrimiento. Como decía Cela, el planteamiento, nudo y desenlace ha de funcionar y todo lo demás me parece un fraude.

¿Cuál fue la primera imagen o la primera frase que dio origen a la ‘Los días modernos’?
En los años setenta, en mi barrio se decía que había muerto «el Chuchi» y resultaba que «el Chuchi» era Winston Churchill, ni más ni menos. Esa era la España real de entonces, la que hablaba inglés a su aire, de tal manera que Gary Cooper era Gary Cooper, y no Gary Cuper, y la muñeca Nancy era la Nancy, no la Nansi. La gente sabía que existía un mundo exterior, se interesaba por lo que ocurría fuera y aquella forma de pronunciar las palabras inglesas me dio a entender que ahí había un filón literario y me indujo a escribir la novela.

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¿La novela va dirigida a personas menores de cuarenta años o a cualquier tipo de lectores?
Esto es como decir que una persona no puede entender el siglo XIX, porque no estuvo allí para ver cómo era. La idea es que mis hijos puedan entender cómo fue nuestra infancia. Somos la primera generación cuyos padres pudieron hacer regalos a sus hijos y generarles con ello una gran capacidad de imaginar. Pero todo ha cambiado mucho. Por ejemplo, en los setenta la comida natural, la mediterránea, se consideraba como algo ordinario y lo que privaba entre nosotros era la Pantera Rosa o el Tigretón. Y en otro orden de cosas nos gustaban las faldas de tergal o los chándales de tactel. Lo que durante aquellos años era ultramoderno, ahora resulta pasado de modo.

¿Ha habido interés por tu parte en contar la Historia de España de aquellos años?
Sí, la época es una de las protagonistas del libro, es un valor añadido o, al menos, un escenario interesante. Cuando alguien como Hemingway nos acerca al mundo de la pesca o del boxeo, nos revela un panorama que nos atrae y que brinda la oportunidad a las jóvenes generaciones de visitar un tiempo que desconocen. Pero esto no es más que una pequeña parte de la novela.

¿El lector puede encontrar también un análisis político de aquel momento?
Sí, lo que ocurre es que trato la Transición más desde el punto de vista sociocultural. El aspecto político lo abordo muy de soslayo porque no era el objetivo. La protagonista, Amelia, tiene diez años y representa una generación para la que Franco significaba poco más que un cromo. Reflexionando una vez concluida la escritura, me di cuenta de que Franco sobrevivió al franquismo. En sus últimos cinco años, él era poco más que una momia y la estructura que sostenía al régimen se fue desmoronando desde 1959, momento en que llegaron los norteamericanos a nuestro país. Por todo ello, cuando surgió la Transición, el cambio sociocultural estaba ya consumado.

Por tanto, según cuentas, la niña pertenece a una generación distinta.
Exacto. Amelia es el retrato de una generación que hereda el deseo de pasar página de los abuelos y la capacidad de trabajar y tirar hacia delante de los padres. Es una niña que no está envenenada ni por el rencor, ni por el revanchismo, ni por la memoria histórica, y su generación tiene mucho que decir, ya que es la que ahora está construyendo España.

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A Amelia su padre le contaba cosas como un adulto, ¿tu padre hacía lo mismo contigo?
Mi padre hacía cosas muy conmovedoras que no salen en el libro. Por ejemplo, me recitaba poemas de Rubén Darío o se ponía a ver las estrellas conmigo y me hablaba del universo. Es un hombre muy peculiar, digo es porque afortunadamente todavía vive, que me inculcó el hambre por la lectura. Más de una vez me castigaron en el colegio por leer demasiado o por hacerlo debajo de la manta con una luz encendida. Leer es un placer y una tentación irresistible para mí.

La escritura de una novela siempre le aporta algo al escritor, ¿qué poso te ha dejado a ti ‘Los años modernos’?
Ha sido un proceso muy enriquecedor, que me ha enseñado modos distintos de mecanizar y procesar la realidad. En verdad, ahora mi cabeza funciona de otra manera y constantemente veo nuevas posibilidades literarias en cualquier lugar, lo que constituye un aspecto muy novedoso para mí. Antes me había dedicado a estudiar las ideas políticas y los fenómenos sociales, pero no había vigilado las emociones. Descubrir esta parte de mi personalidad me resulta muy divertido.

La última por hoy, Cristina, ¿perseverarás en tu carrera literaria?
Amelia ha hecho de las suyas y ha pergeñado ya otra nueva trama, que veremos si llega al papel porque me rondan un par de historias más por mi cabeza. Desde luego yo estoy muy empeñada en aprender y en registrar la realidad con un enfoque distinto al periodístico.

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