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Entrevista a Alfonso Zapico, dibujante de cómics

“El género biográfico está aún por explotar en el medio del cómic”

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Alfonso Zapico (Blimea, Asturias, 1981). Historietista e ilustrador freelance. Trabaja en proyectos educativos del Principado de Asturias y realiza ilustraciones, diseños y campañas para diversas agencias de publicidad, editoriales e instituciones. Es ilustrador de prensa en diarios regionales asturianos (La Nueva España, Cuenca del Nalón, Les Noticies).

Sus trabajos en el cómic han sido publicados hasta la fecha en España, Francia, Bélgica, Suiza, Canadá y Polonia. Fue galardonado con el Premio Josep Toutain del Salón Internacional del Cómic de Barcelona 2010. Actualmente reside en Francia, donde trabaja en varios proyectos de cómic en la Maison des Auteurs de Angoulême).

Álbumes publicados: Café Budapest (2008, Ed. Astiberri) y La guerra del profesor Bertenev (Paquet, 2006; Dolmen, 2009).

El año 1981, en el que nacieron Roger Federer, Natalie Portman, David Villa y París Hilton y fallecieron Josep Pla y Bob Marley, fue también el del nacimiento del dibujante de cómics Alfonso Zapico, al que ya conocíamos por sus obras anteriores (Café Budapest y La guerra del profesor Bertenev).

Habituado y apasionado por los álbumes de corte histórico, Zapico acaba de dar un paso adelante en su carrera para publicar Dublinés, una excelente biografía del escritor irlandés James Joyce. Sobre las particularidades de esta obra y de su protagonista, pude hablar hace unos días con el propio autor, mientras por Valencia, tímidamente, el otoño empezaba a asomarse por detrás de cada esquina o al abrigo de una farola.

Antes del verano publicaste el álbum ‘Dublinés’, una biografía del escritor irlandés James Joyce, ¿continúa interesándote el registro histórico como ya era patente en tus anteriores obras?

Sí, la Historia es una paleta con muchos matices, que me sirve para expresar sentimientos e inquietudes vigentes hoy día. En Bertenev exploraba el absurdo de las guerras, Café Budapest era una reivindicación de la igualdad entre diferentes y en Dublinés se manifiesta la contradicción y la genialidad del ser humano.

Dentro del registro histórico, has dado un nuevo paso, como antes lo diera Robert Crumb con su álbum sobre Kafka, y has construido una biografía, ¿por qué este salto?

Ha sido un salto arriesgado, porque hay gente que ha percibido en Dublinés un bajón en cuanto a capacidad narrativa, o que se ha echado las manos a la cabeza al ver tanto texto. Pero la gente lee novelas y ensayos, y los textos no son un obstáculo. Esta biografía es densa, con abundancia de pequeños mensajes, fiel y cercana. El género biográfico está aún por explotar en el medio del cómic, y Dublinés no es una biografía pensada para el lector de cómics: es una biografía construida, simplemente, para el lector.

¿Y por qué precisamente Joyce? ¿Qué te atraía de este escritor para ponerte a trabajar sobre él?

No sé muy bien por qué; han sido muchas razones y ninguna. Era un reto, un medio de evolución, una búsqueda de algo esencial y desconocido en la visión humanista de Joyce. Ya terminado Dublinés y a punto de concluir el cuaderno de viaje que le acompaña, es el momento de reflexionar y hacer balance. Joyce apareció un día por casualidad y se convirtió en mi penitencia particular durante más de tres años, pero estoy plenamente satisfecho de todo.

Una biografía, por definición, te obliga a ser especialmente fiel al protagonista y a los hechos que envolvieron su existencia, ¿esta circunstancia le ha restado capacidad de maniobra a tu actividad creadora en este álbum?

Evidentemente. No tanto la necesidad de ser fiel sino la necesidad de transmitir la esencia del mensaje. Un gran armazón envuelve a Joyce en Dublinés. Es necesario crear ese mundo de la vieja Europa partiendo de cero, hay que presentar personajes, hablar de la sociedad, de los cambios, de la guerra, de la vida de principios de siglo. Luego hay que ir cerrando el círculo en torno a un país, a una ciudad, a un barrio bohemio y a un viejo café donde se bebe vino suizo y se recita a Verlaine. Pero para llegar hasta allí y ser coherentes, hace falta construir todo lo anterior, muchas veces sacrificando la posibilidad de recrearse con una situación o un personaje en particular. El mensaje en detrimento de la libertad creativa.



El Dublinés.

¿Te has tomado muchas licencias?

Pocas, porque Joyce es un personaje que no necesita edulcorantes ni emulgentes, ni para lo bueno ni para lo malo. Todas las situaciones esperpénticas del libro son reales, como reales son las públicas exhibiciones de genialidad o egocentrismo del protagonista. Así vivió y así escribió Joyce, y así se lo cuento yo a mis lectores.

Supongo que un trabajo de la envergadura de este ‘Dublinés’ requiere un proceso de documentación intenso y extenso. ¿De qué fuentes has bebido para conocer al personaje?

Hay dos libros en particular que reflejan perfectamente el espíritu de Joyce: la biografía de Richard Ellmann y el Joyce para principiantes de David Norris. Uno es extenso y detallado, con fechas y nombres, y el otro es un libro de bolsillo ilustrado donde el lector descubrirá en pocas páginas la compleja sencillez del autor de Ulysses. Sobre estos dos lo he cimentado todo, ayudado por documentación fotográfica de la época y mucho, mucho café.

Sigues elaborando todo el proceso tú sólo: guión y dibujo

Sí, estoy cómodo en la piel de guionista-dibujante, no me llevo mal conmigo mismo, me exijo los plazos de entrega cordialmente, estoy abierto a mis propias sugerencias... Siempre he pensado que me costaría mucho colaborar con otra persona en una historia, pero tengo muchas ganas de probar a dibujar (o guionizar) una historia larga para otros. Es mi asignatura pendiente, para cuando tenga tiempo y energía.

Tras el derroche de color de La guerra del profesor Bertenev has regresado al bitono, ¿hay algún motivo especial que explique este cambio?

Con el formato y la extensión de Dublinés, el bitono le venía muy bien. Además, para esta historia he experimentado con la aguada en grises, que se ajusta como un guante a la historia y la dota de esa atmósfera particular de principios del siglo XX. Pienso que es el estilo perfecto para este cómic.

¿Qué tiene de Alfonso Zapico este Joyce que nos has presentado en Dublinés?

Afortunada o desafortunadamente, Joyce tiene poco de mí. Él era un personaje histriónico y exagerado en todas las facetas, un canalla con un genio desbordante. Yo tengo soy un autor discreto e introvertido; si en algo nos parecemos, es en que he hecho muchas mudanzas últimamente, y comparto con el personaje esta sensación tan abrumadora a veces de no pertenecer a ningún sitio.

Y a la inversa: como creador que eres ¿te has visto en algún momento reflejado en Joyce o, dicho de otro modo, el escritor irlandés te ha aportado algo que te pueda resultar de utilidad en tu carrera profesional?

Ha sido enriquecedor enfrentarme a dibujar la vida de Joyce, porque todo en él rebosa humanidad, igual que en Ulysses. La ilusión o desánimo de un autor, la incertidumbre de una obra, las dificultades de la creación y la esperanza en el futuro están presentes en Dublinés, y son aplicables a muchos aspectos de la vida común.

Nacido en Dublín en 1882, antes de que Irlanda obtuviese su independencia, Joyce vivió rodeado de una sociedad muy nacionalista. Sin embargo, él no lo era, ¿eso debió crearle más de un enemigo, no?

Joyce vivía y pensaba por libre. Tras desilusionarse con la política después de la muerte de Parnell, sus extravagantes opiniones no dependían tanto del interés de Irlanda como de los suyos propios. Pero complejo como era, no dejó nunca de ser un acerado crítico de la situación de Irlanda, de nacionalistas o británicos, de la Iglesia o los movimientos culturales. No es que la forma de ser de Joyce le creara muchos enemigos, es que le dificultaba tener algún amigo.

Y tampoco era muy creyente en un país tradicionalmente católico, según le dijo a su madre en el lecho de muerte había abandonado la religión

Joyce sufrió, como muchos irlandeses, una educación represiva basada en el miedo al infierno, el pecado y la penitencia. Pero abandonó pronto la fe, y se dedicó a golpear a la Iglesia católica con las mismas armas que utilizaba contra sus otros enemigos: la literatura y el humor.

Tampoco Joyce tenía una opinión demasiado favorable de los escritores irlandeses de la época. Tras conocerlo W.B. Yeats, dijo de él “¡Jamás vi una combinación tal de engreimiento colosal y minúsculo genio literario en la misma persona!”. ¿Realmente le parecían malos o era sólo la pose de un enfant terrible que buscaba un hueco en la República de las Letras sin importarle el medio?

Mi opinión es que ni una cosa ni la otra; ni estaba tan ciego como para no apreciar la valía de Yeats y compañía ni le preocupaba tanto integrarse en un movimiento cultural del que no se consideraba parte. Simplemente era un espíritu libre, egoísta y genial al mismo tiempo, consciente de su situación de “paria” literario en Irlanda y decidido a culminar su propia “Odisea”, nunca mejor dicho.

A lo que sí parecía muy aficionado es a las pintas de cerveza y al vino, ¿no?

Más que a la cerveza negra, Joyce se aficionó al vino blanco suizo, cosa rara para un irlandés. Y en la bebida tuvo su propio pecado y penitencia, en forma de alcoholismo y dolorosos problemas oculares. Sin embargo, Joyce veía en las largas noches de tertulia y alcohol el auténtico camino para llegar al corazón de la vida común, para descubrir al hombre ordinario con sus luces y sus sombras. No es muy recomendable, pero en fin, le funcionó.

¿Todo lo anterior fue la causa por la que Joyce decidió emigrar hacia nuevos horizontes, en busca de “un gran viaje espiritual” como podemos leer en una de las viñetas?

Sí, Joyce estaba abocado a marcharse de Irlanda para escribir con libertad sobre ella. Para él fue inevitable y casi accidental, una suerte de exilio voluntario que lo tuvo vagando por Europa durante años, en busca de la inspiración necesaria para crear esa compleja y densa obra literaria.

Su vida amorosa tampoco tuvo desperdicio. Además de libertino, era un soñador, un idealista, y Nora, su mujer, era quien tenía los pies en tierra, ¿cómo pudo funcionar un matrimonio semejante?

No tengo ni idea. Supongo que de la misma forma que funcionan en la vida real parejas inverosímiles. No es que Joyce y Nora hicieran mala pareja, en mi opinión se complementaban mucho; pero siempre a costa de la paciencia y aguante de Nora, que también se merece una estatua de bronce en Dublín por soportar a semejante marido.

Desde hace un tiempo has sido becado para trabajar en La Maison des Auteurs de Angoulême (Francia), una residencia para artistas del mundo del cómic. Explícame un poco en qué consiste la vida en esta residencia.

Es una ocasión extraordinaria la de trabajar en Angoulême, pero no para estar más cerca de los editores o del Museo de la BD, sino para aprender. La Maison des Auteurs funciona como un gran semillero de autores internacionales de diferentes disciplinas (cómic, animación, ilustración...). Los talleres son individuales o compartidos, y hay espacios colectivos. Depende de cada uno aprovechar al máximo la posibilidad de conocer otros puntos de vista, otras motivaciones de creación, otros métodos de trabajo, otras ideas... Ése es el bagaje más valioso con el que un autor debe regresar después de haber pasado por allí.

¿La Maison des Auteurs ha contribuido de algún modo en la gestación de ‘Dublinés’?

Evidentemente. En el fondo y en la forma, Dublinés ha sido construido prácticamente en Angoulême. Cuando he tenido dudas he preguntado a mis compañeros autores, he revisado otros trabajos anteriores, he explorado muchas posibilidades... Dublinés es el relato de un viaje realizado durante otro viaje, el mío propio, personal y profesional de estos últimos tres años.

¿Vas a continuar residiendo allí durante mucho tiempo aún?

Eso es una incógnita. Ni sé cuánto tiempo me quedaré, ni a dónde iré cuando me vaya, ni cuándo, ni por qué. Otra vez la abrumadora sensación de no pertenecer a ninguna parte, que hace del futuro algo confuso e inestable.

Y la última. Supongo que en tu cabeza ya bullirá algún nuevo proyecto, ¿puedes adelantar algo?

Aún nada. Tengo que terminar “La ruta Joyce” para diciembre, y después me tomaré un descanso después de este 2011 tan intenso.

“El género biográfico está aún por explotar en el medio del cómic”

Entrevista a Alfonso Zapico, dibujante de cómics
Herme Cerezo
martes, 4 de octubre de 2011, 07:42 h (CET)

Alfonso Zapico (Blimea, Asturias, 1981). Historietista e ilustrador freelance. Trabaja en proyectos educativos del Principado de Asturias y realiza ilustraciones, diseños y campañas para diversas agencias de publicidad, editoriales e instituciones. Es ilustrador de prensa en diarios regionales asturianos (La Nueva España, Cuenca del Nalón, Les Noticies).

Sus trabajos en el cómic han sido publicados hasta la fecha en España, Francia, Bélgica, Suiza, Canadá y Polonia. Fue galardonado con el Premio Josep Toutain del Salón Internacional del Cómic de Barcelona 2010. Actualmente reside en Francia, donde trabaja en varios proyectos de cómic en la Maison des Auteurs de Angoulême).

Álbumes publicados: Café Budapest (2008, Ed. Astiberri) y La guerra del profesor Bertenev (Paquet, 2006; Dolmen, 2009).

El año 1981, en el que nacieron Roger Federer, Natalie Portman, David Villa y París Hilton y fallecieron Josep Pla y Bob Marley, fue también el del nacimiento del dibujante de cómics Alfonso Zapico, al que ya conocíamos por sus obras anteriores (Café Budapest y La guerra del profesor Bertenev).

Habituado y apasionado por los álbumes de corte histórico, Zapico acaba de dar un paso adelante en su carrera para publicar Dublinés, una excelente biografía del escritor irlandés James Joyce. Sobre las particularidades de esta obra y de su protagonista, pude hablar hace unos días con el propio autor, mientras por Valencia, tímidamente, el otoño empezaba a asomarse por detrás de cada esquina o al abrigo de una farola.

Antes del verano publicaste el álbum ‘Dublinés’, una biografía del escritor irlandés James Joyce, ¿continúa interesándote el registro histórico como ya era patente en tus anteriores obras?

Sí, la Historia es una paleta con muchos matices, que me sirve para expresar sentimientos e inquietudes vigentes hoy día. En Bertenev exploraba el absurdo de las guerras, Café Budapest era una reivindicación de la igualdad entre diferentes y en Dublinés se manifiesta la contradicción y la genialidad del ser humano.

Dentro del registro histórico, has dado un nuevo paso, como antes lo diera Robert Crumb con su álbum sobre Kafka, y has construido una biografía, ¿por qué este salto?

Ha sido un salto arriesgado, porque hay gente que ha percibido en Dublinés un bajón en cuanto a capacidad narrativa, o que se ha echado las manos a la cabeza al ver tanto texto. Pero la gente lee novelas y ensayos, y los textos no son un obstáculo. Esta biografía es densa, con abundancia de pequeños mensajes, fiel y cercana. El género biográfico está aún por explotar en el medio del cómic, y Dublinés no es una biografía pensada para el lector de cómics: es una biografía construida, simplemente, para el lector.

¿Y por qué precisamente Joyce? ¿Qué te atraía de este escritor para ponerte a trabajar sobre él?

No sé muy bien por qué; han sido muchas razones y ninguna. Era un reto, un medio de evolución, una búsqueda de algo esencial y desconocido en la visión humanista de Joyce. Ya terminado Dublinés y a punto de concluir el cuaderno de viaje que le acompaña, es el momento de reflexionar y hacer balance. Joyce apareció un día por casualidad y se convirtió en mi penitencia particular durante más de tres años, pero estoy plenamente satisfecho de todo.

Una biografía, por definición, te obliga a ser especialmente fiel al protagonista y a los hechos que envolvieron su existencia, ¿esta circunstancia le ha restado capacidad de maniobra a tu actividad creadora en este álbum?

Evidentemente. No tanto la necesidad de ser fiel sino la necesidad de transmitir la esencia del mensaje. Un gran armazón envuelve a Joyce en Dublinés. Es necesario crear ese mundo de la vieja Europa partiendo de cero, hay que presentar personajes, hablar de la sociedad, de los cambios, de la guerra, de la vida de principios de siglo. Luego hay que ir cerrando el círculo en torno a un país, a una ciudad, a un barrio bohemio y a un viejo café donde se bebe vino suizo y se recita a Verlaine. Pero para llegar hasta allí y ser coherentes, hace falta construir todo lo anterior, muchas veces sacrificando la posibilidad de recrearse con una situación o un personaje en particular. El mensaje en detrimento de la libertad creativa.



El Dublinés.

¿Te has tomado muchas licencias?

Pocas, porque Joyce es un personaje que no necesita edulcorantes ni emulgentes, ni para lo bueno ni para lo malo. Todas las situaciones esperpénticas del libro son reales, como reales son las públicas exhibiciones de genialidad o egocentrismo del protagonista. Así vivió y así escribió Joyce, y así se lo cuento yo a mis lectores.

Supongo que un trabajo de la envergadura de este ‘Dublinés’ requiere un proceso de documentación intenso y extenso. ¿De qué fuentes has bebido para conocer al personaje?

Hay dos libros en particular que reflejan perfectamente el espíritu de Joyce: la biografía de Richard Ellmann y el Joyce para principiantes de David Norris. Uno es extenso y detallado, con fechas y nombres, y el otro es un libro de bolsillo ilustrado donde el lector descubrirá en pocas páginas la compleja sencillez del autor de Ulysses. Sobre estos dos lo he cimentado todo, ayudado por documentación fotográfica de la época y mucho, mucho café.

Sigues elaborando todo el proceso tú sólo: guión y dibujo

Sí, estoy cómodo en la piel de guionista-dibujante, no me llevo mal conmigo mismo, me exijo los plazos de entrega cordialmente, estoy abierto a mis propias sugerencias... Siempre he pensado que me costaría mucho colaborar con otra persona en una historia, pero tengo muchas ganas de probar a dibujar (o guionizar) una historia larga para otros. Es mi asignatura pendiente, para cuando tenga tiempo y energía.

Tras el derroche de color de La guerra del profesor Bertenev has regresado al bitono, ¿hay algún motivo especial que explique este cambio?

Con el formato y la extensión de Dublinés, el bitono le venía muy bien. Además, para esta historia he experimentado con la aguada en grises, que se ajusta como un guante a la historia y la dota de esa atmósfera particular de principios del siglo XX. Pienso que es el estilo perfecto para este cómic.

¿Qué tiene de Alfonso Zapico este Joyce que nos has presentado en Dublinés?

Afortunada o desafortunadamente, Joyce tiene poco de mí. Él era un personaje histriónico y exagerado en todas las facetas, un canalla con un genio desbordante. Yo tengo soy un autor discreto e introvertido; si en algo nos parecemos, es en que he hecho muchas mudanzas últimamente, y comparto con el personaje esta sensación tan abrumadora a veces de no pertenecer a ningún sitio.

Y a la inversa: como creador que eres ¿te has visto en algún momento reflejado en Joyce o, dicho de otro modo, el escritor irlandés te ha aportado algo que te pueda resultar de utilidad en tu carrera profesional?

Ha sido enriquecedor enfrentarme a dibujar la vida de Joyce, porque todo en él rebosa humanidad, igual que en Ulysses. La ilusión o desánimo de un autor, la incertidumbre de una obra, las dificultades de la creación y la esperanza en el futuro están presentes en Dublinés, y son aplicables a muchos aspectos de la vida común.

Nacido en Dublín en 1882, antes de que Irlanda obtuviese su independencia, Joyce vivió rodeado de una sociedad muy nacionalista. Sin embargo, él no lo era, ¿eso debió crearle más de un enemigo, no?

Joyce vivía y pensaba por libre. Tras desilusionarse con la política después de la muerte de Parnell, sus extravagantes opiniones no dependían tanto del interés de Irlanda como de los suyos propios. Pero complejo como era, no dejó nunca de ser un acerado crítico de la situación de Irlanda, de nacionalistas o británicos, de la Iglesia o los movimientos culturales. No es que la forma de ser de Joyce le creara muchos enemigos, es que le dificultaba tener algún amigo.

Y tampoco era muy creyente en un país tradicionalmente católico, según le dijo a su madre en el lecho de muerte había abandonado la religión

Joyce sufrió, como muchos irlandeses, una educación represiva basada en el miedo al infierno, el pecado y la penitencia. Pero abandonó pronto la fe, y se dedicó a golpear a la Iglesia católica con las mismas armas que utilizaba contra sus otros enemigos: la literatura y el humor.

Tampoco Joyce tenía una opinión demasiado favorable de los escritores irlandeses de la época. Tras conocerlo W.B. Yeats, dijo de él “¡Jamás vi una combinación tal de engreimiento colosal y minúsculo genio literario en la misma persona!”. ¿Realmente le parecían malos o era sólo la pose de un enfant terrible que buscaba un hueco en la República de las Letras sin importarle el medio?

Mi opinión es que ni una cosa ni la otra; ni estaba tan ciego como para no apreciar la valía de Yeats y compañía ni le preocupaba tanto integrarse en un movimiento cultural del que no se consideraba parte. Simplemente era un espíritu libre, egoísta y genial al mismo tiempo, consciente de su situación de “paria” literario en Irlanda y decidido a culminar su propia “Odisea”, nunca mejor dicho.

A lo que sí parecía muy aficionado es a las pintas de cerveza y al vino, ¿no?

Más que a la cerveza negra, Joyce se aficionó al vino blanco suizo, cosa rara para un irlandés. Y en la bebida tuvo su propio pecado y penitencia, en forma de alcoholismo y dolorosos problemas oculares. Sin embargo, Joyce veía en las largas noches de tertulia y alcohol el auténtico camino para llegar al corazón de la vida común, para descubrir al hombre ordinario con sus luces y sus sombras. No es muy recomendable, pero en fin, le funcionó.

¿Todo lo anterior fue la causa por la que Joyce decidió emigrar hacia nuevos horizontes, en busca de “un gran viaje espiritual” como podemos leer en una de las viñetas?

Sí, Joyce estaba abocado a marcharse de Irlanda para escribir con libertad sobre ella. Para él fue inevitable y casi accidental, una suerte de exilio voluntario que lo tuvo vagando por Europa durante años, en busca de la inspiración necesaria para crear esa compleja y densa obra literaria.

Su vida amorosa tampoco tuvo desperdicio. Además de libertino, era un soñador, un idealista, y Nora, su mujer, era quien tenía los pies en tierra, ¿cómo pudo funcionar un matrimonio semejante?

No tengo ni idea. Supongo que de la misma forma que funcionan en la vida real parejas inverosímiles. No es que Joyce y Nora hicieran mala pareja, en mi opinión se complementaban mucho; pero siempre a costa de la paciencia y aguante de Nora, que también se merece una estatua de bronce en Dublín por soportar a semejante marido.

Desde hace un tiempo has sido becado para trabajar en La Maison des Auteurs de Angoulême (Francia), una residencia para artistas del mundo del cómic. Explícame un poco en qué consiste la vida en esta residencia.

Es una ocasión extraordinaria la de trabajar en Angoulême, pero no para estar más cerca de los editores o del Museo de la BD, sino para aprender. La Maison des Auteurs funciona como un gran semillero de autores internacionales de diferentes disciplinas (cómic, animación, ilustración...). Los talleres son individuales o compartidos, y hay espacios colectivos. Depende de cada uno aprovechar al máximo la posibilidad de conocer otros puntos de vista, otras motivaciones de creación, otros métodos de trabajo, otras ideas... Ése es el bagaje más valioso con el que un autor debe regresar después de haber pasado por allí.

¿La Maison des Auteurs ha contribuido de algún modo en la gestación de ‘Dublinés’?

Evidentemente. En el fondo y en la forma, Dublinés ha sido construido prácticamente en Angoulême. Cuando he tenido dudas he preguntado a mis compañeros autores, he revisado otros trabajos anteriores, he explorado muchas posibilidades... Dublinés es el relato de un viaje realizado durante otro viaje, el mío propio, personal y profesional de estos últimos tres años.

¿Vas a continuar residiendo allí durante mucho tiempo aún?

Eso es una incógnita. Ni sé cuánto tiempo me quedaré, ni a dónde iré cuando me vaya, ni cuándo, ni por qué. Otra vez la abrumadora sensación de no pertenecer a ninguna parte, que hace del futuro algo confuso e inestable.

Y la última. Supongo que en tu cabeza ya bullirá algún nuevo proyecto, ¿puedes adelantar algo?

Aún nada. Tengo que terminar “La ruta Joyce” para diciembre, y después me tomaré un descanso después de este 2011 tan intenso.

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