El gol de Cardone en el Enio Tardini de Parma fue la decisiva nota gris que Caparrós necesitaba para poner fin a su ciclo como entrenador del Sevilla. Tras cinco años en el banquillo rojiblanco, el de Utrera deja un equipo, al que cogió medio fallecido en Segunda allá por el año dos mil en Segunda, bien clasificado en Liga, en cuartos de Copa del Rey y en octavos en la Copa de la UEFA. Pero, según se aventura a decir el periodismo sevillano, es el fin de un ciclo. Y, sinceramente, ya era hora. No por mí, no por el Sevilla, sino por el pobre Joaquín Caparrós.
El utrerano llega al Sevilla cuando los nervionenses estaban ahogados en deudas, con un equipo construido con los deshechos de los demás y una temporada en la que pocos apostaban por el ascenso. Personalmente, nunca pensé que subiría. Es más, creía que estaba hecho el equipo para no descender a Segunda B, con desconocidos, con un pre-jubilado Pablo Alfaro y con residuos de la temporada de Marcos Alonso en Primera. Pero se subió. Además paseándose por la división de plata y cosechando un histórico uno-tres en el Ruiz de Lopera.
Luego, en Primera, no consigue el ascenso por un sospechoso Osasuna-Alavés en la última jornada y, en la siguiente temporada, deja al equipo en mitad de la tabla. A la siguiente, Caparrós lo consigue. Con fichajes “de veinte duros”, instala al Sevilla en la sexta plaza y es renovado, por aclamación popular, cuando Juande Ramos tenía ya las maletas hechas y estaba desembarcando en Santa Justa. Pero esta temporada las cosas no le han salido al utrerano como pensaba. Tres competiciones, fichajes que no han respondido y exigencias por encima de su presumible nivel han instaurado en Nervión la zozobra y el miedo, y Caparrós tiene todas las papeletas para no continuar con técnico sevillista la próxima temporada.
Cierto es que ha contado con jugadores desconocidos a los que les ha sacado un rendimiento inesperado (tales como David, Casquero, Notario o Javi Navarro), pero también ha tenido errores garrafales tanto en la planificación de las temporadas como en el día a día del equipo sevillista. El hacer cambios inesperados, incomprensibles y, algunas veces, absurdos en los partidos, el fichar por fichar a hombres con Rubén Vega o Aranda, y el mantener en el equipo a personajes (no encuentro otro calificativo más acertado) como Marcelo Otero, Francisco, Alfonso o Mario, han hecho que en la afición se encontrasen cada vez más voces discordantes con la labor de Joaquín Caparrós.
El hecho es que, si Caparrós deja de ser entrenador del Sevilla, la llamada secta tendrá los días contados. La unión indisoluble existente entre Cristóbal Soria, Monchi, Álvarez y el propio Caparrós llegará a su fin, y veremos si el presidente Del Nido se arrepiente de disolver esta sociedad que tan buenos resultados les ha dado en los últimos cinco años. Lo que queda bien claro es que, aunque no se puede vivir del pasado, y mucho menos en el fútbol, la labor de Caparrós será valorada algún día dentro y fuera de la afición sevillista. Esperemos por el bien de todos que no se vuelva a cumplir ese refrán que reza algo así como “bueno me hará el que venga detrás”.
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