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Donde las calles no tienen nombre

Daniel Sanabria
Daniel Sanabria
jueves, 3 de febrero de 2011, 15:00 h (CET)
En la Bahía de Nueva York, sobre un pedestal de 46 metros, se erige en cobre la figura de una mujer con una corona de siete puntas, una antorcha alzada en su mano derecha y la mirada perdida en el horizonte del Océanto Atlántico. “Vengan las masas que ansían la libertad, vengan los que no tienen techo. Levanto mi lámpara en esta dorada puerta”. Así reza el letrero que todavía hoy se puede leer a los pies de esta obra colosal que Francia regaló a EEUU hace más de cien años: la Estatua de la Libertad.




Distrito financiero. Foto: D.Sanabria©

Daniel Sanabria / El Viajero del SIGLO XXI

En miniatura y desde la lejanía, esta emblemática efigie era lo primero que divisaban los millones de emigrantes que a principios de siglo XX viajaron a Nueva York en busca de una nueva oportunidad. Más de cien años después, la Estatua de la Libertad se ha convertido en un símbolo conocido universalmente.

Con esta carta de presentación, Nueva York abre sus puertas al mundo como ciudad multiétnica y cultural. Hasta 130 nacionalidades distintas conviven por las calles de Manhattan, Queens, Brooklyn o el Bronx, y con un total de 96 idiomas se comunican las doce millones de personas que poblan la ciudad más deseada del mundo. En Nueva York el tiempo avanza más rápidamente que en cualquier otro rincón del planeta, por lo que debemos optimizar nuestra visita a la ciudad de la mejor forma posible.

El condado de Manhattan, que durante el día llega a doblar su población, es el centro neurálgico de la ciudad de Nueva York. Por sus calles y avenidas fluye el ritmo de vida americano que a menudo vemos en las películas, con esos taxis amarillos que durante día y noche recorren las arterias de la ciudad y los estresados neoyorquinos tomando café mientras andan apresuradamente a su lugar de trabajo. Manhattan es también el condado de los rascacielos, la zona de la costa este que más metros verticales acumula. La Skyline que puede divisarse desde varios puentes de Nueva York es una estampa única, especialmente en las horas nocturnas, donde todos los rascacielos se iluminan formando un inmenso océano acristalado de luces.




Chrysler Building. Foto: D.Sanabria©


Empieza la visita
Casi todos los lugares de interés turístico se encuentran en la isla de Manhattan, bañada por el río Hudson a un lado y por el río del Este al otro. Aunque acabemos con las piernas destrozadas un día tras otro, conviene visitar los lugares a pie, ya que será esta la única forma de disfrutar del verdadero ambiente de la ciudad. Con rascacielos interminables en cada manzana, Manhattan se despliega a lo largo de Nueva York como una cuadrícula perfecta, como hecha con escuadra y cartabón. La zona más céntrica recibe el nombre de Midtown, lugar en el que encontramos gran parte de los edificios de obligada visita.

Uno de ellos es el Empire State Building, que ostentó el record de edifico más alto del planeta durante cuarenta y un años seguidos. Situado entre la calle 34 con la Quinta Avenida, alcanza una altura de casi medio kilómetro. Es imprescindible que nos hagamos con una entrada anticipada para evitar las más de dos horas de cola que a menudo se forma en el hall del edificio. Después de ascender por alguno de los 73 ascensores del Empire State, es conveniente bajarnos en el piso 86, donde un amplio mirador nos da la posibilidad de observar Nueva York como si estuviéramos subidos en un globo. A unos minutos caminando por la Avenida Lexington encontramos el Chrysler Building, otro majestuoso edificio que alberga la sede central de la compañía automovilística. Con más de trescientos metros de altura es, junto al Empire, el rascacielos más alto de Manhattan.




Abeto de Navidad. Foto: D.Sanabria©


Entre la Quinta y la Sexta Avenida encontramos el último gran complejo vertical de la ciudad: el Rockefeller Center. Hablamos de un puñado de 19 edificios con fines comerciales en cuyo corazón se instala la pista de patinaje sobre hielo más famosa del mundo. Además, en este mes de diciembre podemos ver también el gran abeto navideño que tantas escenas de películas ha visto rodar a sus pies.

De menor tamaño pero de igual jerarquía nos espera entre la Séptima Avenida y la Calle 33 el emblemático Madison Square Garden, una colosal pastilla de hormigón que alberga, entre otros eventos, los partidos de la NBA de los New York Knicks y combates de boxeo entre los púgiles más reconocidos de América. No lejos de allí también debemos visitar el Flatiron Building, uno de los rascacielos más ancianos de Manhattan al que los neoyorquinos apodan “la plancha” por el aspecto afilado de su fachada.




Skyline. Foto: D.Sanabria©

De paseo por Manhattan
Como decíamos anteriormente, Nueva York es una ciudad que se descubre a pie. Así, en el corazón de Manhattan se despliega el espacio verde más grande al que debemos peregrinar: Central Park, un perfecto rectángulo de 4 kms de largo por 800 metros de ancho donde podemos ver el Lago Reservoir. Además, por el lado este de Central Park se levantan los museos más importantes de la ciudad, con el moderno Guggenheim a la cabeza.

Por su diversidad cultural y racial, Manhattan bien podría ser un experimento social. Una de cada tres personas que recorren sus calles no es originaria de Nueva York. Quizá sea este el motivo de la gran cantidad de barrios étnicos que han proliferado en esta ciudad a lo largo de las últimas décadas. En la parte norte de la ciudad, denominada Uptown, encontramos el barrio de Harlem, un área donde reside el grueso de la comunidad afroamericana. Si tenemos la oportunidad, no podemos dejar de asistir en esta zona a una misa Gospel (los domingos), donde los creyentes cantan y bailan como forma de culto.

Por su parte, el Downtown agrupa algunos de los barrios más conocidos de Nueva York, como Chinatown –la gran comunidad asiática en Manhattan–, la Little Italy, la barriada de Tribeca o el famosísimo Soho, donde antiguamente residían la mayoría de artistas de la ciudad. En el extremo más septentrional de Downtown tampoco podemos dejar de visitar el distrito financiero, Wall Street con la legendaria bolsa de Nueva York y la Zona Cero, donde se levantaba el destruido World Trade Center. En la actualidad, sobre los cimientos de las torres gemelas, se están construyendo cinco nuevos rascacielos; con la idea de que uno de ellos se convierta en unos años en el edificio más alto del mundo.




Times Square. Foto: D.Sanabria©

Los musicales de Broadway
En la gran manzana, la única calle con osadía para romper la armonía geométrica de Manhattan es la Avenida de Broadway, famosa en el mundo entero por albergar los musicales más prestigiosos de Estados Unidos. Diagonalmente, atraviesa más de ciento cuarenta calles de la ciudad. En sus más de 35 teatros han actuado a lo largo del siglo XX personajes como Orson Welles, Groucho Marx o Grace Kelly. En la actualidad “Mamma Mia”, “The Lion Kig” o “Chicago” son algunos de los títulos que Broadway ofrece a los turistas.

Por último, tenemos la obligación de visitar, preferiblemente por la noche, el nudo de Times Square. Este rincón donde los neoyorquinos celebran la Nochevieja cada año se ha convertido en el espacio publicitario más caro del mundo. El cliente que menos paga, por su antigüedad, es Coca-Cola, que lo hace con una suma de un millón de dólares anuales. Es por la noche cuando Times Square alcanza su estado de máxima excitación, con millones de luces de neones parpadeando en las fachadas de los edificios y enormes pantallas de plasma anunciando los musicales que oferta Broadway.

Así es Manhattan, la ciudad que nunca duerme. Durante las 24 horas del día podemos encontrar tiendas abiertas con todo tipo de productos: alimentos, ropa, regalos, perfumerías, peluquerías... Los nativos suelen comentar a los turistas que hay tres cosas que no deberían dejar de hacer en las calles de Manhattan: comerse un perrito caliente en alguno de los puestos callejeros, montar en un taxi amarillo y ver un musical en Broadway.




Estatua de la libertad. Foto: D.Sanabria©


La Estatua de la Libertad
Pero Nueva York es mucho más que la isla de Manhattan. La ciudad está formada por cinco distritos, todos ellos con su encanto y sus peculiaridades. Es frecuente que los hoteles oferten varias excursiones a sus inquilinos, y entre todas ellas hay una que no podemos dejar de hacer: Nueva York, una ciudad de contrastes. Un autocar nos recogerá a tempranas horas de la mañana para hacer un recorrido por los cinco condados de la ciudad. A lo largo de esta pequeña ruta se pasa por varios puentes de Nueva York, incluido el de Brooklyn, que en su día fue la estructura colgante más larga del mundo, con casi dos kilómetros de distancia.

Esta excursión, con varias paradas para bajarnos del autocar y hacer fotos, nos dará la posibilidad de conocer Queens, el condado de mayor tamaño de Nueva York. En este distrito podemos tomar un aperitivo en alguno de los restaurantes sureños del barrio latino, donde se mezclan colombianos, mexicanos, chilenos o venezolanos; y visitar el estadio de Flushing Meadows, donde tiene lugar el USA Open de tenis. A continuación pasaremos a Brooklyn, un condado en el que podemos ver desde zonas de chalets de auténtico lujo hasta el legendario barrio judío.




Grafiti Bronx. Foto: D.Sanabria©

Por último, nos conducirán al sur del Bronx, un lugar en el que hace unos años ni siquiera los autocares de turistas podían pasar sin ser apedreados. En este barrio conflictivo nos contarán los sorprendentes secretos que encierra el Bronx, donde las peleas entre bandas callejeras han sido retratadas tantas veces en las películas norteamericanas. Los cientos de grafitis que adornan las paredes del Bronx son, en su mayoría, homenajes a pandilleros asesinados por bandas rivales. El recorrido finaliza en Manhattan, donde podemos disfrutar de un nuevo paseo por la isla.

Delito sería si nos marcháramos de Nueva York sin visitar la Estatua de la Libertad, icono y símbolo de la independencia americana. Para evitar esperas innecesarias, lo ideal es coger el primer ferry, que parte a las 9:00 de la mañana –estar presentes como tarde a las 8:30– desde Battery Park, en el extremo sur de Manhattan. Tras un agradable paseo de apenas quince minutos llegaremos a la Liberty Island, un minúsculo pedazo de tierra en la Bahía de Nueva York que sustenta la majestuosa obra. Una vez allí podemos subir en ascensor hasta la corona, o bien fotografiarla desde el pedestal. A los pies de aquella legendaria figura femenina nos daremos cuenta de lo insignificantes que somos para el mundo.

 
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