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Sonia Herrera

Y fueron felices y comieron perdices

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Hoy vuelvo al cuento, pero no a los cuentos para dormir, sino a las historias que de verdad despiertan y que construyen ideas y nuevas narraciones.

El cuento es una herramienta que han usado todas las civilizaciones a lo largo de la historia para perpetuar valores, miedos y prejuicios, así como para transmitir conocimiento y abordar problemas eminentemente humanos. Por ello, reciclar y reinventar el cuento en los nuevos entornos multimedia, digitales y audiovisuales me parece una manera especialmente inteligente de aprovechar dicha herramienta como recurso educativo.

Según el artículo de José María Perceval y Santiago Tejedor, “El cuento multimedia como recurso educativo”, la educación es el registro, revisión, gestión, expresión, formación, adiestramiento y comprensión del pensamiento humano con el objetivo de transmitir el saber y la memoria de cada civilización en particular pero, al mismo tiempo, para reinventar este marco en cada generación, para repensarlo. La materia prima con la que trabaja la educación es el pensamiento de las niñas y niños que se apropian de las enseñanzas de los adultos y las transforman en un acerbo propio con el que construirán su identidad personal y la identidad de la sociedad venidera.

Muchas veces, cuando hablábamos de reavivar y rediseñar los cuentos, inevitablemente nos viene a la cabeza Walt Disney y aunque me confieso una absoluta admiradora de los productos de la factoría, también es cierto que la edulcoración de los cuentos tradicionales, nos ha llevado a buscar lo perverso y lo grotesco en otra parte. El miedo, en su justa medida, forma parte de la socialización de una persona y si los objetos que producen horror se ocultan, los niños buscan como cubrir ese vacío a través de otros medios: videojuegos, otras películas, cómics, etc.

Pero todo clásico puede ser adaptado al contexto de modo que se construyan nuevos conocimientos y paradigmas. Romper con los arquetipos o ponerlos en duda es una forma de crear deconstruyendo. Los cuentos, los mitos y los iconos son una estupenda materia prima para la creatividad. Del mismo modo, jugar, investigar, descubrir y asombrarse son herramientas mentales idóneas en ese proceso creador, sea en un marco educativo formal o no formal.

¿Por qué no darle una vuelta a aquellos cuentos clásicos de Perrault, de los hermanos Grimm, de Andersen…? ¿Por qué no adaptarlos a nuestros días, mezclarlos e incluir otros valores como el consumo responsable, la igualdad de género o la solidaridad?

El machismo y las referencias a la sexualidad son constantes en los cuentos y ciertos estereotipos empiezan a quedarse añejos ante otro tipo de masculinidades, de parejas, de familias… En definitiva, ante otra sociedad (quieran o no algunos).

Sería interesante presenciar el momento en que las hadas madrinas se alcen en rebelión y dejen de ser una prolongación con alas de la protección materna. ¿Por qué no hacer que el príncipe encantador y almidonado tenga miedo o que decida casarse por fin con su novio de toda la vida? ¿Por qué hay que elegir entre ser una princesa remilgada, frágil y pasiva o una bruja “fea” y “maligna”, pero independiente? La vida está llena de seres mucho más variopintos y con muchos más registros. Ya lo planteaba José Agustín Goytisolo dándole la vuelta a nuestro mundo:

“Érase una vez
un lobito bueno
al que maltrataban todos los corderos
Había también
un príncipe malo
una bruja hermosa
y un pirata honrado.
Todas estas cosas había una vez
Cuando yo soñaba un mundo al revés”.

Se debe y se puede. La cenicienta que no quería comer perdices es un claro ejemplo de ello. Escrito por Nunila López Salamero e ilustrado por Myriam Cameros Sierra, este cuento cuestiona el papel que le ha tocado jugar a la mujer en su rol de Cenicienta y pone en duda ese final idealizado y sin matices del “fueron felices y comieron perdices”. Hará ya cosa de unos dos años, esta necesaria y nueva versión del clásico se convirtió en un gran éxito antes de publicarse gracias a su difusión a través de e-mails, foros y blogs que hizo que el cuento se convirtiera en todo un fenómeno de Internet.

En mi opinión, hay un gran potencial educativo encerrado en el cuento y es un potencial que no debemos desperdiciar. Los cuentos ayudan a dotar de significado a lo que nos rodea. En la introducción a su libro Psicoanálisis de los cuentos de hadas, Bruno Bettelheim afirmaba que “si deseamos vivir, no momento a momento, sino siendo realmente conscientes de nuestra existencia, nuestra necesidad más urgente y difícil es la de encontrar un significado a nuestras vidas”. Quizás, recuperar el cuento y resignificarlo pueda ser una manera de contribuir a acabar con la crisis de educación y comunicación en la que estamos inmersos.

Más aún, quizás solo debemos observar a nuestro alrededor para darnos cuenta como dice Eduardo Galeano, de que no hace falta darle la vuelta al mundo, sino asomarse a la ventana para ver que nuestro mundo ya está patas arriba, y en ese contexto es donde se deben crear nuevos cuentos, desde los márgenes, que edifiquen un mundo más justo, más global, más diverso… y valga la redundancia, una realidad más real.

Y fueron felices y comieron perdices

Sonia Herrera
Sonia Herrera
martes, 18 de enero de 2011, 10:09 h (CET)
Hoy vuelvo al cuento, pero no a los cuentos para dormir, sino a las historias que de verdad despiertan y que construyen ideas y nuevas narraciones.

El cuento es una herramienta que han usado todas las civilizaciones a lo largo de la historia para perpetuar valores, miedos y prejuicios, así como para transmitir conocimiento y abordar problemas eminentemente humanos. Por ello, reciclar y reinventar el cuento en los nuevos entornos multimedia, digitales y audiovisuales me parece una manera especialmente inteligente de aprovechar dicha herramienta como recurso educativo.

Según el artículo de José María Perceval y Santiago Tejedor, “El cuento multimedia como recurso educativo”, la educación es el registro, revisión, gestión, expresión, formación, adiestramiento y comprensión del pensamiento humano con el objetivo de transmitir el saber y la memoria de cada civilización en particular pero, al mismo tiempo, para reinventar este marco en cada generación, para repensarlo. La materia prima con la que trabaja la educación es el pensamiento de las niñas y niños que se apropian de las enseñanzas de los adultos y las transforman en un acerbo propio con el que construirán su identidad personal y la identidad de la sociedad venidera.

Muchas veces, cuando hablábamos de reavivar y rediseñar los cuentos, inevitablemente nos viene a la cabeza Walt Disney y aunque me confieso una absoluta admiradora de los productos de la factoría, también es cierto que la edulcoración de los cuentos tradicionales, nos ha llevado a buscar lo perverso y lo grotesco en otra parte. El miedo, en su justa medida, forma parte de la socialización de una persona y si los objetos que producen horror se ocultan, los niños buscan como cubrir ese vacío a través de otros medios: videojuegos, otras películas, cómics, etc.

Pero todo clásico puede ser adaptado al contexto de modo que se construyan nuevos conocimientos y paradigmas. Romper con los arquetipos o ponerlos en duda es una forma de crear deconstruyendo. Los cuentos, los mitos y los iconos son una estupenda materia prima para la creatividad. Del mismo modo, jugar, investigar, descubrir y asombrarse son herramientas mentales idóneas en ese proceso creador, sea en un marco educativo formal o no formal.

¿Por qué no darle una vuelta a aquellos cuentos clásicos de Perrault, de los hermanos Grimm, de Andersen…? ¿Por qué no adaptarlos a nuestros días, mezclarlos e incluir otros valores como el consumo responsable, la igualdad de género o la solidaridad?

El machismo y las referencias a la sexualidad son constantes en los cuentos y ciertos estereotipos empiezan a quedarse añejos ante otro tipo de masculinidades, de parejas, de familias… En definitiva, ante otra sociedad (quieran o no algunos).

Sería interesante presenciar el momento en que las hadas madrinas se alcen en rebelión y dejen de ser una prolongación con alas de la protección materna. ¿Por qué no hacer que el príncipe encantador y almidonado tenga miedo o que decida casarse por fin con su novio de toda la vida? ¿Por qué hay que elegir entre ser una princesa remilgada, frágil y pasiva o una bruja “fea” y “maligna”, pero independiente? La vida está llena de seres mucho más variopintos y con muchos más registros. Ya lo planteaba José Agustín Goytisolo dándole la vuelta a nuestro mundo:

“Érase una vez
un lobito bueno
al que maltrataban todos los corderos
Había también
un príncipe malo
una bruja hermosa
y un pirata honrado.
Todas estas cosas había una vez
Cuando yo soñaba un mundo al revés”.

Se debe y se puede. La cenicienta que no quería comer perdices es un claro ejemplo de ello. Escrito por Nunila López Salamero e ilustrado por Myriam Cameros Sierra, este cuento cuestiona el papel que le ha tocado jugar a la mujer en su rol de Cenicienta y pone en duda ese final idealizado y sin matices del “fueron felices y comieron perdices”. Hará ya cosa de unos dos años, esta necesaria y nueva versión del clásico se convirtió en un gran éxito antes de publicarse gracias a su difusión a través de e-mails, foros y blogs que hizo que el cuento se convirtiera en todo un fenómeno de Internet.

En mi opinión, hay un gran potencial educativo encerrado en el cuento y es un potencial que no debemos desperdiciar. Los cuentos ayudan a dotar de significado a lo que nos rodea. En la introducción a su libro Psicoanálisis de los cuentos de hadas, Bruno Bettelheim afirmaba que “si deseamos vivir, no momento a momento, sino siendo realmente conscientes de nuestra existencia, nuestra necesidad más urgente y difícil es la de encontrar un significado a nuestras vidas”. Quizás, recuperar el cuento y resignificarlo pueda ser una manera de contribuir a acabar con la crisis de educación y comunicación en la que estamos inmersos.

Más aún, quizás solo debemos observar a nuestro alrededor para darnos cuenta como dice Eduardo Galeano, de que no hace falta darle la vuelta al mundo, sino asomarse a la ventana para ver que nuestro mundo ya está patas arriba, y en ese contexto es donde se deben crear nuevos cuentos, desde los márgenes, que edifiquen un mundo más justo, más global, más diverso… y valga la redundancia, una realidad más real.

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