El gastrónomo y escritor francés Anthelme Brillat-Savarin acuñó aquella famosa frase que dice: “Dime lo que comes y te diré quién eres”. Y ahí reside en cierto modo la filosofía de Un país para comérselo (La 1 de TVE), una joya televisiva que sigue el legado de José Antonio Labordeta, de quien se echa la mochila al hombro para redescubrir el camino y dejarse impresionar por todo aquello que encuentra a su paso.
Los actores Imanol Arias y Juan Echanove recorren España cada semana, de punta a punta para mostrarnos maravillosos rincones de nuestra geografía y sobre todo para rendir homenaje a una parte fundamental de cualquier cultura: la gastronomía. Los sabores funcionan como eje vertebrador del programa, como nexo de unión entre historias y regiones y como cebo para todas y todos aquellos que quieran acercarse un poco a la realidad más llana y afable del Estado español.
Desde el pasado 23 de septiembre, este par de actores hermanados por el trabajo y la aventura, nos han acercado a Cádiz, los valles de “El Jerte” y “La Vera”, Pedreña, Santoña, Torrelavega, Galicia, Alicante, Huelva, Asturias, Canarias, Zaragoza, Ávila, la dehesa extremeña y Navarra.
De norte a sur, del Mediterráneo al Atlántico, así sea en la montaña como en la costa, España es un país con un patrimonio paisajístico y cultural formidable. Y quizás, tal y como se demuestra en Un país para comérselo, nuestros platos elaborados con productos de gran calidad conforman uno de los tesoros mejor guardados de este país ya que la expansión y divulgación de nuestra cocina y de la cultura gastronómica que la acompaña es una de las mejores cartas de presentación que tenemos. Un país para comérselo nos ha enseñado que Navarra sabe a cardo rojo, borraja, achicoria, queso de pastor del valle del Roncal, menestra de verduras, setas y conejo con caracoles; que Ávila no sería Ávila sin las judías del Barco, un suculento chuletón y unas exquisitas yemas de Santa Teresa; que lo ancestral sigue vivo en la cocina canaria con productos como el gofio o el almogrote; que una fabada requiere amor y paciencia; que nuestros mares nos sirven delicatessen como el pulpo, los mejillones o la merluza de pincho; que para acompañarlos no hay nada como un albariño; y, sobre todo, que la tierra nos da mucho más de lo que nosotros le brindamos.
Pero al mismo tiempo que se nos hace la boca agua ante tanto deleite del paladar, esta serie de documentales nos acercan a los ecosistemas más espectaculares, a la vanguardia, a las coplillas y los bailes populares, a las conversaciones de taberna, a la alfarería tradicional, a la ganadería y la agricultura, al misticismo de Santa Teresa, al tiro con arco, a la Ruta del Oso, a la cetrería o al Carnaval.
Recientemente, la Red Española de Desarrollo Rural (REDR) ha concedido al programa Un país para comérselo el Premio LEADER, en su categoría de Televisión “por el ejercicio de visibilización del mundo rural en el horario estelar de una cadena de televisión, a través de los productos agroalimentarios de calidad producidos y elaborados en los diferentes territorios”.
Tal como se afirma en la propia web de RTVE, estos premios buscan “fomentar una visión del medio rural vivo” así como resaltar “sus valores positivos, apostando por dinámicas que contribuyan a la mejora de la calidad de vida de los pobladores de los territorios rurales”.
En su particular ruta gastronómica por España, Juan Echanove e Imanol Arias nos han recordado que la buena mesa es un placer como existen pocos en esta vida y que al disfrutar de ella, conocemos también un poco mejor nuestro entorno, con sus tradiciones, sus curiosidades y, por qué no, sus misterios. Porque la comida, como mostraba Laura Esquivel en Como agua para chocolate, puede tener propiedades mágicas, despertar sentimientos, traer al presente recuerdos pasados, propiciar el diálogo, abrirse a la diversidad...
Las diferencias nos enriquecen y es probable que como decía el gastrónomo, cuánto más sepamos sobre lo que comemos, más sabremos sobre quiénes somos. Según la UNESCO, la diversidad cultural “es una fuerza motriz del desarrollo, no sólo en lo que respecta al crecimiento económico, sino como medio de tener una vida intelectual, afectiva, moral y espiritual más enriquecedora”. Aunque en ocasiones, lo olvidemos, los pucheros tienen mucho que ver con esa diversidad cultural, con nuestra identidad, nuestros choques y nuestras raíces.
Cierto es que todavía les quedan muchos kilómetros por recorrer, muchos manjares que saborear e infinitas costumbres que honrar. Aquí estaremos esperando la segunda entrega de ese viaje peregrino que sin duda nos ha abierto el apetito y nos ha dejado un delicioso sabor de boca hasta que un día, esperemos que lejano, las imperiosas exigencias televisivas se apoderen de los versos de José Hierro para decirnos:
“Después de la comida y los discursos cayó el telón. Y oyó el silencio de los espectadores.
Y el silencio del mar”.