Y san se acabó. Nos visita el apocalipsis en plena plenitud, y no se va por donde ha venido. Se irrita el sueño, la vida es menos vida y vivir también es menos. Se apagan las sonrisas. Los que salen a evadirse, a correr por las aceras húmedas, mojadas en vaho, no zancan como zancaban ayer. Ni lo volverán a hacer, me temo.
Pensé, tú no Marta. Tú no por favor te lo pido. La más alta flor del atletismo español, el vivo retrato de un ídolo, la cinta rosa del esfuerzo, el sacrificio y la virtud. La envidia sana. El poder de la mujer. Una diosa con piernas de galgo, de corazón indomable y de mentalidad infranqueable. Las derrotas más dulces, siempre de su lado. Las victorias más emocionantes, también.
Pero se nos ha marchitado la dichosa rosa rosa. Nos han destruido de un plumazo la tranquilidad, la credibilidad y las ilusiones que, de tratarse de Marta, estaban invertidas en un fondo de inversión siempre seguro. Y ahora resulta que no, que en realidad es mentira. O que no es toda la verdad. Qué más da.
Al traste con…¿el mundo? El mundo era un lugar más feliz cuando Marta corría. Ahora, es una especie de Atila palentina, de roca erosionada por un océano implacable al que la propia Marta ha alimentado con sus ilegalidades. Digo, de otro modo, que las mencionadas ilegalidades son la mayor decepción que me he llevado en los últimos años. Yo te quería, Marta. ¿Y ahora qué?