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Álvaro Calleja

¡Ay, Odriozola!

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Les voy a ser sincero: llevo dos semanas totalmente desconectado del mundo del ciclismo, el tema principal de esta columna. Hace dos lunes, allá por el 26 del mes pasado, dio comienzo el Campeonato de Europa de Atletismo en Barcelona. Debido a ello, cambié de chip y aparqué el deporte de las dos ruedas para centrarme en el de las dos piernas, al que sigo habitualmente, por completo. Dejé de lado a los Alberto Contador, Andy Schleck, Samuel Sánchez y compañía para seguir, paso a paso, zancada a zancada, salto a salto, lanzamiento a lanzamiento, a los Reyes Estévez, Carles Castillejo, Javier Bermejo, “Chuso” García Bragado, la sensación Lemaitre o Marta Domínguez.

Cambié de un deporte que nos ofrece éxito tras éxito, triunfo tras triunfo, alegría tras alegría, a otro en el que existe una figura, la del presidente Odriozola, que, apoltronado en su sillón, aparece, como un terremoto, antes y después de cada competición para, primero, hacer su particular quiniela, en fin, qué se le va a hacer, y, posteriormente, una vez acabada esa cita, para criticar a los atletas que él ha decidido que iban a vestir, a defender, la camiseta roja.

Él, Odriozola, el presi eterno que nunca se equivoca, apostó a que la selección española iba, como mínimo, a igualar la cosecha conseguida hace ocho años en Munich. Un hecho habitual, el de las quinielas de José María, al que Mercedes Chilla, nuestra chica de la jabalina, criticó ayer, que no se ve en ningún otro deporte, en ninguna otra federación. El presidente no puede hacer de aficionado, porque, cuando las cosas no salen, cuando el deporte hace de deporte, un estilo de vida injusto, a veces, te quedas sin justificación que valga, sin palabras que calmen el ambiente de todos aquellos que siguen el atletismo.

Cuando, además, sitúas el listón tan alto, en el punto más optimista posible, es normal que acabes dándo un tropezón, un cabezazo contra el suelo, un auténtico batacazo. Odriozola tiene la costumbre de dejar a los atletas sin escudo, con más presión de la deseada, ante miles y miles de aficionados que, como en esta ocasión, en casa, en Montjuïc, en Barcelona, ante los tuyos, esperan que esa apuesta se cumpla. Cuando no lo hacen, cuando el deportista no alcanza el listón impuesto por el máximo dirigente de la RFEA, éste desaparece y deja preparada una diana tras la cabeza de cada atleta. Luego, unos días después, reaparece para, manda narices, criticar los resultados conseguidos y decirles que se están aburguesando.

Si el atletismo desea progresar, si desea tener un futuro y no depender de ese grupo de atletas que lleva dando medallas desde hace muchísimos años, tendría que dar un cambio completo. Cuando algo no funciona, se suele cambiar.

¡Ay, Odriozola!

Álvaro Calleja
Álvaro Calleja
sábado, 7 de agosto de 2010, 13:13 h (CET)
Les voy a ser sincero: llevo dos semanas totalmente desconectado del mundo del ciclismo, el tema principal de esta columna. Hace dos lunes, allá por el 26 del mes pasado, dio comienzo el Campeonato de Europa de Atletismo en Barcelona. Debido a ello, cambié de chip y aparqué el deporte de las dos ruedas para centrarme en el de las dos piernas, al que sigo habitualmente, por completo. Dejé de lado a los Alberto Contador, Andy Schleck, Samuel Sánchez y compañía para seguir, paso a paso, zancada a zancada, salto a salto, lanzamiento a lanzamiento, a los Reyes Estévez, Carles Castillejo, Javier Bermejo, “Chuso” García Bragado, la sensación Lemaitre o Marta Domínguez.

Cambié de un deporte que nos ofrece éxito tras éxito, triunfo tras triunfo, alegría tras alegría, a otro en el que existe una figura, la del presidente Odriozola, que, apoltronado en su sillón, aparece, como un terremoto, antes y después de cada competición para, primero, hacer su particular quiniela, en fin, qué se le va a hacer, y, posteriormente, una vez acabada esa cita, para criticar a los atletas que él ha decidido que iban a vestir, a defender, la camiseta roja.

Él, Odriozola, el presi eterno que nunca se equivoca, apostó a que la selección española iba, como mínimo, a igualar la cosecha conseguida hace ocho años en Munich. Un hecho habitual, el de las quinielas de José María, al que Mercedes Chilla, nuestra chica de la jabalina, criticó ayer, que no se ve en ningún otro deporte, en ninguna otra federación. El presidente no puede hacer de aficionado, porque, cuando las cosas no salen, cuando el deporte hace de deporte, un estilo de vida injusto, a veces, te quedas sin justificación que valga, sin palabras que calmen el ambiente de todos aquellos que siguen el atletismo.

Cuando, además, sitúas el listón tan alto, en el punto más optimista posible, es normal que acabes dándo un tropezón, un cabezazo contra el suelo, un auténtico batacazo. Odriozola tiene la costumbre de dejar a los atletas sin escudo, con más presión de la deseada, ante miles y miles de aficionados que, como en esta ocasión, en casa, en Montjuïc, en Barcelona, ante los tuyos, esperan que esa apuesta se cumpla. Cuando no lo hacen, cuando el deportista no alcanza el listón impuesto por el máximo dirigente de la RFEA, éste desaparece y deja preparada una diana tras la cabeza de cada atleta. Luego, unos días después, reaparece para, manda narices, criticar los resultados conseguidos y decirles que se están aburguesando.

Si el atletismo desea progresar, si desea tener un futuro y no depender de ese grupo de atletas que lleva dando medallas desde hace muchísimos años, tendría que dar un cambio completo. Cuando algo no funciona, se suele cambiar.

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