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Herme Cerezo

‘Gil Pupila, Integral 1, 1956-1960’ de Maurice Tilleux. La recuperación de un clásico.

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Maurice Tillieux, nacido en Lieja en agosto de 1921 y fallecido en Francia en 1978, fue desde pequeño un admirador del cine mudo. Cuando se apagaba el proyector y se desalojaba la sala, volvía a su casa para reproducir en su cuaderno mediante dibujos las escenas, mudas, cómicas, blancas y negras, que había visto un rato antes en la pantalla. Así comenzó a forjar su talento en el campo de la historieta, un talento que, al parecer, él mismo nunca reconoció a causa de una frustración infantil, ya que en la escuela, a juicio de sus profesores, había un alumno que dibujaba mejor que él. Su nombre: Bodenne. Tillieux manifestó en numerosas ocasiones que jamás consiguió superar a su compañero por mucho que se esforzó en ello. "Nunca he dibujado bien" o "¡Bodenne era siempre el mejor!" fueron dos frases que guardó en su memoria a lo largo de toda su existencia. Durante un tiempo trató de trabajar en la marina mercante, pero a pesar de haber conseguido el grado de alférez de navío, no llegó a hacerse a la mar por el estallido de la II Guerra Mundial. Más adelante, la lectura de algunos clásicos policiales, le inclinó a la escritura de novelas de este género con las que no obtuvo excesivo éxito. Tras colaborar en publicaciones como ‘Bimbo’ y ‘Jeep’, Maurice Tilleux desembocó en ‘Spirou’, revista fundada en 1938 y dirigida por Jean Dupuis, donde comenzó a realizar pequeños trabajos gráficos. Su descubrimiento, mediada la década de los años cuarenta, del universo de Hergé le hizo abrazar la línea clara, en la que poco a poco se mostraría como un maestro consumado. Entre los años 1949 y 1956 dibujó 65 relatos completos protagonizados por un tal Félix, el precedente del personaje que nos ocupa hoy: el detective Gil Pupila.




Portada del cómic.


La serie de Gil (de Gilbert) Pupila, al que en principio se tradujo en España como Gil Jourdan, conjuga el humor con el género policial, algo que se aprecia nada más contemplar la portada del primer álbum, ‘Libélula se evade’, de los cuatro incluidos en el volumen ‘Gil Pupila. Integral 1’ de reciente aparición. En ella, dos tipos huyen en un coche, un híbrido de los modelos Dos Caballos y Dyane Seis, ambos de la marca Citröen, mientras alguien, bastón en ristre, les persigue. Ese alguien, automáticamente, lo asociamos con un policía. ¿Por qué? Hay varios indicios para ello. Primeramente, el gesto, airado, recto y frustrado del perseguidor; después, su atavío, completamente negro, lo que le otorga un matiz de mayor severidad; por último, su innegable parecido con otros dos policías emblemáticos del cómic: los inefables y tintinescos Hernández y Fernández o Dupont y Dumond. Los evadidos son, por un lado, el protagonista de la serie, Gil Pupila, y, por otro, Libélula, un tipo avispado – eso se cree él -, chistoso - con poca gracia, indudablemente - y carterista – en esto sí parece hábil -, que acaba de escaparse de la cárcel y que pronto se convertirá en el ayudante de nuestro investigador privado. ¡Ah, se me olvidaba! El sujeto que parece un policía, que es un policía y que recuerda a esos otros policías de tinta y papel, atiende al nombre de inspector Corrusco. Ellos tres, con la ayuda de Cerecita, una joven de 17 años, que trabaja de secretaria y chica para todo en el despacho de Pupila, conforman los cuatro protagonistas de la serie.

Algo que no termino de comprender es cómo, en su momento, no leí ninguna de las aventuras de Gil Pupila. Es más, prácticamente desconocía su existencia. Y eso fue, sin duda, un tremendo error, porque en aquel entonces, al igual que me sucedió con Tintín o con el mismo Astérix, hubiese pasado muy buenos ratos de asueto a su costa. Y es que pasear, como lector aficionado a las novelas policiacas, por las hojas de Gil Pupila ofrece la oportunidad de comprobar la calidad de Tillieux como guionista de un género que posee unas características bien definidas y precisas, donde un solo tornillo fuera de sitio, echa por tierra toda la estructura urdida por el autor. Combinar el humor con el género negro no me ha parecido nunca tarea fácil, al contrario. Sin embargo, Tilleux, lo logra y los gags cómicos, en forma de golpes, sorpresas o situaciones jocosas, son las herramientas de las que se vale para su fin. ‘Gil Pupila’ en este sentido podría ser considerada como una caricatura del género policial y, sin duda, en el modo narrativo del cómic es una afirmación cierta, pero teniendo siempre bien presente que el argumento es sólido, tan válido, eficaz y verosímil como el de cualquier polar o roman policier. La caricatura, la bocanada humorística, va en el dibujo, no en el texto.

Desde el punto de vista gráfico, entrar en ‘Gil Pupila’ es pasear por un mundo de malos con gabardina de solapas enhiestas, a lo Eddie Constantini; de carreteras plácidas bordeadas por tupida hierba; de locomotoras de vapor, negras y humeantes; de repartidores con bicicleta; de automóviles Gordini; de tejados inclinados pinchados con antenas televisivas; de buhardillas anheladas; de farolas antiguas; de cabinas de teléfono hoy casi en desuso; de motocicletas Lambretta … Es el mundo que las fotografías exhiben cuando vemos imágenes de los años cincuenta y sesenta del pasado siglo, una iconografía propia, una iconografía de época, la iconografía de Gil Pupila. Y también de su creador.

Pero aún hay más cosas. Gil Pupila, un tipo atildado, chulo, en el buen sentido del término, y seguro de sí mismo, impecable en el vestir, apenas si se despeina mientras reparte mamporros o se calienta el caletre para proseguir sus investigaciones. En eso guarda una cierta similitud con Tintín, otro tipo peculiar, tan soltero como él, al que en pocas ocasiones vamos a ver despeinado (ni siquiera su sempiterno mechón puntiagudo se inclina jamás hacia un lado u otro). Gil Pupila, como el periodista de Le Petit Vingtième, también necesita a su lado a un bobote. Libélula es el escogido por Tilleux para que le dé soporte en sus aventuras. Si el capitán Haddock alcanzó la fama por su afición al scotch y su propensión a los vocablos insultantes, Libélula se muestra como un fumador empedernido y, como dije antes, también maneja juegos de palabras, con los que construye chascarrillos, cacofonías y onomatopeyas deleznables, que irritan frecuentemente al inspector Corrusco (y al lector). A Gil Pupila raramente, porque no le hace ni caso.

Igual que no podemos obviar la presencia de Hergé en estos álbumes, si nos fijamos con detenimiento también podemos detectar la influencia de Tilleux en otros dibujantes europeos. Es innegable que el cómic posee un código propio y común para todos los autores, pero hay una serie de detalles (pelos sueltos, modos de correr, sombras, suelas de zapatos, rasgos físicos, arrugas, gestos ...) que podemos encontrar, por ejemplo, en la evolución gráfica de la pareja de detectives cómicos más famosos del tebeo español. Me estoy refiriendo a Mortadelo y Filemón, del barcelonés Ibáñez. Al leer las cuatro aventuras que componen este ‘Gil Pupila. Integral 1’, los recuerdos de ciertas viñetas del dibujante de Bruguera han acudido a mi mente, especialmente en los encuadres. Y no creo que sea una casualidad, más bien es una similitud subconsciente y, probablemente, inevitable que no hay que confundir con el plagio.

PlanetaDeAgostini, en una reciente edición que contiene un magnífico artículo introductorio de José-Louis Bocquet, permite ahora recuperar las aventuras de ‘Gil Pupila’. El primer tomo, al parecer serán cuatro en total, consta de otras tantas historietas: ‘Libélula se escapa’, ‘Popaína y los viejos cuadros’, ‘El coche sumergido’ y ‘Los barcos del crepúsculo’. En fin, que ésta es una buena oportunidad para que, los que en su día no lo hicimos, gocemos de primera mano con este excelente personaje de la escuela francobelga y de que quienes no lo conozcan aún tengan la posibilidad de hacerlo. Y todo ello a pesar de lo que Tilleux opinaba de sí mismo: "Nunca he dibujado bien". "¡Bodenne era siempre el mejor!".

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‘Gil Pupila’ de M. Tilleux; Editorial PlanetaDeAgostini, diciembre 2009. 240 págs., tapa dura, color. Precio: 23 euros.

‘Gil Pupila, Integral 1, 1956-1960’ de Maurice Tilleux. La recuperación de un clásico.

Herme Cerezo
Herme Cerezo
lunes, 22 de febrero de 2010, 09:47 h (CET)
Maurice Tillieux, nacido en Lieja en agosto de 1921 y fallecido en Francia en 1978, fue desde pequeño un admirador del cine mudo. Cuando se apagaba el proyector y se desalojaba la sala, volvía a su casa para reproducir en su cuaderno mediante dibujos las escenas, mudas, cómicas, blancas y negras, que había visto un rato antes en la pantalla. Así comenzó a forjar su talento en el campo de la historieta, un talento que, al parecer, él mismo nunca reconoció a causa de una frustración infantil, ya que en la escuela, a juicio de sus profesores, había un alumno que dibujaba mejor que él. Su nombre: Bodenne. Tillieux manifestó en numerosas ocasiones que jamás consiguió superar a su compañero por mucho que se esforzó en ello. "Nunca he dibujado bien" o "¡Bodenne era siempre el mejor!" fueron dos frases que guardó en su memoria a lo largo de toda su existencia. Durante un tiempo trató de trabajar en la marina mercante, pero a pesar de haber conseguido el grado de alférez de navío, no llegó a hacerse a la mar por el estallido de la II Guerra Mundial. Más adelante, la lectura de algunos clásicos policiales, le inclinó a la escritura de novelas de este género con las que no obtuvo excesivo éxito. Tras colaborar en publicaciones como ‘Bimbo’ y ‘Jeep’, Maurice Tilleux desembocó en ‘Spirou’, revista fundada en 1938 y dirigida por Jean Dupuis, donde comenzó a realizar pequeños trabajos gráficos. Su descubrimiento, mediada la década de los años cuarenta, del universo de Hergé le hizo abrazar la línea clara, en la que poco a poco se mostraría como un maestro consumado. Entre los años 1949 y 1956 dibujó 65 relatos completos protagonizados por un tal Félix, el precedente del personaje que nos ocupa hoy: el detective Gil Pupila.




Portada del cómic.


La serie de Gil (de Gilbert) Pupila, al que en principio se tradujo en España como Gil Jourdan, conjuga el humor con el género policial, algo que se aprecia nada más contemplar la portada del primer álbum, ‘Libélula se evade’, de los cuatro incluidos en el volumen ‘Gil Pupila. Integral 1’ de reciente aparición. En ella, dos tipos huyen en un coche, un híbrido de los modelos Dos Caballos y Dyane Seis, ambos de la marca Citröen, mientras alguien, bastón en ristre, les persigue. Ese alguien, automáticamente, lo asociamos con un policía. ¿Por qué? Hay varios indicios para ello. Primeramente, el gesto, airado, recto y frustrado del perseguidor; después, su atavío, completamente negro, lo que le otorga un matiz de mayor severidad; por último, su innegable parecido con otros dos policías emblemáticos del cómic: los inefables y tintinescos Hernández y Fernández o Dupont y Dumond. Los evadidos son, por un lado, el protagonista de la serie, Gil Pupila, y, por otro, Libélula, un tipo avispado – eso se cree él -, chistoso - con poca gracia, indudablemente - y carterista – en esto sí parece hábil -, que acaba de escaparse de la cárcel y que pronto se convertirá en el ayudante de nuestro investigador privado. ¡Ah, se me olvidaba! El sujeto que parece un policía, que es un policía y que recuerda a esos otros policías de tinta y papel, atiende al nombre de inspector Corrusco. Ellos tres, con la ayuda de Cerecita, una joven de 17 años, que trabaja de secretaria y chica para todo en el despacho de Pupila, conforman los cuatro protagonistas de la serie.

Algo que no termino de comprender es cómo, en su momento, no leí ninguna de las aventuras de Gil Pupila. Es más, prácticamente desconocía su existencia. Y eso fue, sin duda, un tremendo error, porque en aquel entonces, al igual que me sucedió con Tintín o con el mismo Astérix, hubiese pasado muy buenos ratos de asueto a su costa. Y es que pasear, como lector aficionado a las novelas policiacas, por las hojas de Gil Pupila ofrece la oportunidad de comprobar la calidad de Tillieux como guionista de un género que posee unas características bien definidas y precisas, donde un solo tornillo fuera de sitio, echa por tierra toda la estructura urdida por el autor. Combinar el humor con el género negro no me ha parecido nunca tarea fácil, al contrario. Sin embargo, Tilleux, lo logra y los gags cómicos, en forma de golpes, sorpresas o situaciones jocosas, son las herramientas de las que se vale para su fin. ‘Gil Pupila’ en este sentido podría ser considerada como una caricatura del género policial y, sin duda, en el modo narrativo del cómic es una afirmación cierta, pero teniendo siempre bien presente que el argumento es sólido, tan válido, eficaz y verosímil como el de cualquier polar o roman policier. La caricatura, la bocanada humorística, va en el dibujo, no en el texto.

Desde el punto de vista gráfico, entrar en ‘Gil Pupila’ es pasear por un mundo de malos con gabardina de solapas enhiestas, a lo Eddie Constantini; de carreteras plácidas bordeadas por tupida hierba; de locomotoras de vapor, negras y humeantes; de repartidores con bicicleta; de automóviles Gordini; de tejados inclinados pinchados con antenas televisivas; de buhardillas anheladas; de farolas antiguas; de cabinas de teléfono hoy casi en desuso; de motocicletas Lambretta … Es el mundo que las fotografías exhiben cuando vemos imágenes de los años cincuenta y sesenta del pasado siglo, una iconografía propia, una iconografía de época, la iconografía de Gil Pupila. Y también de su creador.

Pero aún hay más cosas. Gil Pupila, un tipo atildado, chulo, en el buen sentido del término, y seguro de sí mismo, impecable en el vestir, apenas si se despeina mientras reparte mamporros o se calienta el caletre para proseguir sus investigaciones. En eso guarda una cierta similitud con Tintín, otro tipo peculiar, tan soltero como él, al que en pocas ocasiones vamos a ver despeinado (ni siquiera su sempiterno mechón puntiagudo se inclina jamás hacia un lado u otro). Gil Pupila, como el periodista de Le Petit Vingtième, también necesita a su lado a un bobote. Libélula es el escogido por Tilleux para que le dé soporte en sus aventuras. Si el capitán Haddock alcanzó la fama por su afición al scotch y su propensión a los vocablos insultantes, Libélula se muestra como un fumador empedernido y, como dije antes, también maneja juegos de palabras, con los que construye chascarrillos, cacofonías y onomatopeyas deleznables, que irritan frecuentemente al inspector Corrusco (y al lector). A Gil Pupila raramente, porque no le hace ni caso.

Igual que no podemos obviar la presencia de Hergé en estos álbumes, si nos fijamos con detenimiento también podemos detectar la influencia de Tilleux en otros dibujantes europeos. Es innegable que el cómic posee un código propio y común para todos los autores, pero hay una serie de detalles (pelos sueltos, modos de correr, sombras, suelas de zapatos, rasgos físicos, arrugas, gestos ...) que podemos encontrar, por ejemplo, en la evolución gráfica de la pareja de detectives cómicos más famosos del tebeo español. Me estoy refiriendo a Mortadelo y Filemón, del barcelonés Ibáñez. Al leer las cuatro aventuras que componen este ‘Gil Pupila. Integral 1’, los recuerdos de ciertas viñetas del dibujante de Bruguera han acudido a mi mente, especialmente en los encuadres. Y no creo que sea una casualidad, más bien es una similitud subconsciente y, probablemente, inevitable que no hay que confundir con el plagio.

PlanetaDeAgostini, en una reciente edición que contiene un magnífico artículo introductorio de José-Louis Bocquet, permite ahora recuperar las aventuras de ‘Gil Pupila’. El primer tomo, al parecer serán cuatro en total, consta de otras tantas historietas: ‘Libélula se escapa’, ‘Popaína y los viejos cuadros’, ‘El coche sumergido’ y ‘Los barcos del crepúsculo’. En fin, que ésta es una buena oportunidad para que, los que en su día no lo hicimos, gocemos de primera mano con este excelente personaje de la escuela francobelga y de que quienes no lo conozcan aún tengan la posibilidad de hacerlo. Y todo ello a pesar de lo que Tilleux opinaba de sí mismo: "Nunca he dibujado bien". "¡Bodenne era siempre el mejor!".

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‘Gil Pupila’ de M. Tilleux; Editorial PlanetaDeAgostini, diciembre 2009. 240 págs., tapa dura, color. Precio: 23 euros.

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