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"Diario de un libertino", de Rubem Fonseca

Gabriel Ruiz-Ortega
Gabriel Ruiz Ortega
martes, 12 de enero de 2010, 09:39 h (CET)
Leer al brasileño Rubem Fonseca produce adicción. No importa si te topas con títulos menores, siempre sales satisfecho, y con ganas de más.

Fonseca es un escritor de raza, de sangre, sus páginas denotan conciencia de oficio. Prueba de ello es DIARIO DE UN LIBERTINO.

Rufus, el protagonista, es un escritor que aún no puede superar el éxito de su primera novela. Sus últimos libros no han gozado del reconocimiento esperado, en otras palabras: Rufus vive del pasado y necesita cuanto antes de un renacimiento literario.

Para él, las cosas deben de cambiar, debe escribir una novela de largo aliento, una de aprendizaje que le devuelva la fama y el prestigio. Para ello, necesita calentar la mano, prepararla para las largas horas que dedicará a su nuevo proyecto. Decide entonces empezar un diario, con el que intentará ser lo más honesto posible y, si se puede, plasmar en él algunos apuntes para su “Bildungsroman”.

Rufus lo cuenta todo, sin pudor alguno, sus miserias humanas son mostradas sin atavíos. De paso, el diario le sirve para fugaces reflexiones sobre el acto de escribir (las constante citas de escritores tienen una función dentro del corpus narrativo). Sin ser muy agraciado, Rufus es un incorregible mujeriego, un hormonal que despierta lúbricas pasiones en las mujeres. De todas ellas destacan Virna y Clorinda, madre e hija respectivamente, con las que lleva sendas relaciones condimentadas con sexo salvaje y harta ternura. El resultado de este trío pasional: Rufus es acusado de violación poco después que ellas se enteran que ha estado acostándose con las dos.

Fonseca, como puede suponerse de lo consignado hasta aquí, no ha escrito una novela policial, género que le ha valido ser considerado un maestro; sin embargo, la novela tiene ribetes del mismo pero a la vez, gracias a la plasticidad del diario, mucho de un juego metaliterario por el que da cuenta de los inexplicables senderos luminosos de la ficción, ofreciendo de paso homenajes, como cuando su protagonista recurre al síndrome Zuckerman, en patente guiño a Philip Roth.

Rufus es un “Detective salvaje”, pero con obra. Un letraherido que desea recobrar la escritura sistemática, pero que a la vez, en teoría, no avanza ni una sola línea, aunque paradójicamente llena las páginas de un diario en una suerte de poética de “escribir sin escribir”.

No sé si Fonseca se propuso dar una lección ética, imagino que no; pero DIARIO DE UN LIBERTINO es también una metáfora del acto creativo como fin, no como un medio para fines vacuos. Acto creativo –ciñéndonos en este caso a la escritura literaria- en el que solo vale dejarse llevar por el instinto, la locura, la sensualidad y el riesgo, que legitiman todo proyecto llevado con convicción.

Editorial: Norma.

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