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Herme Cerezo

‘Un pueblo blanco. El Bar del Barbudo’ de Tomeu Pinya: un álbum amable y mediterráneo

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Colgado de un barranco
duerme mi pueblo blanco,


Así comienza una de las canciones más célebres (y mediterráneas) de Joan Manuel Serrat. Luego sigue:

bajo un cielo que a fuerza
de no ver nunca el mar,
se olvidó de llorar.





Portada del cómic.


Los dos primeros versos son los que comparte el álbum ‘Un pueblo blanco. El Bar del Barbudo’ de Tomeu Pinya con la canción del cantautor del Poble Sec (otro pueblo más). Los últimos tres versos no son de aplicación, puesto que su Pueblo Blanco, el de Pinya, está orillado al mar, distribuido alrededor de un golfo de la costa catalana. Un pueblo pequeño, apacible, con pálidas noches de luna, y que tiene un bar: el Bar del Barbudo.

En mi juventud siempre pensé que los bares de pueblo, esos que estaban en la plaza principal (a un lado, el ayuntamiento; al otro, el colmado; enfrente, la iglesia parroquial; detrás, el cuartelillo de la guardia civil), poseían un papel muy importante en la vida social, ya que se desempeñaban como centros de convivencia y difusión de una cierta cultura. En los bares de entonces, en los de mi juventud, la gente jugaba al chamelo y a las cartas, trasegaba carajillos y fantas, leía el periódico de la capital de provincia, veía la tele y discutía de toros y fútbol (de política, no, de eso no se hablaba entonces, no estaba bien visto). Bien, pues, la versión moderna de uno de aquellos bares es la que ha elegido Tomeu Pinya como escenario donde colocar al Barbudo y su panda. Sí, porque Rafa, el Barbudo, parece el protagonista de ‘Un pueblo blanco’, pero en realidad sólo es una excusa para articular este trabajo, porque ante nuestros ojos tenemos una obra coral por la que transcurre la vida de un grupo de personajes, cuyas historias vamos a conocer a medida que avancemos en su lectura.

Además del propietario del bar, el ya citado Rafa, los verdaderos protagonistas son los parroquianos, los que acuden a por el café con leche de la mañana y el cubata o la cerveza del atardecer. Y cada uno de ellos tiene una historia, pasada o presente, que contar. Incluido el protagonista, que también desarrolla la suya a lo largo del cómic. Por el Bar del Barbudo pasa todo dios: niños que encargan bocatas; un escritor a la búsqueda de la inspiración perdida – curiosamente escribe a máquina, no conoce los portátiles –; reporteras de prensa en tiempo de guerra, tipo Gerda Taro; un alemán al que todos respetan pero nadie acoge; un colombófilo que alimenta palomas porque son signo de normalidad para él y sus recuerdos; una jovencita poco agraciada y tímida; una cantautora de curvas generosas; un dibujante que no comprende el arte moderno; el vagabundo que se gana la cena contando historias cada jueves al anochecer ... Todo un mundo que se da cita en estas viñetas.

Rafa es un tipo culto, que gusta de coleccionar historias orales o en forma de libros y recomendarlas a sus conocidos. En este sentido, su local es un remedo de esos garitos que, afortunadamente, se están poniendo de moda en los últimos tiempos, donde además de los servicios tradicionales de comercio y de bebercio, se oferta cultura a sus clientes. En Valencia, en el barrio de Russafa hay ya un par de ellos: ‘Ubik’ y ‘Cosecha roja’, refugios seguros para tertulianos en horas de abulia, excelentes foros para presentar libros y cómics.

Los personajes del álbum son tipos corrientes, de la calle, como los que aparecen en los cuentos de Carver o Tobias Wolff. Podríamos tropezarnos con ellos y sus problemas en cualquier avenida o plaza de nuestras ciudades. Y están bien trazados, a pesar de lo dificultoso que pueda parecer dibujar los rasgos esenciales de todos ellos en tan solo noventa y cuatro páginas. Algunos entran y salen de las viñetas, otros prolongan su permanencia en ellas desde el principio hasta el final, porque su historia la dosifica Tomeu Pinya todo el tiempo. Y además sueñan, tienen pesadillas, imágenes de un pasado que les preocupa o sobrecoge, cuyas imágenes también vemos en estas páginas. Y lo curioso es que para cada personaje, el dibujante isleño plantea un estilo de dibujo diametralmente opuesto al que gobierna el cómic, como si quisiera mostrarnos su versatilidad en la imitación de estilos de otros autores.

El Bar del Barbudo, siguiendo con los símiles literarios, ofrece hospedaje, algo parecido a lo que ocurre en las novelas policiales de Francisco González Ledesma, donde su protagonista, el inspector Ricardo Méndez, vive realquilado al fondo de un bar de barrio, en un cuarto junto al pasillo donde se hacinan los cajones de cervezas y cocacolas.

El dibujo de Tomeu Pinya es en blanco y negro, con trazo suelto y limpio, aunque no plano, realzado por un espléndido manejo del rotulador gris, o del color gris, si prefieren, mis improbables, que prodiga manchas sobre las que descansan las sombras que permiten a los personajes cobrar el relieve adecuado. Los gestos, alegría, tristeza, melancolía, decepción, están trazados con sencillez pero no dejan lugar a la duda sobre el estado de ánimo de cada personaje en cada momento.

‘Un Pueblo Blanco’ es uno de los álbumes más agradables que he leído últimamente. Y leer un cómic de este estilo de vez en cuando está bien, porque la amabilidad no está reñida con la calidad y hay que descansar de vez en cuando de cómics sesudos, historicistas, fantásticos o policiales. El género de la vida corriente tiene un espacio en el mundo del cómic, ya lo creo que sí. Tomeu Pinya lo demuestra con este trabajo plagado de referencias literarias, musicales y mediterráneas.

Y por último, ya que comencé con unos versos de Serrat, terminaré con la letra de un tema del desaparecido grupo musical Gabinete Caligari sobre los bares, que viene aquí a propósito:

Bares, qué lugares
Tan gratos para conversar
No hay como el calor del amor en un bar.


____________________

‘Un Pueblo Blanco. El Bar del Barbudo’ de Tomeu Pinya. Editorial Planeta, 2009. Tapa dura. Color blanco y negro. 94 páginas, 9,95 euros.

‘Un pueblo blanco. El Bar del Barbudo’ de Tomeu Pinya: un álbum amable y mediterráneo

Herme Cerezo
Herme Cerezo
lunes, 14 de septiembre de 2009, 03:12 h (CET)
Colgado de un barranco
duerme mi pueblo blanco,


Así comienza una de las canciones más célebres (y mediterráneas) de Joan Manuel Serrat. Luego sigue:

bajo un cielo que a fuerza
de no ver nunca el mar,
se olvidó de llorar.





Portada del cómic.


Los dos primeros versos son los que comparte el álbum ‘Un pueblo blanco. El Bar del Barbudo’ de Tomeu Pinya con la canción del cantautor del Poble Sec (otro pueblo más). Los últimos tres versos no son de aplicación, puesto que su Pueblo Blanco, el de Pinya, está orillado al mar, distribuido alrededor de un golfo de la costa catalana. Un pueblo pequeño, apacible, con pálidas noches de luna, y que tiene un bar: el Bar del Barbudo.

En mi juventud siempre pensé que los bares de pueblo, esos que estaban en la plaza principal (a un lado, el ayuntamiento; al otro, el colmado; enfrente, la iglesia parroquial; detrás, el cuartelillo de la guardia civil), poseían un papel muy importante en la vida social, ya que se desempeñaban como centros de convivencia y difusión de una cierta cultura. En los bares de entonces, en los de mi juventud, la gente jugaba al chamelo y a las cartas, trasegaba carajillos y fantas, leía el periódico de la capital de provincia, veía la tele y discutía de toros y fútbol (de política, no, de eso no se hablaba entonces, no estaba bien visto). Bien, pues, la versión moderna de uno de aquellos bares es la que ha elegido Tomeu Pinya como escenario donde colocar al Barbudo y su panda. Sí, porque Rafa, el Barbudo, parece el protagonista de ‘Un pueblo blanco’, pero en realidad sólo es una excusa para articular este trabajo, porque ante nuestros ojos tenemos una obra coral por la que transcurre la vida de un grupo de personajes, cuyas historias vamos a conocer a medida que avancemos en su lectura.

Además del propietario del bar, el ya citado Rafa, los verdaderos protagonistas son los parroquianos, los que acuden a por el café con leche de la mañana y el cubata o la cerveza del atardecer. Y cada uno de ellos tiene una historia, pasada o presente, que contar. Incluido el protagonista, que también desarrolla la suya a lo largo del cómic. Por el Bar del Barbudo pasa todo dios: niños que encargan bocatas; un escritor a la búsqueda de la inspiración perdida – curiosamente escribe a máquina, no conoce los portátiles –; reporteras de prensa en tiempo de guerra, tipo Gerda Taro; un alemán al que todos respetan pero nadie acoge; un colombófilo que alimenta palomas porque son signo de normalidad para él y sus recuerdos; una jovencita poco agraciada y tímida; una cantautora de curvas generosas; un dibujante que no comprende el arte moderno; el vagabundo que se gana la cena contando historias cada jueves al anochecer ... Todo un mundo que se da cita en estas viñetas.

Rafa es un tipo culto, que gusta de coleccionar historias orales o en forma de libros y recomendarlas a sus conocidos. En este sentido, su local es un remedo de esos garitos que, afortunadamente, se están poniendo de moda en los últimos tiempos, donde además de los servicios tradicionales de comercio y de bebercio, se oferta cultura a sus clientes. En Valencia, en el barrio de Russafa hay ya un par de ellos: ‘Ubik’ y ‘Cosecha roja’, refugios seguros para tertulianos en horas de abulia, excelentes foros para presentar libros y cómics.

Los personajes del álbum son tipos corrientes, de la calle, como los que aparecen en los cuentos de Carver o Tobias Wolff. Podríamos tropezarnos con ellos y sus problemas en cualquier avenida o plaza de nuestras ciudades. Y están bien trazados, a pesar de lo dificultoso que pueda parecer dibujar los rasgos esenciales de todos ellos en tan solo noventa y cuatro páginas. Algunos entran y salen de las viñetas, otros prolongan su permanencia en ellas desde el principio hasta el final, porque su historia la dosifica Tomeu Pinya todo el tiempo. Y además sueñan, tienen pesadillas, imágenes de un pasado que les preocupa o sobrecoge, cuyas imágenes también vemos en estas páginas. Y lo curioso es que para cada personaje, el dibujante isleño plantea un estilo de dibujo diametralmente opuesto al que gobierna el cómic, como si quisiera mostrarnos su versatilidad en la imitación de estilos de otros autores.

El Bar del Barbudo, siguiendo con los símiles literarios, ofrece hospedaje, algo parecido a lo que ocurre en las novelas policiales de Francisco González Ledesma, donde su protagonista, el inspector Ricardo Méndez, vive realquilado al fondo de un bar de barrio, en un cuarto junto al pasillo donde se hacinan los cajones de cervezas y cocacolas.

El dibujo de Tomeu Pinya es en blanco y negro, con trazo suelto y limpio, aunque no plano, realzado por un espléndido manejo del rotulador gris, o del color gris, si prefieren, mis improbables, que prodiga manchas sobre las que descansan las sombras que permiten a los personajes cobrar el relieve adecuado. Los gestos, alegría, tristeza, melancolía, decepción, están trazados con sencillez pero no dejan lugar a la duda sobre el estado de ánimo de cada personaje en cada momento.

‘Un Pueblo Blanco’ es uno de los álbumes más agradables que he leído últimamente. Y leer un cómic de este estilo de vez en cuando está bien, porque la amabilidad no está reñida con la calidad y hay que descansar de vez en cuando de cómics sesudos, historicistas, fantásticos o policiales. El género de la vida corriente tiene un espacio en el mundo del cómic, ya lo creo que sí. Tomeu Pinya lo demuestra con este trabajo plagado de referencias literarias, musicales y mediterráneas.

Y por último, ya que comencé con unos versos de Serrat, terminaré con la letra de un tema del desaparecido grupo musical Gabinete Caligari sobre los bares, que viene aquí a propósito:

Bares, qué lugares
Tan gratos para conversar
No hay como el calor del amor en un bar.


____________________

‘Un Pueblo Blanco. El Bar del Barbudo’ de Tomeu Pinya. Editorial Planeta, 2009. Tapa dura. Color blanco y negro. 94 páginas, 9,95 euros.

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