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Fernando Mendikoa

Reyes del deporte

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Fue en la Francia monárquica donde comenzó a utilizarse la famosa frase “el rey ha muerto, viva el rey”. Por razones obvias, dejó de usarse ya, pero se ve que en el torneo de tenis por excelencia en tierras francesas, Roland Garros, algunos llevaban tiempo buscando la muerte (deportiva) del monarca y poder gritar que otro reina ya en París. Rafa Nadal cayó ante el sueco Robin Soderling en octavos, y algo deberá cambiar el mallorquín en su tenis si quiere levantar su quinto trofeo en la tierra batida parisiense. Está bien la fuerza bruta, pero no está de más tener alguna otra alternativa en la recámara por si el “plan A” falla. Que falla poco, cierto es, pero a veces sucede.

O quizá deba cambiar más bien su planificación: una cosa es que este chico sea casi indestructible a nivel mental y físico, pero su tío-entrenador Toni haría bien en fijarse detenidamente en la palabra que hemos colocado antes de “indestructible”, para así reordenar mejor el calendario de su pupilo y dejar de escurrir el bulto de la derrota culpando al público francés, al que calificó de “bastante estúpido”, lo que además de poco diplomático es por otra parte una pésima operación de marketing de cara a próximas ediciones.

Ahora tendremos nuevo monarca en Roland Garros, y veremos si es el momento de que Roger Federer logre la única corona que le falta dentro del Grand Slam. En París esperan ansiosos la proclamación este próximo domingo del nuevo rey de la tierra francesa, aunque éste venga de fuera. Pero no les coge por sorpresa, están ya acostumbrados: es lo que llevan viendo los últimos 77 años, con las contadas excepciones (y de efímeros reinados, además) de monarcas propios como Marcel Bernard en 1946 y Yannick Noah en 1983. Muy diferente, desde luego, a los primeros años: a excepción de la 1ª edición (1891), con victoria para el británico Briggs (aunque residía en Francia), la dinastía francesa reinó desde 1892 a 1932 de forma implacable. Eran otros tiempos.

También en Italia vieron cómo, en un mismo día, decían adiós a sus respectivos reinados dos deportistas inigualables. Por un lado, Valentino Rossi se despedía momentáneamente del de Mugello (uno de los que tiene en su particular imperio, y donde acumulaba siete victorias consecutivas), para ceder el trono a Casey Stoner sobre el asfalto italiano, al menos por este año. Tanto el australiano como Jorge Lorenzo buscan la corona mundial de Rossi, pero saben bien que el de Tavullia no cederá su reino si no es por motín popular o alzamiento armado. Y, aún así, tendrán que rematarlo cuando lo capturen. No hay otra forma.

Ese mismo domingo, apenas dos horas después, el gran Paolo Maldini se despedía del Milan, lo que en su caso es sinónimo a decir “del fútbol”, porque es el único equipo en el que ha jugado estos 24 años, tras debutar allá por 1985. Desde entonces, 902 partidos oficiales con el equipo lombardo, para un total de 1028 si sumamos los jugados con la “azzurra”. Números, junto a otros muchos (como sus 26 títulos), que indican que nos encontramos ante un auténtico mito, y del que algún día hablaremos con más calma. Sólo le ha faltado un Mundial (o una Eurocopa) y el “Balón de Oro”: lo primero es fruto de muy diversos factores; lo segundo es un insulto al fútbol.

A menos de un mes para sus 41 añitos, el eterno 3 rossonero colgaba las botas (y colgarán también su dorsal), tras una carrera profesional simplemente espectacular, dejando un currículum tan impresionante que, precisamente por ello, tiene la ventaja y la virtud de que descarga de todo tipo de presión al resto: sencillamente, no hay opción de llegar a su altura. Tanto es así, que incluso Guardiola le dedicó en la televisión italiana el triunfo en la final de Champions ante el Manchester United, llegando a decirle que si se replantea la retirada pueden hacerle un hueco en el Barça. Seguro que no desentonaría un ápice.

Y eso que este Barça es mucho equipo. Poco queda por añadir a todo lo que se ha dicho y escrito de semejante máquina futbolística, demoledora y brutal en ataque, pero con una enorme precisión y estética en el juego como valores añadidos (y, desde luego, no poco importantes). Aunque parece ser que buena parte de la culpa de la victoria sobre los ingleses radicó, quién lo iba a decir, en el vídeo que Pep les puso a sus chicos a escasos minutos de comenzar la final, mientras sus rivales perdían el tiempo dándole al balón en el verde. Y, como no podía ser de otro modo (tratándose de una final en Roma), con “Gladiator” como fuente de inspiración. Y preparémonos todos, porque hay rey (emperador o césar sería más propio en este caso) para mucho rato.

Eso si no lo impide otro rey, muerto en su momento, pero que a diferencia de lo que ocurría con los monarcas franceses que dieron pie a la cita del comienzo (“el rey ha muerto, viva el rey”) ha resucitado, para ser así protagonista también de la segunda parte de la frase. Corría el mes de febrero de 2006, y él mismo anunció su renuncia al cargo como máximo dirigente del Real Madrid, aseverando además que jamás regresaría; aunque los hechos han demostrado que, al menos en pensamiento, no lo debió hacer muy categóricamente. “De donde yo me voy no vuelvo”, afirmó Florentino Pérez. Pero ya hemos comentado en más de una ocasión el extraño y sospechoso parecido que guardan muy a menudo presidentes de clubes (sobre todo de fútbol, porque es donde más dinero se mueve) y políticos, de forma que lo que sale de sus bocas poco o nada tiene que ver con lo que luego hacen, ni (lo que es muchísimo peor) con lo que ya incluso en esos mismos momentos estaban pensando.

Florentino es hábil, eso no se le puede negar. Presidente de la constructora ACS, y ahora de nuevo del Real Madrid, fue el artífice de la llegada al club blanco de los llamados “galácticos”, y de aquella mezcla un tanto “sui generis” (y desde luego muy poco natural) de “Zidanes” y “Pavones”, fórmula de alquimia con la que se metía con calzador el querer dar a entender que se cuidaba la cantera, a pesar de la llegada masiva de figuras llegadas directamente del cosmos. Algo que ahora repite, con el fichaje a base de talonario de Manuel Pellegrini como técnico, o el de Kaká y de otros que llegarán tras el brasileño con el fin de hacer olvidar a la afición blanca el pésimo año vivido.

Pero Florentino fue, sobre todo, el autor de uno de los mayores pelotazos inmobiliarios en España, como corresponde a todo buen empresario del ladrillo que se precie (y de lo que no es ladrillo). Con la venta de la Ciudad Deportiva por 330 millones de euros, arregló (como por arte de magia) una deuda que arrastraba el club de 277 millones, y que no sólo solventó unos muy intensos números rojos (que, muy probablemente, a cualquier otro club le hubieran llevado a descender en los despachos, o directamente a desaparecer), sino que aún le dio para irse de compras. Veremos en qué queda esta segunda parte: en el cine nunca son buenas; en el deporte, dependen de demasiados factores. Al menos en este caso, los socios blancos no han pasado por las urnas para elegirle, al ser el único candidato. Pero de reyes hablábamos hoy, a fin de cuentas.

Reyes del deporte

Fernando Mendikoa
Fernando Mendikoa
martes, 2 de junio de 2009, 23:05 h (CET)
Fue en la Francia monárquica donde comenzó a utilizarse la famosa frase “el rey ha muerto, viva el rey”. Por razones obvias, dejó de usarse ya, pero se ve que en el torneo de tenis por excelencia en tierras francesas, Roland Garros, algunos llevaban tiempo buscando la muerte (deportiva) del monarca y poder gritar que otro reina ya en París. Rafa Nadal cayó ante el sueco Robin Soderling en octavos, y algo deberá cambiar el mallorquín en su tenis si quiere levantar su quinto trofeo en la tierra batida parisiense. Está bien la fuerza bruta, pero no está de más tener alguna otra alternativa en la recámara por si el “plan A” falla. Que falla poco, cierto es, pero a veces sucede.

O quizá deba cambiar más bien su planificación: una cosa es que este chico sea casi indestructible a nivel mental y físico, pero su tío-entrenador Toni haría bien en fijarse detenidamente en la palabra que hemos colocado antes de “indestructible”, para así reordenar mejor el calendario de su pupilo y dejar de escurrir el bulto de la derrota culpando al público francés, al que calificó de “bastante estúpido”, lo que además de poco diplomático es por otra parte una pésima operación de marketing de cara a próximas ediciones.

Ahora tendremos nuevo monarca en Roland Garros, y veremos si es el momento de que Roger Federer logre la única corona que le falta dentro del Grand Slam. En París esperan ansiosos la proclamación este próximo domingo del nuevo rey de la tierra francesa, aunque éste venga de fuera. Pero no les coge por sorpresa, están ya acostumbrados: es lo que llevan viendo los últimos 77 años, con las contadas excepciones (y de efímeros reinados, además) de monarcas propios como Marcel Bernard en 1946 y Yannick Noah en 1983. Muy diferente, desde luego, a los primeros años: a excepción de la 1ª edición (1891), con victoria para el británico Briggs (aunque residía en Francia), la dinastía francesa reinó desde 1892 a 1932 de forma implacable. Eran otros tiempos.

También en Italia vieron cómo, en un mismo día, decían adiós a sus respectivos reinados dos deportistas inigualables. Por un lado, Valentino Rossi se despedía momentáneamente del de Mugello (uno de los que tiene en su particular imperio, y donde acumulaba siete victorias consecutivas), para ceder el trono a Casey Stoner sobre el asfalto italiano, al menos por este año. Tanto el australiano como Jorge Lorenzo buscan la corona mundial de Rossi, pero saben bien que el de Tavullia no cederá su reino si no es por motín popular o alzamiento armado. Y, aún así, tendrán que rematarlo cuando lo capturen. No hay otra forma.

Ese mismo domingo, apenas dos horas después, el gran Paolo Maldini se despedía del Milan, lo que en su caso es sinónimo a decir “del fútbol”, porque es el único equipo en el que ha jugado estos 24 años, tras debutar allá por 1985. Desde entonces, 902 partidos oficiales con el equipo lombardo, para un total de 1028 si sumamos los jugados con la “azzurra”. Números, junto a otros muchos (como sus 26 títulos), que indican que nos encontramos ante un auténtico mito, y del que algún día hablaremos con más calma. Sólo le ha faltado un Mundial (o una Eurocopa) y el “Balón de Oro”: lo primero es fruto de muy diversos factores; lo segundo es un insulto al fútbol.

A menos de un mes para sus 41 añitos, el eterno 3 rossonero colgaba las botas (y colgarán también su dorsal), tras una carrera profesional simplemente espectacular, dejando un currículum tan impresionante que, precisamente por ello, tiene la ventaja y la virtud de que descarga de todo tipo de presión al resto: sencillamente, no hay opción de llegar a su altura. Tanto es así, que incluso Guardiola le dedicó en la televisión italiana el triunfo en la final de Champions ante el Manchester United, llegando a decirle que si se replantea la retirada pueden hacerle un hueco en el Barça. Seguro que no desentonaría un ápice.

Y eso que este Barça es mucho equipo. Poco queda por añadir a todo lo que se ha dicho y escrito de semejante máquina futbolística, demoledora y brutal en ataque, pero con una enorme precisión y estética en el juego como valores añadidos (y, desde luego, no poco importantes). Aunque parece ser que buena parte de la culpa de la victoria sobre los ingleses radicó, quién lo iba a decir, en el vídeo que Pep les puso a sus chicos a escasos minutos de comenzar la final, mientras sus rivales perdían el tiempo dándole al balón en el verde. Y, como no podía ser de otro modo (tratándose de una final en Roma), con “Gladiator” como fuente de inspiración. Y preparémonos todos, porque hay rey (emperador o césar sería más propio en este caso) para mucho rato.

Eso si no lo impide otro rey, muerto en su momento, pero que a diferencia de lo que ocurría con los monarcas franceses que dieron pie a la cita del comienzo (“el rey ha muerto, viva el rey”) ha resucitado, para ser así protagonista también de la segunda parte de la frase. Corría el mes de febrero de 2006, y él mismo anunció su renuncia al cargo como máximo dirigente del Real Madrid, aseverando además que jamás regresaría; aunque los hechos han demostrado que, al menos en pensamiento, no lo debió hacer muy categóricamente. “De donde yo me voy no vuelvo”, afirmó Florentino Pérez. Pero ya hemos comentado en más de una ocasión el extraño y sospechoso parecido que guardan muy a menudo presidentes de clubes (sobre todo de fútbol, porque es donde más dinero se mueve) y políticos, de forma que lo que sale de sus bocas poco o nada tiene que ver con lo que luego hacen, ni (lo que es muchísimo peor) con lo que ya incluso en esos mismos momentos estaban pensando.

Florentino es hábil, eso no se le puede negar. Presidente de la constructora ACS, y ahora de nuevo del Real Madrid, fue el artífice de la llegada al club blanco de los llamados “galácticos”, y de aquella mezcla un tanto “sui generis” (y desde luego muy poco natural) de “Zidanes” y “Pavones”, fórmula de alquimia con la que se metía con calzador el querer dar a entender que se cuidaba la cantera, a pesar de la llegada masiva de figuras llegadas directamente del cosmos. Algo que ahora repite, con el fichaje a base de talonario de Manuel Pellegrini como técnico, o el de Kaká y de otros que llegarán tras el brasileño con el fin de hacer olvidar a la afición blanca el pésimo año vivido.

Pero Florentino fue, sobre todo, el autor de uno de los mayores pelotazos inmobiliarios en España, como corresponde a todo buen empresario del ladrillo que se precie (y de lo que no es ladrillo). Con la venta de la Ciudad Deportiva por 330 millones de euros, arregló (como por arte de magia) una deuda que arrastraba el club de 277 millones, y que no sólo solventó unos muy intensos números rojos (que, muy probablemente, a cualquier otro club le hubieran llevado a descender en los despachos, o directamente a desaparecer), sino que aún le dio para irse de compras. Veremos en qué queda esta segunda parte: en el cine nunca son buenas; en el deporte, dependen de demasiados factores. Al menos en este caso, los socios blancos no han pasado por las urnas para elegirle, al ser el único candidato. Pero de reyes hablábamos hoy, a fin de cuentas.

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