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Herme Cerezo

Tardi-Malet: ‘Calle de la estación, 120’, un cómic para recordar, releer, paladear...

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La editorial Noma acaba de reeditar otro clásico del cómic negro: ‘Calle de la estación, 120’ del dibujante francés Jacques Tardi (Valence, 1946). Basada en un polar de otro autor francés, Leo Malet (Montpellier 1909-1996), la acción se enmarca en los primeros años de la II Guerra Mundial, en el campo de prisioneros del Stalag XB, donde encontramos al protagonista habitual de toda la serie de álbumes del binomio Malet-Tardi, el detective Néstor Burma (siempre he pensado que quedaría mejor Bruma, dado el carácter deductivo y reflexivo del personaje, pero todo esto no son sino elucubraciones mentales del que suscribe). En el Stalag XB, un prisionero sin nombre, al que todos llaman Glóbulo, es incapaz de suministrar sus datos personales al soldado del registro. Glóbulo ha perdido la memoria y divaga por el campo hundido en su amnesia. Aunque algunos piensan que el hombre no es sino un simulador, los meses pasan y el tipo continúa igual, con sus ojos desmesuradamente abiertos, como buscando una luz que ilumine la oscuridad que envuelve su mente. Una noche, antes de morir aferrado a las solapas del abrigo de Néstor Burma, Glóbulo pronunciará sus últimas palabras: un nombre, Hélène, y una dirección: calle de la Estación, 120. Nada más. Tiempo después, Burma, junto con otros prisioneros, es trasladado en un tren de repatriados a Lyon. Al llegar a la estación de Perrache, el detective privado encuentra a su antiguo ayudante, Bob Colomer, quien al reconocerle le grita las mismas palabras que Glóbulo en el campo de prisioneros. Pero ya no tiene tiempo de decir nada más. Justo en ese momento, aprovechando los atronadores compases de La Marsellesa, interpretada por una banda militar formada en el andén, Colomer cae cosido a balazos. Burma salta del vagón, pero será en vano. Su colaborador ha muerto. A lo lejos, la imagen de una mujer, labios pintados, cabellos largos, gabardina con solapas en guardia y pistola en mano, será lo último que recuerde el detective. Estupendo inicio argumental, pero el aspecto gráfico no le va a la zaga, con dos páginas, las primeras, mudas: sólo viñetas con encuadres panorámicos del campo de prisioneros, como si del arranque de un largometraje se tratase.




Portada del cómic.


¿Qué se puede decir a estas alturas del dúo Tardi-Malet que no se haya escrito ya? Poco, muy poco, la verdad. Creo, además, que si Tardi debe la calidad de sus guiones a las novelas de Leo Malet, indiscutiblemente éste último popularizó sus novelas gracias a la espléndida puesta en escena de Tardi. Creo que todos los aficionados al género negro ya no pueden disociar a Malet de Tardi. Y viceversa se puede decir de los lectores de cómic.

Y es que Tardi encontró sin duda la horma de su zapato en las historias del Malet. Las ha hecho tan suyas, que el lector automáticamente asimila la imagen del Néstor Burma de Tardi con el personaje de tinta y papel fraguado por Malet. Son ya inconfundibles, de leyenda, esas greñas que caen sobre su frente, esa nariz ancha, ese rictus, mezcla de incredulidad y decepción, esa pipa, que ladea alternativamente ora a la derecha, ora a la izquierda, o su gabardina (en ‘Calle de la Estación, 120’, un abrigo prestado). La figura de Burma, el de Tardi, se ha convertido ya en todo un icono del cómic policial, con resabios de Maigret y astucia de detective americano, aunque sin el toque chulesco que caracteriza a los héroes policiales del otro lado del Atlántico.

‘Calle de la estación, 120’ es un álbum dibujado en blanco y negro. Y gris. Todo ello se conjuga para organizar el conjunto depresivo, lacónico y sobrio, de la Francia de Pétain, la de Vichy, y del París ocupado por los alemanes. La acción se desarrolla en tres escenarios fundamentales. El campo de prisioneros Stalag XB, la ciudad de Lyon, donde tienen lugar las primeras pesquisas de Burma, y París donde alcanzamos el desenlace. La capital lionesa se nos aparece como una urbe brumosa, o quizá debe decir "burmosa", con las calles permanentemente mojadas - el adoquinado cobra una vida propia gracias a la lluvia -, que proponen al lector una imagen de soledad y tristeza que se acentúa por la noche, cuando, a causa del toque de queda instaurado para defenderse de los bombardeos, las farolas y las lámparas de la mayor parte de las de las casas permanecen apagadas. Incluso los automóviles circulan sin luces. Es la visión de la Francia en guerra, donde transitar a esas horas se convierte en una aventura, en un riesgo, en un jugarse la vida.

Pero Tardi y Malet no pueden olvidar a la verdadera protagonista de sus historias: París. Y así, la acción del álbum se traslada a la capital del Sena para morir allí. La imagen de París en este ‘Calle de la estación, 120’ es muy similar a la de Lyon. También llueve. Y nieva: el París de Tardí nevado, otra gozada. La situación bélica no ha cambiado y la gente sigue viviendo. Es interesante este aspecto, el de la vida, digo. El ser humano se adapta a todo, qué remedio. Y así durante la guerra, lejos del frente, angustiados por la posibilidad de cualquier ataque aéreo, la población se mueve, respira, trabaja, acude al teatro, sueña, lee revistas de actualidad, come, hace el amor y, además, algunos delinquen.

La narración es espléndida, una mezcla de planos generales, de cafés antiguos, de interiores, de imágenes urbanas, casi postales, tristes sí, pero postales, y de primeros planos. Con Tardi no ocurre como con otros dibujantes. En su iconografía resulta fácil aclararse y memorizar los rostros de cada personaje. Queda poco lugar para la confusión o el equívoco. Dentro de sus viñetas, hay un espléndido trabajo de documentación. Los elementos anecdóticos, esos que parecen no tener importancia pero que, en realidad dan el tono a la ambientación, aparecen por doquier: teléfonos, periódicos, secantes, pipas que huelen a tabaco, escritorios rancios o plumas estilográficas. Casi todos los personajes que desfilan por ‘Calle de la Estación, 120’, cuando escriben, utilizan plumas estilográficas. La estilográfica, el símbolo de toda una época. Y no se olviden de los carteles patrióticos, "Vive Pétain!"; ni de los grafittis: "A bas les traitres de Vichy. Vive el General de Gaulle".

Y es que todas y cada una de las viñetas de Tardi merece que nos demoremos un tiempo para contemplarlas en toda su dimensión. No por su espectacularidad, sino por los detalles, por su cuidada composición. Nada aquí queda al albur del azar, nada. Viñeta a viñeta, página a página, Tardi nos sumerge en la época de esos primeros años de la II Guerra Mundial, una inmersión lenta, concienzuda, eficaz, con su trazo tan característico, serio y dotado de un sello propio. Inconfundible Tardi.

Aunque estamos hablando de una novela negra sin duda, Jacques Tardi (supongo que Malet, obviamente) se toma una licencia muy típica de la novela-problema tradicional británica.. Y así, igual que el protagonista de las obras de Agatha Christie, el belga Hércules Poirot, suele reunir a todos los candidatos a asesino en una última escena, donde a través de una meticulosa ceremonia reconstruye el crimen y descubre al culpable, en ‘Calle de la Estación, 120’ ocurre lo mismo y en un alarde de primeros planos – estudio de las reacciones de cada uno de los posibles implicados ante las explicaciones del detective – sabiamente mezclados con mínimos flashbacks, que traen a la memoria del lector los momentos narrativos en los que Burma apoya sus deducciones, es donde descubre al autor o autora del crimen (no les aguaré yo la fiesta descubriéndoles el enigma ante de hora).

‘Calle de la estación 120’ un álbum largo, 190 páginas, prácticamente la misma extensión que muchas novelas policiacas de bolsillo, que se hace corto. Algo de culpa tendrá de esto Tardi, digo yo.‘Calle de la estación, 120’, una joya de la novela policial vestida de cómic. ‘Calle de la estación, 120’, una joya del cómic que arropa, y de qué manera, a una novela negra. ‘Calle de la estación ,120’ un cómic para recordar, releer y disfrutar.

Tardi sigue siendo un valor seguro en el cómic. No lo duden.

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‘Calle de la Estación, 120’ de Leo Malet y Jacques Tardi; Norma Editorial, mayo 2009. Tapa dura, 190 páginas; precio: 22 euros.

Tardi-Malet: ‘Calle de la estación, 120’, un cómic para recordar, releer, paladear...

Herme Cerezo
Herme Cerezo
viernes, 22 de mayo de 2009, 09:27 h (CET)
La editorial Noma acaba de reeditar otro clásico del cómic negro: ‘Calle de la estación, 120’ del dibujante francés Jacques Tardi (Valence, 1946). Basada en un polar de otro autor francés, Leo Malet (Montpellier 1909-1996), la acción se enmarca en los primeros años de la II Guerra Mundial, en el campo de prisioneros del Stalag XB, donde encontramos al protagonista habitual de toda la serie de álbumes del binomio Malet-Tardi, el detective Néstor Burma (siempre he pensado que quedaría mejor Bruma, dado el carácter deductivo y reflexivo del personaje, pero todo esto no son sino elucubraciones mentales del que suscribe). En el Stalag XB, un prisionero sin nombre, al que todos llaman Glóbulo, es incapaz de suministrar sus datos personales al soldado del registro. Glóbulo ha perdido la memoria y divaga por el campo hundido en su amnesia. Aunque algunos piensan que el hombre no es sino un simulador, los meses pasan y el tipo continúa igual, con sus ojos desmesuradamente abiertos, como buscando una luz que ilumine la oscuridad que envuelve su mente. Una noche, antes de morir aferrado a las solapas del abrigo de Néstor Burma, Glóbulo pronunciará sus últimas palabras: un nombre, Hélène, y una dirección: calle de la Estación, 120. Nada más. Tiempo después, Burma, junto con otros prisioneros, es trasladado en un tren de repatriados a Lyon. Al llegar a la estación de Perrache, el detective privado encuentra a su antiguo ayudante, Bob Colomer, quien al reconocerle le grita las mismas palabras que Glóbulo en el campo de prisioneros. Pero ya no tiene tiempo de decir nada más. Justo en ese momento, aprovechando los atronadores compases de La Marsellesa, interpretada por una banda militar formada en el andén, Colomer cae cosido a balazos. Burma salta del vagón, pero será en vano. Su colaborador ha muerto. A lo lejos, la imagen de una mujer, labios pintados, cabellos largos, gabardina con solapas en guardia y pistola en mano, será lo último que recuerde el detective. Estupendo inicio argumental, pero el aspecto gráfico no le va a la zaga, con dos páginas, las primeras, mudas: sólo viñetas con encuadres panorámicos del campo de prisioneros, como si del arranque de un largometraje se tratase.




Portada del cómic.


¿Qué se puede decir a estas alturas del dúo Tardi-Malet que no se haya escrito ya? Poco, muy poco, la verdad. Creo, además, que si Tardi debe la calidad de sus guiones a las novelas de Leo Malet, indiscutiblemente éste último popularizó sus novelas gracias a la espléndida puesta en escena de Tardi. Creo que todos los aficionados al género negro ya no pueden disociar a Malet de Tardi. Y viceversa se puede decir de los lectores de cómic.

Y es que Tardi encontró sin duda la horma de su zapato en las historias del Malet. Las ha hecho tan suyas, que el lector automáticamente asimila la imagen del Néstor Burma de Tardi con el personaje de tinta y papel fraguado por Malet. Son ya inconfundibles, de leyenda, esas greñas que caen sobre su frente, esa nariz ancha, ese rictus, mezcla de incredulidad y decepción, esa pipa, que ladea alternativamente ora a la derecha, ora a la izquierda, o su gabardina (en ‘Calle de la Estación, 120’, un abrigo prestado). La figura de Burma, el de Tardi, se ha convertido ya en todo un icono del cómic policial, con resabios de Maigret y astucia de detective americano, aunque sin el toque chulesco que caracteriza a los héroes policiales del otro lado del Atlántico.

‘Calle de la estación, 120’ es un álbum dibujado en blanco y negro. Y gris. Todo ello se conjuga para organizar el conjunto depresivo, lacónico y sobrio, de la Francia de Pétain, la de Vichy, y del París ocupado por los alemanes. La acción se desarrolla en tres escenarios fundamentales. El campo de prisioneros Stalag XB, la ciudad de Lyon, donde tienen lugar las primeras pesquisas de Burma, y París donde alcanzamos el desenlace. La capital lionesa se nos aparece como una urbe brumosa, o quizá debe decir "burmosa", con las calles permanentemente mojadas - el adoquinado cobra una vida propia gracias a la lluvia -, que proponen al lector una imagen de soledad y tristeza que se acentúa por la noche, cuando, a causa del toque de queda instaurado para defenderse de los bombardeos, las farolas y las lámparas de la mayor parte de las de las casas permanecen apagadas. Incluso los automóviles circulan sin luces. Es la visión de la Francia en guerra, donde transitar a esas horas se convierte en una aventura, en un riesgo, en un jugarse la vida.

Pero Tardi y Malet no pueden olvidar a la verdadera protagonista de sus historias: París. Y así, la acción del álbum se traslada a la capital del Sena para morir allí. La imagen de París en este ‘Calle de la estación, 120’ es muy similar a la de Lyon. También llueve. Y nieva: el París de Tardí nevado, otra gozada. La situación bélica no ha cambiado y la gente sigue viviendo. Es interesante este aspecto, el de la vida, digo. El ser humano se adapta a todo, qué remedio. Y así durante la guerra, lejos del frente, angustiados por la posibilidad de cualquier ataque aéreo, la población se mueve, respira, trabaja, acude al teatro, sueña, lee revistas de actualidad, come, hace el amor y, además, algunos delinquen.

La narración es espléndida, una mezcla de planos generales, de cafés antiguos, de interiores, de imágenes urbanas, casi postales, tristes sí, pero postales, y de primeros planos. Con Tardi no ocurre como con otros dibujantes. En su iconografía resulta fácil aclararse y memorizar los rostros de cada personaje. Queda poco lugar para la confusión o el equívoco. Dentro de sus viñetas, hay un espléndido trabajo de documentación. Los elementos anecdóticos, esos que parecen no tener importancia pero que, en realidad dan el tono a la ambientación, aparecen por doquier: teléfonos, periódicos, secantes, pipas que huelen a tabaco, escritorios rancios o plumas estilográficas. Casi todos los personajes que desfilan por ‘Calle de la Estación, 120’, cuando escriben, utilizan plumas estilográficas. La estilográfica, el símbolo de toda una época. Y no se olviden de los carteles patrióticos, "Vive Pétain!"; ni de los grafittis: "A bas les traitres de Vichy. Vive el General de Gaulle".

Y es que todas y cada una de las viñetas de Tardi merece que nos demoremos un tiempo para contemplarlas en toda su dimensión. No por su espectacularidad, sino por los detalles, por su cuidada composición. Nada aquí queda al albur del azar, nada. Viñeta a viñeta, página a página, Tardi nos sumerge en la época de esos primeros años de la II Guerra Mundial, una inmersión lenta, concienzuda, eficaz, con su trazo tan característico, serio y dotado de un sello propio. Inconfundible Tardi.

Aunque estamos hablando de una novela negra sin duda, Jacques Tardi (supongo que Malet, obviamente) se toma una licencia muy típica de la novela-problema tradicional británica.. Y así, igual que el protagonista de las obras de Agatha Christie, el belga Hércules Poirot, suele reunir a todos los candidatos a asesino en una última escena, donde a través de una meticulosa ceremonia reconstruye el crimen y descubre al culpable, en ‘Calle de la Estación, 120’ ocurre lo mismo y en un alarde de primeros planos – estudio de las reacciones de cada uno de los posibles implicados ante las explicaciones del detective – sabiamente mezclados con mínimos flashbacks, que traen a la memoria del lector los momentos narrativos en los que Burma apoya sus deducciones, es donde descubre al autor o autora del crimen (no les aguaré yo la fiesta descubriéndoles el enigma ante de hora).

‘Calle de la estación 120’ un álbum largo, 190 páginas, prácticamente la misma extensión que muchas novelas policiacas de bolsillo, que se hace corto. Algo de culpa tendrá de esto Tardi, digo yo.‘Calle de la estación, 120’, una joya de la novela policial vestida de cómic. ‘Calle de la estación, 120’, una joya del cómic que arropa, y de qué manera, a una novela negra. ‘Calle de la estación ,120’ un cómic para recordar, releer y disfrutar.

Tardi sigue siendo un valor seguro en el cómic. No lo duden.

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‘Calle de la Estación, 120’ de Leo Malet y Jacques Tardi; Norma Editorial, mayo 2009. Tapa dura, 190 páginas; precio: 22 euros.

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