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Herme Cerezo

‘Las calles de arena’ de Paco Roca: un universo cerrado donde cada personaje desempeña su rol y respira su lógica existencial

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Llegó ya. Llevábamos mucho tiempo esperándolo pero al fin está entre nosotros. Se publicó ayer, 17 de abril, unos días antes de Sant Jordi. Cuando comencé a leerlo algunos personajes casi pierden el tren, ya que todavía se apresuraban en ocupar sus lugares asignados en las viñetas para desempeñar su cometido. Me refiero, claro está, a ‘Las calles de arena’ de Paco Roca, editado por Astiberri, con el mismo formato que ‘Arrugas’, aunque echo en falta su portada brillante y el papel interior satinado.




Portada del cómic.


Recién uno abre ‘Las calles de arena’, lo primero que salta a la vista son las autorreferencias comiqueras. La primera viñeta, alargada, horizontal, panorámica, es la fachada de la librería de Cómic más emblemática y señera de la ciudad de Valencia: Futurama. Con ella como tarjeta de presentación, Paco Roca abre la puerta de su obra, invitándonos a pasear por sus páginas. Luego el lápiz del valenciano deambula por el establecimiento, ligeramente retocado para que no cante tanto. Y dentro no hay libros, hay cómics, segunda autorreferencia, porque el protagonista, el hombre sin nombre, que presenta rasgos físicos (camisa desabrochada, zapatillas eternas de deporte, suéter de pico) característicos del propio autor, tercera autorreferencia, sostiene ‘Tintín en el Tíbet’ con sus manos y, además, está esperando que un dependiente le envuelva una monumental escultura de Corto Maltés, cuarta autorreferencia.

El tipo, con Corto Maltés a cuestas, se introduce por el casco viejo de la ciudad, una mezcla de calles y laberintos de los antiguos barrios Chino y de El Carmen de Valencia, tamizados por la imaginación de Roca. El hombre sin nombre se pierde por estos vericuetos, se le hace de noche — magistrales las dos pequeñas viñetas en las que se enciende la luz de una farola, se escucha hasta el ‘clic’ del interruptor municipal, aunque no esté escrita la onomatopeya —. Y ahí empieza su amargura porque cae en un extravío del que no podrá escapar. Paco Roca tiñe de recursos claustrofóbicos esta parte de la obra: colores sombríos, soledad, móvil sin cobertura, calles que resultan extrañas a la memoria del protagonista... Y con Corto Maltés bajo el brazo, lo que acentúa el agobio, ya que pocas cosas molestan más a un claustrofóbico que tener las manos ocupadas. El hombre sin nombre ve un rayo de esperanza: las ventanas encendidas de un hotel, La Torre, al que accede en busca de ayuda. Precisamente ahí es donde comienzan a ocurrir cosas.

¡Y qué cosas!

Miren, no hay duda de que ‘Las calles de arena’ tiene como fondo argumental el destino: la aceptación o asunción que cada uno hace de él, la sumisión a lo inevitable o la lucha rebelde por variar el devenir de las cosas. Sin embargo, a mi juicio, la riqueza de este álbum no radica sólo ahí sino en la galería de personajes que van a aparecer en cada una de las páginas del álbum: la señora Esther, dueña del interminable hotel La Torre, que jamás puede disfrutar de sus días libres; el señor Rueda, sempiterno mecánico de las calderas del hotel (¿o del infierno?); Rosendo de los Vientos, un argentino, antiguo viajero por todos los confines del mundo, experto en dibujar mapas; la mujer cartera, espléndido personaje, que no pronuncia ni una puñetera palabra en la obra porque escribe en vez de hablar; el señor Doppelganger, un vagabundo que también se perdió por aquellos andurriales, que le roba su identidad al hombre sin nombre, de ahí su nombre (bonito galimatías léxico); el tipo que comparte habitación con el protagonista, que lleva treinta años recluido en las calles de arena, conformado a su suerte ("Si intentas buscarle una lógica a todo esto, acabarás loco"), pero que tiene ultimado un plan para escapar de aquellas calles "en cuanto tenga lista mi maleta. Ni antes ni después"; el señor Soto — "no está muerto se está dejando morir" explicará su esposa —, que espera la llegada de la parca amortajado en vida dentro de un ataúd; el coronel Francisco Piedra (¿les suena el nombre?), atribulado por el recuerdo de Eva, su fallecida esposa, y el conde Diógenes, obsesionado por rodearse de sus propios retratos. Ninguno de todos estos personajes es capaz de vivir su propia existencia, anudados a la rueda de su tiempo circular e interminable, esclavos de sus deberes y obligaciones, conformados a su suerte. Y en medio de todos estos cronopios el hombre sin nombre, primero como espectador, hasta que conocemos a todos los personajes, y a continuación como elemento perturbador que se mueve entre ellos, generador de conflictos, que trata de convencerlos para quebrar el statu quo de la situación porque quiere volver a su mundo, a su realidad, a la hipoteca que ha de firmar con su novia, a la recuperación de su tiempo. Con el devenir de las situaciones, mover una pequeña pieza de este rompecabezas, será suficiente para que Paco Roca desencadene la serie de acciones que precipitarán el desenlace de ‘Las calles de arena’

No faltan, también estaban presentes en sus álbumes anteriores, frases que inducen a reflexión: "La inmortalidad es como las vacaciones de verano. Se apodera de ti la apatía, hay tiempo, todo lo dejas para mañana y al final nunca haces nada" o "Perder alguno de estos objetos es perder para siempre una parte de mi vida". Son marca de la casa.

Si ‘Arrugas, indudablemente, significó un antes y un después en la carrera como historietista de Paco Roca, ‘Las calles de arena’ es una nueva vuelta de tuerca, un cambio de registro, una demostración palpable de la imaginación del autor valenciano, cada vez más metido en su papel de contador de historias, utilizando los recursos narrativos que la técnica el Cómic pone a su alcance y no me refiero únicamente a la calidad del dibujo, excelente como siempre, sencillo y de línea clara, otra marca de la casa. Aquí está Kafka, está Cortázar, Poe, Melville, Borges, tal vez García Márquez, pero sobre todo está Paco Roca y su modo de narrar. ‘Las calles de arena’ es un universo cerrado, un habitáculo donde cada personaje tiene su sitio, desempeña su rol y respira su lógica existencial.

Esto es, grosso modo, porque la obra admite sobradas relecturas y profundizaciones sin cuento – superiores en número, sin duda, a todo el debate que se ha generado en torno a ‘Arrugas’ – lo que contiene ‘Las calles de arena’, un álbum que no va a defraudar a ningún amante del buen Cómic, cuya construcción, sin duda también, ha constituido toda una experiencia para el propio Paco Roca. Una experiencia enriquecedora y, sobre todo, una aventura de final incierto, como todo quehacer artístico de auténtico valor.

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Paco Roca: ‘Las calles de arena’; Ed. Astiberri, abril 2009: tapa dura, color, 102 páginas, 15 euros.

‘Las calles de arena’ de Paco Roca: un universo cerrado donde cada personaje desempeña su rol y respira su lógica existencial

Herme Cerezo
Herme Cerezo
sábado, 18 de abril de 2009, 11:13 h (CET)
Llegó ya. Llevábamos mucho tiempo esperándolo pero al fin está entre nosotros. Se publicó ayer, 17 de abril, unos días antes de Sant Jordi. Cuando comencé a leerlo algunos personajes casi pierden el tren, ya que todavía se apresuraban en ocupar sus lugares asignados en las viñetas para desempeñar su cometido. Me refiero, claro está, a ‘Las calles de arena’ de Paco Roca, editado por Astiberri, con el mismo formato que ‘Arrugas’, aunque echo en falta su portada brillante y el papel interior satinado.




Portada del cómic.


Recién uno abre ‘Las calles de arena’, lo primero que salta a la vista son las autorreferencias comiqueras. La primera viñeta, alargada, horizontal, panorámica, es la fachada de la librería de Cómic más emblemática y señera de la ciudad de Valencia: Futurama. Con ella como tarjeta de presentación, Paco Roca abre la puerta de su obra, invitándonos a pasear por sus páginas. Luego el lápiz del valenciano deambula por el establecimiento, ligeramente retocado para que no cante tanto. Y dentro no hay libros, hay cómics, segunda autorreferencia, porque el protagonista, el hombre sin nombre, que presenta rasgos físicos (camisa desabrochada, zapatillas eternas de deporte, suéter de pico) característicos del propio autor, tercera autorreferencia, sostiene ‘Tintín en el Tíbet’ con sus manos y, además, está esperando que un dependiente le envuelva una monumental escultura de Corto Maltés, cuarta autorreferencia.

El tipo, con Corto Maltés a cuestas, se introduce por el casco viejo de la ciudad, una mezcla de calles y laberintos de los antiguos barrios Chino y de El Carmen de Valencia, tamizados por la imaginación de Roca. El hombre sin nombre se pierde por estos vericuetos, se le hace de noche — magistrales las dos pequeñas viñetas en las que se enciende la luz de una farola, se escucha hasta el ‘clic’ del interruptor municipal, aunque no esté escrita la onomatopeya —. Y ahí empieza su amargura porque cae en un extravío del que no podrá escapar. Paco Roca tiñe de recursos claustrofóbicos esta parte de la obra: colores sombríos, soledad, móvil sin cobertura, calles que resultan extrañas a la memoria del protagonista... Y con Corto Maltés bajo el brazo, lo que acentúa el agobio, ya que pocas cosas molestan más a un claustrofóbico que tener las manos ocupadas. El hombre sin nombre ve un rayo de esperanza: las ventanas encendidas de un hotel, La Torre, al que accede en busca de ayuda. Precisamente ahí es donde comienzan a ocurrir cosas.

¡Y qué cosas!

Miren, no hay duda de que ‘Las calles de arena’ tiene como fondo argumental el destino: la aceptación o asunción que cada uno hace de él, la sumisión a lo inevitable o la lucha rebelde por variar el devenir de las cosas. Sin embargo, a mi juicio, la riqueza de este álbum no radica sólo ahí sino en la galería de personajes que van a aparecer en cada una de las páginas del álbum: la señora Esther, dueña del interminable hotel La Torre, que jamás puede disfrutar de sus días libres; el señor Rueda, sempiterno mecánico de las calderas del hotel (¿o del infierno?); Rosendo de los Vientos, un argentino, antiguo viajero por todos los confines del mundo, experto en dibujar mapas; la mujer cartera, espléndido personaje, que no pronuncia ni una puñetera palabra en la obra porque escribe en vez de hablar; el señor Doppelganger, un vagabundo que también se perdió por aquellos andurriales, que le roba su identidad al hombre sin nombre, de ahí su nombre (bonito galimatías léxico); el tipo que comparte habitación con el protagonista, que lleva treinta años recluido en las calles de arena, conformado a su suerte ("Si intentas buscarle una lógica a todo esto, acabarás loco"), pero que tiene ultimado un plan para escapar de aquellas calles "en cuanto tenga lista mi maleta. Ni antes ni después"; el señor Soto — "no está muerto se está dejando morir" explicará su esposa —, que espera la llegada de la parca amortajado en vida dentro de un ataúd; el coronel Francisco Piedra (¿les suena el nombre?), atribulado por el recuerdo de Eva, su fallecida esposa, y el conde Diógenes, obsesionado por rodearse de sus propios retratos. Ninguno de todos estos personajes es capaz de vivir su propia existencia, anudados a la rueda de su tiempo circular e interminable, esclavos de sus deberes y obligaciones, conformados a su suerte. Y en medio de todos estos cronopios el hombre sin nombre, primero como espectador, hasta que conocemos a todos los personajes, y a continuación como elemento perturbador que se mueve entre ellos, generador de conflictos, que trata de convencerlos para quebrar el statu quo de la situación porque quiere volver a su mundo, a su realidad, a la hipoteca que ha de firmar con su novia, a la recuperación de su tiempo. Con el devenir de las situaciones, mover una pequeña pieza de este rompecabezas, será suficiente para que Paco Roca desencadene la serie de acciones que precipitarán el desenlace de ‘Las calles de arena’

No faltan, también estaban presentes en sus álbumes anteriores, frases que inducen a reflexión: "La inmortalidad es como las vacaciones de verano. Se apodera de ti la apatía, hay tiempo, todo lo dejas para mañana y al final nunca haces nada" o "Perder alguno de estos objetos es perder para siempre una parte de mi vida". Son marca de la casa.

Si ‘Arrugas, indudablemente, significó un antes y un después en la carrera como historietista de Paco Roca, ‘Las calles de arena’ es una nueva vuelta de tuerca, un cambio de registro, una demostración palpable de la imaginación del autor valenciano, cada vez más metido en su papel de contador de historias, utilizando los recursos narrativos que la técnica el Cómic pone a su alcance y no me refiero únicamente a la calidad del dibujo, excelente como siempre, sencillo y de línea clara, otra marca de la casa. Aquí está Kafka, está Cortázar, Poe, Melville, Borges, tal vez García Márquez, pero sobre todo está Paco Roca y su modo de narrar. ‘Las calles de arena’ es un universo cerrado, un habitáculo donde cada personaje tiene su sitio, desempeña su rol y respira su lógica existencial.

Esto es, grosso modo, porque la obra admite sobradas relecturas y profundizaciones sin cuento – superiores en número, sin duda, a todo el debate que se ha generado en torno a ‘Arrugas’ – lo que contiene ‘Las calles de arena’, un álbum que no va a defraudar a ningún amante del buen Cómic, cuya construcción, sin duda también, ha constituido toda una experiencia para el propio Paco Roca. Una experiencia enriquecedora y, sobre todo, una aventura de final incierto, como todo quehacer artístico de auténtico valor.

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Paco Roca: ‘Las calles de arena’; Ed. Astiberri, abril 2009: tapa dura, color, 102 páginas, 15 euros.

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