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Entrevista a Leopoldo Abadía

"El peligro de la vejez es volverse inútil, aburrirse. Siempre hay que hacer algo"

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Leopoldo Abadía Pocino nació en Zaragoza en 1933. Jubilado. Tiene doce hijos y cuarenta y cinco nietos. Es doctor ingeniero industrial e ITP Harvard Business School. En esta época de crisis, hace unos años decidió sentarse a escribir y explicar a sus lectores los entresijos de la economía, a través de los libros: ‘Como funciona la economía para dummies’, ‘La economía en 365 preguntas’, ’36 cosas que hay que hacer para que una familia funcione bien’, ‘¿Qué hace una persona como tú en una crisis como esta?’, ‘La hora de los sensatos’, ‘La crisis Ninja y otros misterios de la economía actual’ y ‘El economista esperanzado’. De un par de años a esta parte, ha dado un pequeño giro en sus publicaciones para adentrarse en el territorio de la denominada tercera edad. Su anterior obra, ‘Como hacerse mayor sin volverse un gruñón’, ha iniciado la serie que ahora continúa con ‘Yo de mayor quiero ser joven’, su última entrega.

«¡Claro que quiero ser joven! ¡Claro que quiero que la gente me diga «Está usted hecho un chaval». Porque eso será señal de que no me da la gana aceptar lo que me digan unos cuantos viejos de menos, y de más, de cincuenta años, esterilizadores de ilusiones, que solo quieren vender a los jóvenes odio, desencanto, quejas y afanes de venganza. Y a los jóvenes, eso no nos gusta» Estas son las últimas líneas del Epílogo de ‘Yo de mayor quiero ser joven’, publicado por Espasa, la nueva obra de Leopoldo Abadía, en la que el escritor zaragozano, con 82 años muy jóvenes, recoge sus reflexiones sobre todo lo que significa enfrentarse a un mundo de mayores con la mentalidad fresca y entusiasta de un chaval como él.

Leopoldo, cada día le veo más joven.
Cuando alguien me dice «por usted no pasan los años», les respondo que me lo cuenten a mí [risas]. A la juventud no hay que denostarla, ni a la madurez, ni a la vejez, en todas las etapas hay tontos y listos. Los mayores tenemos el peligro de que las cosas han cambiado mucho en los últimos diez años y podemos quedarnos atrasados. Para evitar ese problema, la solución es hablar con jóvenes y ver lo bueno que hay en ellos, que también tienen cosas malas como cualquier hijo de vecino.

En ocasiones, el lenguaje es perverso: ¿una cosa es estar viejo y otra muy distinta serlo?
Tengo un deneí que dice que es válido hasta el día 1 de enero de 9999, con eso veo que ya no me lo van a renovar nunca más. Risto Mejide me preguntó una vez qué palabra me gustaba más: viejo o mayor. Y le dije que viejo, porque no pasa nada por ser viejo, no es pecado. Yo lucho constantemente para no estar viejo, pero me cuesta mucho esfuerzo lograrlo, porque a veces el cuerpo te duele y parece que está prohibido quejarse. Por eso, si me preguntan cómo me encuentro les digo que espectacularmente bien [risas].

Se afirma que el que se hace viejo es el cuerpo, pero la mente no.
Eso dicen. A mi edad es importante darse cuenta de las limitaciones. Hace unos años me rompí una cadera y eso me enseñó que debo caminar más despacio, prestando más atención a todo lo que me rodea. Lo mismo me ocurre con las gafas, que no puedo perderlas, siempre debo saber dónde las tengo.

¿Hay una edad para cada trabajo?
Ahora te digo que no, pero si repaso mi vida te diría que sí. Pasé por varios trabajos y los acepté sin pensar, sin cuadrar la ocupación con mi edad. Hubo una temporada en la que viajé mucho, casi ciento ochenta aviones cogidos en un año, y eso ahora no podría hacerlo. De todos modos ahora lo hago en el AVE, que es mucho más descansado y tal vez podría hacer algo parecido.

¿Resulta fácil mantener la mente siempre joven?

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Que un joven tenga ilusiones es muy fácil, que las tenga un viejo es algo más difícil. Por eso estoy empeñado en que cuando la gente se jubile, la misma tarde de su jubilación se busque otro empleo, aunque ese empleo consista simplemente en acudir a un museo, ver el cuadro de un pintor y convertirse en la persona que más sabe de ese artista, por muy malo que sea. El peligro de la vejez es volverse inútil, morir de aburrimiento. Siempre hay que hacer algo, aunque sea pensar.

¿Todos los abuelos saben comportarse como tales?
Hay abuelos que no saben serlo. El joven no quiere ser enseñado, se encuentra fuerte y es muy bueno que tenga ideas nuevas, aunque algunas sean bobadas, que intente hacer cosas y que se equivoque. Los viejos hemos de aprender a serlo y a callar, cosa que a mí me cuesta mucho. Tengo un nieto de 26 años que ha empezado a trabajar y descubre mediterráneos que han sido descubiertos hace muchos años ya. Yo le escucho y me esfuerzo por callarme. En este esfuerzo me ayuda mucho mi mujer, porque me entiende muy bien y con una mirada suya tengo bastante.

¿Es necesario mucho sentido común para ser viejo?
El sentido común es muy útil y necesario para todo. Cuando en mis conferencias hay coloquio posterior, las preguntas que me formulan son todas de sentido común. A veces pienso que hay dos Españas: la de la gente normalita y la de esos señores que salen por la televisión diciendo bobadas. La mayoritaria es la de la gente con sentido común, la de los que no dicen bobadas.

¿La escritura es una buena actividad para una persona mayor?
Escribir es una terapia buenísima y el que no sepa escribir que escriba también. A mí me va fenomenal, aunque a veces me agobie un poco. Hay personas mayores que tienen escritos suyos guardados por vergüenza. Es el momento de sacarlos y corregir el estilo. En el año 2008 yo no había escrito nada en mi vida. Me encargaron un libro, se publicó y se vendió bien. Después me pidieron un segundo y un tercero, y así hasta hoy.

Seguimos por la senda de la escritura. Hacienda quiere cobrar a los escritores jubilados, ¿qué le parece?
Ya hace mucho tiempo que en mis conferencias digo que todo aquel impuesto que se pueda subir se subirá. ¿Por qué? Muy sencillo. Hace unos años España tenía un déficit de noventa y un mil millones y nos comprometimos con Bruselas a rebajarlo. Hemos llegado a los cuarenta y ocho mil, pero no hemos acabado aún y el año que viene habrá otro apretón. Así que subirán los impuestos no solo a los escritores, sino también al guardia de la porra.

Usted siempre ha sostenido que los empresarios son indispensables para la buena salud del país, ¿cualquier persona, joven o viejo, sirve para ser empresario?
No, para ser empresario no vale cualquiera. En 1963 cuando yo tenía veintinueve años, el director de una universidad de Boston nos reunió a los profesores para anunciarnos que íbamos a impartir un nuevo curso que se llamaba máster. Recuerdo que nos dijo que formaríamos chavales en el postgrado, pero que sólo una mínima parte de ellos serían líderes y empresarios, mientras que el resto sería directivos o simples empleados. El empresariado siempre es una parte pequeña, porque para serlo es preciso estar dispuesto a dormir poco, a jugarse el dinero y a soportar éxitos y fracasos. Tener ese temperamento no resulta sencillo y un directivo, por muy importante que sea, al fin y al cabo no se juega su dinero. En España hacen falta muchos empresarios, empresarios y no emprendedores, una palabra que no me gusta porque me parece la forma políticamente correcta de decir empresario.

La última por hoy: ¿‘Yo de mayor quiero ser joven’ es un libro optimista?
Sí, el tono del libro es optimista. En el fondo no ha sido algo premeditado, pero me alegro de que haya resultado así. A mí las cosas me salen y las escribo sin más. Si adquieren un tono optimista es porque yo trato continuamente de serlo, aunque en ocasiones me cueste conseguirlo. Para mí, un optimista es aquella persona que lucha cada día para salir adelante, que es lo que yo he hecho toda mi vida para dar de comer a mis doce hijos, que comían mucho y me han obligado a matarme a trabajar. En ocasiones he cerrado los ojos para no pensar en los líos que me metía, porque si los abría, me iba corriendo.

"El peligro de la vejez es volverse inútil, aburrirse. Siempre hay que hacer algo"

Entrevista a Leopoldo Abadía
Herme Cerezo
lunes, 11 de abril de 2016, 09:05 h (CET)



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Leopoldo Abadía Pocino nació en Zaragoza en 1933. Jubilado. Tiene doce hijos y cuarenta y cinco nietos. Es doctor ingeniero industrial e ITP Harvard Business School. En esta época de crisis, hace unos años decidió sentarse a escribir y explicar a sus lectores los entresijos de la economía, a través de los libros: ‘Como funciona la economía para dummies’, ‘La economía en 365 preguntas’, ’36 cosas que hay que hacer para que una familia funcione bien’, ‘¿Qué hace una persona como tú en una crisis como esta?’, ‘La hora de los sensatos’, ‘La crisis Ninja y otros misterios de la economía actual’ y ‘El economista esperanzado’. De un par de años a esta parte, ha dado un pequeño giro en sus publicaciones para adentrarse en el territorio de la denominada tercera edad. Su anterior obra, ‘Como hacerse mayor sin volverse un gruñón’, ha iniciado la serie que ahora continúa con ‘Yo de mayor quiero ser joven’, su última entrega.

«¡Claro que quiero ser joven! ¡Claro que quiero que la gente me diga «Está usted hecho un chaval». Porque eso será señal de que no me da la gana aceptar lo que me digan unos cuantos viejos de menos, y de más, de cincuenta años, esterilizadores de ilusiones, que solo quieren vender a los jóvenes odio, desencanto, quejas y afanes de venganza. Y a los jóvenes, eso no nos gusta» Estas son las últimas líneas del Epílogo de ‘Yo de mayor quiero ser joven’, publicado por Espasa, la nueva obra de Leopoldo Abadía, en la que el escritor zaragozano, con 82 años muy jóvenes, recoge sus reflexiones sobre todo lo que significa enfrentarse a un mundo de mayores con la mentalidad fresca y entusiasta de un chaval como él.

Leopoldo, cada día le veo más joven.
Cuando alguien me dice «por usted no pasan los años», les respondo que me lo cuenten a mí [risas]. A la juventud no hay que denostarla, ni a la madurez, ni a la vejez, en todas las etapas hay tontos y listos. Los mayores tenemos el peligro de que las cosas han cambiado mucho en los últimos diez años y podemos quedarnos atrasados. Para evitar ese problema, la solución es hablar con jóvenes y ver lo bueno que hay en ellos, que también tienen cosas malas como cualquier hijo de vecino.

En ocasiones, el lenguaje es perverso: ¿una cosa es estar viejo y otra muy distinta serlo?
Tengo un deneí que dice que es válido hasta el día 1 de enero de 9999, con eso veo que ya no me lo van a renovar nunca más. Risto Mejide me preguntó una vez qué palabra me gustaba más: viejo o mayor. Y le dije que viejo, porque no pasa nada por ser viejo, no es pecado. Yo lucho constantemente para no estar viejo, pero me cuesta mucho esfuerzo lograrlo, porque a veces el cuerpo te duele y parece que está prohibido quejarse. Por eso, si me preguntan cómo me encuentro les digo que espectacularmente bien [risas].

Se afirma que el que se hace viejo es el cuerpo, pero la mente no.
Eso dicen. A mi edad es importante darse cuenta de las limitaciones. Hace unos años me rompí una cadera y eso me enseñó que debo caminar más despacio, prestando más atención a todo lo que me rodea. Lo mismo me ocurre con las gafas, que no puedo perderlas, siempre debo saber dónde las tengo.

¿Hay una edad para cada trabajo?
Ahora te digo que no, pero si repaso mi vida te diría que sí. Pasé por varios trabajos y los acepté sin pensar, sin cuadrar la ocupación con mi edad. Hubo una temporada en la que viajé mucho, casi ciento ochenta aviones cogidos en un año, y eso ahora no podría hacerlo. De todos modos ahora lo hago en el AVE, que es mucho más descansado y tal vez podría hacer algo parecido.

¿Resulta fácil mantener la mente siempre joven?

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Que un joven tenga ilusiones es muy fácil, que las tenga un viejo es algo más difícil. Por eso estoy empeñado en que cuando la gente se jubile, la misma tarde de su jubilación se busque otro empleo, aunque ese empleo consista simplemente en acudir a un museo, ver el cuadro de un pintor y convertirse en la persona que más sabe de ese artista, por muy malo que sea. El peligro de la vejez es volverse inútil, morir de aburrimiento. Siempre hay que hacer algo, aunque sea pensar.

¿Todos los abuelos saben comportarse como tales?
Hay abuelos que no saben serlo. El joven no quiere ser enseñado, se encuentra fuerte y es muy bueno que tenga ideas nuevas, aunque algunas sean bobadas, que intente hacer cosas y que se equivoque. Los viejos hemos de aprender a serlo y a callar, cosa que a mí me cuesta mucho. Tengo un nieto de 26 años que ha empezado a trabajar y descubre mediterráneos que han sido descubiertos hace muchos años ya. Yo le escucho y me esfuerzo por callarme. En este esfuerzo me ayuda mucho mi mujer, porque me entiende muy bien y con una mirada suya tengo bastante.

¿Es necesario mucho sentido común para ser viejo?
El sentido común es muy útil y necesario para todo. Cuando en mis conferencias hay coloquio posterior, las preguntas que me formulan son todas de sentido común. A veces pienso que hay dos Españas: la de la gente normalita y la de esos señores que salen por la televisión diciendo bobadas. La mayoritaria es la de la gente con sentido común, la de los que no dicen bobadas.

¿La escritura es una buena actividad para una persona mayor?
Escribir es una terapia buenísima y el que no sepa escribir que escriba también. A mí me va fenomenal, aunque a veces me agobie un poco. Hay personas mayores que tienen escritos suyos guardados por vergüenza. Es el momento de sacarlos y corregir el estilo. En el año 2008 yo no había escrito nada en mi vida. Me encargaron un libro, se publicó y se vendió bien. Después me pidieron un segundo y un tercero, y así hasta hoy.

Seguimos por la senda de la escritura. Hacienda quiere cobrar a los escritores jubilados, ¿qué le parece?
Ya hace mucho tiempo que en mis conferencias digo que todo aquel impuesto que se pueda subir se subirá. ¿Por qué? Muy sencillo. Hace unos años España tenía un déficit de noventa y un mil millones y nos comprometimos con Bruselas a rebajarlo. Hemos llegado a los cuarenta y ocho mil, pero no hemos acabado aún y el año que viene habrá otro apretón. Así que subirán los impuestos no solo a los escritores, sino también al guardia de la porra.

Usted siempre ha sostenido que los empresarios son indispensables para la buena salud del país, ¿cualquier persona, joven o viejo, sirve para ser empresario?
No, para ser empresario no vale cualquiera. En 1963 cuando yo tenía veintinueve años, el director de una universidad de Boston nos reunió a los profesores para anunciarnos que íbamos a impartir un nuevo curso que se llamaba máster. Recuerdo que nos dijo que formaríamos chavales en el postgrado, pero que sólo una mínima parte de ellos serían líderes y empresarios, mientras que el resto sería directivos o simples empleados. El empresariado siempre es una parte pequeña, porque para serlo es preciso estar dispuesto a dormir poco, a jugarse el dinero y a soportar éxitos y fracasos. Tener ese temperamento no resulta sencillo y un directivo, por muy importante que sea, al fin y al cabo no se juega su dinero. En España hacen falta muchos empresarios, empresarios y no emprendedores, una palabra que no me gusta porque me parece la forma políticamente correcta de decir empresario.

La última por hoy: ¿‘Yo de mayor quiero ser joven’ es un libro optimista?
Sí, el tono del libro es optimista. En el fondo no ha sido algo premeditado, pero me alegro de que haya resultado así. A mí las cosas me salen y las escribo sin más. Si adquieren un tono optimista es porque yo trato continuamente de serlo, aunque en ocasiones me cueste conseguirlo. Para mí, un optimista es aquella persona que lucha cada día para salir adelante, que es lo que yo he hecho toda mi vida para dar de comer a mis doce hijos, que comían mucho y me han obligado a matarme a trabajar. En ocasiones he cerrado los ojos para no pensar en los líos que me metía, porque si los abría, me iba corriendo.

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