Aburrimiento es la única palabra que no apareció en los comentarios de ninguna persona que hablara sobre la París-Niza durante estos días, la primera gran carrera de la temporada. Una prueba que tuvo de todo. Y, para variar, los principales protagonistas eran españoles.
Luis León Sánchez ganó la partida a un Alberto Contador que dejó claro que no iba a Francia de vacaciones. La semana pasada les hablaba en mi columna de aquella exhibición que el de Pinto protagonizó en la 6ª etapa, mostrando mi admiración por la valentía con la que afrontaba cualquier carrera, sin mirar la importancia de cada una. Pues bien, el mismo día que aparecía en Siglo XXI el artículo, horas después, Contador pinchaba y se alejaba del podio.
Fue una situación extraña. No era normal ver al vencedor de las tres grandes tan atrás, con las fuerzas justas para mantenerse en la bicicleta. Era una sensación rarísima. El mismo que un día antes bailaba a un ritmo infernal sobre la carretera, al siguiente sufría y veía como sus rivales se iban hacia delante a la misma velocidad con la que él perdía los segundos de ventaja.
Después de esa sufrida etapa a Contador todavía le quedaban ganas de volver al ataque. No tardó nada. En la siguiente etapa ya estaba de nuevo protagonizando una de las suyas, que a punto estuvo de culminar. Algo sólo accesible para los atrevidos. Para alguien al que no le importa intentar una locura cuando tiene todo perdido. No pudo conseguir su objetivo, pero cayó dando la cara y, sobre todo, espectáculo.