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Con dos años de retraso se estrena en España esta maravilla animada de los estudios Ghibli

El cuento de la princesa Kaguya

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Mientras trabaja en el bosque, un viejo cortador de bambú encuentra en el interior de uno de los tallos a una pequeña princesa. El anciano la lleva a su casa, donde él y su mujer deciden cuidarla como si se tratase de su propia hija.

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La última joya de los estudios de animación Ghibli, es esta Kaguyahime no monogatari, un bellísimo relato fantástico inspirado en el cuento tradicional japonés El cortador de bambú. El veterano Isao Takahata, autor de la también extraordinaria La tumba de las luciérnagas (Hotaru no aka, 1988), insufla a su película una sensibilidad artística y una poesía muy poco frecuentes dentro del panorama cinematográfico actual, alumbrando una obra de exquisita realización artesanal y hermoso contenido. Los dibujos, hechos a mano, reciben la influencia de la estampa japonesa (ukiyo-e), priorizando el uso de la línea sobre una gama cromática variada y de tonalidad plana y luminosa.

Si bien el objetivo último del cuento original era el de explicar, desde un punto de vista legendario, las violentas erupciones del monte Fuji a consecuencia de la ira acumulada de la princesa Kaguya, enfadada por el engaño del emperador. Al prescindir de su parte final, en la que esto se narra, Takahata, coautor del guión junto con Riko Sagakuchi, convierte a su filme en una reflexión sobre lo efímero de la existencia terrena. La princesa Kaguya, proveniente de la luna y nacida en este planeta del interior de un tallo de bambú, lamenta no haber hecho durante su etapa en la Tierra lo que en verdad hubiera deseado, reclamando para sí, sin llegar a conseguirlo, un mayor tiempo de estancia para poder llevarlo a cabo. Es precisamente esa falta de tiempo, que puede hacerse extensible a cualquier ser humano, lo que dota a la película de un mensaje existencialista universal. Kaguya, como algunas de las heroínas del cine de Kenji Mizoguchi, de quien Takahata toma soluciones a nivel formal y narrativo, subordina su felicidad a la voluntad de las personas que la rodean. No le queda otra cosa que resignarse ante las estrictas normas sociales y de conducta de las damas de la nobleza, muy bien reflejadas en el filme. Sólo su ingenio, brillantemente mostrado en la secuencia de los pretendientes, en la que actúa con las mismas artes que la Penélope de Homero, le permite no cerrar por completo las puertas a un futuro de esperanzas y sueños.

El cuento de la princesa Kaguya es mucho más que una simple cinta de dibujos animados, constituyendo toda una lección de vida por parte de un realizador que, al igual que su compatriota Hayao Miyazaki, ha contribuido a hacer de la animación cinemática una admirable forma de arte dentro del séptimo arte. Imprescindible.

El cuento de la princesa Kaguya

Con dos años de retraso se estrena en España esta maravilla animada de los estudios Ghibli
Ricardo Pérez
lunes, 28 de marzo de 2016, 10:47 h (CET)
Mientras trabaja en el bosque, un viejo cortador de bambú encuentra en el interior de uno de los tallos a una pequeña princesa. El anciano la lleva a su casa, donde él y su mujer deciden cuidarla como si se tratase de su propia hija.

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La última joya de los estudios de animación Ghibli, es esta Kaguyahime no monogatari, un bellísimo relato fantástico inspirado en el cuento tradicional japonés El cortador de bambú. El veterano Isao Takahata, autor de la también extraordinaria La tumba de las luciérnagas (Hotaru no aka, 1988), insufla a su película una sensibilidad artística y una poesía muy poco frecuentes dentro del panorama cinematográfico actual, alumbrando una obra de exquisita realización artesanal y hermoso contenido. Los dibujos, hechos a mano, reciben la influencia de la estampa japonesa (ukiyo-e), priorizando el uso de la línea sobre una gama cromática variada y de tonalidad plana y luminosa.

Si bien el objetivo último del cuento original era el de explicar, desde un punto de vista legendario, las violentas erupciones del monte Fuji a consecuencia de la ira acumulada de la princesa Kaguya, enfadada por el engaño del emperador. Al prescindir de su parte final, en la que esto se narra, Takahata, coautor del guión junto con Riko Sagakuchi, convierte a su filme en una reflexión sobre lo efímero de la existencia terrena. La princesa Kaguya, proveniente de la luna y nacida en este planeta del interior de un tallo de bambú, lamenta no haber hecho durante su etapa en la Tierra lo que en verdad hubiera deseado, reclamando para sí, sin llegar a conseguirlo, un mayor tiempo de estancia para poder llevarlo a cabo. Es precisamente esa falta de tiempo, que puede hacerse extensible a cualquier ser humano, lo que dota a la película de un mensaje existencialista universal. Kaguya, como algunas de las heroínas del cine de Kenji Mizoguchi, de quien Takahata toma soluciones a nivel formal y narrativo, subordina su felicidad a la voluntad de las personas que la rodean. No le queda otra cosa que resignarse ante las estrictas normas sociales y de conducta de las damas de la nobleza, muy bien reflejadas en el filme. Sólo su ingenio, brillantemente mostrado en la secuencia de los pretendientes, en la que actúa con las mismas artes que la Penélope de Homero, le permite no cerrar por completo las puertas a un futuro de esperanzas y sueños.

El cuento de la princesa Kaguya es mucho más que una simple cinta de dibujos animados, constituyendo toda una lección de vida por parte de un realizador que, al igual que su compatriota Hayao Miyazaki, ha contribuido a hacer de la animación cinemática una admirable forma de arte dentro del séptimo arte. Imprescindible.

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