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Herme Cerezo

‘Miss Endicott’ de Derrien y Fourquemin: a mitad de camino entre el cómic, el cuento y la ciencia ficción

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Planeta ha editado recientemente en un solo volumen los dos álbumes de Derrien y Fourquemin titulados ‘Miss Endicott’, un cómic ubicado cronológicamente en la Inglaterra del siglo XIX y cuyo análisis debe ser dividido en dos aspectos claramente diferenciados: el argumento/guión y los dibujos.




Portada del cómic.


De partida, el guión de Jean Christophe Derrien no puede ser más sugerente: en el Londres victoriano, se supone el nombre de la ciudad aunque no se cite en la obra, se celebra el entierro de la antigua Conciliadora, Marguerite Madeleine Endicott, "nuestra Maggie" como la define uno de los personajes de la historia. Al sepelio, triste, popular y sin embargo poco concurrido, asiste Prudence Endicott, hija de la muerta, que acaba de regresar de un largo viaje y que viene dispuesta a sustituir a su difunta madre en dicho cargo. Bien, y ¿qué es una Conciliadora?, se preguntarán ustedes, mis improbables. Pues, una Conciliadora es una especie de justiciero del Oeste, en versión femenina, pulcra y británica, que maneja las armas de fuego de repetición, en el caso de la difunta Maggie, o las agujas de tejer calceta convertidas en mortíferos sables, en el caso de Prudence, con maestría indudable. La Conciliadora de la ciudad se encarga de solucionar problemas que le plantean los desheredados, los humildes, los que sufren penurias para llenar el estómago cada día. La Conciliadora tiene un despacho, donde trabaja y gobierna Wallace, su secretario particular, una especie de escribano entrado en años, calva y canas, que además se ocupa de las tareas de limpieza y otros menesteres no tan burocráticos.

La ciudad donde oficia Miss Endicott esconde dos realidades: el mundo de la superficie, donde viven la mayoría de habitantes, y el mundo de los olvidados, habitado por seres harapientos y despreciados, gobernados con mano de hierro por el Amo, un tiranuelo que está orquestando una verdadera revolución, que provocará la invasión y destrucción del mundo de la superficie por los olvidados, sirviéndose para ello de una máquina devastadora inventada por él y construida por sus súbditos. Coherente con esta estructura urbana, Prudence Endicott, la Conciliadora, lleva también una doble existencia: de día es la institutriz del joven Kevin Folsey, cuyos padres siempre están de viaje, y de noche se convierte en justiciera urbana.

Semejante planteamiento, salpicado por una serie de atractivos personajes: Conrad, el mayordomo de los Folsey; Kevin, un niño que resulta insufrible para todos menos para su nueva institutriz; Wallace, el secretario ya citado; Quilby, dueño de un antro de bebedores de whisky y cerveza llamado el Bar de Paterson; y Karl Hyde y Darren, dos bribones sin marca, que viven de la mangancia y el descuideo, orquestan una historia más que apetecible a priori, sobre todo si, como aquí ocurre, los personajes principales están arropados por un buen elenco de secundarios: el matrimonio Parks, el enano Ugly o Rocco, el represor del mundo de los olvidados, y sus gnomos que dan relieve al relato. El problema reside, en mi opinión, en que el desenlace principal se anticipa demasiado, con una solución un tanto ñoña y lacrimógena, mientras que el final definitivo, por contra, se me antoja demasiado radical si lo contemplamos desde el punto de vista de todo lo leído hasta entonces.

Por su parte, Xavier Fourquemin desarrolla un estupendo trabajo gráfico en ‘Miss Endicott’. Su imaginería nos retrotrae inmediatamente al Londres de Dickens. El dibujante maneja líneas originales, abastecidas por columnas curvas, rostros caricaturizados de tipos malcarados y bellas señoritas, casas de aspecto inestable, que no caen pero parece que lo vayan a hacer, callejones estrechamente tortuosos, solitarios parajes campestres, inverosímiles vericuetos subterráneos, etcétera. Todos estos elementos gráficos conforman un ambiente muy adecuado para este cómic, hasta tal punto que parece que estemos leyendo un cuento de época, de los de antes, sazonado con unas pizcas de ciencia ficción. ‘Mis Endicott’ nos puede parecer un tanto oscuro, pero lo cierto es que la mayoría de escenas se desarrollan de noche o bajo tierra y, las que suceden durante el día, responden perfectamente a la estereotipada, y real, imagen de un Londres preñado casi siempre de un cielo gris arañado por nubes tormentosas. No es ajeno al grafismo de este libro el colorista Scarlett Smulkowsky, que ha iluminado entre otros algunos álbumes del teniente Blueberry (‘Marshall Blueberry 3’ y ‘Dust’), así como ejemplares de las series ‘Mayam’ o ‘Sherlock Holmes’. Por cierto, no estaría de más que en los créditos del libro se hiciera constar su nombre.

‘Miss Endicott’ es un álbum que entretiene y no poco. Sus viñetas, de múltiples tamaños y formas, consiguen atrapar la mirada del lector. Cada una de sus páginas encierra un montón de detalles gráficos que vale la pena revisar y contemplar, independientemente de los textos, por el puro placer de hacerlo, sin otras pretensiones. Leer ‘Miss Endicott’ ha traído a mi memoria una célebre frase del poeta francés Paul Eluard: "Hay otros mundos, pero están en éste".

En ‘Miss Endicott’ quiero decir.

____________________

‘Miss Endicott’, de Derrien-Fourquemin. Editorial Planeta DeAgostini, 2008. Color, tapa dura, 160 páginas; precio: 13,95 euros

‘Miss Endicott’ de Derrien y Fourquemin: a mitad de camino entre el cómic, el cuento y la ciencia ficción

Herme Cerezo
Herme Cerezo
lunes, 23 de febrero de 2009, 09:58 h (CET)
Planeta ha editado recientemente en un solo volumen los dos álbumes de Derrien y Fourquemin titulados ‘Miss Endicott’, un cómic ubicado cronológicamente en la Inglaterra del siglo XIX y cuyo análisis debe ser dividido en dos aspectos claramente diferenciados: el argumento/guión y los dibujos.




Portada del cómic.


De partida, el guión de Jean Christophe Derrien no puede ser más sugerente: en el Londres victoriano, se supone el nombre de la ciudad aunque no se cite en la obra, se celebra el entierro de la antigua Conciliadora, Marguerite Madeleine Endicott, "nuestra Maggie" como la define uno de los personajes de la historia. Al sepelio, triste, popular y sin embargo poco concurrido, asiste Prudence Endicott, hija de la muerta, que acaba de regresar de un largo viaje y que viene dispuesta a sustituir a su difunta madre en dicho cargo. Bien, y ¿qué es una Conciliadora?, se preguntarán ustedes, mis improbables. Pues, una Conciliadora es una especie de justiciero del Oeste, en versión femenina, pulcra y británica, que maneja las armas de fuego de repetición, en el caso de la difunta Maggie, o las agujas de tejer calceta convertidas en mortíferos sables, en el caso de Prudence, con maestría indudable. La Conciliadora de la ciudad se encarga de solucionar problemas que le plantean los desheredados, los humildes, los que sufren penurias para llenar el estómago cada día. La Conciliadora tiene un despacho, donde trabaja y gobierna Wallace, su secretario particular, una especie de escribano entrado en años, calva y canas, que además se ocupa de las tareas de limpieza y otros menesteres no tan burocráticos.

La ciudad donde oficia Miss Endicott esconde dos realidades: el mundo de la superficie, donde viven la mayoría de habitantes, y el mundo de los olvidados, habitado por seres harapientos y despreciados, gobernados con mano de hierro por el Amo, un tiranuelo que está orquestando una verdadera revolución, que provocará la invasión y destrucción del mundo de la superficie por los olvidados, sirviéndose para ello de una máquina devastadora inventada por él y construida por sus súbditos. Coherente con esta estructura urbana, Prudence Endicott, la Conciliadora, lleva también una doble existencia: de día es la institutriz del joven Kevin Folsey, cuyos padres siempre están de viaje, y de noche se convierte en justiciera urbana.

Semejante planteamiento, salpicado por una serie de atractivos personajes: Conrad, el mayordomo de los Folsey; Kevin, un niño que resulta insufrible para todos menos para su nueva institutriz; Wallace, el secretario ya citado; Quilby, dueño de un antro de bebedores de whisky y cerveza llamado el Bar de Paterson; y Karl Hyde y Darren, dos bribones sin marca, que viven de la mangancia y el descuideo, orquestan una historia más que apetecible a priori, sobre todo si, como aquí ocurre, los personajes principales están arropados por un buen elenco de secundarios: el matrimonio Parks, el enano Ugly o Rocco, el represor del mundo de los olvidados, y sus gnomos que dan relieve al relato. El problema reside, en mi opinión, en que el desenlace principal se anticipa demasiado, con una solución un tanto ñoña y lacrimógena, mientras que el final definitivo, por contra, se me antoja demasiado radical si lo contemplamos desde el punto de vista de todo lo leído hasta entonces.

Por su parte, Xavier Fourquemin desarrolla un estupendo trabajo gráfico en ‘Miss Endicott’. Su imaginería nos retrotrae inmediatamente al Londres de Dickens. El dibujante maneja líneas originales, abastecidas por columnas curvas, rostros caricaturizados de tipos malcarados y bellas señoritas, casas de aspecto inestable, que no caen pero parece que lo vayan a hacer, callejones estrechamente tortuosos, solitarios parajes campestres, inverosímiles vericuetos subterráneos, etcétera. Todos estos elementos gráficos conforman un ambiente muy adecuado para este cómic, hasta tal punto que parece que estemos leyendo un cuento de época, de los de antes, sazonado con unas pizcas de ciencia ficción. ‘Mis Endicott’ nos puede parecer un tanto oscuro, pero lo cierto es que la mayoría de escenas se desarrollan de noche o bajo tierra y, las que suceden durante el día, responden perfectamente a la estereotipada, y real, imagen de un Londres preñado casi siempre de un cielo gris arañado por nubes tormentosas. No es ajeno al grafismo de este libro el colorista Scarlett Smulkowsky, que ha iluminado entre otros algunos álbumes del teniente Blueberry (‘Marshall Blueberry 3’ y ‘Dust’), así como ejemplares de las series ‘Mayam’ o ‘Sherlock Holmes’. Por cierto, no estaría de más que en los créditos del libro se hiciera constar su nombre.

‘Miss Endicott’ es un álbum que entretiene y no poco. Sus viñetas, de múltiples tamaños y formas, consiguen atrapar la mirada del lector. Cada una de sus páginas encierra un montón de detalles gráficos que vale la pena revisar y contemplar, independientemente de los textos, por el puro placer de hacerlo, sin otras pretensiones. Leer ‘Miss Endicott’ ha traído a mi memoria una célebre frase del poeta francés Paul Eluard: "Hay otros mundos, pero están en éste".

En ‘Miss Endicott’ quiero decir.

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‘Miss Endicott’, de Derrien-Fourquemin. Editorial Planeta DeAgostini, 2008. Color, tapa dura, 160 páginas; precio: 13,95 euros

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