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Herme Cerezo

‘La llave que te di’, de Agustín Santos: Novela negra, en clave mediterránea, muy nuestra

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Disculpen, mis improbables, que últimamente fustigue sus meninges con policiales. Lo siento. Sorry. El que suscribe anda incurso en una de ellas y para ambientarse, para aprender o, simplemente, para disfrutar con lo que hacen otros, lee todas las que pasan por sus manos. Y, enfrascado en estos menesteres, se lleva alguna sorpresa, en este caso una agradable sorpresa en clave mediterránea. Porque eso y no otra cosa ha constituido la lectura de ‘La llave que te di’, ópera prima del escritor salmantino, afincado en Almassora (Castellón), Agustín Santos. La verdad es que tenía ganas de leer una novela en la que la acción y sus protagonistas discurriesen por la ciudad donde vivo, Valencia, una urbe tan cívica y criminal como cualquier otra, pero que me cuesta imaginar como marco de estructuras detectivescas. No es que no existan libros que la utilicen como escenario, pero no son muy frecuentes. Y ‘La llave que te di’ transcurre íntegramente entre sus afueras y sus adentros, entre sus calles y sus alrededores (La Albufera, algún polígono industrial cuyo nombre se intuye pero no se cita, etcétera). El mar que, según he leído está muy presente en la vida de Agustín Santos, también se huele en sus páginas, igual que la atmósfera que envuelve a los maderos de la Jefatura de Gran Vía o el submundo de la noche capitalina, del "cap i casal", se entiende. Lo que es seguro es que, tras leer esta novela, algunos lugares de mi ciudad natal seguirán siendo los mismos, pero ya no me sabrán igual.

‘La llave que te di’ cuenta la transformación que sufre la apacible vida de un supervisor de enfermería, Luis Pons, que trabaja en un centro hospitalario de la ciudad de Valencia, tras aceptar el quilombo que le propone un tipo al que conoce por casualidad a través de uno de los enfermos del hospital. Este negocio, negro y sucio, por supuesto, se va a enlazar con otros cuantos, más negros, más sucios, hasta que la cosa estalle con varios fiambres de por medio. Surge entonces la figura del protagonista, un policía judicial, otro sabueso especializado en la lucha contra el hampa, al que el escritor salmantino ha bautizado con el nombre de Justo Boyero y del que luego les hablaré porque merece apartado propio.

Como no es mi objetivo contarles todo el argumento, primero porque está feo y, segundo, porque me parece una falta de respeto a la novela, paso a hablarles de ella. ‘La llave que te di’ es, como dije antes, una ópera prima. Y eso en pequeños, muy pequeños detalles, puede notarse. Pero hay que tener presente que sin una primera novela no hay una segunda, ni una tercera, ni una cuarta. Nadie nace enseñado y menos en esto de escribir, donde nunca se termina el aprendizaje. Pero lo cierto es que Agustín Santos presenta un debut de un nivel más que aceptable. Como mínimo bueno y muy prometedor. E intenso, porque en sus páginas, al que se descuida, le pueden apiolar rápidamente con una pistola de 7,65 milímetros u otro calibre similar. Y eso, en este género, es primordial. Baste decirles que sus 280 páginas las he leído de corrido, porque era otro de esos libros – tan escasos últimamente – que no he podido soltar hasta concluirlo. Y a mí me gustan esas novelas que te agarran de los cataplines, te zarandean, como si hubieras sido apresado por el lazo de un vaquero del oeste, ¡ziu, ziu!, y te hacen caer donde el escritor quiere, donde le viene en gana, porque tu voluntad como lector ya no existe. Se apoderó de ella el narrador omnisciente diseñado por Agustín Santos y sólo te la devuelve cuando cierras el libro tras concluir su lectura.

Y ¿dónde reside el truco para conseguir este efecto tan beneficioso? Sencillamente en la estructura de la primera mitad de la novela, que es la parte que el autor utiliza para urdir el entramado argumental. Les dije al comienzo que a Luis Pons alguien le propone un negocio turbio que él acepta. Y cuando todo indica que la cosa ha salido a pedir de boca no es así. Sólo lo parece. Porque a partir de ese instante y detrás del primer embrollo, el enfermero supervisor cae, sucesivamente, en otro, y en otro, y en otro ... Y el calibre de los líos es cada vez mayor y más complejo, de tal manera que la víctima se pringa hasta los higadillos. Como el lector que, si al principio ya ha picado, ahora no podrá soltar el anzuelo. Se lo tragará enterito. Lo dice el propio Pons: "Hasta donde alcanzo a entender, no existe retorno y habré de seguir adelante, exponiéndome y haciendo todo lo que ustedes me manden".

Otro elemento narrativo, que utiliza con habilidad el autor, radica en las conversaciones telefónicas. La mayoría de ellas van más allá de la mera charla, adelantan terreno, tensan situaciones, acrecientan el interés. Enorme rendimiento el que saca Agustín Santos a estas llamadas. También es resultona la ejecución de los asesinatos: muy de la tierra peninsular: dos tiros certeros, el de la herida mortal y el de gracia, para rematar y por si acaso. ¿Les suena de algo? Trabajos finos, de artillería pesada, aliñados con el pulso de profesionales llegados del otro lado del Atlántico. Son méritos, pues, nada baladíes, que añadir a su bagaje literario.

Y me refiero ahora al nombre con el que el salmantino ha bautizado a su policía: Justo Boyero. Justo de justicia, tal vez, y Boyero, según el DRAE y cambiando la y griega por una elle, sería "persona que hace o vende bollos" en primera acepción y, en segunda, no hace falta explicarlo. En todo caso una palabra un tanto ambigua, como quizá sea este policía, que mezcla la actividad puramente investigadora con la negociación. Boyero goza de reconocido prestigio en la Policía Judicial, pero quizá sucumba con demasiada facilidad a las tentaciones que le acechan cada mañana. Sin duda en ese sucumbir, en ese negociar, en esa "ambigüedad" radique el éxito de su trabajo. Villar, uno de los inspectores a su cargo se lo deja bien clarito en este pasaje: "Justo, no quiero ni pensar en qué follón estás. Eres un buen policía y, ya te lo he dicho en alguna ocasión, no comprendo como te metes en ciertas cosas, la verdad".

Hay muchos detalles más que recomiendan la lectura de ‘La llave que te di’. Ecos de otros escritores policiales, González Ledesma, por ejemplo, Juan Madrid o Andreu Martín, y guiños a la Literatura y al mundo musical. En resumen, pequeños homenajes a la Cultura con mayúsculas. Creo que Agustín Santos, según señaló él mismo en una entrevista, anda ya enfrascado en el segundo caso del policía judicial Boyero. Que lo termine y lo publique pronto. Que así sea.

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‘La llave que te di’, de Agustín Santos. Brosquil Ediciones, mayo 2008. 279 páginas, 16,95 euros.

‘La llave que te di’, de Agustín Santos: Novela negra, en clave mediterránea, muy nuestra

Herme Cerezo
Herme Cerezo
jueves, 20 de noviembre de 2008, 06:18 h (CET)
Disculpen, mis improbables, que últimamente fustigue sus meninges con policiales. Lo siento. Sorry. El que suscribe anda incurso en una de ellas y para ambientarse, para aprender o, simplemente, para disfrutar con lo que hacen otros, lee todas las que pasan por sus manos. Y, enfrascado en estos menesteres, se lleva alguna sorpresa, en este caso una agradable sorpresa en clave mediterránea. Porque eso y no otra cosa ha constituido la lectura de ‘La llave que te di’, ópera prima del escritor salmantino, afincado en Almassora (Castellón), Agustín Santos. La verdad es que tenía ganas de leer una novela en la que la acción y sus protagonistas discurriesen por la ciudad donde vivo, Valencia, una urbe tan cívica y criminal como cualquier otra, pero que me cuesta imaginar como marco de estructuras detectivescas. No es que no existan libros que la utilicen como escenario, pero no son muy frecuentes. Y ‘La llave que te di’ transcurre íntegramente entre sus afueras y sus adentros, entre sus calles y sus alrededores (La Albufera, algún polígono industrial cuyo nombre se intuye pero no se cita, etcétera). El mar que, según he leído está muy presente en la vida de Agustín Santos, también se huele en sus páginas, igual que la atmósfera que envuelve a los maderos de la Jefatura de Gran Vía o el submundo de la noche capitalina, del "cap i casal", se entiende. Lo que es seguro es que, tras leer esta novela, algunos lugares de mi ciudad natal seguirán siendo los mismos, pero ya no me sabrán igual.

‘La llave que te di’ cuenta la transformación que sufre la apacible vida de un supervisor de enfermería, Luis Pons, que trabaja en un centro hospitalario de la ciudad de Valencia, tras aceptar el quilombo que le propone un tipo al que conoce por casualidad a través de uno de los enfermos del hospital. Este negocio, negro y sucio, por supuesto, se va a enlazar con otros cuantos, más negros, más sucios, hasta que la cosa estalle con varios fiambres de por medio. Surge entonces la figura del protagonista, un policía judicial, otro sabueso especializado en la lucha contra el hampa, al que el escritor salmantino ha bautizado con el nombre de Justo Boyero y del que luego les hablaré porque merece apartado propio.

Como no es mi objetivo contarles todo el argumento, primero porque está feo y, segundo, porque me parece una falta de respeto a la novela, paso a hablarles de ella. ‘La llave que te di’ es, como dije antes, una ópera prima. Y eso en pequeños, muy pequeños detalles, puede notarse. Pero hay que tener presente que sin una primera novela no hay una segunda, ni una tercera, ni una cuarta. Nadie nace enseñado y menos en esto de escribir, donde nunca se termina el aprendizaje. Pero lo cierto es que Agustín Santos presenta un debut de un nivel más que aceptable. Como mínimo bueno y muy prometedor. E intenso, porque en sus páginas, al que se descuida, le pueden apiolar rápidamente con una pistola de 7,65 milímetros u otro calibre similar. Y eso, en este género, es primordial. Baste decirles que sus 280 páginas las he leído de corrido, porque era otro de esos libros – tan escasos últimamente – que no he podido soltar hasta concluirlo. Y a mí me gustan esas novelas que te agarran de los cataplines, te zarandean, como si hubieras sido apresado por el lazo de un vaquero del oeste, ¡ziu, ziu!, y te hacen caer donde el escritor quiere, donde le viene en gana, porque tu voluntad como lector ya no existe. Se apoderó de ella el narrador omnisciente diseñado por Agustín Santos y sólo te la devuelve cuando cierras el libro tras concluir su lectura.

Y ¿dónde reside el truco para conseguir este efecto tan beneficioso? Sencillamente en la estructura de la primera mitad de la novela, que es la parte que el autor utiliza para urdir el entramado argumental. Les dije al comienzo que a Luis Pons alguien le propone un negocio turbio que él acepta. Y cuando todo indica que la cosa ha salido a pedir de boca no es así. Sólo lo parece. Porque a partir de ese instante y detrás del primer embrollo, el enfermero supervisor cae, sucesivamente, en otro, y en otro, y en otro ... Y el calibre de los líos es cada vez mayor y más complejo, de tal manera que la víctima se pringa hasta los higadillos. Como el lector que, si al principio ya ha picado, ahora no podrá soltar el anzuelo. Se lo tragará enterito. Lo dice el propio Pons: "Hasta donde alcanzo a entender, no existe retorno y habré de seguir adelante, exponiéndome y haciendo todo lo que ustedes me manden".

Otro elemento narrativo, que utiliza con habilidad el autor, radica en las conversaciones telefónicas. La mayoría de ellas van más allá de la mera charla, adelantan terreno, tensan situaciones, acrecientan el interés. Enorme rendimiento el que saca Agustín Santos a estas llamadas. También es resultona la ejecución de los asesinatos: muy de la tierra peninsular: dos tiros certeros, el de la herida mortal y el de gracia, para rematar y por si acaso. ¿Les suena de algo? Trabajos finos, de artillería pesada, aliñados con el pulso de profesionales llegados del otro lado del Atlántico. Son méritos, pues, nada baladíes, que añadir a su bagaje literario.

Y me refiero ahora al nombre con el que el salmantino ha bautizado a su policía: Justo Boyero. Justo de justicia, tal vez, y Boyero, según el DRAE y cambiando la y griega por una elle, sería "persona que hace o vende bollos" en primera acepción y, en segunda, no hace falta explicarlo. En todo caso una palabra un tanto ambigua, como quizá sea este policía, que mezcla la actividad puramente investigadora con la negociación. Boyero goza de reconocido prestigio en la Policía Judicial, pero quizá sucumba con demasiada facilidad a las tentaciones que le acechan cada mañana. Sin duda en ese sucumbir, en ese negociar, en esa "ambigüedad" radique el éxito de su trabajo. Villar, uno de los inspectores a su cargo se lo deja bien clarito en este pasaje: "Justo, no quiero ni pensar en qué follón estás. Eres un buen policía y, ya te lo he dicho en alguna ocasión, no comprendo como te metes en ciertas cosas, la verdad".

Hay muchos detalles más que recomiendan la lectura de ‘La llave que te di’. Ecos de otros escritores policiales, González Ledesma, por ejemplo, Juan Madrid o Andreu Martín, y guiños a la Literatura y al mundo musical. En resumen, pequeños homenajes a la Cultura con mayúsculas. Creo que Agustín Santos, según señaló él mismo en una entrevista, anda ya enfrascado en el segundo caso del policía judicial Boyero. Que lo termine y lo publique pronto. Que así sea.

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‘La llave que te di’, de Agustín Santos. Brosquil Ediciones, mayo 2008. 279 páginas, 16,95 euros.

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