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Herme Cerezo

‘El secreto de Christine’ de Benjamin Black, la tristeza que lo envuelve todo

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Dicen que escribe para escritores. Y debe ser cierto porque a él no le gusta esta aseveración. Y el que se pica, ajos come. John Banville (Wexford, Irlanda, 1945) es un de esos autores que presentan doble vida literaria. Por un lado, es autor de novelas bajo su nombre real: ‘Long Lankin’, ‘Nightspawn’, ‘Birchwood’, ‘Copérnico’, ‘Kepler’, ‘La carta de Newton’, ‘Mefisto’, ‘El libro de las pruebas’, ‘Ghosts’, ‘Athena’, ‘El intocable’ y ‘Eclipse’, entre otras. Y, por otro, trabaja, digamos, género negro, aupado en su seudónimo, Benjamin Black. El propio autor, en una entrevista también reciente, diferencia sus dos egos artísticos, explicando que Banville escribe en un cuaderno, con estilográfica, despacio y sin tachaduras, mientras que Black lo hace en un ordenador. Al señor Negro, es decir, al sector black, nunca mejor dicho, pertenecen ‘El otro nombre de Laura’, recientemente publicada en España, y la obra que nos ocupa hoy: ‘El secreto de Christine’.

‘El secreto de Christine’ es una novela negra, negrísima, pero no es género policial ‘extricto sensu’. Es una novela negra en tanto en cuanto que permite descubrir al lector o narrar al escritor el lado oscuro, negro, negrísimo, de dos familias bien: una irlandesa y otra estadounidense, emparentadas por el matrimonio de dos de sus vástagos. El argumento arranca en Dublín, en los años cincuenta, en un depósito de cadáveres a donde ha ido a parar un cuerpo que no debería encontrarse allí. Estamos, por tanto, ante un retrato social, un relato nada irreal y probablemente mucho más habitual de lo que queremos creer.

‘El secreto de Christine’ es el libro de las cosas pequeñas, de los detalles, de las descripciones minúsculas, de lo que parece que no cuenta pero, en realidad, importa más que la propia historia porque le imprime volumen. Y carácter. Las descripciones de gestos, pensamientos y miradas que hace Benjamin Black son definitivas. Conocemos aquí a los personajes casi más por estos detalles que por cómo actúan o hablan. Y es que estas minuciosas descripciones son indispensables y un buen lector no puede pasarlas por alto. Todo lo contrario. Cada palabra de Black reclama vida propia, exige ser leída, se niega a ser ninguneada. En algún párrafo las he obviado a propósito y, automáticamente, como si en el propio texto hubiese un muelle invisible, he tenido que retroceder ante las tremendas dudas que me asaltaban al leer los párrafos siguientes. Aquí, por tanto, todos los detalles son importantes. Por muy insignificantes que puedan parecer.

Y cuando uno se acostumbra a respetar la tácita ley impuesta por las palabras de Benjamin Black, el lector consigue olvidar su prisa ansiosa, innata, por avanzar rápido, por conocer la historia y su desenlace. Y aquí se produce una gradación porque al principio se detiene a leer los detalles por necesidad argumental, pero después lo hace para regodearse, satisfecho, con el placer de su lectura. Extraordinarios detalles, el alma del estilo de Benjamin Black.

‘El secreto de Christine’ es el reino de los grises. Hay personajes malos, pero no hay malos que no tengan su vertiente positiva o su justificación para obrar como lo hacen y, además, ninguno de los buenos lo es completamente. Todos, buenos y malos, tienen sus trapos sucios que ocultar, trapos sucios que van apareciendo a medida que va desgranándose el argumento, espléndidamente dosificado por el irlandés.

Tristeza. ‘El secreto de Christine’ es un libro triste. La acción transcurre entre Irlanda y Estados Unidos. Comienza en Dublín, como ya se ha dicho, y acaba en el continente americano. La novela plantea una historia triste, que gana en tristeza gradualmente: de menos a más. El protagonista, el patólogo Quirke, evoluciona de un modo que llama a engaño. Banville nos muestra dos Quirke distintos. Es un personaje de "carne y hueso", no de tinta y papel al que el autor casi da la vuelta. Si en principio nos parece un perdedor "bueno", al final cambiaremos nuestra opinión sobre él. Quirke es un personaje sorpresa en este sentido. Magistral, oigan. Pero la tristeza no se restringe sólo al patólogo. La tristeza, como si de una madeja neblinosa se tratase, lo envuelve todo: personajes y ambientes. A ello contribuye en buena medida el paisaje invernal que sirve de telón de fondo a la obra.

En resumen, espléndida novela ‘El secreto de Christine’, batida con un ritmo lento ‘ma non troppo’, negro, inexorable, brumoso. Y ahora que termino la reseña, hago sonar en el lector de cedés una melodía tradicional irlandesa: ‘Woman of Ireland’. Para aires tristes esta novela y esta música. Y justo ahora, mientras me despido, veo asomar la bruma por mi ventana.

Una bruma triste, evidentemente.

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‘El secreto de Christine’, de Benjamin Black. Ed. Alfaguara. 386 páginas, 19,50 euros.

‘El secreto de Christine’ de Benjamin Black, la tristeza que lo envuelve todo

Herme Cerezo
Herme Cerezo
jueves, 7 de agosto de 2008, 12:03 h (CET)
Dicen que escribe para escritores. Y debe ser cierto porque a él no le gusta esta aseveración. Y el que se pica, ajos come. John Banville (Wexford, Irlanda, 1945) es un de esos autores que presentan doble vida literaria. Por un lado, es autor de novelas bajo su nombre real: ‘Long Lankin’, ‘Nightspawn’, ‘Birchwood’, ‘Copérnico’, ‘Kepler’, ‘La carta de Newton’, ‘Mefisto’, ‘El libro de las pruebas’, ‘Ghosts’, ‘Athena’, ‘El intocable’ y ‘Eclipse’, entre otras. Y, por otro, trabaja, digamos, género negro, aupado en su seudónimo, Benjamin Black. El propio autor, en una entrevista también reciente, diferencia sus dos egos artísticos, explicando que Banville escribe en un cuaderno, con estilográfica, despacio y sin tachaduras, mientras que Black lo hace en un ordenador. Al señor Negro, es decir, al sector black, nunca mejor dicho, pertenecen ‘El otro nombre de Laura’, recientemente publicada en España, y la obra que nos ocupa hoy: ‘El secreto de Christine’.

‘El secreto de Christine’ es una novela negra, negrísima, pero no es género policial ‘extricto sensu’. Es una novela negra en tanto en cuanto que permite descubrir al lector o narrar al escritor el lado oscuro, negro, negrísimo, de dos familias bien: una irlandesa y otra estadounidense, emparentadas por el matrimonio de dos de sus vástagos. El argumento arranca en Dublín, en los años cincuenta, en un depósito de cadáveres a donde ha ido a parar un cuerpo que no debería encontrarse allí. Estamos, por tanto, ante un retrato social, un relato nada irreal y probablemente mucho más habitual de lo que queremos creer.

‘El secreto de Christine’ es el libro de las cosas pequeñas, de los detalles, de las descripciones minúsculas, de lo que parece que no cuenta pero, en realidad, importa más que la propia historia porque le imprime volumen. Y carácter. Las descripciones de gestos, pensamientos y miradas que hace Benjamin Black son definitivas. Conocemos aquí a los personajes casi más por estos detalles que por cómo actúan o hablan. Y es que estas minuciosas descripciones son indispensables y un buen lector no puede pasarlas por alto. Todo lo contrario. Cada palabra de Black reclama vida propia, exige ser leída, se niega a ser ninguneada. En algún párrafo las he obviado a propósito y, automáticamente, como si en el propio texto hubiese un muelle invisible, he tenido que retroceder ante las tremendas dudas que me asaltaban al leer los párrafos siguientes. Aquí, por tanto, todos los detalles son importantes. Por muy insignificantes que puedan parecer.

Y cuando uno se acostumbra a respetar la tácita ley impuesta por las palabras de Benjamin Black, el lector consigue olvidar su prisa ansiosa, innata, por avanzar rápido, por conocer la historia y su desenlace. Y aquí se produce una gradación porque al principio se detiene a leer los detalles por necesidad argumental, pero después lo hace para regodearse, satisfecho, con el placer de su lectura. Extraordinarios detalles, el alma del estilo de Benjamin Black.

‘El secreto de Christine’ es el reino de los grises. Hay personajes malos, pero no hay malos que no tengan su vertiente positiva o su justificación para obrar como lo hacen y, además, ninguno de los buenos lo es completamente. Todos, buenos y malos, tienen sus trapos sucios que ocultar, trapos sucios que van apareciendo a medida que va desgranándose el argumento, espléndidamente dosificado por el irlandés.

Tristeza. ‘El secreto de Christine’ es un libro triste. La acción transcurre entre Irlanda y Estados Unidos. Comienza en Dublín, como ya se ha dicho, y acaba en el continente americano. La novela plantea una historia triste, que gana en tristeza gradualmente: de menos a más. El protagonista, el patólogo Quirke, evoluciona de un modo que llama a engaño. Banville nos muestra dos Quirke distintos. Es un personaje de "carne y hueso", no de tinta y papel al que el autor casi da la vuelta. Si en principio nos parece un perdedor "bueno", al final cambiaremos nuestra opinión sobre él. Quirke es un personaje sorpresa en este sentido. Magistral, oigan. Pero la tristeza no se restringe sólo al patólogo. La tristeza, como si de una madeja neblinosa se tratase, lo envuelve todo: personajes y ambientes. A ello contribuye en buena medida el paisaje invernal que sirve de telón de fondo a la obra.

En resumen, espléndida novela ‘El secreto de Christine’, batida con un ritmo lento ‘ma non troppo’, negro, inexorable, brumoso. Y ahora que termino la reseña, hago sonar en el lector de cedés una melodía tradicional irlandesa: ‘Woman of Ireland’. Para aires tristes esta novela y esta música. Y justo ahora, mientras me despido, veo asomar la bruma por mi ventana.

Una bruma triste, evidentemente.

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‘El secreto de Christine’, de Benjamin Black. Ed. Alfaguara. 386 páginas, 19,50 euros.

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