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Herme Cerezo

‘El muertero Zabaletta’, de Agrimbau y Ginevra. El título no dice todo, apenas nada

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¡Qué espléndido cómic! ¡Cómo luce! ¡Qué lindo! Lo bien cierto es que el viernes pasado, lluvioso por la mañana y ventoso por la tarde, me dejé gobernar por mi olfato. Buscaba una sorpresa, algo distinto con lo que regodear mis ojos y mis meninges, bien alejado de todo lo que las listas especializadas del universo comiquero anunciaban como piezas más cotizadas del Salón Internacional del Cómic de Barcelona. No albergaba ideas preconcebidas, aunque los parámetros de mi subconsciente, evidentemente, se mantenían alerta, latentes, despiertos bajo una apariencia de sueño engañoso. Zabaletta, el muertero, me asaltó solo. Primero, en forma de pasquín propagandístico, no más grande que una postal de esas que enviábamos durante las vacaciones para decir "llegué bien" o "tuve buen viaje" o "esto es precioso, chata". Después de la escaramuza preliminar, vino la conquista verdadera, el ataque abierto, frontal, franco, con forma de tapa dura y 48 páginas de espesor, magníficas, gozosas: las medidas canónicas del cómic franco-belga. Para disfrutar, porque el título no decía todo, apenas nada de lo que había dentro.



Portada del cómic.


Compré ‘El muertero Zabaletta’ en el stand de Norma Cómics, cuando todavía no me creía lo que sostenían mis manos en ese instante. Aquel álbum mezclaba lo policial con la ciencia ficción, merced a las imágenes magistrales de Dante Ginevra, personalísimas, bien distintas a las de su anterior trabajo ‘La burbuja de Bertold’, en la que su grafismo se aproxima bastante al Bilal de ‘La feria de los inmortales’ o de ’La ciudad que nunca existió’. Estupenda esta dualidad estilística, muy recomendable. Ginevra ha diseñado el escenario idóneo: una visión antiguamente futurista de la ciudad de Buenos Aires, llamada aquí Ciudad del Plata. Un marco impresionante, distinto, casi gótico, ciertamente decadente, vetusto. ¡Increíble, che!

‘El muertero Zabaleta’ nos introduce en el entorno urbano de Ciudad del Plata, una ilusión posible de Buenos Aires como ya he dicho, donde Dios ha sido abolido: "En un mundo sin Dios no hay más moral que la Ley del Estado", dirá uno de los personajes. Y el gobierno de la nación - ¿cualquier parecido con la realidad es o fue mera coincidencia? -, a través del denominado Ministerio de Higiene Social, eufemístico y premonitorio nombre, dedica su trabajo a exterminar a todos los individuos e individuas, que considere nocivos para la sociedad, en una sola palabra, antihigiénicos.

"La historia del muertero empieza hace exactamente diez años. Fue por aquellas épocas que con Dante hicimos una historieta breve – explica Diego Agrimbau en su blog -, donde había un señor que mataba una persona por día, según órdenes del gobierno. La historieta no salió nunca publicada en ninguna parte, pero ahí estaba el germen de este libro".

Para conseguir sus objetivos, el Ministerio ha diseñado un cuerpo especial de policía que, en lugar de proteger a la población, tiene como cometido primordial la eliminación de los elementos molestos, antihigiénicos, ya dije. La metodología represora y asesina presenta forma de lotería. Un terminal de datos, estrafalario e inmisericorde, un lujo para el lector, que atiende al curioso nombre de La calesita, diariamente sortea y suministra el expediente del ciudadano o ciudadana que deberá ser suprimido por los comandos policiales, sin importar el método empleado para ello.

Excelente planteamiento, buen desarrollo argumental, pleno de usos y modos del género negro (apenas quedan resquicios para la sensibilidad sentimental), con matices políticos (existencia de una sociedad sumergida de resistentes, ¿les suena?), matemáticos (la sucesión numérica de Fibonacci) y esotéricos. Todo respira a Chandler y Hammet por lo policial; a Bradbury por la resistencia y el aparato represor (los hombres-libro y los bomberos de ‘Fahrenheit 451’) y a Philip K. Dick, el escritor antaño visionario y hoy de culto, porque el ambiente de Ciudad del Plata imaginado por Diego Agrimbau y traducido en imágenes por Dante Ginebra huele a su ‘¿Suenan los androides con ovejas eléctricas?’, rebautizada como ‘Blade runner’. La Ciudad del Plata ostenta un ambiente oscuro, sombrío, preñado de grises tensos y marrones agobiantes, bañados casi permanentemente por la lluvia. Sobre las calzadas de la urbe pululan coches, carros dicen ellos, pero no demasiados. Y el transporte metropolitano se maneja por los aires, en una complicada red de teleféricos que une los espacios vacíos entre los edificios. La vestimenta de los personajes del ‘Muertero Zabaletta’ son plenamente del género: sacos, pantalones de línea, sombreros, todo perfectamente integrado con el entorno en el que actúan.

‘El muertero Zabaletta’ parece indicar que el cómic argentino no anda mal, al menos en género negro (recuerden a los ‘Spaghetti Bross’ de Trillo y Mandrafina). Ojalá que no se trate de un hecho aislado y ojalá también pronto tengamos nuevos trabajos de este binomio artístico. Agrimbau&Ginevra, ¡macanudo, che!

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‘El muertero Zabaletta’, de Diego Agrimbau y Dante Ginevra. NORMA Editorial, mayo 2008. 48 páginas, 13 euros.

‘El muertero Zabaletta’, de Agrimbau y Ginevra. El título no dice todo, apenas nada

Herme Cerezo
Herme Cerezo
jueves, 24 de julio de 2008, 22:34 h (CET)
¡Qué espléndido cómic! ¡Cómo luce! ¡Qué lindo! Lo bien cierto es que el viernes pasado, lluvioso por la mañana y ventoso por la tarde, me dejé gobernar por mi olfato. Buscaba una sorpresa, algo distinto con lo que regodear mis ojos y mis meninges, bien alejado de todo lo que las listas especializadas del universo comiquero anunciaban como piezas más cotizadas del Salón Internacional del Cómic de Barcelona. No albergaba ideas preconcebidas, aunque los parámetros de mi subconsciente, evidentemente, se mantenían alerta, latentes, despiertos bajo una apariencia de sueño engañoso. Zabaletta, el muertero, me asaltó solo. Primero, en forma de pasquín propagandístico, no más grande que una postal de esas que enviábamos durante las vacaciones para decir "llegué bien" o "tuve buen viaje" o "esto es precioso, chata". Después de la escaramuza preliminar, vino la conquista verdadera, el ataque abierto, frontal, franco, con forma de tapa dura y 48 páginas de espesor, magníficas, gozosas: las medidas canónicas del cómic franco-belga. Para disfrutar, porque el título no decía todo, apenas nada de lo que había dentro.



Portada del cómic.


Compré ‘El muertero Zabaletta’ en el stand de Norma Cómics, cuando todavía no me creía lo que sostenían mis manos en ese instante. Aquel álbum mezclaba lo policial con la ciencia ficción, merced a las imágenes magistrales de Dante Ginevra, personalísimas, bien distintas a las de su anterior trabajo ‘La burbuja de Bertold’, en la que su grafismo se aproxima bastante al Bilal de ‘La feria de los inmortales’ o de ’La ciudad que nunca existió’. Estupenda esta dualidad estilística, muy recomendable. Ginevra ha diseñado el escenario idóneo: una visión antiguamente futurista de la ciudad de Buenos Aires, llamada aquí Ciudad del Plata. Un marco impresionante, distinto, casi gótico, ciertamente decadente, vetusto. ¡Increíble, che!

‘El muertero Zabaleta’ nos introduce en el entorno urbano de Ciudad del Plata, una ilusión posible de Buenos Aires como ya he dicho, donde Dios ha sido abolido: "En un mundo sin Dios no hay más moral que la Ley del Estado", dirá uno de los personajes. Y el gobierno de la nación - ¿cualquier parecido con la realidad es o fue mera coincidencia? -, a través del denominado Ministerio de Higiene Social, eufemístico y premonitorio nombre, dedica su trabajo a exterminar a todos los individuos e individuas, que considere nocivos para la sociedad, en una sola palabra, antihigiénicos.

"La historia del muertero empieza hace exactamente diez años. Fue por aquellas épocas que con Dante hicimos una historieta breve – explica Diego Agrimbau en su blog -, donde había un señor que mataba una persona por día, según órdenes del gobierno. La historieta no salió nunca publicada en ninguna parte, pero ahí estaba el germen de este libro".

Para conseguir sus objetivos, el Ministerio ha diseñado un cuerpo especial de policía que, en lugar de proteger a la población, tiene como cometido primordial la eliminación de los elementos molestos, antihigiénicos, ya dije. La metodología represora y asesina presenta forma de lotería. Un terminal de datos, estrafalario e inmisericorde, un lujo para el lector, que atiende al curioso nombre de La calesita, diariamente sortea y suministra el expediente del ciudadano o ciudadana que deberá ser suprimido por los comandos policiales, sin importar el método empleado para ello.

Excelente planteamiento, buen desarrollo argumental, pleno de usos y modos del género negro (apenas quedan resquicios para la sensibilidad sentimental), con matices políticos (existencia de una sociedad sumergida de resistentes, ¿les suena?), matemáticos (la sucesión numérica de Fibonacci) y esotéricos. Todo respira a Chandler y Hammet por lo policial; a Bradbury por la resistencia y el aparato represor (los hombres-libro y los bomberos de ‘Fahrenheit 451’) y a Philip K. Dick, el escritor antaño visionario y hoy de culto, porque el ambiente de Ciudad del Plata imaginado por Diego Agrimbau y traducido en imágenes por Dante Ginebra huele a su ‘¿Suenan los androides con ovejas eléctricas?’, rebautizada como ‘Blade runner’. La Ciudad del Plata ostenta un ambiente oscuro, sombrío, preñado de grises tensos y marrones agobiantes, bañados casi permanentemente por la lluvia. Sobre las calzadas de la urbe pululan coches, carros dicen ellos, pero no demasiados. Y el transporte metropolitano se maneja por los aires, en una complicada red de teleféricos que une los espacios vacíos entre los edificios. La vestimenta de los personajes del ‘Muertero Zabaletta’ son plenamente del género: sacos, pantalones de línea, sombreros, todo perfectamente integrado con el entorno en el que actúan.

‘El muertero Zabaletta’ parece indicar que el cómic argentino no anda mal, al menos en género negro (recuerden a los ‘Spaghetti Bross’ de Trillo y Mandrafina). Ojalá que no se trate de un hecho aislado y ojalá también pronto tengamos nuevos trabajos de este binomio artístico. Agrimbau&Ginevra, ¡macanudo, che!

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‘El muertero Zabaletta’, de Diego Agrimbau y Dante Ginevra. NORMA Editorial, mayo 2008. 48 páginas, 13 euros.

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