Muchos expertos hablan de ‘La sonrisa de la Mosa Lisa’ como uno de los fenómenos más enigmáticos de la historia de la pintura. Y es que Leonardo da Vinci pintó, en el siglo XVI, una Gioconda fascinante y misteriosa con un efecto singular: la sonrisa desaparece al mirarla directamente y sólo reaparece cuando la vista se fija en otras partes del cuadro.
Si Da Vinci resucitase hoy para hacer otro encargo similar, pediría que posase para él la gran musa del deporte español, una barcelonsa superlativa, la artista del cloro, Gemma Mengual.
Su oficio ha logrado desbancar, al menos por unos días, a los mediáticos Gasol, Alonso, Raúl, Lorenzo, Nadal y compañía, para convertirse en la gran reina de la sincronizada europea y mundial. A sus 30 años, ha sido capaz de ganar a la joven rusa Natalia Ischenko, campeona mundial, en los recientes Europeos de Eindhoven y ha colocado en los altares a la natación sincronizada española.
Llevo siguiendo su carrera deportiva desde que a mediados de los noventa comenzase a liderar a una España que hasta la fecha no había conseguido nada en el concierto internacional. Han pasado unos cuantos años y al fin, en Holanda, con su oro individual al cuello, he descubierto el verdadero secreto de Gemma Mengual: su sonrisa.
La ‘Gioconda’ del deporte español está siempre sonriendo a la vida. Cuando se levanta a las seis de la mañana ya sonríe. Cuando entrena diez horas, sigue sonriendo. Si le dan la medalla de plata o de bronce y no el oro, también sonríe. Incluso cuando le dieron a España la medalla de ‘chocolate’ en Atenas’04, donde fueron cuartas. Ése es el verdadero secreto de Gemma, su eterna sonrisa.
Hay una pequeña gran diferencia entre la escuela rusa y la española. La primera es más depurada técnicamente, es –si se me permite la expresión- más disciplinada, casi militarizada (ya saben, los efectos colaterales de URSS). Es un protocolo exigente, donde no hay lugar para la sonrisa. Y en eso basan Gemma Mengual y sus compañeras el matiz diferenciador. La escuela española es arte, es alegría, es innovación y es talento, todo ello aderezado con grandes dosis de trabajo, disciplina y mano izquierda. Y en eso, la número uno del mundo es Anna Tarrés, que fue cocinera (nadadora) antes que fraile (seleccionadora).
Cuando Gemma Mengual subió al podio de Eindhoven, reía y reía hasta llevarse la mano a la boca. Después, con los acordes del himno español retumbando en sus oídos, se recompuso y sus ojos empezaron a cristalizar. Pero la ‘sonrisa de la Mona Lisa’ pudo más y acabó sonriendo para las cámaras y flashes de medio mundo.
Mengual no ha inventado nada, que para eso ya estaba Leonardo da Vinci. Pero ha sonreido tantas veces cuando no era campeona, que ahora tiene todo el derecho del mundo a reirse de los casi 25 años que le ha dedicado a esto en cuerpo y alma. Y los jueces, al fin, han premiado esa sonrisa.
Yo sólo quiero que mi musa deportiva llegue Pekín, que al fin suba al podio, que se retiere si es su deseo, que gane todo el dinero y prestigio que ha sembrado pero, por favor, que lidere una cantera de chiquillas, que les enseñe su sonrisa y que, dentro de 20 años, ella misma se vea reflejada en una de sus discípulas. Felicidades, Gemma, no sabía que tu sueño era tan real.
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