Aunque cuando yo era estudiante universitario ya se veía a los beatniks desde una distancia más irónica que emocional, recuerdo que a muchos de mis compañeros se les dilataban las pupilas de puro placer leyendo historias como En el Camino, de Jack Kerouac. Sobre todo En el Camino, de Jack Kerouac. Su pasión por este libro era tal que no cejaron en su empeño hasta que lograron que me lo leyera, pues no en vano, yo también despedía, para mi desgracia, un infantiloide y muy peludo tufo hippioso. Me lo leí, claro. Y no me atrajo demasiado. Sin embargo, que aquella aventurilla me dijera menos que la letra de una canción de Mecano no impidió que a lo largo de los años yo también hiciera mis pinitos como vagabundo por muchos y costrosos rincones de este nuestro planeta, creyéndome, así, en lo alto de la peana de lo cool y lo molón. Luego se me dio por madurar y la utopía llegó a su fin para alivio de todos, incluido yo mismo, que realmente no existía hasta entonces como ente capaz de pensar por mí mismo.
Pues bien, todo esto viene a cuento porque la película Hacia Rutas Salvajes, quinto trabajo como director de Sean Penn tras Extraño Vínculo de Sangre (1991), Cruzando la Oscuridad (1995), El Juramento (2001) y su segmento para 11´09´´01 podría haber sido perfectamente dirigida por un estudiante universitario sin personalidad para deslumbrar a sus amigotes del cenáculo literario de la facultad con sus profundas ideas sobre la libertad individual, la búsqueda de aventuras y el destino, temas menos profundos de lo que parecen que, tradicionalmente, han encubierto una falta de seguridad desopilante y una ausencia de discurso muy, muy, pueril.
Leo una entrevista de Sean Penn en una conocida revista y no doy crédito a sus palabras: “La historia de Christopher McCandless es la historia de un inconformista que quiso ser libre en una sociedad que castiga a quienes quieren ser libres”, dice, y yo entiendo lo que quiere transmitir, de verdad, pero no puedo compartirlo de la misma manera que no podría dialogar con un manifestante de mayo del sesenta y ocho, porque cae de cajón que la historia que el director nos cuenta no es la de un inconformista con ínfulas de libertad castigado por una sociedad hostil, sino la de un pipiolo desnortado y tontuno castigado por su propia estulticia. En otras palabras, que con Hacia Rutas Salvajes Penn se vale de la infortunada vida del tal McCandless para construir una metáfora sobre las consecuencias que, sobre su propia vida y su propia obra, han tenido sus conocidas y, en ocasiones, igualmente ridículas, ideas políticas liberales autocomplacientes. En ningún momento llega el ex de Madonna (¿se puede decir algo sobre la existencia realmente sustancioso con tamaño estigma a cuestas?) a penetrar en el terreno de la excelente Grizzly Man, de Werner Herzog, un puntilloso, carismático y vibrante estudio sobre la locura y, ¿por qué no?, la gilipollez, que en Hacia Rutas Salvajes, víctima de un exceso de devoción hacia el personaje, deviene loa a la vacuidad perroflauta sin que ni la lánguida interpretación de Hal Halbrook, nominado al Oscar al actor secundario por su emotivo papel, ni las canciones de Eddie Veder, inexplicablemente ignorado en las mismas nominaciones, logran elevar de su lamentable e inadecuado tono general.