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Gonzalo G. Velasco

La Brújula Dorada: Fantasía con Norte

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Tan acostumbrado estoy a que todas las películas de fantasía heroica surgidas a rebufo de El Señor de Los Anillos sean unos auténticos pestiños que me costó lo suyo decidirme a entrar en la sala donde se proyectaba La Brújula Dorada. Si finalmente lo hice, el motivo no fue tanto mi tendencia natural a darle una oportunidad a todo estreno que no venga firmado por Robert Rodríguez como en el hecho de que ya había visto la totalidad de los films de las salas aledañas, lo cual no me dejaba demasiado margen para elegir. Así, gracias a Hitman, Bee Movie, Diario de una Niñera o La Sombra del Reino, todas ellas películas infames, pude disfrutar contra todo pronóstico de la mejor entrega de fantasía épica de los últimos años, y como todos sabemos a estas alturas, no ha habido pocas precisamente.

¿Qué es lo que marca la diferencia entre Harry Potter, Las Crónicas de Narnia, Eragon, Los Seis Signos de la Luz, el resto de morralla para niños que no quieren leer y La Brújula Dorada? Pues en primer lugar, que la adaptación de la obra de Philip Pullman es la única de todas estas historias que trata a los críos como a criaturas capaces de pensar, y no de la forma noña y complaciente tan propia de los nuevos tiempos. Hay en el film de Chris Weitz un esfuerzo encomiable por abordar temas adultos y complejos, en ocasiones rayanos en lo filosófico, sin perjuicio del espectáculo a la vieja usanza. En este sentido, podría decirse que La Brújula Dorada da un paso adelante al tiempo que da uno atrás, pues si bien trasciende la mojigatería potteriana abriendo el camino de un nuevo tratamiento del género, lo hace echando la vista atrás en lugar de hacia delante, a fin de recuperar esa mirada áspera y profunda que en los ochenta caracterizaba al cine de aventuras para adolescentes, algo que, hasta el momento parecía más una quimera que otra cosa.

En segundo lugar, nunca antes una superproducción de las características de la que nos ocupa había logrado crear un mundo propio tan compacto, insólito y original. Lejos del reciclaje de leyendas más o menos conocidas, la película ofrece fantasía fresca que se contonea de forma casi insolente ante los ojos del espectador. Lejos también de desplegar un mundo de imaginaciones fragmentarias más o menos ingeniosas, como el de Narnia, construye un universo genuino y particular de piezas engarzadas con ergonómica precisión, un mundo sin fisuras donde a uno no le extraña que los humanos caminen en compañía de las proyecciones etéreas de sus personalidades ni que los osos polares luzcan esplendorosas armaduras de combate.

Pero si La Brujula Dorada triunfa en un aspecto en el que casi todos sus precedentes fracasaron de forma estrepitosa, este es, sin duda, que al término del metraje uno se queda con unas ganas tremendas de saber como continúa la historia. Con todas las secuelas innecesarias, inexplicables y nunca reclamadas por el público que a lo largo de este año han llegado a nuestras pantallas, conseguir despertar en el espectador un interés semejante resulta algo resulta cuando menos meritorio. Ahora solo queda que los responsables de la saga tomen buena nota y no desvirtúen su valor en sucesivas entregas. Tienen en sus manos un material inmejorable para salvaguardar el honor de un tipo de narrativa en horas bajas. Ojalá no pierdan el norte.

La Brújula Dorada: Fantasía con Norte

Gonzalo G. Velasco
Gonzalo G. Velasco
miércoles, 26 de marzo de 2008, 02:37 h (CET)
Tan acostumbrado estoy a que todas las películas de fantasía heroica surgidas a rebufo de El Señor de Los Anillos sean unos auténticos pestiños que me costó lo suyo decidirme a entrar en la sala donde se proyectaba La Brújula Dorada. Si finalmente lo hice, el motivo no fue tanto mi tendencia natural a darle una oportunidad a todo estreno que no venga firmado por Robert Rodríguez como en el hecho de que ya había visto la totalidad de los films de las salas aledañas, lo cual no me dejaba demasiado margen para elegir. Así, gracias a Hitman, Bee Movie, Diario de una Niñera o La Sombra del Reino, todas ellas películas infames, pude disfrutar contra todo pronóstico de la mejor entrega de fantasía épica de los últimos años, y como todos sabemos a estas alturas, no ha habido pocas precisamente.

¿Qué es lo que marca la diferencia entre Harry Potter, Las Crónicas de Narnia, Eragon, Los Seis Signos de la Luz, el resto de morralla para niños que no quieren leer y La Brújula Dorada? Pues en primer lugar, que la adaptación de la obra de Philip Pullman es la única de todas estas historias que trata a los críos como a criaturas capaces de pensar, y no de la forma noña y complaciente tan propia de los nuevos tiempos. Hay en el film de Chris Weitz un esfuerzo encomiable por abordar temas adultos y complejos, en ocasiones rayanos en lo filosófico, sin perjuicio del espectáculo a la vieja usanza. En este sentido, podría decirse que La Brújula Dorada da un paso adelante al tiempo que da uno atrás, pues si bien trasciende la mojigatería potteriana abriendo el camino de un nuevo tratamiento del género, lo hace echando la vista atrás en lugar de hacia delante, a fin de recuperar esa mirada áspera y profunda que en los ochenta caracterizaba al cine de aventuras para adolescentes, algo que, hasta el momento parecía más una quimera que otra cosa.

En segundo lugar, nunca antes una superproducción de las características de la que nos ocupa había logrado crear un mundo propio tan compacto, insólito y original. Lejos del reciclaje de leyendas más o menos conocidas, la película ofrece fantasía fresca que se contonea de forma casi insolente ante los ojos del espectador. Lejos también de desplegar un mundo de imaginaciones fragmentarias más o menos ingeniosas, como el de Narnia, construye un universo genuino y particular de piezas engarzadas con ergonómica precisión, un mundo sin fisuras donde a uno no le extraña que los humanos caminen en compañía de las proyecciones etéreas de sus personalidades ni que los osos polares luzcan esplendorosas armaduras de combate.

Pero si La Brujula Dorada triunfa en un aspecto en el que casi todos sus precedentes fracasaron de forma estrepitosa, este es, sin duda, que al término del metraje uno se queda con unas ganas tremendas de saber como continúa la historia. Con todas las secuelas innecesarias, inexplicables y nunca reclamadas por el público que a lo largo de este año han llegado a nuestras pantallas, conseguir despertar en el espectador un interés semejante resulta algo resulta cuando menos meritorio. Ahora solo queda que los responsables de la saga tomen buena nota y no desvirtúen su valor en sucesivas entregas. Tienen en sus manos un material inmejorable para salvaguardar el honor de un tipo de narrativa en horas bajas. Ojalá no pierdan el norte.

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