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Gonzalo G. Velasco

'Silencio desde el mal': Mary Shaw y sus muñecos

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Las películas, por su propia naturaleza, requieren en mayor o menor medida que el espectador sea permisivo con respecto a la lógica de los sucesos narrados en ellas. Es decir, uno tiene que entrar en el juego que proponen cosas como Shoot em Up si quiere disfrutar de noventa minutos muy divertidos, aunque eso suponga poner contra las cuerdas las leyes más elementales de la verosimilitud cinematográfica, pues, entre otras cosas, el delirante film protagonizado por Clive Owen y Monica Bellucci incluye un coito en mitad de un tiroteo que obliga a darles la razón al grupo Jane´s Addiction cuando cantaba aquello de “Sex is Violent” a finales de los ochenta. En lo que a mi respecta, no suelo tener grandes problemas para dejarme llevar por todo tipo de tramas. Supongo que el hecho de que sea un paranoico en la vida real, lector de El Mundo, para más INRI, ayuda bastante. Sin embargo, con Silencio desde el Mal, la nueva película de los creadores de Saw, de título tan inefable como lo que nos cuenta (la venganza ultraterrena de una ventrílocua llamada Mary Shaw sobre sus asesinos llevada a cabo a través de sus muñecos), me ha costado de lo lindo engañar al incrédulo que llevo dentro.

El asunto no me molestaría lo más mínimo si Silencio Desde el Mal fuera otra de esas películas para adolescentes sin nada que ofrecer a excepción de una montaña rusa de sustos fáciles, cuerpos de buen ver, y clichés de manual, pero, para ser honestos, hay en este título un savoir faire a la vieja usanza, palpable en la sólida recreación de atmósferas y en una estética del horror muy deudora del cine clásico, que irrita porque no encuentra en ningún momento una contrapartida dramática a la altura, algo así como, salvando las distancias, si Tod Browning hubiera sido contratado por la Fantastic Factory para dirigir un guión del Kevin Williamson menos inspirado (sí, el de Cursed y Secuestrando a la Señorita Tingle).

El sacrificio que Silencio desde el Mar reclama del espectador, por tanto, constituye una hipoteca demasiado alta a pagar por unas contraprestaciones que no llegan a saciar ni las expectativas del público menos exigente, entre el que me cuento. James Wan, director, y Leigh Whannell, guionista, plantean una historia equivalente, en términos ibéricos, a que Jose Luís Moreno regresara de una supuesta muerte con ánimo de liquidar a sus enemigos valiéndose de Macario, Monchito, y Rockefeller, sitúan la trama en una atmósfera impecable de cine del que ya no se hace, lo aderezan todo con concesiones narrativas a las modas del momento (hay hasta dos twists finales consecutivos) y pretenden que el conjunto no chirríe. Pues chirría. Y mucho. Hasta el punto de que comparada con cualquier entrega de Saw, que no es precisamente una franquicia santo de mi devoción, este desnortado afluente de El Muñeco Diabólico palidece en cuanto a su capacidad para entretener al respetable. Ello demuestra tres cosas: que no todo depende de un buen diseño de producción, que los guionistas norteamericanos en huelga necesitan cuanto antes una subida de sueldos, siquiera como motivación, y que a la mayor parte del cine de terror mainstream sigue viéndosele mover los labios por más que intente lo contrario. Chucky puede respirar tranquilo. De momento, su reinado no corre peligro.

'Silencio desde el mal': Mary Shaw y sus muñecos

Gonzalo G. Velasco
Gonzalo G. Velasco
jueves, 24 de enero de 2008, 07:43 h (CET)
Las películas, por su propia naturaleza, requieren en mayor o menor medida que el espectador sea permisivo con respecto a la lógica de los sucesos narrados en ellas. Es decir, uno tiene que entrar en el juego que proponen cosas como Shoot em Up si quiere disfrutar de noventa minutos muy divertidos, aunque eso suponga poner contra las cuerdas las leyes más elementales de la verosimilitud cinematográfica, pues, entre otras cosas, el delirante film protagonizado por Clive Owen y Monica Bellucci incluye un coito en mitad de un tiroteo que obliga a darles la razón al grupo Jane´s Addiction cuando cantaba aquello de “Sex is Violent” a finales de los ochenta. En lo que a mi respecta, no suelo tener grandes problemas para dejarme llevar por todo tipo de tramas. Supongo que el hecho de que sea un paranoico en la vida real, lector de El Mundo, para más INRI, ayuda bastante. Sin embargo, con Silencio desde el Mal, la nueva película de los creadores de Saw, de título tan inefable como lo que nos cuenta (la venganza ultraterrena de una ventrílocua llamada Mary Shaw sobre sus asesinos llevada a cabo a través de sus muñecos), me ha costado de lo lindo engañar al incrédulo que llevo dentro.

El asunto no me molestaría lo más mínimo si Silencio Desde el Mal fuera otra de esas películas para adolescentes sin nada que ofrecer a excepción de una montaña rusa de sustos fáciles, cuerpos de buen ver, y clichés de manual, pero, para ser honestos, hay en este título un savoir faire a la vieja usanza, palpable en la sólida recreación de atmósferas y en una estética del horror muy deudora del cine clásico, que irrita porque no encuentra en ningún momento una contrapartida dramática a la altura, algo así como, salvando las distancias, si Tod Browning hubiera sido contratado por la Fantastic Factory para dirigir un guión del Kevin Williamson menos inspirado (sí, el de Cursed y Secuestrando a la Señorita Tingle).

El sacrificio que Silencio desde el Mar reclama del espectador, por tanto, constituye una hipoteca demasiado alta a pagar por unas contraprestaciones que no llegan a saciar ni las expectativas del público menos exigente, entre el que me cuento. James Wan, director, y Leigh Whannell, guionista, plantean una historia equivalente, en términos ibéricos, a que Jose Luís Moreno regresara de una supuesta muerte con ánimo de liquidar a sus enemigos valiéndose de Macario, Monchito, y Rockefeller, sitúan la trama en una atmósfera impecable de cine del que ya no se hace, lo aderezan todo con concesiones narrativas a las modas del momento (hay hasta dos twists finales consecutivos) y pretenden que el conjunto no chirríe. Pues chirría. Y mucho. Hasta el punto de que comparada con cualquier entrega de Saw, que no es precisamente una franquicia santo de mi devoción, este desnortado afluente de El Muñeco Diabólico palidece en cuanto a su capacidad para entretener al respetable. Ello demuestra tres cosas: que no todo depende de un buen diseño de producción, que los guionistas norteamericanos en huelga necesitan cuanto antes una subida de sueldos, siquiera como motivación, y que a la mayor parte del cine de terror mainstream sigue viéndosele mover los labios por más que intente lo contrario. Chucky puede respirar tranquilo. De momento, su reinado no corre peligro.

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