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Herme Cerezo

‘Más allá, a la derecha’ de Fred Vargas, la tenacidad de la mosca cojonera

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En esto de escribir sobre lo que otros escriben, hay algo de mosca cojonera. Más bien mucho, mirusté. Lo primero que uno piensa al meter la nariz donde las novelas negras y tropezarse con Fred Vargas, es que tiene ante sus ojos un escritor húngaro o de la estirpe calé. Un zíngaro se aproximaría mucho a esa primera impresión. Y cuando uno, mirusté también, comprende que se llama a andana, hurga o rastrea en el continente sudamericano (ese lugar mágico en el que les digo muchas veces, mis improbables lectores, que cabe todo). De este modo tan sencillo, como un aficionado curioso metido a investigador, como mosca cojonera, vaya, se lleva su segunda plancha. Porque Vargas no es de allende los mares sino natural de París, es decir, francés, cosecha del 57. El despiste completo, la hipótesis rota ‘omnibus lateribus’, deviene cuando se entera de que Vargas no es francés, sino francesa. O sea, que tiene ante sus ojos una novela policiaca escrita por una mujer. Y como ya no quiere llevarse más planchas, chafones, chascos o como prefieran llamarlo - las moscas cojoneras también se hartan -, no indaga más y se queda con el dato.

Pero uno es terco. Irreductible. Tenaz. No se da por vencido. Y entonces se imagina que, en el fondo, Fred Vargas es un seudónimo. Y se da otra oportunidad, la enésima, e investiga un poco más por ese laberinto sin paredes que es Internet. Y descubre que Fred Vargas se llama así porque ha tomado como apellido el seudónimo de su hermana, Jo Vargas, pintora de prestigio, añadiéndole el apócope, Fred, de su propio nombre, Frederique. Bien pues la tal Fred Vargas es arqueóloga, de ahí la caracterización tan exacta de alguno de los personajes de su novela ‘Más allá, a la derecha’ de la que me propongo hablarles hoy y, hace veinte años, le dio por escribir una serie de novelas policiacas, de la que ésta forma parte. Se remata la ensalada de datos al saber que su padre era un intelectual y su madre, científica. Así cuadra todo, se explica todo, se entiende todo.

Y uno se pone en guardia porque cuando una mujer (la Christie, P.D.James, Higings Clark, Highsmith, George, Rendell, Cornwell o cualquier otra) se pone a escribir género policial, un producto de calidad está al caer. Y por eso, compra ‘Más allá, a la derecha’ de la colección Punto de Lectura, serie ‘Zona Negra’. La colección ‘Zona Negra’ es tremendamente seductora. Siempre he pensado que las novelas policiacas – igual que las del Oeste – hay que llevarlas encima mientras las devoramos. Son novelas obstinadas, seguras de sí mismas, que llaman a tu puerta en cualquier momento del día: en el autobús, el metro o el ascensor, al levantarte o al acostarte, para que las leas; que te recuerdan que los personajes que llevan en sus páginas son parte de ti mismo por un tiempo. ‘Zona Negra’ cumple con su misión como colección de bolsillo: libros pequeños, con buena letra, flexibles, doblegables incluso, asequibles. Ahora, el único problema para este formato es el tamaño de los pantalones, esos puñeteros bluyines que se llevan ahora, de tiro corto y cintura baja – cualquier día enseñaremos los cataplines gratis -, en cuyos bolsillos no cabe casi nada: los ansiolíticos de cada día, el bendito pañuelo de tela y unas cuantas monedas subalternas del euro. Nada más. Nada.

Pero entremos en ‘Más allá, a la derecha. Su desencadenante es una mierda – perdón por la expresión, pero así consta en el texto – de perro, revuelta con los restos de una falange humana. A partir de ahí, el cacumen del protagonista, Kehlweiler, un francés de origen alemán, antiguo miembro del Ministerio del Interior, con resabios de síndrome de Diógenes, se pone en funcionamiento. Secundado por sus colaboradores, Mathias, Marthe y Marc, avanza en sus investigaciones que le llevan a la población de Port-Nicolas, en un extremo de Bretaña. Y allí, como en todo buen ‘roman policier’ que se precie, su presencia causará revuelo entre la sociedad local, reunida en torno al ‘Café de la Halle’. Louis/Ludwig Kehlweiler será la mosca cojonera de la que hablaba al principio. Pero eso, lo del revuelo, lo de la mosca, es algo inherente a todos los protagonistas de las novelas policiacas. Como lo es también su amargura. Kehlweiler la tiene, procedente de un tiempo pasado que fue bueno mientras duró, pero que ya acabó. Es un rictus nostálgico que siempre les acompaña, una aureola triste y de circunstancias, de insatisfacción perpetua, de desconfianza hacia el resto de los mortales, de amores perfectos que se dejaron escapar de modo incomprensible. Es un poco lo que Bogart dijo en ‘Casablanca’: ‘Siempre nos quedará París’.

Cada vez más, ‘le roman policier’ es más ‘roman’ y menos ‘policier’. Y ‘Más allá, a la derecha’ no se escapa a este aserto. Los escritores se interesan mucho por sus personajes (cómo son, qué hacen, a qué se dedican) y menos por el crimen en sí. Normalmente el asesino es quien más posibilidades tiene a priori de serlo. Ya no se busca engañar-distraer-sorprender-retar al lector, aunque a veces también se pretenda eso. Ahora es otra cosa. Interesa más el por qué, la casuística del muerto y del criminal, qué tuvieron en común, dónde se conocieron, por qué se llegó al desenlace fatal. A pesar de ello, llegado el momento cumbre de la narración, Fred Vargas cuida también el aspecto policial del caso. Y la resolución de este ‘Más allá, a la derecha’ es coherente, lógica e interesante, con un par de vaivenes que te descolocan un poco a la hora de acertar quién es el asesino, algo que, seguro que sí, no es la propuesta primordial de Fred Vargas. Seguro.

Y ya acabo. Los detectives de corte clásico y guante blanco tienen el porvenir muy gris, por no decir francamente negro. Poirot y Sherlock o Philo Vance van a vivir mucho tiempo en el paro. Y de esto último, sí que estoy seguro. Y creo que Fred Vargas también.

P.S. Si hubiera leído antes la contraportada del libro, me habría ahorrado toda la investigación sobre la autora. Pero claro, si así hubiera sido, este artículo no habría llegado a ustedes.

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‘Más allá, a la derecha’, de Fred Vargas. Ed. Siruela. Colección Punto de Lectura. Año 2007, precio 6,70 euros.

‘Más allá, a la derecha’ de Fred Vargas, la tenacidad de la mosca cojonera

Herme Cerezo
Herme Cerezo
jueves, 1 de noviembre de 2007, 07:50 h (CET)
En esto de escribir sobre lo que otros escriben, hay algo de mosca cojonera. Más bien mucho, mirusté. Lo primero que uno piensa al meter la nariz donde las novelas negras y tropezarse con Fred Vargas, es que tiene ante sus ojos un escritor húngaro o de la estirpe calé. Un zíngaro se aproximaría mucho a esa primera impresión. Y cuando uno, mirusté también, comprende que se llama a andana, hurga o rastrea en el continente sudamericano (ese lugar mágico en el que les digo muchas veces, mis improbables lectores, que cabe todo). De este modo tan sencillo, como un aficionado curioso metido a investigador, como mosca cojonera, vaya, se lleva su segunda plancha. Porque Vargas no es de allende los mares sino natural de París, es decir, francés, cosecha del 57. El despiste completo, la hipótesis rota ‘omnibus lateribus’, deviene cuando se entera de que Vargas no es francés, sino francesa. O sea, que tiene ante sus ojos una novela policiaca escrita por una mujer. Y como ya no quiere llevarse más planchas, chafones, chascos o como prefieran llamarlo - las moscas cojoneras también se hartan -, no indaga más y se queda con el dato.

Pero uno es terco. Irreductible. Tenaz. No se da por vencido. Y entonces se imagina que, en el fondo, Fred Vargas es un seudónimo. Y se da otra oportunidad, la enésima, e investiga un poco más por ese laberinto sin paredes que es Internet. Y descubre que Fred Vargas se llama así porque ha tomado como apellido el seudónimo de su hermana, Jo Vargas, pintora de prestigio, añadiéndole el apócope, Fred, de su propio nombre, Frederique. Bien pues la tal Fred Vargas es arqueóloga, de ahí la caracterización tan exacta de alguno de los personajes de su novela ‘Más allá, a la derecha’ de la que me propongo hablarles hoy y, hace veinte años, le dio por escribir una serie de novelas policiacas, de la que ésta forma parte. Se remata la ensalada de datos al saber que su padre era un intelectual y su madre, científica. Así cuadra todo, se explica todo, se entiende todo.

Y uno se pone en guardia porque cuando una mujer (la Christie, P.D.James, Higings Clark, Highsmith, George, Rendell, Cornwell o cualquier otra) se pone a escribir género policial, un producto de calidad está al caer. Y por eso, compra ‘Más allá, a la derecha’ de la colección Punto de Lectura, serie ‘Zona Negra’. La colección ‘Zona Negra’ es tremendamente seductora. Siempre he pensado que las novelas policiacas – igual que las del Oeste – hay que llevarlas encima mientras las devoramos. Son novelas obstinadas, seguras de sí mismas, que llaman a tu puerta en cualquier momento del día: en el autobús, el metro o el ascensor, al levantarte o al acostarte, para que las leas; que te recuerdan que los personajes que llevan en sus páginas son parte de ti mismo por un tiempo. ‘Zona Negra’ cumple con su misión como colección de bolsillo: libros pequeños, con buena letra, flexibles, doblegables incluso, asequibles. Ahora, el único problema para este formato es el tamaño de los pantalones, esos puñeteros bluyines que se llevan ahora, de tiro corto y cintura baja – cualquier día enseñaremos los cataplines gratis -, en cuyos bolsillos no cabe casi nada: los ansiolíticos de cada día, el bendito pañuelo de tela y unas cuantas monedas subalternas del euro. Nada más. Nada.

Pero entremos en ‘Más allá, a la derecha. Su desencadenante es una mierda – perdón por la expresión, pero así consta en el texto – de perro, revuelta con los restos de una falange humana. A partir de ahí, el cacumen del protagonista, Kehlweiler, un francés de origen alemán, antiguo miembro del Ministerio del Interior, con resabios de síndrome de Diógenes, se pone en funcionamiento. Secundado por sus colaboradores, Mathias, Marthe y Marc, avanza en sus investigaciones que le llevan a la población de Port-Nicolas, en un extremo de Bretaña. Y allí, como en todo buen ‘roman policier’ que se precie, su presencia causará revuelo entre la sociedad local, reunida en torno al ‘Café de la Halle’. Louis/Ludwig Kehlweiler será la mosca cojonera de la que hablaba al principio. Pero eso, lo del revuelo, lo de la mosca, es algo inherente a todos los protagonistas de las novelas policiacas. Como lo es también su amargura. Kehlweiler la tiene, procedente de un tiempo pasado que fue bueno mientras duró, pero que ya acabó. Es un rictus nostálgico que siempre les acompaña, una aureola triste y de circunstancias, de insatisfacción perpetua, de desconfianza hacia el resto de los mortales, de amores perfectos que se dejaron escapar de modo incomprensible. Es un poco lo que Bogart dijo en ‘Casablanca’: ‘Siempre nos quedará París’.

Cada vez más, ‘le roman policier’ es más ‘roman’ y menos ‘policier’. Y ‘Más allá, a la derecha’ no se escapa a este aserto. Los escritores se interesan mucho por sus personajes (cómo son, qué hacen, a qué se dedican) y menos por el crimen en sí. Normalmente el asesino es quien más posibilidades tiene a priori de serlo. Ya no se busca engañar-distraer-sorprender-retar al lector, aunque a veces también se pretenda eso. Ahora es otra cosa. Interesa más el por qué, la casuística del muerto y del criminal, qué tuvieron en común, dónde se conocieron, por qué se llegó al desenlace fatal. A pesar de ello, llegado el momento cumbre de la narración, Fred Vargas cuida también el aspecto policial del caso. Y la resolución de este ‘Más allá, a la derecha’ es coherente, lógica e interesante, con un par de vaivenes que te descolocan un poco a la hora de acertar quién es el asesino, algo que, seguro que sí, no es la propuesta primordial de Fred Vargas. Seguro.

Y ya acabo. Los detectives de corte clásico y guante blanco tienen el porvenir muy gris, por no decir francamente negro. Poirot y Sherlock o Philo Vance van a vivir mucho tiempo en el paro. Y de esto último, sí que estoy seguro. Y creo que Fred Vargas también.

P.S. Si hubiera leído antes la contraportada del libro, me habría ahorrado toda la investigación sobre la autora. Pero claro, si así hubiera sido, este artículo no habría llegado a ustedes.

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‘Más allá, a la derecha’, de Fred Vargas. Ed. Siruela. Colección Punto de Lectura. Año 2007, precio 6,70 euros.

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