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Dos historias interrelacionadas y separadas por tres siglos de distancia

‘La peluca de Franklin’ de María José Codes

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‘La peluca de Franklin’, nueva novela de la escritora María José Codes, editada por Menoscuarto, transita dos escenarios distintos: uno en la actualidad, año 2014, como comprobamos fácilmente por los instrumentos informáticos que maneja Vilán, el protagonista; y otro que arranca en una fecha mucho más precisa y alejada tres siglos, el 26 de octubre de 1776. La primera historia se mueve en el interior de una casa ubicada en una urbanización próxima a Madrid; la segunda transcurre en alta mar, a bordo de un bergantín llamado Reprisal, en el que viaja Benjamín Franklin en uno de tantos periplos que el estadounidense realizó a Francia y España para conseguir apoyo y reconocimiento en su lucha por la independencia de las colonias inglesas en Norteamérica. Aquí el personaje principal es Jaime Gardoqui, llamado frecuentemente Jack por dificultades de pronunciación inglesa, comisionado por el duque de Aranda para controlar los movimientos del citado Franklin.

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Vilán, el protagonista de la primera historia, que además escribe la segunda, es un personaje extraño, poco común, aislado, que se relaciona poco, casi únicamente a través de Internet, que no sale de casa, que sufre una agorafobia creciente y que espía a su vecina, una maestra llamada Floria, a través de un sofisticado telescopio que le permite grabar las imágenes de su intimidad, aunque sólo puede verla mientras se “encuentra abajo, en el salón, o arriba, en la habitación o el baño”. Vilán es un joven poco habituado a las relaciones humanas “en directo”, no está preparado para ello. Por tanto, Internet, el telescopio y su ordenador le resultan herramientas fundamentales, vitales mejor dicho. Últimamente, ha recibido ofertas para vender su casa y eso le ha alterado un poco porque no comprende ese repentino interés. Por su parte, Jaime Gardoqui, antepasado de Vilán, es también el escribano al que Benjamin Franklin pretende dictar sus memorias y tampoco parece demasiado ducho en relaciones humanas aunque, al contrario que Vilán, no las rehúye.

En la novela, María José Codes juega con el oficio de voyeur. Lo es Vilán, a través de su telescopio; y lo es también Jaime Gardoqui, que “ha visto en paños menores a través de la cerradura” a su idolatrada Eternity, la protegida de Franklin con quien viaja. Uno graba las imágenes en el disco duro de su ordenador; el otro en su memoria. Esa idea del voyeur, de la mirada ignorada, furtiva, también la transmite la estructura de ‘La peluca de Franklin’. El lector ve las escenas y las alterna. Es como si asomase, primero, el ojo al telescopio y después lo retirase para pasar al ojo de la cerradura. Y lo hace en silencio. Como ambos protagonistas. A fin de cuentas el lector es un voyeur que mira lo que otra voz le explica. Ambas narraciones se cuentan en tercera persona y hablan en tiempo presente, como introduciéndose en medio de la realidad que describen.

En principio, la historia de Vilán se insinúa prometedora. La figura de un tipo enclaustrado en la casa de una urbanización, que vive solo y se comunica por internet y con algún objeto de la vivienda, resulta sugerente y parece campo abonado para el interés lector. Lo mismo ocurre con la de Jaime Gardoqui, el viajero del bergantín Reprisal, desde el que Franklin arrojará su peluca, “de bucles ligeros, algo ajada por el uso”, al océano, aparentemente en un claro simbolismo con los tiempos del “hombre nuevo” que viven las colonias norteamericanas, o aún inglesas, aunque Vilán nos dejará pronto muy claro que, debajo de aquel gesto, se ocultan razones distintas: “Ben se quitó aquella peluca por otros motivos que no guardaban relación alguna con las nuevas ideas pragmáticas ni con la diferencia entre la moda americana y la francesa”. Al tiempo que se desgrana, esta segunda historia, poco a poco, irá ocupando un mayor espacio en el libro, mientras que la primera casi se convertirá en mero punto de apoyo para las dos, a pesar de que deriva en un final cuasi policial, concluido en pocos trazos y demasiada premura.

Las historias se imbrican entre sí. La innegable inactividad, pasividad más bien, de los dos protagonistas es su punto de enlace. Ambos parecen estar a merced de los acontecimientos sin atreverse a participar directamente en su desarrollo. A pesar de todo, los dos relatos carecen del punch suficiente para atrapar al lector y mantenerlo pegado a la lectura. Sin duda, el mayor mérito de ‘La peluca de Franklin’ radica más en la forma que en el fondo y la escritura engrasada y suave de María José Codes es lo que anima a leerla. Sin embargo, esa suavidad de estilo, tal vez algo premioso, también relativiza la efectividad de los momentos álgidos que incluye la novela y que son los que, de ordinario, fidelizan y mantienen pendientes a los lectores de las páginas de lo que llevan entre manos.

‘La peluca de Franklin’ de María José Codes

Dos historias interrelacionadas y separadas por tres siglos de distancia
Herme Cerezo
lunes, 29 de diciembre de 2014, 08:31 h (CET)
‘La peluca de Franklin’, nueva novela de la escritora María José Codes, editada por Menoscuarto, transita dos escenarios distintos: uno en la actualidad, año 2014, como comprobamos fácilmente por los instrumentos informáticos que maneja Vilán, el protagonista; y otro que arranca en una fecha mucho más precisa y alejada tres siglos, el 26 de octubre de 1776. La primera historia se mueve en el interior de una casa ubicada en una urbanización próxima a Madrid; la segunda transcurre en alta mar, a bordo de un bergantín llamado Reprisal, en el que viaja Benjamín Franklin en uno de tantos periplos que el estadounidense realizó a Francia y España para conseguir apoyo y reconocimiento en su lucha por la independencia de las colonias inglesas en Norteamérica. Aquí el personaje principal es Jaime Gardoqui, llamado frecuentemente Jack por dificultades de pronunciación inglesa, comisionado por el duque de Aranda para controlar los movimientos del citado Franklin.

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Vilán, el protagonista de la primera historia, que además escribe la segunda, es un personaje extraño, poco común, aislado, que se relaciona poco, casi únicamente a través de Internet, que no sale de casa, que sufre una agorafobia creciente y que espía a su vecina, una maestra llamada Floria, a través de un sofisticado telescopio que le permite grabar las imágenes de su intimidad, aunque sólo puede verla mientras se “encuentra abajo, en el salón, o arriba, en la habitación o el baño”. Vilán es un joven poco habituado a las relaciones humanas “en directo”, no está preparado para ello. Por tanto, Internet, el telescopio y su ordenador le resultan herramientas fundamentales, vitales mejor dicho. Últimamente, ha recibido ofertas para vender su casa y eso le ha alterado un poco porque no comprende ese repentino interés. Por su parte, Jaime Gardoqui, antepasado de Vilán, es también el escribano al que Benjamin Franklin pretende dictar sus memorias y tampoco parece demasiado ducho en relaciones humanas aunque, al contrario que Vilán, no las rehúye.

En la novela, María José Codes juega con el oficio de voyeur. Lo es Vilán, a través de su telescopio; y lo es también Jaime Gardoqui, que “ha visto en paños menores a través de la cerradura” a su idolatrada Eternity, la protegida de Franklin con quien viaja. Uno graba las imágenes en el disco duro de su ordenador; el otro en su memoria. Esa idea del voyeur, de la mirada ignorada, furtiva, también la transmite la estructura de ‘La peluca de Franklin’. El lector ve las escenas y las alterna. Es como si asomase, primero, el ojo al telescopio y después lo retirase para pasar al ojo de la cerradura. Y lo hace en silencio. Como ambos protagonistas. A fin de cuentas el lector es un voyeur que mira lo que otra voz le explica. Ambas narraciones se cuentan en tercera persona y hablan en tiempo presente, como introduciéndose en medio de la realidad que describen.

En principio, la historia de Vilán se insinúa prometedora. La figura de un tipo enclaustrado en la casa de una urbanización, que vive solo y se comunica por internet y con algún objeto de la vivienda, resulta sugerente y parece campo abonado para el interés lector. Lo mismo ocurre con la de Jaime Gardoqui, el viajero del bergantín Reprisal, desde el que Franklin arrojará su peluca, “de bucles ligeros, algo ajada por el uso”, al océano, aparentemente en un claro simbolismo con los tiempos del “hombre nuevo” que viven las colonias norteamericanas, o aún inglesas, aunque Vilán nos dejará pronto muy claro que, debajo de aquel gesto, se ocultan razones distintas: “Ben se quitó aquella peluca por otros motivos que no guardaban relación alguna con las nuevas ideas pragmáticas ni con la diferencia entre la moda americana y la francesa”. Al tiempo que se desgrana, esta segunda historia, poco a poco, irá ocupando un mayor espacio en el libro, mientras que la primera casi se convertirá en mero punto de apoyo para las dos, a pesar de que deriva en un final cuasi policial, concluido en pocos trazos y demasiada premura.

Las historias se imbrican entre sí. La innegable inactividad, pasividad más bien, de los dos protagonistas es su punto de enlace. Ambos parecen estar a merced de los acontecimientos sin atreverse a participar directamente en su desarrollo. A pesar de todo, los dos relatos carecen del punch suficiente para atrapar al lector y mantenerlo pegado a la lectura. Sin duda, el mayor mérito de ‘La peluca de Franklin’ radica más en la forma que en el fondo y la escritura engrasada y suave de María José Codes es lo que anima a leerla. Sin embargo, esa suavidad de estilo, tal vez algo premioso, también relativiza la efectividad de los momentos álgidos que incluye la novela y que son los que, de ordinario, fidelizan y mantienen pendientes a los lectores de las páginas de lo que llevan entre manos.

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