Allá por el mes de noviembre de 2005, publiqué un artículo sobre la mudanza de costumbres, en realidad, franca invasión, que vengo observando en este país. Cada vez estoy más convencido de que los españoles padecemos un proceso de obnubilación colectiva. Que nos estamos volviendo idiotas, vaya. En aquel artículo hablaba quien suscribe de la noche de Halloween, una costumbre que, de la noche a la mañana, a la chita callando, se ha instalado entre nosotros. Y así, cada uno de noviembre, las brujas y brujos autóctonos se montan sus aquelarres particulares, a ritmo de rock, pop, tecno o disco.
Algo parecido acontece con otro personaje, éste más simpático que las brujas escoberas, que empezó a ser popular en España allá por los años sesenta. Antiguamente descendía por el tiro de las chimeneas, ahora encarama su obesa anatomía a los balcones de nuestras casas. Me refiero al gordito, sonrosado y vestido de rojo Papa Noël o Santa Klaus, como prefieran llamarlo, tanto monta. Con el pretexto tan manido de que “así los niños tienen más tiempo para disfrutar los juguetes”, el día 24 de diciembre, Nochebuena, los árboles de un buen montón de hogares se cubren de regalos transportados por el nórdico barbudo y sus renos. Y eso ha desplazado poco a poco, a nuestros tradicionales Melchor, Gaspar y Baltasar, del protagonismo que ocupaban hace años por estas fechas. Y, perdonen la expresión o el exabrupto soez: eso me jode un montón.
Existe un cuento del escritor catalán Pere Calders, titulado ‘Quieta nit’ (Noche de paz), que describe la llegada de Papá Noël al hogar de una familia tradicional catalana, donde es recibido con modales desabridos:
―Le han dado mal la dirección. En esta casa hacemos Reyes. Después de una serie de tiras y aflojas entre los miembros de la unidad familiar y el de la barba, el cuento termina diciendo: “Papá Noël se fue tal y como había llegado, llenando con toda su silueta el marco de la puerta”. O sea que la familia, se mantuvo en sus trece y dio calabazas al “hombre del saco”, que salió decepcionado y con sus regalos a cuestas.
Pero esto sólo ocurre en la tinta y el papel, en el cuento de Pere Calders. La realidad es otra y Papá Noël va ocupando cada vez más el espacio antaño reservado a los Magos de Oriente. A lo sumo, en determinadas casas, el asunto se reparte ―fifty-fifty― entre ambos personajes. Pero lo cierto es que los sabios orientales huelen a carne de paro.
Y por eso, este año he preferido reservar mis recomendaciones navideñas para los Reyes Magos, un pequeño homenaje a esos seres en vías de extinción, y que, por tanto, deberían ser declarados “especies protegidas” por el gobierno que gobierna un país laico y, teóricamente, aconfesional.
Mi lista de títulos no es muy extensa, así que tomen nota si gustan. Parece imprescindible recomendar ‘La catedral del Mar’ de Ildefonso Falcones, el triunfador del año, con más de un millón de ejemplares vendidos hasta la fecha; ‘Corsarios de Levante’, de Pérez-Reverte, sexta y reciente entrega de la serie Alatriste; ‘Mala gente que camina’ de Benjamín Prado, una novela sobre los tiempos del franquismo que hay que leer para luego opinar; ‘Travesuras de la niña mala’ del peruano Mario Vargas Llosa; ‘Brooklyn Follies’ de Paul Auster y, para no cansarles, ‘Panteón’ de Laura Gallego y su literatura fantástica.
Pero a mí, los que me leen ya lo saben, no me gusta guiarme únicamente por lo último que llega al mercado. Hay otros libros, más antiguos, clásicos, imperecederos, que considero indispensables para mejorar el acervo cultural de todo lector que se precie. En este caso, ‘Juegos de la edad tardía’ de Luis Landero, me parece un libro de obligada lectura para quienes todavía no lo conocen. Su personaje Gregorio Olías, alias ‘Faroni’, es un todo un ejemplo de que todavía andan sueltos por ahí genios de la pluma o el ordenador. También es más que recomendable el libro del que extraje el cuento ‘Noche de paz’ que cité antes. Su título es ‘Cròniques de la veritat oculta’ (‘Crónicas de la verdad oculta’) de Pere Calders. Los que tengan la posibilidad de leerlo en catalán, mucho mejor, pero si no, por lo menos échenle un vistazo en castellano. Les aseguro que vale la pena.
Dado que este año ha sido el año de la Guerra Civil Española ― después de doce meses, de Mozart se acuerdan pocos ―, Planeta-Agostini ha publicado su ‘Biblioteca de la Guerra Civil’, en edición de kiosco, tapa dura y buena letra. En ella se encuentran títulos notables: ‘De la calle al frente’ de Julián Casanova, ‘Maquis’ de Secundino Serrano o ‘El colapso de la República’ del historiador Stanley G. Payne quien, por cierto, dedica su libro a una figura ya casi olvidada, ¡qué injusto es este país!, de la política española: Adolfo Suárez, cuya actuación en la Transición fue decisiva para la consolidación del nuestro sistema democrático actual. Dentro de esta misma temática guerracivilesca, Santiago Carrillo, el incombustible, comunista y nonagenario fumador, ha refrescado su vida en una edición revisada y aumentada de sus ‘Memorias’, texto indispensable para conocer la vida española desde los años treinta hasta estos albores del siglo XXI.
Voy a terminar con otra de mis debilidades: el cómic. Primero, un libro de Corto Maltés, titulado ‘Tango’, Norma Editorial, obra del dibujante-escritor Hugo Pratt; segundo y último, un clásico afortunadamente recuperado por Ediciones B: ‘El Capitán Trueno. Chandra, el Usurpador y otras aventuras’. Es este un álbum único, tirada limitada a 4.000 ejemplares, numerados, que aparece por primera vez y que recoge las historietas del personaje creado por Víctor Mora y dibujado por Miguel Ambrosio, ‘Ambrós’, publicadas en las páginas centrales del tebeo ‘Pulgarcito’ a partir de 1956 y que recuerdo haber leído, releído y memorizado cuando era un crío. Que los disfruten y, si alguno ha sido malo durante el año, ya saben: carbón (del dulce, claro).
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