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Entrevista al escritor Alfonso Mateo-Sagasta

“Tengo claro que no persigo educar. No quiero que mis lectores, cuando leen mis novelas, crean que saben algo del Siglo de Oro”

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Alfonso Mateo-Sagasta (Madrid, 1960) es licenciado en Geografía e Historia, especialidad de Historia Antigua y Medieval, por la Universidad Autónoma de Madrid. Trabajó como arqueólogo, fue cofundador de la librería Tipo, especializada en arqueología y antropología, y editor de la revista Arqrítica. Es autor de 'El olor de las especias' (2003); 'Ladrones de tinta' (2004), que fue galardonada en 2005 con el Premio Internacional de Novela Histórica Ciudad de Zaragoza y el Premio Espartaco de Novela Histórica; 'El gabinete de las maravillas' (2006), ganadora también en el año 2007 del Premio Espartaco; 'Las caras del tigre' (2009), y 'Caminarás con el sol' que consiguió en 2011 el Premio Caja Granada de Novela Histórica.

En la España del Siglo de Oro, codicia, corrupción, estafa y asesinato han invadido un reino gobernado por tres viudos y un fraile. Entre tanto hombre sin amor, apenas queda sitio para un hombre honrado. Una doble boda real y un azaroso viaje sirven de telón de fondo para esta aventura de caballeros despachados, damas enamoradas, aunque no bobas, y metales preciosos que unos y otras desean sobre todas las cosas. Con estos argumentos teje Alfonso Mateo-Sagasta su nueva novela, ‘El reino de los hombres sin amor’, editada por Grijalbo, tercera entrega protagonizada por Isidoro de Montemayor, sobre la cual conversamos durante unos minutos en Lotelito de Valencia, acompañados por el aroma del café de la primera hora de la tarde y por el rumor discontinuo de una música anónima como fondo.

Alfonso, fuiste arqueólogo y ahora escribes ficción, ¿en qué territorio te sientes más cómodo?
Claramente en este, pero cuando era arqueólogo también escribía ficción porque la Historia tiene mucho de eso. Escribir Historia consiste en seleccionar e interpretar el material del que disponemos y también en rellenar lagunas, porque la Historia ha de explicar coherentemente el pasado y para ello se requiere mucha imaginación. Todo es acción-reacción y por eso cada generación revisa y ajusta la Historia a su gusto. En la ficción interpreto los datos como quiero, sin obligación de justificar mis motivos, y voy rompiendo y saltando la línea que separa ambos territorios. Pero esto no es nuevo ya que el primero que lo hizo fue el propio Cervantes.

La editorial define ‘El reino de los hombres sin amor’ como trepidante, ¿es así?
La definición de trepidante es mucho más de marketing que mía. Es verdad que trato de que pasen muchas cosas en la novela, pero siempre relacionadas con la historia y no con el azar. Me refiero a ambientes y personajes distintos, a situaciones y viajes, que la acción sea un constante cambio. Si eso es trepidante o no, lo ignoro. Es muy difícil hablar de una novela como si se tratase de una película de acción. Creo, además, que el lector tiene que algo decir al respecto.

Tu narrativa mezcla palabras antiguas y nuevas, lo que consigue enriquecer el vocabulario del lector, en tu tarea de escritor ¿hay un intento de recuperar esas palabras olvidadas?
Cuando tengo el manuscrito escrito, en mi proceso creador trato de reducir su extensión porque en mi conciencia bulle la idea de que todo se puede decir con menos palabras, con mayor concisión y calidad. Esto es algo inherente a la profesión de escritor. También localizo la palabra precisa, pero no busco arcaísmos sólo trato de definir las situaciones con las expresiones más habituales. Por eso en la novela no hay voseo, ni giros que ya no se utilizan, el mío es un lenguaje culto en el que no hay argot ni expresiones chelis. Evidentemente en determinadas situaciones, por ejemplo cuando hablo de la ropa, hay vocablos que no puedo rehuir porque son los justos y exactos. El gran problema de los clásicos es que ya no se leen, porque hablan otra lengua y no se entienden y yo escribo para que me lean y comprendan.


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Precisamente esa descripción tan detallada de vestimentas y lugares, que encontramos en ‘El reino de los hombres sin amor’, ¿son “necesidades del guión”?
Al escribir novela histórica hay que luchar contra los conceptos preconcebidos. Hago mucho hincapié tanto en ambientes como en vestuarios, porque trato de transmitir las sensaciones de otra época. En lugares como una habitación, un estrado o un dormitorio, eso es muy importante porque el mundo de las mujeres está separado del de los hombres. Ellas iban descalzas y comían en el suelo; ellos se sentaban en sillas alrededor de una mesa. Considero que eso hay que describirlo muy despacio, morosamente, porque si no el lector no se da cuenta de muchos detalles que le pasan desapercibidos. Otro ejemplo son las iglesias. En el siglo XVII estaban vacías y las señoras portaban almohadones o alfombras para sentarse, mientras que los hombres permanecían de pie. Si no lo explicas claramente, el lector imagina una iglesia como las de ahora, llenas de bancos, cuando entonces eran enormes espacios vacíos.

¿Han cambiado mucho las cosas en nuestro país desde los tiempos en que discurre ‘El reino de los hombres sin amor’ y nuestros días?
Cualquier novela, aunque sea histórica, carece de sentido si no es actual y no tiene relación con lo que somos. En la Historia realmente estamos contando el presente para narrar nuestro futuro y esta novela tiene mucho que ver con el presente, por ejemplo cuando habla de cohecho y corrupción. Pero eso no quiere decir que los españoles hayamos sido siempre corruptos, la corrupción creo que es algo inherente al ser humano. Lo que ocurre es que en determinados periodos trasciende al poder y al llegar al pueblo las cosas se complican más. Pero eso pasa en todas partes: en Francia, en Italia o en Latinoamérica, no es algo intrínsecamente español. Se trata de un delito tan sutil que a la gente no lo conceptúa como tal, incluso piensa que es deseable y anhela el puesto del corrupto. Quizá eso sea lo que está pasando ahora mismo.

El protagonista es Isidoro de Montemayor, que ya ha protagonizado otras dos novelas tuyas, ¿cuándo te diste cuenta de que tras este personaje se escondía una serie?
Aunque fue una novela muy estresante e intensa, cuando publiqué ‘Ladrones de tinta’ me di cuenta de este detalle. Me había quedado con ganas de escribir una novela policiaca y decidí dar el paso en ‘El gabinete de las maravillas’, una especie de museo donde aparecía una cabeza parlante que ya salía en ‘Ladrones de tinta’. En esta novela decidí incluir un crimen y su investigación dentro de la línea de novela policial clásica. Entonces se me ocurrió que Isidoro Montemayor, que ya había actuado como investigador en la primera, sería su protagonista porque es un tipo simpático, con mucho morro y que se mete en todas partes, manteniéndole su historia de amor con la condesa de Cameros. Lo cierto es que son obras policiacas a la vez que unitarias, porque ofrecen una visión caleidoscópica sobre los años 1614 y 1615 con tres puntos de vista diferentes. ‘El reino de los hombres sin amor’ es una historia de espías con los mismos protagonistas a los que se les añade la ciudad de Madrid que también lo es.


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‘El reino de los hombres sin amor’ la has escrito en primera persona, ¿por qué?
Todo viene arrastrado desde ‘Ladrones de tinta’, en la que el protagonista tenía que tratar con los grandes escritores del momento como Cervantes o Lope de Vega. La primera persona facilita a lector el conocimiento del punto de vista. Si hubiera empleado la tercera, habría tenido problemas porque tenía que justificar el modo de actuar de cada personaje. Sin embargo, si narraba un contemporáneo resultaba muy fácil hablar de ellos, justificando o no sus razonamientos. Por otro lado, hago un guiño muy del Siglo de Oro porque yo soy el editor de las novelas, la persona que transcribe lo que le cuenta Isidoro de Montemayor. De este modo, Isidoro, a través de un juego literario, influye en los autores de entonces que se encuentran en pleno proceso creador de sus propias obras. Y este juego lo llevo hasta sus últimas consecuencias, porque introduzco personajes de ficción en la novela, como por ejemplo Rochefort, que procede de de ‘Los tres mosqueteros’. Es algo que me gusta mucho.

En la novela mezclas varios géneros, ¿te preocupa que te encasillen como un escritor de novela histórica ahora que hay tanta hibridación?
No, no me importa. Tampoco voy a negar que escribo novela histórica, pero pretendo otra cosa: yo quiero que mis obras sean libros-utopía. Por otro lado, cuando me dicen que soy escritor de novela histórica pienso que es un término que se me queda corto, porque soy mestizo. Creo que la ciencia-ficción, la fantasía y el thriller tienen mucho en común con la novela histórica. De todos modos, esta clasificación está pensada por los libreros con fines utilitarios para colocar los libros en la estantería que les corresponde y venderlos mejor. En general se piensa que la Historia es un rollo y que con la novela histórica se palía esa pesadez. Yo tengo claro que no persigo educar. No quiero que mis lectores, cuando leen mis novelas, crean que saben algo del Siglo de Oro.

Aunque careces de afán divulgativo alguno, leyendo la novela descubrimos cosas interesante, por ejemplo, que las mercancías que entraban por los puertos del País Vasco no pagaban impuestos, ¿arrancan de ahí las exenciones fiscales que disfrutan ahora?
Con toda probabilidad porque entonces no pagaban impuestos. Abastecer al País Vasco desde Castilla era más costoso y difícil que hacerlo por vía marítima desde Francia. Por tierra, las fronteras reales estaban ubicadas en Victoria y Navarra y allí sí que se cobraban impuestos.

Y la última por hoy: otra cosa que llama la atención es saber que en el siglo XVII al tabaco le atribuían propiedades terapéuticas.
[Risas] Sí, de hecho para recuperar a los ahogados se les introducía una cánula por el ano y les insuflaban tabaco para reanimarlos, incluso aunque hubieran pasado varias horas desde que había muerto. Era una práctica completamente habitual en los siglos XVII y XVIII y se encuentra en los tratados de medicina de entonces. No me he inventado nada, es completamente real.

“Tengo claro que no persigo educar. No quiero que mis lectores, cuando leen mis novelas, crean que saben algo del Siglo de Oro”

Entrevista al escritor Alfonso Mateo-Sagasta
Herme Cerezo
viernes, 30 de mayo de 2014, 07:45 h (CET)



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Alfonso Mateo-Sagasta (Madrid, 1960) es licenciado en Geografía e Historia, especialidad de Historia Antigua y Medieval, por la Universidad Autónoma de Madrid. Trabajó como arqueólogo, fue cofundador de la librería Tipo, especializada en arqueología y antropología, y editor de la revista Arqrítica. Es autor de 'El olor de las especias' (2003); 'Ladrones de tinta' (2004), que fue galardonada en 2005 con el Premio Internacional de Novela Histórica Ciudad de Zaragoza y el Premio Espartaco de Novela Histórica; 'El gabinete de las maravillas' (2006), ganadora también en el año 2007 del Premio Espartaco; 'Las caras del tigre' (2009), y 'Caminarás con el sol' que consiguió en 2011 el Premio Caja Granada de Novela Histórica.

En la España del Siglo de Oro, codicia, corrupción, estafa y asesinato han invadido un reino gobernado por tres viudos y un fraile. Entre tanto hombre sin amor, apenas queda sitio para un hombre honrado. Una doble boda real y un azaroso viaje sirven de telón de fondo para esta aventura de caballeros despachados, damas enamoradas, aunque no bobas, y metales preciosos que unos y otras desean sobre todas las cosas. Con estos argumentos teje Alfonso Mateo-Sagasta su nueva novela, ‘El reino de los hombres sin amor’, editada por Grijalbo, tercera entrega protagonizada por Isidoro de Montemayor, sobre la cual conversamos durante unos minutos en Lotelito de Valencia, acompañados por el aroma del café de la primera hora de la tarde y por el rumor discontinuo de una música anónima como fondo.

Alfonso, fuiste arqueólogo y ahora escribes ficción, ¿en qué territorio te sientes más cómodo?
Claramente en este, pero cuando era arqueólogo también escribía ficción porque la Historia tiene mucho de eso. Escribir Historia consiste en seleccionar e interpretar el material del que disponemos y también en rellenar lagunas, porque la Historia ha de explicar coherentemente el pasado y para ello se requiere mucha imaginación. Todo es acción-reacción y por eso cada generación revisa y ajusta la Historia a su gusto. En la ficción interpreto los datos como quiero, sin obligación de justificar mis motivos, y voy rompiendo y saltando la línea que separa ambos territorios. Pero esto no es nuevo ya que el primero que lo hizo fue el propio Cervantes.

La editorial define ‘El reino de los hombres sin amor’ como trepidante, ¿es así?
La definición de trepidante es mucho más de marketing que mía. Es verdad que trato de que pasen muchas cosas en la novela, pero siempre relacionadas con la historia y no con el azar. Me refiero a ambientes y personajes distintos, a situaciones y viajes, que la acción sea un constante cambio. Si eso es trepidante o no, lo ignoro. Es muy difícil hablar de una novela como si se tratase de una película de acción. Creo, además, que el lector tiene que algo decir al respecto.

Tu narrativa mezcla palabras antiguas y nuevas, lo que consigue enriquecer el vocabulario del lector, en tu tarea de escritor ¿hay un intento de recuperar esas palabras olvidadas?
Cuando tengo el manuscrito escrito, en mi proceso creador trato de reducir su extensión porque en mi conciencia bulle la idea de que todo se puede decir con menos palabras, con mayor concisión y calidad. Esto es algo inherente a la profesión de escritor. También localizo la palabra precisa, pero no busco arcaísmos sólo trato de definir las situaciones con las expresiones más habituales. Por eso en la novela no hay voseo, ni giros que ya no se utilizan, el mío es un lenguaje culto en el que no hay argot ni expresiones chelis. Evidentemente en determinadas situaciones, por ejemplo cuando hablo de la ropa, hay vocablos que no puedo rehuir porque son los justos y exactos. El gran problema de los clásicos es que ya no se leen, porque hablan otra lengua y no se entienden y yo escribo para que me lean y comprendan.


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Precisamente esa descripción tan detallada de vestimentas y lugares, que encontramos en ‘El reino de los hombres sin amor’, ¿son “necesidades del guión”?
Al escribir novela histórica hay que luchar contra los conceptos preconcebidos. Hago mucho hincapié tanto en ambientes como en vestuarios, porque trato de transmitir las sensaciones de otra época. En lugares como una habitación, un estrado o un dormitorio, eso es muy importante porque el mundo de las mujeres está separado del de los hombres. Ellas iban descalzas y comían en el suelo; ellos se sentaban en sillas alrededor de una mesa. Considero que eso hay que describirlo muy despacio, morosamente, porque si no el lector no se da cuenta de muchos detalles que le pasan desapercibidos. Otro ejemplo son las iglesias. En el siglo XVII estaban vacías y las señoras portaban almohadones o alfombras para sentarse, mientras que los hombres permanecían de pie. Si no lo explicas claramente, el lector imagina una iglesia como las de ahora, llenas de bancos, cuando entonces eran enormes espacios vacíos.

¿Han cambiado mucho las cosas en nuestro país desde los tiempos en que discurre ‘El reino de los hombres sin amor’ y nuestros días?
Cualquier novela, aunque sea histórica, carece de sentido si no es actual y no tiene relación con lo que somos. En la Historia realmente estamos contando el presente para narrar nuestro futuro y esta novela tiene mucho que ver con el presente, por ejemplo cuando habla de cohecho y corrupción. Pero eso no quiere decir que los españoles hayamos sido siempre corruptos, la corrupción creo que es algo inherente al ser humano. Lo que ocurre es que en determinados periodos trasciende al poder y al llegar al pueblo las cosas se complican más. Pero eso pasa en todas partes: en Francia, en Italia o en Latinoamérica, no es algo intrínsecamente español. Se trata de un delito tan sutil que a la gente no lo conceptúa como tal, incluso piensa que es deseable y anhela el puesto del corrupto. Quizá eso sea lo que está pasando ahora mismo.

El protagonista es Isidoro de Montemayor, que ya ha protagonizado otras dos novelas tuyas, ¿cuándo te diste cuenta de que tras este personaje se escondía una serie?
Aunque fue una novela muy estresante e intensa, cuando publiqué ‘Ladrones de tinta’ me di cuenta de este detalle. Me había quedado con ganas de escribir una novela policiaca y decidí dar el paso en ‘El gabinete de las maravillas’, una especie de museo donde aparecía una cabeza parlante que ya salía en ‘Ladrones de tinta’. En esta novela decidí incluir un crimen y su investigación dentro de la línea de novela policial clásica. Entonces se me ocurrió que Isidoro Montemayor, que ya había actuado como investigador en la primera, sería su protagonista porque es un tipo simpático, con mucho morro y que se mete en todas partes, manteniéndole su historia de amor con la condesa de Cameros. Lo cierto es que son obras policiacas a la vez que unitarias, porque ofrecen una visión caleidoscópica sobre los años 1614 y 1615 con tres puntos de vista diferentes. ‘El reino de los hombres sin amor’ es una historia de espías con los mismos protagonistas a los que se les añade la ciudad de Madrid que también lo es.


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‘El reino de los hombres sin amor’ la has escrito en primera persona, ¿por qué?
Todo viene arrastrado desde ‘Ladrones de tinta’, en la que el protagonista tenía que tratar con los grandes escritores del momento como Cervantes o Lope de Vega. La primera persona facilita a lector el conocimiento del punto de vista. Si hubiera empleado la tercera, habría tenido problemas porque tenía que justificar el modo de actuar de cada personaje. Sin embargo, si narraba un contemporáneo resultaba muy fácil hablar de ellos, justificando o no sus razonamientos. Por otro lado, hago un guiño muy del Siglo de Oro porque yo soy el editor de las novelas, la persona que transcribe lo que le cuenta Isidoro de Montemayor. De este modo, Isidoro, a través de un juego literario, influye en los autores de entonces que se encuentran en pleno proceso creador de sus propias obras. Y este juego lo llevo hasta sus últimas consecuencias, porque introduzco personajes de ficción en la novela, como por ejemplo Rochefort, que procede de de ‘Los tres mosqueteros’. Es algo que me gusta mucho.

En la novela mezclas varios géneros, ¿te preocupa que te encasillen como un escritor de novela histórica ahora que hay tanta hibridación?
No, no me importa. Tampoco voy a negar que escribo novela histórica, pero pretendo otra cosa: yo quiero que mis obras sean libros-utopía. Por otro lado, cuando me dicen que soy escritor de novela histórica pienso que es un término que se me queda corto, porque soy mestizo. Creo que la ciencia-ficción, la fantasía y el thriller tienen mucho en común con la novela histórica. De todos modos, esta clasificación está pensada por los libreros con fines utilitarios para colocar los libros en la estantería que les corresponde y venderlos mejor. En general se piensa que la Historia es un rollo y que con la novela histórica se palía esa pesadez. Yo tengo claro que no persigo educar. No quiero que mis lectores, cuando leen mis novelas, crean que saben algo del Siglo de Oro.

Aunque careces de afán divulgativo alguno, leyendo la novela descubrimos cosas interesante, por ejemplo, que las mercancías que entraban por los puertos del País Vasco no pagaban impuestos, ¿arrancan de ahí las exenciones fiscales que disfrutan ahora?
Con toda probabilidad porque entonces no pagaban impuestos. Abastecer al País Vasco desde Castilla era más costoso y difícil que hacerlo por vía marítima desde Francia. Por tierra, las fronteras reales estaban ubicadas en Victoria y Navarra y allí sí que se cobraban impuestos.

Y la última por hoy: otra cosa que llama la atención es saber que en el siglo XVII al tabaco le atribuían propiedades terapéuticas.
[Risas] Sí, de hecho para recuperar a los ahogados se les introducía una cánula por el ano y les insuflaban tabaco para reanimarlos, incluso aunque hubieran pasado varias horas desde que había muerto. Era una práctica completamente habitual en los siglos XVII y XVIII y se encuentra en los tratados de medicina de entonces. No me he inventado nada, es completamente real.

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