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Conspiración mundial al descubierto

Herme Cerezo
Herme Cerezo
domingo, 31 de diciembre de 2006, 01:55 h (CET)
Paseo por unos grandes almacenes. Omito el nombre (¿para qué decirlo?) Sección Librería, mesa últimas novedades. Cuento: trece títulos de un mismo autor. No es posible, me digo. Pero sí lo es. Vean: ‘El médico del sultán’, ‘El testamento del pescador’, ‘Diccionario del Quijote’, ‘El fuego del cielo’, ‘La guerra que ganó Franco’, ‘El legado del Cristianismo en la cultura occidental’, ‘Las brigadas internacionales’, ‘Jesús y los manuscritos del Mar Muerto’, ‘El Documento Q’, ‘España frente a los judíos. Sefarad’, ‘Los masones’, ‘Bienvenidos a la Linterna’ y ‘Los hijos de la luz’. Todos expuestos, juntitos, vendiéndose a buen ritmo para envidia de propios y extraños. Además, temáticas diversas: cultura, pensamiento, novela histórica, ensayo histórico, guiones radiofónicos... Yo buscaba una novela, así que escojo la edición Debolsillo de ‘Los hijos de la luz’, la pago y me la llevo. Con ella en la faltriquera, su ubicación natural, voy repitiéndome por la calle todo el rato el mismo interrogante: ¿quién puede escribir tanto en nuestro país con estos tiempos que corren?

Y la respuesta parece encaminarme a un solo nombre, al madrileño autor de todos los libros expuestos sobre la mesa de los grandes almacenes: César Vidal.

Llego a casa, me sirvo un té y conecto el ordenador. Clico Google y busco cosas sobre el tal Vidal en Internet y pronto me hago una composición de lugar y del personaje. Las conclusiones a las que llego todavía me desconciertan más. Al parecer tiene publicados más de un centenar de títulos, es doctor en historia, filosofía y teología y licenciado en derecho. Colabora en diversos medios de comunicación y dirige un programa en la COPE, ‘La linterna’. Me resulta imposible o, al menos, increíble. Nadie puede escribir tanto por sí solo en 48 años. Pienso que hay gazapo escondido. Navego por la red un poco más, no mucho. Surgen solas, espontáneas, abiertas al público, dos entrevistas (años 2002 y 2004) y la foto de nuestro hombre. Y en una de ellas encuentro una respuesta que me llama la atención: “soy un trapero del tiempo. De la misma manera que nunca tiraría monedas de cinco, diez o veinte céntimos, jamás desperdicio mis cuartos de hora. Al final de la semana se han ganado horas, al cabo de un mes días”. De ese modo responde César Vidal a un internauta que le formula una pregunta similar a la que me hacía yo. No me quedo completamente satisfecho con su respuesta. Pero es mi problema y no el suyo. ¿Cuántos cuartos de hora son necesarios para escribir cien libros? No soy capaz de calcularlo. Así que me tumbo en el sofá y comienzo con la lectura de ‘Los hijos de la luz’.

En primer lugar, he de decir que este libro ganó el ‘Premio Ciudad de Torrevieja 2005’, un galardón dotado con sesenta millones de las antiguas pesetas. Así que, una vez más ― últimamente ya ni me reconozco ―, estoy leyendo un libro premiado. Y debo aceptar que, cuando acabo su lectura, al menos me ha entretenido, interesado y cosido algunos momentos contra el sofá. Cosa que otros muchos volúmenes, algunos con mayores avales previos, no consiguen.

‘Los hijos de la luz’ trata de una conspiración masónica acaecida en Baviera, a finales del siglo XVIII, y que tiene sus ramificaciones en la revolución francesa. Estamos pues, ante eso que hoy se llama una novela histórica (¿qué novela no es histórica?, como dice mi amigo Antonio Gómez Rufo). En la primera parte del libro, Vidal juega con el tiempo, adelante-atrás, a su conveniencia. En la segunda, El desarrollo es lineal, intercalando entre los capítulos que integran el relato una serie de apuntes sobre grafología que, cuanto menos, podríamos calificar de curiosos e interesantes, probablemente basados en conocimientos empíricos. La tercera parte, el colofón, titulado ‘Némesis’, no es más que una explicación de todo lo ocurrido y una pequeña sorpresa final que, a poco que estés al corriente de los hechos, se puede intuir, especialmente cuando Vidal describe los rasgos físicos del protagonista de estas últimas páginas.

‘Los hijos de la luz’ es una historia de sociedades secretas, de conspiraciones por conseguir el poder e incluso establecer un nuevo orden mundial. La secta de los ‘Illuminati’, fundados por Weishaupt, la misma que aparece en ‘Ángeles y demonios’ de Dan Brown, intenta expandir sus postulados a toda costa llegando hasta la revolución francesa. Dos personajes que harían las delicias de los niños de 15 años de mi época, el policía Koch y el erudito-sabio-protestante-buena persona (excesivamente buena persona, no quedan ya de estos), Lebendig, lucharán contra ella consiguiendo, cómo no, que la justicia y el orden prevalezcan. En mi memoria bailan en seguida los recuerdos de otras parejas inmortales de la literatura: Holmes y Watson o Blake y Mortimer, estos últimos procedentes del mundo del cómic. Muy interesante, a mi juicio, es la idea del orden universal que posee Koch: todo tiene su sitio y cumple una función. Cuando alguna parte de ese todo no está donde debe o no hace lo que toca, el orden universal se altera. Y es preciso restablecerlo. Esa es la misión esencial de la policía a su juicio.

No cabe duda que detrás de Lebendig se esconde en buena parte el propio escritor. No hay que ser un lince para descubrirlo o, al menos, para pensarlo. Llama poderosamente la atención el modo de comportarse de este personaje, un ser a contracorriente de los tiempos que corren, algo parecido a lo que ocurre con César Vidal, quien arremete con enorme virulencia contra los masones. Desde luego parece disponer de suficientes fundamentos y conocimientos para hacerlo, pero como en toda sociedad humana, la Masonería está compuesta por personas, con sus defectos y sus virtudes, miembros buenos, malos o regulares. Como muestra un botón: Napoleón Bonaparte y el Duque de Wellington, que se enfrentaron en la famosa batalla de Waterloo eran ambos masones y, sin embargo, defendían intereses claramente opuestos.

Igualmente, ataca con saña la Revolución Francesa y a sus principales ideólogos, la mayoría de ellos masones. Es innegable que a nuestros vecinos franceses se les fue la mano utilizando la guillotina, invento de otro masón, el doctor Joseph Guillotin, que se vivieron tiempos de auténtico terror, pero no es menos cierto que a esta revolución el género humano le debe importantes avances en lo que a los derechos y libertades individuales se refiere y también es cierto que existía una enorme tensión social, fruto de las injustas condiciones de vida que padecían los súbditos franceses frente a los fastos ostentosos y derrochadores de los monarcas galos. Los que hayan visitado Versalles y sus alrededores pueden saber a lo que me refiero.

En resumen, ‘Los hijos de la luz’ es una interesante novela, que está bien narrada, que su estructura favorece el entretenimiento y que atrapa con suma facilidad al lector que, a fin de cuentas, es lo que se pretende. Vamos que se deja leer. Máxime en la versión “fetichista” (por su forma y diseño), que ha sacado recientemente a la venta Ediciones Debolsillo.

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‘Los hijos de la luz’, de César Vidal. Ed. Random Hause Mondadori, Colección DeBolsillo. Precio: 5’95 euros.

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