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Gabriel Ruiz-Ortega

'2666', de Roberto Bolaño

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Debo confesar que la obra de Roberto Bolaño siempre me ha deparado satisfacciones y decepciones. La primera vez que supe de él se debió gracias a un artículo de José Miguel Oviedo en El Dominical, del diario El Comercio de Perú, en 1999. En este artículo Oviedo hablaba de la importancia de la novela que se alzó con el Premio Herralde y el Rómulo Gallegos: Los detectives salvajes.

Así es que movido por mi curiosidad de lector empecé a hurgar, a lo largo de estos años, en la obra de este escritor desarraigado. Empecé a leer cualquier libro suyo, y mi recuerdo de las lecturas de Monsieur Pain, La pista de hielo, Amuleto, Amberes y Una novelita lumpen están muy ligados a los tan mentados bluffs literarios. Sin embargo, esta idea cambio cuando leí Los detectives salvajes, novela provocadora bajo todo punto de vista, pero que por la causa del exceso termina por aturdir; esta novela sería ideal, o perfecta, si se quiere decir, si esta hubiera muerto en las primeras trescientas páginas. Aún así, Los detectives salvajes es una obra maestra, las nuevas lecturas me ofrecen que la riqueza de novelas como esta está muy enraizada en los defectos por ambición que en los defectos por carencia de talento y destreza de las reglas narratológicas.

Y confieso abiertamente que me ha ido mejor con sus libros de cuento. Tanto Putas asesinas como Llamadas telefónicas. Como tampoco puedo dejar de expresar mi satisfacción por esa pequeña obra maestra como Estrella distante. La lectura de estos textos nos da luces del crisol narrativo del que siempre bebió este escritor: la literatura argentina. Voces como las de Cortázar, Marechal, Borges y Mujica Lainez dejan su huella subrepticia en medio de las páginas escritas de quien en vida tuvo una postura y convicción firme en cómo ver el fenómeno literario.

Confieso que tengo 2666 desde hace año y medio. Muchas razones me impidieron leerlo como se debe, pero la razón de más peso estaba ante el temor que me podía producir el estar ante más de mil páginas que me alertaban de no volver a pasar por la experiencia que significó para mí Los detectives salvajes. Siento pavor ante los excesos desconocidos.

Y hace unas noches terminé de leer esta novela, y mi temor ahora se ha convertido en fobia, y mis dudas han dado paso a la admiración. Con 2666 Bolaño ha terminado por cimentarse como un referente incuestionable de la lengua en castellano en general. Para bien o para mal, esta novela irregular es un camino necesario para todo aquel que quiera sumergirse en el mundo de Bolaño, tanto para apreciarlo como para odiarlo.

La complejidad que se deja notar en 2666 es el punto en el que se apoya su mayor virtud. En casi todas estas páginas tenemos la presencia en ausencia del escritor alemán Beno von Archimboldi, quien es la razón de ser de la admiración de los críticos literarios Jean Claude Pelletier (francés), Manuel Espinoza (español), Piero Morino (italiano) y Liz Norton (inglesa).

Archimboldi es el móvil por el cual estos cuatro desbordados críticos empiezan a cruzar y ahondar en sus propias vidas, la búsqueda que emprenden sobre el enigmático alemán está sazonada con encuentros y desencuentros hormonales, pero el ansia por corroborar las sospechas de que él aún sigue vivo lleva a tres de ellos a la ciudad de Santa Teresa, en México.

Sabemos hasta el hartazgo que esta novela es un proyecto inconcluso que Bolaño dejó a causa de su muerte, y ello se deja sentir a medida que se avanza en 2666. Recordemos también que fue el crítico Ignacio Echevarría quien ordenó este trabajo con el fin de sacarlo en un solo tomo cuando el deseo de Bolaño era que salgan las cinco novelas por separado. Si se hubiera cumplido el deseo de Bolaño estaríamos ante un proyecto narrativo laxo. Ya sea en La parte de los críticos, La parte de Amalfitano, La parte de Fate, La parte de los crímenes y La parte de Archimboldi muestran altibajos alarmantes, altibajos que se iban a sentir con fuerza si cada una de estas hubiesen sido publicadas por unidad.

Como se sabe, el trabajo periodístico es un trabajo contra el tiempo de entrega, muchas reseñas que en su momento aparecieron fueron escritas por el apuro editorial, la gran mayoría de los reseñistas se quedaron en La parte de Amalfitano, que es lo mejor de lo mejor de 2666, y se contentaron con realizar reseñas laudatorias, y digamos las cosas como son, es una falta evidente de respeto hacia la labor crítica y hacia el escritor fallecido.

El trabajo crítico no sólo está amparado en una postura de lector profesional, este es, ante todo, una actitud moral y ética. Digo estas cosas por la evidente irresponsabilidad con la que se escribió de esta novela. Lógicamente, la dejadez e irresponsabilidad de algunos reseñistas no ha afectado para nada la fidelidad de la legión de agradecidos lectores de Bolaño.

2666 encierra todo el mundo de este escritor polémico, esta novela es el crisol temático del que siempre ha alimentado su literatura, aquí están presentes el policial, la metaliteratura, la poesía, la historia de la segunda mitad del siglo XX, el desamor, la creencia a ultranza en la literatura como fin en sí misma y la actitud contestataria. Estas son algunas de las características que siempre se han dejado sentir en las páginas de novelas anteriores suyas, pero con 2666 termina por cerrarse el círculo temático que estas dejaban abiertas. 2666 es una novela que rinde tributo al país en el que fundamentó su condición de escritor. La perenne presencia de la ciudad de Santa teresa da sentido a la afirmación acabada de dar. Es a través de esta ciudad que vemos las bajezas y grandezas de la condición humana que Bolaño siempre supo depositar en sus personajes, casi todos escritores.

Sin embargo, 2666 también refleja lo que es el mundo literario como tal, en este punto Bolaño no ofrece ninguna clase de consenso y guante blanco a nadie, como si desde la muerte aún continuara jodiendo, y fama de bravucón tenía Bolaño, detalle muy conocido por todos, por cierto. Bolaño pareciera decirnos que el mundo literario es canalla, poblado de ignorantes y soberbios.

Cada final de las cinco partes de este mastodóntico texto nos ofrece desenlaces abiertos, los mismos que a la vez llenan los vacíos argumentales no sólo de 2666, sino que nos brindan la posibilidad de terminar de llenar hoyos aparecidos en novelas suyas anteriores, como es el caso de Amuleto.
Bolaño es un escritor a quien se le odia o se le quiere. En mi opinión hiperpersonal sigo guardando reparos a su obra en general, pero me es imposible dejar de admirarlo luego de esta lectura, sus libros conforman un corpus orgánico que nos refleja el talento y la formación que él mismo germinó. Con 2666 vemos al mejor y al peor Bolaño.

En líneas generales, Bolaño jamás será un autor que goce del aplauso unánime, muestra patente e irrefutable de su grandeza.

'2666', de Roberto Bolaño

Gabriel Ruiz-Ortega
Gabriel Ruiz Ortega
domingo, 31 de diciembre de 2006, 01:55 h (CET)
Debo confesar que la obra de Roberto Bolaño siempre me ha deparado satisfacciones y decepciones. La primera vez que supe de él se debió gracias a un artículo de José Miguel Oviedo en El Dominical, del diario El Comercio de Perú, en 1999. En este artículo Oviedo hablaba de la importancia de la novela que se alzó con el Premio Herralde y el Rómulo Gallegos: Los detectives salvajes.

Así es que movido por mi curiosidad de lector empecé a hurgar, a lo largo de estos años, en la obra de este escritor desarraigado. Empecé a leer cualquier libro suyo, y mi recuerdo de las lecturas de Monsieur Pain, La pista de hielo, Amuleto, Amberes y Una novelita lumpen están muy ligados a los tan mentados bluffs literarios. Sin embargo, esta idea cambio cuando leí Los detectives salvajes, novela provocadora bajo todo punto de vista, pero que por la causa del exceso termina por aturdir; esta novela sería ideal, o perfecta, si se quiere decir, si esta hubiera muerto en las primeras trescientas páginas. Aún así, Los detectives salvajes es una obra maestra, las nuevas lecturas me ofrecen que la riqueza de novelas como esta está muy enraizada en los defectos por ambición que en los defectos por carencia de talento y destreza de las reglas narratológicas.

Y confieso abiertamente que me ha ido mejor con sus libros de cuento. Tanto Putas asesinas como Llamadas telefónicas. Como tampoco puedo dejar de expresar mi satisfacción por esa pequeña obra maestra como Estrella distante. La lectura de estos textos nos da luces del crisol narrativo del que siempre bebió este escritor: la literatura argentina. Voces como las de Cortázar, Marechal, Borges y Mujica Lainez dejan su huella subrepticia en medio de las páginas escritas de quien en vida tuvo una postura y convicción firme en cómo ver el fenómeno literario.

Confieso que tengo 2666 desde hace año y medio. Muchas razones me impidieron leerlo como se debe, pero la razón de más peso estaba ante el temor que me podía producir el estar ante más de mil páginas que me alertaban de no volver a pasar por la experiencia que significó para mí Los detectives salvajes. Siento pavor ante los excesos desconocidos.

Y hace unas noches terminé de leer esta novela, y mi temor ahora se ha convertido en fobia, y mis dudas han dado paso a la admiración. Con 2666 Bolaño ha terminado por cimentarse como un referente incuestionable de la lengua en castellano en general. Para bien o para mal, esta novela irregular es un camino necesario para todo aquel que quiera sumergirse en el mundo de Bolaño, tanto para apreciarlo como para odiarlo.

La complejidad que se deja notar en 2666 es el punto en el que se apoya su mayor virtud. En casi todas estas páginas tenemos la presencia en ausencia del escritor alemán Beno von Archimboldi, quien es la razón de ser de la admiración de los críticos literarios Jean Claude Pelletier (francés), Manuel Espinoza (español), Piero Morino (italiano) y Liz Norton (inglesa).

Archimboldi es el móvil por el cual estos cuatro desbordados críticos empiezan a cruzar y ahondar en sus propias vidas, la búsqueda que emprenden sobre el enigmático alemán está sazonada con encuentros y desencuentros hormonales, pero el ansia por corroborar las sospechas de que él aún sigue vivo lleva a tres de ellos a la ciudad de Santa Teresa, en México.

Sabemos hasta el hartazgo que esta novela es un proyecto inconcluso que Bolaño dejó a causa de su muerte, y ello se deja sentir a medida que se avanza en 2666. Recordemos también que fue el crítico Ignacio Echevarría quien ordenó este trabajo con el fin de sacarlo en un solo tomo cuando el deseo de Bolaño era que salgan las cinco novelas por separado. Si se hubiera cumplido el deseo de Bolaño estaríamos ante un proyecto narrativo laxo. Ya sea en La parte de los críticos, La parte de Amalfitano, La parte de Fate, La parte de los crímenes y La parte de Archimboldi muestran altibajos alarmantes, altibajos que se iban a sentir con fuerza si cada una de estas hubiesen sido publicadas por unidad.

Como se sabe, el trabajo periodístico es un trabajo contra el tiempo de entrega, muchas reseñas que en su momento aparecieron fueron escritas por el apuro editorial, la gran mayoría de los reseñistas se quedaron en La parte de Amalfitano, que es lo mejor de lo mejor de 2666, y se contentaron con realizar reseñas laudatorias, y digamos las cosas como son, es una falta evidente de respeto hacia la labor crítica y hacia el escritor fallecido.

El trabajo crítico no sólo está amparado en una postura de lector profesional, este es, ante todo, una actitud moral y ética. Digo estas cosas por la evidente irresponsabilidad con la que se escribió de esta novela. Lógicamente, la dejadez e irresponsabilidad de algunos reseñistas no ha afectado para nada la fidelidad de la legión de agradecidos lectores de Bolaño.

2666 encierra todo el mundo de este escritor polémico, esta novela es el crisol temático del que siempre ha alimentado su literatura, aquí están presentes el policial, la metaliteratura, la poesía, la historia de la segunda mitad del siglo XX, el desamor, la creencia a ultranza en la literatura como fin en sí misma y la actitud contestataria. Estas son algunas de las características que siempre se han dejado sentir en las páginas de novelas anteriores suyas, pero con 2666 termina por cerrarse el círculo temático que estas dejaban abiertas. 2666 es una novela que rinde tributo al país en el que fundamentó su condición de escritor. La perenne presencia de la ciudad de Santa teresa da sentido a la afirmación acabada de dar. Es a través de esta ciudad que vemos las bajezas y grandezas de la condición humana que Bolaño siempre supo depositar en sus personajes, casi todos escritores.

Sin embargo, 2666 también refleja lo que es el mundo literario como tal, en este punto Bolaño no ofrece ninguna clase de consenso y guante blanco a nadie, como si desde la muerte aún continuara jodiendo, y fama de bravucón tenía Bolaño, detalle muy conocido por todos, por cierto. Bolaño pareciera decirnos que el mundo literario es canalla, poblado de ignorantes y soberbios.

Cada final de las cinco partes de este mastodóntico texto nos ofrece desenlaces abiertos, los mismos que a la vez llenan los vacíos argumentales no sólo de 2666, sino que nos brindan la posibilidad de terminar de llenar hoyos aparecidos en novelas suyas anteriores, como es el caso de Amuleto.
Bolaño es un escritor a quien se le odia o se le quiere. En mi opinión hiperpersonal sigo guardando reparos a su obra en general, pero me es imposible dejar de admirarlo luego de esta lectura, sus libros conforman un corpus orgánico que nos refleja el talento y la formación que él mismo germinó. Con 2666 vemos al mejor y al peor Bolaño.

En líneas generales, Bolaño jamás será un autor que goce del aplauso unánime, muestra patente e irrefutable de su grandeza.

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