Nunca imaginé que sería tan duro asimilar su marcha, sabía que estaba muy cerca pero no quería creerlo, cada nuevo día que pasaba era una esperanza más para confiar en su permanencia aunque todo indicaba que la hora de su marcha estaba muy cerca. Nadie podía pensar que uno de los hombres clave del Valencia sería vendido como un vulgar descarte veraniego.
No era un jugador para vender camisetas, era un gran jugador con el que disfrutar viéndole jugar, algo que en el nuevo conjunto ché no tiene cabida, sólo se busca efectividad y es algo que Pablo Aimar no ha podido regalar con regularidad. Es un jugador con una clase exquisita, que lo único que quiere es hacer magia con el balón, pero para ello necesita el esférico y también olvidarse de la presión de la alta competición. Cuando mejor juega es cuando menos se espera de él, es alguien que enamora con o sin balón, siempre y cuando no está lesionado.
La vida sin él va a ser dura, muy dura, cuesta pensar en un Valencia si él en la mediapunta, sin sus sencillos regates y su característica sonrisa. Siempre pensé que cuando Aimar se marchase lo haría a un equipo con un gran estadio en el cual dispusiese del espacio suficiente para recoger el balón y no soltarlo hasta marcar el gol, en un equipo grande, todavía más grande que en el ha militado durante casi seis años. Sin embargo se va al Zaragoza por mucho menos de lo que vale, un precio incomprensible, irrisorio. El equipo al que se marcha no tiene nada de malo, todo lo contrario, es un equipo dirigido por, probablemente, el mejor entrenador que podría tener Pablo Aimar. Víctor Fernández es un técnico al que le gusta el buen juego y de eso, el argentino sabe un rato.
No habrá más Pablito valencianista, el veintiuno pasa a ser el ocho. Ahora mismo me gustaría ser zaragozista para tener cada 15 días al “cai” sobre mi terreno de juego. Ojala que le vaya bien y que consiga disfrutar como lo hizo en River del mejor fútbol del mundo, el que se juega relajado y sin presión.
La afición valencianista se siente sin una parte importante de su corazón ché, y nadie podrá ocupar un lugar que, ahora, los directivos intentan suplir con el astronómico fichaje de Simao, quien no llega ni a la suela de las botas de Pablito Aimar.
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