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Los hechos que pusieron en duda su rol de potencia, el rol de China y la incertidumbre mundial. ¿A qué se debe?

La nueva guerra de USA

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A comienzo de los noventa el mundo parecía en orden: occidente y la economía se habían impuesto de modo neto al comunismo, era según el vaticinio de algunos filósofos “el fin de la historia”, (como si la historia pudiera tener fin). La democracia como régimen de gobierno se quedaba, aparentemente, sin enemigos y sin alternativas. Pero no tardarían en surgir problemas, como en todo proceso, y con ellos nuevas ideas, nuevas perspectivas. Así una nueva generación, los hijos del 2000 en adelante, vivirían una nueva democracia, algunas de éstas democracias aún eran débiles.

Los atentados del 11 de Septiembre del 2001, que cientos de millones de espectadores en todo el mundo pudieron seguir, cambiaron la cara del mundo. Estados Unidos empezó a movilizar a sus aliados, y organiza una cruzada para combatir “el eje del mal”. Este eje no sería como en la guerra anterior – la fría – un conflicto ideológico: era una cruzada por el dominio de una “guerra total”, en palabras de la filósofa política Hannah Arendt. Pero la lucha contra el terrorismo internacional se vuelve difícil: ya no hay ejércitos como los que la historia conocía hasta antes de los atentados, antes de que iniciara el segundo milenio. Ya no hay “un” ejército regular identificable. Cambia el modo de hacer la guerra, de hacer la política, de hacer las ideas, muchas de ellas, humanamente, malvadas.


Las en Irak y Afganistán, que no acababan de ganarse, junto con los efectos de las crisis económicas, empiezan cuestionar la posición hegemónica de Estados Unidos. Se hablaba incluso del final de la era norte americana. Un documento de la Casa Blanca, elaborado en la primavera del 2001, viene a certificar el cambio de la hasta ahora política mundial: se reconoce que Estados unidos tiene que acostumbrarse a vivir dentro de los límites de su poder, y que existe un concierto de naciones. Después de muchos hechos, el país ya no está en condiciones de participar simultáneamente en dos guerras, contra lo que había sido la doctrina vigente del último siglo. Después de diez años de combatir el terrorismo, se impone el recurso de la política diplomática. La Secretaria de Estado, Hillary Clinton, fue todavía aún más clara al anunciar que Estados Unidos pasaría del ejército bruto del poder a una política exterior más indirecta, que exigiría paciencia de los aliados.

Como casi siempre, este giro de la política exterior, viene exigido por imperativos internos. El país no acaba de recuperarse de la crisis económica y se siente cansado de ejercer la función de gendarme mundial, ante un nuevo actor en súper potencia: China. Resulta significativo que en aquella declaración del 2001, que se proponía a redefinir la política exterior, apenas se concede atención a Europa, África y Latinoamérica. El único interlocutor exterior que le interesa realmente a USA es China, por su propia magnitud como potencia económica y por su condición de financiador del déficit de Estados Unidos. No obstante, las relaciones entre las dos grandes potencias, aún hoy, no atraviesa su mejor momento. Estados Unidos le reprocha a China que mantiene muy baja la cotización de su divisa, lo que le permite inundar el mercado norteamericano con productos baratos.

En pocos años el mundo pasó de un mundo unipolar a otro multipolar, también gracias a la emergencia de los países que empezaron a formar el grupo BRIC: Brasil, Rusia, India y China. Por otro lado, Europa se encuentra en una imparable crisis y decadencia demográfica – se calcula que perderá cincuenta millones de habitantes en los próximos cuarenta años - , política y económica, reducida de modo creciente al papel de simple testigo de los acontecimientos relevantes. Occidente da la impresión de sentirse inseguro, incluso desorientado. Estados Unidos, Europa y Japón acusan los efectos de la deuda creciente, la sobrecarga de un Estado social y el envejecimiento de la población.

Los BRIC pisan fuerte y plantan cara de occidente. Por ejemplo, en su momento han conseguido imponer su criterio en las rondas de negociaciones de la Organización Mundial del Comercio. Sin embargo no constituyen un bloque unido por intereses comunes y después de unos años fuertes de crecimiento le aparecen a sus países miembros, síntomas de crisis o de legitimidad de representación ideológica.

El mundo globalizado debe afrontar nuevos retos globales, muchos de ellos arrastran miserias, que trascienden el ámbito de acción de los Estados nacionales. En el entorno de la ONU y de otras organizaciones supranacionales de carácter regional proliferan las agencias y los organismos creados para dar solución a algunos problemas. Pero el vicio es uno: no poder controlar el poder de absorción de los intereses de las potencias en su guerra comercial. Las cumbres mundiales proliferan, se reúnen, pero los resultados dejan mucho que desear.

La erosión de las soberanías de los Estados se debe en gran medida a la incapacidad de los Estados nacionales para solucionar problemas candentes que afectan a ámbitos supranacionales o incluso al planeta en su conjunto: protección del medio ambiente, lucha contra la pobreza y la corrupción, crisis energética, logros de paz en zonas de conflicto, etc.


La ONU se encuentra cada vez más inoperante, sin ir más lejos los “Objetivos de Desarrollo del tercer milenio”, siguen siendo una tarea pendiente. Éstos se proponían erradicar la pobreza y el hambre. El fracaso de tantos intentos de acción mundial concertada para hacer frente a los problemas y retos globales se debe, sobre todo, a la crisis económica a la que nos encontramos sumidos desde el 2008. Sus manifestaciones empezaron en ese año, pero sus síntomas están muy presentes: especulación financiera descontrolada, endeudamiento en general de muchos Estados; fallo generalizado de los mecanismos de control, burbujas inmobiliarias, etc.

Robert Shiller, el Economista de Yale, acertó al pronosticar el desencadenamiento de la crisis, explica sus causas en una clave más antropológica que económica: primacía del éxito económico y del triunfo individual frente a los valores sociales y solidarios; irresponsabilidad de tantos agentes económicos; falsa sensación de seguridad.

La caída del Muro había sellado el destino del Comunismo y de la economía estatizada. El fracaso del socialismo se vio en algunos países, pero en otros tuvo logros, como en Cuba o Corea del Norte. El capitalismo ha sido eficaz a la hora de crear riqueza, pero la crisis y la condición de millones de almas muestran y cuestiona sus límites, cuando no también sus contradicciones históricas. De repente nos hemos vueltos sensibles pero el mundo sigue girando, pero nos hemos vuelto insensibles a las amenazas de una globalización y ahora surgen respuestas sin interrogantes, tan comprensibles como inquietantes: El nacionalismo, disfrazado de Populismo, Xenofobia y Homofóbia y economías adobadas de fundamentalismos. La situación actual de algunos viejos conceptos nos ha condicionado tanto que mucha gente sigue recurriendo a ellos para interpretar el accionar político, pero el excesivo simplismo o determinismo los hace inhábiles para abordar la complejidad del presente.


La nueva guerra de USA

Los hechos que pusieron en duda su rol de potencia, el rol de China y la incertidumbre mundial. ¿A qué se debe?
Cristian Iván Da Silva
miércoles, 24 de abril de 2019, 11:37 h (CET)

A comienzo de los noventa el mundo parecía en orden: occidente y la economía se habían impuesto de modo neto al comunismo, era según el vaticinio de algunos filósofos “el fin de la historia”, (como si la historia pudiera tener fin). La democracia como régimen de gobierno se quedaba, aparentemente, sin enemigos y sin alternativas. Pero no tardarían en surgir problemas, como en todo proceso, y con ellos nuevas ideas, nuevas perspectivas. Así una nueva generación, los hijos del 2000 en adelante, vivirían una nueva democracia, algunas de éstas democracias aún eran débiles.

Los atentados del 11 de Septiembre del 2001, que cientos de millones de espectadores en todo el mundo pudieron seguir, cambiaron la cara del mundo. Estados Unidos empezó a movilizar a sus aliados, y organiza una cruzada para combatir “el eje del mal”. Este eje no sería como en la guerra anterior – la fría – un conflicto ideológico: era una cruzada por el dominio de una “guerra total”, en palabras de la filósofa política Hannah Arendt. Pero la lucha contra el terrorismo internacional se vuelve difícil: ya no hay ejércitos como los que la historia conocía hasta antes de los atentados, antes de que iniciara el segundo milenio. Ya no hay “un” ejército regular identificable. Cambia el modo de hacer la guerra, de hacer la política, de hacer las ideas, muchas de ellas, humanamente, malvadas.


Las en Irak y Afganistán, que no acababan de ganarse, junto con los efectos de las crisis económicas, empiezan cuestionar la posición hegemónica de Estados Unidos. Se hablaba incluso del final de la era norte americana. Un documento de la Casa Blanca, elaborado en la primavera del 2001, viene a certificar el cambio de la hasta ahora política mundial: se reconoce que Estados unidos tiene que acostumbrarse a vivir dentro de los límites de su poder, y que existe un concierto de naciones. Después de muchos hechos, el país ya no está en condiciones de participar simultáneamente en dos guerras, contra lo que había sido la doctrina vigente del último siglo. Después de diez años de combatir el terrorismo, se impone el recurso de la política diplomática. La Secretaria de Estado, Hillary Clinton, fue todavía aún más clara al anunciar que Estados Unidos pasaría del ejército bruto del poder a una política exterior más indirecta, que exigiría paciencia de los aliados.

Como casi siempre, este giro de la política exterior, viene exigido por imperativos internos. El país no acaba de recuperarse de la crisis económica y se siente cansado de ejercer la función de gendarme mundial, ante un nuevo actor en súper potencia: China. Resulta significativo que en aquella declaración del 2001, que se proponía a redefinir la política exterior, apenas se concede atención a Europa, África y Latinoamérica. El único interlocutor exterior que le interesa realmente a USA es China, por su propia magnitud como potencia económica y por su condición de financiador del déficit de Estados Unidos. No obstante, las relaciones entre las dos grandes potencias, aún hoy, no atraviesa su mejor momento. Estados Unidos le reprocha a China que mantiene muy baja la cotización de su divisa, lo que le permite inundar el mercado norteamericano con productos baratos.

En pocos años el mundo pasó de un mundo unipolar a otro multipolar, también gracias a la emergencia de los países que empezaron a formar el grupo BRIC: Brasil, Rusia, India y China. Por otro lado, Europa se encuentra en una imparable crisis y decadencia demográfica – se calcula que perderá cincuenta millones de habitantes en los próximos cuarenta años - , política y económica, reducida de modo creciente al papel de simple testigo de los acontecimientos relevantes. Occidente da la impresión de sentirse inseguro, incluso desorientado. Estados Unidos, Europa y Japón acusan los efectos de la deuda creciente, la sobrecarga de un Estado social y el envejecimiento de la población.

Los BRIC pisan fuerte y plantan cara de occidente. Por ejemplo, en su momento han conseguido imponer su criterio en las rondas de negociaciones de la Organización Mundial del Comercio. Sin embargo no constituyen un bloque unido por intereses comunes y después de unos años fuertes de crecimiento le aparecen a sus países miembros, síntomas de crisis o de legitimidad de representación ideológica.

El mundo globalizado debe afrontar nuevos retos globales, muchos de ellos arrastran miserias, que trascienden el ámbito de acción de los Estados nacionales. En el entorno de la ONU y de otras organizaciones supranacionales de carácter regional proliferan las agencias y los organismos creados para dar solución a algunos problemas. Pero el vicio es uno: no poder controlar el poder de absorción de los intereses de las potencias en su guerra comercial. Las cumbres mundiales proliferan, se reúnen, pero los resultados dejan mucho que desear.

La erosión de las soberanías de los Estados se debe en gran medida a la incapacidad de los Estados nacionales para solucionar problemas candentes que afectan a ámbitos supranacionales o incluso al planeta en su conjunto: protección del medio ambiente, lucha contra la pobreza y la corrupción, crisis energética, logros de paz en zonas de conflicto, etc.


La ONU se encuentra cada vez más inoperante, sin ir más lejos los “Objetivos de Desarrollo del tercer milenio”, siguen siendo una tarea pendiente. Éstos se proponían erradicar la pobreza y el hambre. El fracaso de tantos intentos de acción mundial concertada para hacer frente a los problemas y retos globales se debe, sobre todo, a la crisis económica a la que nos encontramos sumidos desde el 2008. Sus manifestaciones empezaron en ese año, pero sus síntomas están muy presentes: especulación financiera descontrolada, endeudamiento en general de muchos Estados; fallo generalizado de los mecanismos de control, burbujas inmobiliarias, etc.

Robert Shiller, el Economista de Yale, acertó al pronosticar el desencadenamiento de la crisis, explica sus causas en una clave más antropológica que económica: primacía del éxito económico y del triunfo individual frente a los valores sociales y solidarios; irresponsabilidad de tantos agentes económicos; falsa sensación de seguridad.

La caída del Muro había sellado el destino del Comunismo y de la economía estatizada. El fracaso del socialismo se vio en algunos países, pero en otros tuvo logros, como en Cuba o Corea del Norte. El capitalismo ha sido eficaz a la hora de crear riqueza, pero la crisis y la condición de millones de almas muestran y cuestiona sus límites, cuando no también sus contradicciones históricas. De repente nos hemos vueltos sensibles pero el mundo sigue girando, pero nos hemos vuelto insensibles a las amenazas de una globalización y ahora surgen respuestas sin interrogantes, tan comprensibles como inquietantes: El nacionalismo, disfrazado de Populismo, Xenofobia y Homofóbia y economías adobadas de fundamentalismos. La situación actual de algunos viejos conceptos nos ha condicionado tanto que mucha gente sigue recurriendo a ellos para interpretar el accionar político, pero el excesivo simplismo o determinismo los hace inhábiles para abordar la complejidad del presente.


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